¡No te enamores!

Vanessa Lorrenz

Fragmento

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Capítulo 1

Regina sonrió a su cita, la verdad es que no esperaba que fuera de lujo, pero el local donde la había llevado a comer estaba para llorar. Maldijo la hora en la que había aceptado salir con el primo de su amiga Sandra. Tenía un serio problema con las citas, y es que o los hombres eran o muy perfectos o muy idiotas. El chiste era que nunca le atinaba.

Su trabajo tampoco le dejaba demasiado tiempo para tener citas, así que cuando surgía alguna, pues nunca terminaba como ella quería. Su jefe era muy demandante. Y aunque el trabajo la dejaba agotada, le encantaba trabajar en esa empresa multinacional.

Un año atrás había jurado que estaba enamorada de Robert Wells, su novio de toda la vida, y de verdad que su mundo giraba alrededor de él, pero con lo que no contaba era con que su prima Madeleine estaría encantada de darle las atenciones que ella no podía brindarle por estar sumergida en su trabajo. Como una estúpida no se imaginó que, mientras ella trabajaba como una mula para tener una mejor vida, su novio de toda la vida estaba gozando de los placeres del amor con su prima.

Prima que, por cierto, vivía a costa de ella; ambas habían llegado a la ciudad con muchos sueños e ilusiones. Querían comerse el mundo, ambas se mudaron para estudiar, sus familias se habían quedado en Brooklyn; venían de una familia con carencias, pero con mucho amor. Ambas habían comenzado a estudiar mientras trabajaban a medio tiempo en un restaurante; Robert venía de la misma zona y también trabajaba en una empresa que le daba algunas horas libres para estudiar. Cuando se graduaron, sus padres incluso fueron para organizar una pequeña fiesta; eran muy felices, más cuando supieron que tendrían un trabajo estable.

Cuando empezó a trabajar en la multinacional, tenía muchas ganas de salir delante, de conseguir un buen puesto y tener mucho éxito. Para eso se mataba, trabajaba horas extra como una maniaca. Después, los dueños de la empresa junto con sus asociados decidieron que irían relegando algunas responsabilidades en el hijo del dueño, que sería el presidente de la empresa en el futuro. Acaba de llegar de recorrer el mundo y de emprender algunos negocios por su parte, y al parecer tenía unas ideas estupendas para el futuro de la empresa.

Cuando le dijeron que ella iba a ser su asistente personal, casi brinca de la emoción, pero, así como aprendía mucho con él, también agotaba gran parte de su tiempo. Dereck Lennox era una dinamo que arrasaba con todo a su paso. Y fue precisamente en ese lapso de adaptación a su nuevo jefe que, una tarde que se encontraba realmente mal —tenía una gripe espantosa—, su jefe, en un gesto de condescendencia, la envió temprano a su casa (Regina compartía departamento con su prima). Pero para lo que la vida no la tenía preparada era para saber que, aparte del departamento, también compartían pareja. Si esa tarde no hubiera llegado temprano nunca se habría dado cuenta de que su prima y su novio se burlaban de ella.

La imagen de ellos haciendo el amor en la misma habitación que compartía con su prima jamás se le borraría de la mente. Gritó y les dijo hasta que se iban a morir, pero el dolor estaba ahí en su corazón. Y tal vez esa era la razón por la cual no había podido comenzar una nueva relación con nadie, porque dentro de ella tenía una herida que aún no había sanado.

Suspiró mirando al hombre que estaba frente a ella y sonrió de manera encantadora mientras bebía de su refresco. No era un hombre especialmente guapo, no como su jefe, que robaba el aliento a cuanta mujer se encontrara, pero ella lo único que quería era volver a sentir esas mariposas en el estómago, esa felicidad efímera que le habían arrebatado de la manera más cruel. Dentro de ella se preguntaba si algún día encontraría a alguien en su vida. A lo mejor ella estaba destinada a ser monja, o una solterona. Volviendo a su cita, ya se había chocado de que ese hombre monopolizara la conversación, no la había dejado hablar en ningún momento, y la verdad casi lo agradecía porque no estaba por la labor de contar nada relacionado con su vida, pero el tema del que estaba hablando era más poderoso que un par de somníferos.

Se despidieron diciendo que tendrían una segunda cita, pero ella ni loca lo volvería a intentar. Llegó a su pequeña casa que había rentado después de salir del departamento donde había sufrido mucho. Ahora estaba sola. Completamente sola.

Se duchó, porque al día siguiente tenía que entrar a trabajar muy temprano, se estaba poniendo crema humectante en el cuerpo, cuando tocaron el timbre. La persona que estaba al otro lado de la puerta era Robert, pero por la cara que traía sabía que algo malo le estaba pasando porque tenía los ojos empañados de lágrimas.

Su corazón comenzó a latir de manera acelerada al verlo sufrir de esa manera.

—¿Robert? ¿Qué sucede? —No lo había vuelto a ver desde aquel día en el que se había confirmado su infidelidad.

—Es Madeleine —dijo con voz temblorosa—, te necesita.

Un escalofrío recorrió a Regina, no podía estar pasando eso. Algo le había sucedido a su prima.

—¿Qué ocurre Robert? No me asustes.

—¿Puedo pasar?

—Claro, pero no me dejes con esta angustia, ¿qué le sucede a mi prima? —Lo hizo pasar para después sentarse en los sillones de su minúscula sala, guardó silencio esperando lo peor.

—Regina, tu prima está enferma.

Su corazón se detuvo en ese instante, su prima era más pequeña que ella, y siempre la había protegido, incluso en ese instante tenía la imperiosa necesidad de salir corriendo a ver cómo se encontraba.

—¿Qué es lo que tiene? Hasta donde yo me acuerdo, la dejé perfecta de salud.

—Tu prima comenzó a sentirse mareada y con náuseas, pensamos que estaba embarazada, pero de ahí empezó con palidez, pérdida de peso, y sangraba por la nariz. Nos alarmamos. Fuimos al doctor y ya nos ha dado el diagnóstico, al parecer tiene leucemia. Está devastada —dijo él con lágrimas en los ojos, ya para ese momento no disimulaba lo afectado que estaba por la salud de su prima.

Regina estaba pálida, nunca imaginó que Madeleine pudiera tener alguna enfermedad mortal. Al ver el rostro de Robert no pudo evitar sentir celos y envidia del amor que estos se profesaban. Eso la convertía en la persona más mezquina que existía en el planeta Tierra. Le acababan de decir que su prima tenía una enfermedad mortal, y ella, sintiendo envidia.

—No debes ponerte así, la medicina está muy avanzada. Todo saldrá muy bien.

—Nada va a salir bien, Regina, estoy seguro de que la voy a perder, ella está muy triste, no tiene ganas de luchar, de hecho, ha rechazado el tratamiento, no deja de repetir que es un castigo por lo que te hicimos.

Regina cerró los ojos sintiendo que su mundo se desmoronaba. Definitivamente nada estaba bien.

—No te preocupes, Robert, iré a hablar con ella, tiene que empezar el tratamiento. Yo la convenceré —dijo tratando de apoyar a Robert, jamás lo había visto de esa manera, en su mirada solo pudo ver el miedo que lo embargaba.

—Gracias, Regina —expresó, tratando de contener las lágrimas, pero era imposible no llorar de la tristeza—, estoy desesperado. No quiero perderla. La amo más que a mi vida.

Regina se levantó para abrazarlo,

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