Dímelo con besos

Fragmento

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Prólogo

KAMI

Nadie hubiese imaginado que eso ocurriría. Si me dejasen echar la vista atrás, a lo mejor hubiese podido ver las señales, las pistas que de alguna manera me había ido autoconvenciendo de no saber interpretar. No quería verlo... ¿Por miedo?

No lo sabía, pero sí sé que sentí algo extraño aquella mañana al entrar al instituto. No me preguntéis exactamente qué fue, pero podía olerse algo en el aire... Podéis llamarlo intuición, premonición..., no lo sé, pero cuando ocurrió, mi mente sintió alivio. No un alivio real, claro, pero sí la sensación de haberme quitado un peso de encima, de haber comprendido por fin ese extraño presentimiento que desde hacía semanas recorría mi cuerpo y mis pensamientos, alertándome de que algo iba a ocurrir, de que algo se estaba gestando en esos pasillos abarrotados de adolescentes, en esas clases donde las mentes funcionaban para alcanzar lo que la sociedad nos imponía desde que éramos capaces de hablar: «Estudia, aprueba los exámenes, entra en una buena universidad, pide una beca, estudia, endéudate hasta las cejas, estudia, trabaja, paga los préstamos, trabaja, cómprate una casa, un piso, o vive de alquiler, búscate a alguien que te soporte y que te quiera, ten hijos, ahorra para sus estudios, trabaja...».

Y así hasta el infinito.

Levanté la cabeza del examen final de física, igual que hicieron todos mis compañeros, y un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies.

Inmediatamente después del primer estruendo, vino el segundo y luego un tercero.

Se hizo el silencio durante unos segundos infinitos y acto seguido oímos los gritos.

El profesor Dibet se puso lentamente de pie y yo tuve el impulso de hacer lo mismo. De levantarme y correr, pero ningún músculo de mi cuerpo reaccionó, así como tampoco lo hicieron los de mis compañeros.

—Que alguien llame al 911 —dijo lentamente acercándose a la puerta de la clase.

Nadie se movió.

—¿A qué estáis esperando? —nos apremió, y por fin a mi alrededor los alumnos empezaron a moverse.

Abrí la boca con voz temblorosa.

—Nadie tiene los teléfonos, profesor...

La mirada del profesor Dibet se clavó en la mía y vi el miedo cruzar sus facciones.

Solté un grito cuando se oyó el estruendo del siguiente disparo, esta vez mucho más cerca.

—¡Todos debajo de los pupitres! —ordenó el profesor—. ¡Ahora!

Obedecimos sin decir nada, aunque los llantos no tardaron en llegar a mis oídos.

Miré hacia mi izquierda.

Kate parecía totalmente aterrorizada, su cuerpo temblaba y se abrazaba a sí misma con fuerza.

Me hubiese gustado poder decirle algo, poder acercarme y rodearla con mis brazos, sentir el abrazo de quien fue mi amiga desde la infancia... Aunque ya no nos hablábamos, todo lo que había pasado entre nosotras no tenía importancia en ese momento.

Cuando escuché el susurro que salía de sus labios, no fui capaz de encontrarle una explicación lógica a sus palabras:

—Esto es culpa mía, es culpa mía.

Cerré los ojos con fuerza cuando el siguiente disparo llegó a oídos de todos. Me tapé automáticamente las orejas con las manos y empecé a rezar en silencio.

Thiago.

Taylor.

Oh, Dios mío... Cameron...

Así empezó la pesadilla..., pero mejor comenzar desde el principio.

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PRIMERA PARTE

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1

KAMI

Nadie tenía ni la menor idea de dónde estaba Julian. Había pasado ya una semana desde que Thiago había viajado a Nueva York para descubrir que el acosador del instituto, el que había estado manipulándonos a todos y alejando y poniendo a la gente en mi contra, había sido Julian Murphy, alias Jules. El mismo que la noche que viajamos a Falls Church me había invitado a ver una película en su habitación para drogarme y grabar un vídeo mío desnuda y subirlo a las redes para que todos lo vieran. El mismo que había estado metiendo mierda entre una de mis mejores amigas y yo. El mismo que había subido fotos privadas a mi propio Instagram después de chantajear a mi hermano pequeño para que entrara en mi habitación a robarme... El mismo que se había hecho pasar por gay para llegar hasta mí. El mismo que había jurado ser mi amigo.

Dejé de apretar el lápiz contra el folio y pasé el dedo por encima del agujero que acababa de hacerle a mi dibujo debido a la fuerza con la que, sin darme cuenta, había estado presionando el papel.

No eran nada del otro mundo, garabatos sin sentido, pero, si los mirabas con perspectiva, te podían llegar a poner los pelos de punta. Nada que no fuese lúgubre salía últimamente de aquellos lápices, algo que ya era de esperar.

¿Podía ir a peor ese maldito curso?

No lo creía..., no podía tener tan mala suerte.

Lo que había estado pasando en el instituto me tenía tan distraída que las últimas semanas ni siquiera había pensado en el divorcio de mis padres. Mi madre estaba irreconocible, inestable por todo lo sucedido, por enterarse de que a sus dos hijos les hacían bullying en el colegio; harta de que su propia madre, mi abuela, le dijese que no tenía ni la menor idea de cómo criarnos; cansada y preocupada al ver que la paga que mi padre nos enviaba no le bastaba para mantener su alto nivel de vida, al que poco a poco iba a tener que ir desacostumbrándose.

Al menos ahora parecía un poco más humana, no tan Barbie y no tan estúpida y llena de superficialidades. Ya no tenía tiempo para eso, no desde que era ella la que ahora debía llevar la casa, llevarnos y recogernos del colegio, hacernos de comer, encargarse de mi hermano pequeño...

El día anterior me acompañó a la comisaría a poner una denuncia oficial contra Julian por acoso, abuso sexual y difamación por medio de un vídeo privado. No lo había tenido claro, no sabía si me veía capaz de enfrentarme a algo así, de ir a juicio contra alguien a quien hasta hacía poco había considerado mi amigo. No quería volver a verle la cara, no podía, pero mi madre y mi abuela habían insistido, habían insistido muchísimo; aun así, los que finalmente me convencieron de hacerlo fueron los hermanos Di Bianco.

¿Qué tenían aquellos dos chicos para entrar en mi cabeza y arrasar con todo? ¿Qué tenían para que su opinión, su concepto de mí, fuera tan importante como para borrarme el miedo y conseguir en una simple conversación que hiciera lo que ellos y mi familia querían que hiciese?

No me había olvidado de ese último momento que había compartido con Thiago en su coche el día que se descubrió la verdad y Julian se llevó la paliza del siglo. No podía quitarme de la cabeza sus ojos verdes mirándome profundamente y queriendo llegar a mi subconsciente para dejar allí el mensaje que lo cambiaba todo.

Me quería.

Thiago me quería, y yo ni siquiera sabía cómo había pasado.

No habíamos vuelto a quedarnos a solas desde entonces. Taylor no se apartaba de mí ni un momento y Thiago estaba más distante que nunca. Solo se me había acercado para convencerme de que denunciara a Julian. Nos había estado escuchando desde su habitación, supongo, porque irrumpió en el cuarto de Taylor y con voz tajante me advirtió de que, si no lo denunciaba, lo único que estaba haciendo era poner en peligro a cientos de chicas que, como yo, podían llegar a cruzarse en el camino de ese mentiroso compulsivo y manipulador.

Solo me bastó un cruce de miradas para saber que tenía razón, joder, que tenía toda la razón del mundo. Así que fui a la comisaría y lo denuncié.

Lo que ocurrió después aún me atormenta por las noches.

Fueron en su busca, iban a arrestarlo, pero cuando llegaron a su casa vieron que no estaba. Sus padres no tenían idea de su paradero y, cuando los policías les preguntaron cuándo había sido la última vez que lo habían visto, afirmaron que había sido aquella misma mañana y que les dijo que se iba a estudiar a la biblioteca.

Desde eso ya había pasado una semana.

Julian estaba en paradero desconocido, se había esfumado sin importarle dejar a plena vista de todos, o de cualquiera que entrase en su habitación, los cientos de fotos que había estado haciendo de todos los alumnos. Tenía contenido audiovisual y fotográfico de todos los miembros del equipo de baloncesto y de todas las animadoras..., pero de la que más había era de mí.

Centenares de fotos y de vídeos, fotos mías privadas, fotos incluso de niña, que a saber de dónde las habría sacado. ¿Tanto tiempo había estado espiándome, siguiéndome...?

Julian era un psicópata. Un psicópata obsesionado conmigo.

Había intentado acercarme a Kate, él era su hermano, debía de saber algo, pero mi ex mejor amiga se había negado a querer hablar conmigo. Ellie me había contado que había dejado el equipo de las animadoras y que desde lo que había pasado con Julian apenas le habían visto el pelo.

Yo me fijé en ella los últimos días antes de aquel fin de semana. No estaba bien y supuse que haber descubierto que su hermano era un maldito acosador no debió de ser nada fácil para ella. No es que Julian y Kate se llevasen estupendamente bien, de hecho, apenas se tragaban, pero a fin de cuentas, era su hermano.

Taylor había conseguido escaparse del castigo infligido a todos los alumnos que le dieron una paliza a Julian siete días atrás porque consiguió escabullirse entre la multitud, pero muchos otros habían sido expulsados del colegio durante un mes, Dani incluido. Hubiese dado lo que fuera para que Taylor hubiese sido expulsado con el resto de los alumnos. Todos los actos tienen su consecuencia.

Pero no fue así.

Cerré mi bloc de dibujo y lo guardé en el cajón de mi escritorio. Como siempre, mis ojos se clavaron en la casa de enfrente, en esa ventana donde normalmente dormía el causante de mis mejores sueños, pero también de mis peores pesadillas.

No había vuelto a estar sola con Thiago desde aquel día en su coche, cuando me confesó que me quería, y desde ese día todas las células de mi cuerpo ansiaban volver a compartir un momento a su lado. ¿Habéis sentido alguna vez esa sensación de dolor, esa sensación de necesitar el contacto físico con alguien? ¿Como si vuestro cuerpo necesitara de ese calor en especial para poder avanzar y recuperar su vitalidad? Así me sentía yo.

Cuando iba a ver a Taylor y cruzábamos el salón para llegar a la escalera que nos conduciría a la planta de arriba, Thiago estaba allí, tumbado en el sofá mirando la tele, o dormido boca abajo y con la cara apoyada en el antebrazo... Cuando a veces pasaba por el rellano y miraba hacia la derecha, a su habitación, ahí estaba él leyendo un libro, o sentado frente a su ordenador, o, Dios no lo quisiera, haciendo flexiones sin camiseta y con la música a todo volumen.

Me moría.

Me moría todas y cada una de las veces que pasaba a su lado y no podía comérmelo a besos.

Intercambiábamos miradas, eso no os lo voy a negar. Nuestros ojos se buscaban como un sediento puede buscar agua en el desierto, nos faltaba un chute del otro para poder seguir, y eso me daba miedo, mucho miedo.

Taylor estaba muy pendiente de mí, era muy atento, me tenía sobreprotegida y temía que Julian apareciese para hacerme daño. La relación entre él y su hermano se había vuelto más fría de lo normal, apenas intercambiaban más de una frase en mi presencia, y Taylor parecía querer evitar cualquier momento en compañía de Thiago, especialmente si estaba yo con ellos.

Eso complicaba aún más las cosas, porque apenas podía verlo. Apenas podía calmar mi angustia por saber cómo estaba, de querer que mi corazón se viera anestesiado, aunque fuese por un rato, de lo mucho que lo echaba de menos.

Pero al menos nos quedaba la ventana.

Él, al contrario que antes, dejaba las cortinas completamente abiertas para que pudiera verlo cuando yo quisiera. Y yo, como respuesta a su gesto, hacía lo mismo. Nuestras ventanas eran de esas grandes, de las que llegaban hasta al suelo y por las que entraba muchísima luz. ¿Creéis normal que cambiara mi cama de lugar para que, cuando me fuese a dormir, mis ojos pudiesen ver a través de los cristales a Thiago haciendo lo mismo?

Estaba perdiendo la cabeza, lo sé, pero lo necesitaba. Así de simple.

El lunes se presentó lluvioso y con fuertes ventiscas. Cuando me levanté a las siete y media y miré hacia fuera, sentí un escalofrío de esos que te animan a quedarte metida en la cama. Es difícil dejar las sábanas calentitas y el refugio de la habitación sabiendo que te espera una larga jornada de estudios, presentación de trabajos..., y todo ello aderezado con la humedad de un día lluvioso, pero no quedaba otra.

Había que intentar volver a la normalidad.

Mis «amigas» —las pongo entre comillas porque aún dudaba de la autenticidad de su amistad— habían vuelto a dirigirme la palabra. En el fondo tenía el presentimiento de que lo hacían porque, por culpa de Julian, yo me había vuelto a convertir en la comidilla del instituto y ellas, al igual que el resto, deseaban enterarse de primera mano de todo lo que él me había hecho.

Era cierto que la realidad había llegado a distorsionarse hasta el extremo de que muchos afirmaban que habían visto a Julian escondido en el bosque que había detrás del jardín trasero de mi casa, o caminando por el pueblo a altas horas de la noche con un rifle en la mano. Incluso había algunos idiotas que aseguraban que Julian había conseguido disfrazarse y seguía acudiendo al instituto de incógnito.

Lo dicho: ridiculeces.

Sin embargo, la gente estaba nerviosa, ansiosa, temí que fuese capaz de desvelar secretos de otros estudiantes, que fuese capaz de arruinar reputaciones, vidas... o desvelar secretos inconfesables.

Julian se había convertido en la pesadilla del instituto de Carsville, y lo más curioso de todo fue que, a pesar de que todos lo temían, también parecían admirarlo. Era una admiración innata que crecía desde el interior de todos al ver que solo un estudiante había sido capaz de crear tanto revuelo, que había sido capaz de hackear teléfonos y ordenadores... Mi mejor amiga, Ellie, era una de esas personas.

Esa mañana me había propuesto acercarme a su casa, irme con ella al instituto y así poder hablar y que me contara de una vez qué le había pasado con Julian, qué había sido lo que había provocado que hasta ella se alejara de mí, que incluso se enrollara con mi ex, un capullo integral.

Ellie estaba cagada, como todos los que nos habíamos visto atrapados en las telarañas de Julian, y no quería hablar del tema, pero de esa mañana no pasaba que me contara la verdad.

Le envié un mensaje de texto a Taylor diciéndole que no me recogiera, me puse mi abrigo más calentito, mi gorro rojo y mis guantes y salí temprano de casa, cuando mi madre y mi hermano aún seguían durmiendo. Mi abuela se había marchado hacía un par de días, aunque había prometido pasarse cada poco tiempo para asegurarse de que nadie volvía a meterse con su familia.

Fuera hacía un frío glaciar. La noche anterior había nevado y, aunque las carreteras estaban limpias gracias a que las máquinas quitanieves habían empezado su ardua tarea bien temprano esa mañana, las casas y los árboles estaban rodeados de una gran montaña blanca de al menos un metro de altura. Me di cuenta de que, a diferencia de las carreteras, las aceras estaban también hasta arriba de nieve, por lo que tuve que emprender la marcha por donde iban los coches. Aún no había ni amanecido, pero no me importó. Necesitaba ese momento para mí. A veces estar sola hace tan bien a la mente... Desde que había pasado lo de Julian, nadie me dejaba sola, nadie me quitaba los ojos de encima, me miraban como si fuese una bomba a punto de estallar, y deseaba con todas mis fuerzas sentir que todo volvía a ser como antes.

Observé el paisaje a mi alrededor y admiré el precioso lugar que me había visto crecer. Al contrario que muchos, que pensaban que Carsville era un pueblo soso y aburrido, a mí me había encantado crecer rodeada de naturaleza. Adoraba las Navidades con muñecos de nieve en el bosque; las tardes al sol bañándonos en el lago del pueblo, un lago que, a medida que nos habíamos ido haciendo mayores, se había convertido en un lugar donde beber sin que los adultos nos pudieran encontrar con facilidad; las noches acampando en el jardín para ver las estrellas que la poca contaminación lumínica de la zona nos dejaba ver...

Carsville..., el pueblo donde no pasaba nada y el mismo que el mundo entero conocería dentro de muy poco.

Llegué a casa de Ellie con tiempo de poder charlar antes de que tuviésemos que entrar al instituto. Llamé al timbre sabiendo que seguramente estaría ya desayunando. Me abrió su padre, un hombre muy alto con el pelo rizado y muy oscuro. El señor Webber era un tipo que intimidaba por su corpulencia, pero que, en el fondo, era un cacho de pan.

—¡Hola, Kami! ¿Cómo estás, pequeña? —me preguntó abriéndome la puerta e invitándome a entrar—. ¡Entra, entra, que hace un frío que pela! ¿Has venido andando?

—¡Buenos días, señor Webber! Hoy me apetecía dar un paseo —dije con una pequeña sonrisa—. ¿Está Ellie?

—Está desayunando en la cocina —respondió cogiendo mi abrigo, mi gorro, mi bufanda y mis guantes y colocándolo todo sobre el perchero que tenían en la entrada. Dentro de la casa hacía un calor casi asfixiante de lo alta que tenían la calefacción. A los pocos minutos de estar en ella, me entraron ganas de arrancarme toda la ropa, pero me contuve y seguí al señor Webber hasta la cocina.

La casa de Ellie no era muy grande, lo justo para que vivieran sus padres, dos gatos y ella. Ellie siempre me decía lo mucho que envidiaba mi gran habitación, mi salón con televisión de plasma y mis impresionantes escaleras; siempre quería que nos reuniéramos en mi casa, y yo, que deseaba alejarme de aquellas imponente paredes, siempre buscaba una excusa para que finalmente nos quedásemos en su casa, donde la señora Webber nos preparaba el mejor pastel de manzana de la historia. Su casa era mucho más hogareña que la mía, olía siempre a café recién hecho y a bollos calentitos...

Es increíble cómo siempre deseamos lo que no tenemos.

Cuando entré en la cocina, una cocina asimismo pequeña, con una mesa redonda blanca en una esquina y el mobiliario de madera clara con limoncitos estampados, Ellie levantó la vista de su cuenco de cereales y me miró sorprendida.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al mismo tiempo que su madre levantaba la mirada del periódico y me sonreía automáticamente.

—¡Hola, preciosa! Hacía mucho que no te veíamos. ¿Quieres café? ¿Té? ¿Chocolate caliente? No lo tengo hecho, pero puedo prepararlo en diez minutos... —me ofreció poniéndose automáticamente de pie, dejando el periódico sobre la mesa y acercándose a los fogones, lista para empezar a preparar lo que fuera que me pusiese contenta: así era la señora Webber.

—Un café estaría muy bien, señora Webber —dije sonriendo sabiendo que, si no le decía que quería algo, la lista de opciones que empezaría a ofrecerme sería infinita hasta que algo me gustase.

Me senté junto a Ellie y le sonreí con timidez.

—¿Te apetece ir andando al instituto? —le pregunté esperando que me dijera que sí.

Ellie dudó...

—¿No crees que es mala idea..., teniendo en cuenta que...? —dejó la frase en el aire.

Los padres de Ellie no se habían enterado de casi nada de lo que había ocurrido en el instituto. Al no haberse visto ella involucrada, desde dirección no se habían puesto en contacto con ellos, algo que sí habían hecho con los míos y con la madre de Taylor y Thiago, de manera que Ellie había preferido ahorrarles a sus padres el disgusto de saber que había un loco por ahí suelto que se había dedicado a chantajear a casi todos los alumnos.

—De aquí al instituto solo hay veinte minutos... —insistí mirándola significativamente.

Ellie aceptó en silencio, aunque creí ver en sus ojos cierto nerviosismo. No era tampoco de extrañar, todos estábamos bastante asustados y enfadados por todo lo que Julian había provocado.

Mientras desayunábamos con los padres de Ellie, no pude evitar decirme a mí misma que Julian era inofensivo. Lo odiaba por lo que me había hecho, por todas las mentiras y manipulaciones, pero no podía creer que fuese capaz de nada más. Era un cobarde porque todos los ataques, chantajes y daños que nos había provocado a todos los había realizado desde la distancia u ocultando su autoría.

Julian sería incapaz de abordarnos en la calle para hacernos daño.

O eso quise creer entonces.

Después de desayunar, nos pusimos nuestros abrigos, nuestros guantes y bufandas, y salimos a la calle. Al padre de Ellie, que era quien solía llevarla en coche al instituto, no le hizo mucha gracia que nos fuésemos andando con el frío que hacía, pero conseguimos convencerlo.

Ya cuando por fin nos encontramos solas, caminando junto a la carretera por el carril bici, fui consciente de que las vibraciones que captaba de mi mejor amiga no eran erróneas. Algo le pasaba. Y algo le pasaba conmigo.

—Oye, Ellie... —empecé a decir después de unos minutos sumergidas en un silencio algo incómodo, solo interrumpido por el trinar de los pájaros y de algún que otro coche—. ¿Te pasa algo conmigo? —pregunté yendo directamente al grano.

No quería sentirme así con mi mejor amiga, ahora la necesitaba más que nunca...

Ellie se quedó callada unos minutos.

—Siento mucho lo que pasó con Julian, Kami —afirmó mirando hacia el suelo, aún sin ser capaz de mirarme a los ojos.

—¿A qué te refieres con lo de Julian?

—Sabes que también me obligó a hacer cosas que yo nunca hubiese hecho...

Se lio con Dani en la fiesta de Halloween... ¡Como para haberme olvidado de eso! La imagen de ellos dos juntos todavía me provocaba pesadillas, pero no porque estuviese celosa ni nada, sino porque que mi mejor amiga, alguien a quien quería y respetaba, fuese detrás del mismo energúmeno que me hizo la vida imposible durante dos años me cabreaba y me ponía triste a partes iguales.

Dani no se merecía a alguien como Ellie.

Ellie se merecía lo mejor de lo mejor. Se merecía un chico bueno, divertido, que la hiciese reír, que la picara, que consiguiese empujarla a hacer cosas que sola y por su cuenta nunca haría... Se merecería al mejor chico del mundo, y eso mismo le dije sin titubear. Ellie miró hacia la copa de los árboles.

—¿Y si el chico perfecto para mí estuviese fuera de mi alcance? —me preguntó entonces, y sus ojos bajaron hasta posarse sobre los míos.

—Ningún tío decente y con cabeza te rechazaría, Ellie —respondí yo sin dudarlo ni un instante.

Mi amiga era un partidazo: inteligente, guapa, divertida, dulce...

Ellie volvió a desviar la mirada de mí, y entonces tuve que preguntarle.

—¿Quién te gusta? —le dije sonriendo—. ¿Lo conozco? ¿Va a nuestra clase?

Hice un repaso mental de las caras de nuestros compañeros y no creí ver a nadie que pudiese acercarse ni un poquito a merecerse a mi mejor amiga, pero si a ella le gustaba alguno, no iba a ser yo quien le quitara la ilusión.

—Sí... va a algunas —respondió y la noté ponerse más y más nerviosa. ¡Joder! ¿Quién le gustaba?

—Venga ya, Ellie, dímelo —insistí cuando vi que ya estábamos casi llegando al instituto.

Ellie volvió a dudar, pero finalmente tomó aire y pareció decidirse.

—No quiero que me odies por esto ni nada..., de verdad que yo no quería, los sentimientos aparecieron sin ni siquiera yo darme cuenta... —empezó a decir y entonces escuchamos un bocinazo que nos hizo pegar un salto a las dos.

—¡Dios! —no pude evitar soltar al mismo tiempo que me giraba para ver el coche de los hermanos entrando en el instituto.

Ambas, Ellie y yo, lo seguimos con la mirada hasta que se detuvo en una plaza de aparcamiento que quedaba muy cerca de nosotras, pero muy lejos de la entrada del instituto.

Mi estómago empezó a burbujear nervioso cuando Thiago bajó del asiento del conductor dando un portazo y se volvió en mi dirección. Por el rabillo del ojo vi a Taylor hacer exactamente lo mismo.

—¿Qué has hecho ahora? —me preguntó mi amiga, pero no me dio tiempo a contestar, ya que la imagen de los dos tíos más guapos y fuertes del instituto viniendo hacia mí con cara de cabreo me tenía totalmente paralizada.

—¡¿Me puedes explicar qué coño haces viniendo al instituto andando tú sola?! —me gritó uno de ellos y, al contrario de lo que podáis creer, no fue Taylor, mi novio, sino su hermano.

Me quedé un poco en shock, porque normalmente Thiago era el que mejor controlaba su temperamento en público. Mis ojos se desviaron a Taylor, que también me miraba furioso, aunque la furia parecía también ir dirigida a su hermano mayor.

Thiago tenía que empezar a controlarse delante de Taylor, pues a veces daba la sensación de que se olvidaba de que yo era la novia de su hermano, no de él.

—¿Qué quieres que te explique? ¿Que me apetecía venir dando un paseo con mi mejor amiga?

—¡Tu mejor amiga que haga lo que quiera, tú no puedes hacerlo! —volvió a gritarme deteniéndose frente a mí.

Joder..., tan alto, tan grande, tan jodidamente irresistible...

Miré a Taylor para intentar concentrarme en el que de verdad se merecía mi atención.

—Taylor, dile a tu hermano que deje de gritarme —le exigí enfadada y molesta por el espectáculo que estaba dando delante de todo el instituto.

Di gracias por que estuviésemos lejos de la puerta y por que solo fuesen los pasajeros de los coches que iban entrando los que nos miraran con curiosidad.

—No pienso decirle nada porque, por mucho coraje que me dé, tiene razón. ¿Acaso eres tonta y no te acuerdas de que estás en el punto de mira de un loco? —me preguntó cabreadísimo.

Me sorprendió tanto que se dirigiera a mí de esa forma que dudé un segundo en contestar.

—No la insultes —le soltó Ellie, metiéndose en la pelea, muy indignada también con toda la situación.

Taylor pareció reparar en su presencia por primera vez.

—Mira, ricitos, piérdete —le dijo de malas maneras—. Quiero hablar con mi novia a solas —agregó ahora mirándome solo a mí y mandándole un claro mensaje a Thiago también.

Este miró a su hermano, que me miraba a mí, y luego sus ojos volaron a los míos.

Pude leerle la mente tan claramente que me sorprendió: dolor, enfado, rabia, impotencia...; todo junto mezclado en una situación donde él y su mente me reclamaban como suya, pero donde la realidad se alejaba mucho de ser esa. Una parte de mí quiso enfrentarse a él antes que a Taylor, aunque fuese para pelearme, pero mi corazón estaba dividido, pues esa parte de mí no era lógica ni razonable cuando lo tenía cerca.

—Kami, si quieres venirte conmigo y dejar a estos idiotas aquí, hazlo. No tienes por qué dar explicaciones simplemente por haber venido andando al instituto.

Taylor se volvió hacia ella.

—¿Qué parte de la palabra «piérdete» no has entendido?

Miré a Taylor, que en ese momento no controlaba su genio, y luego me fijé en mi amiga. Vi dolor en sus ojos cuando él se dirigió a ella de esa manera y, lo que es peor, vi que intentaba ocultarlo con todas sus fuerzas.

Mi mente se quedó congelada unos instantes hasta que por fin pareció ser capaz de encajar todas las piezas.

A Ellie le gustaba Taylor.

Eso era lo que pasaba, lo que me ocultaba... y con lo que la había chantajeado Julian.

—¿Y qué parte de «me importa un comino lo que tú me digas» no comprendes tú?

Él fue a contestarle, pero decidí intervenir:

—Taylor, para —lo corté y miré también a Thiago, que parecía tener ganas de ahorcarme y sacarme de allí a rastras para poder gritarme en privado y ahorrarse así cualquier tipo de escena—. Ha sido mi decisión venir andando, no pienso vivir atemorizada por lo que sea que un niño de instituto quiera llegar a hacerme. Si Julian hubiese querido hacerme daño, lo podría haber conseguido en mil ocasiones, pero ¡no lo hizo! Vosotros lo veis como una peligrosa amenaza, pero para mí es un chico patético que necesitó engañarme y engañarse a sí mismo para conseguir amigos. Es un indeseable, un mentiroso y un patético gilipollas que se quedará solo el resto de su vida. Y ahora, si no os importa, me gustaría ir a clase acompañada de mi mejor amiga.

Dicho lo cual, cogí a Ellie del brazo y eché a andar.

No había dado ni dos pasos cuando Taylor ya me había cogido del brazo por detrás.

—Tenemos que hablar —me exigió apretando los labios y sujetándome del brazo con fuerza.

Thiago fue a detener a su hermano, pero decidí interrumpirlo antes de que la situación empeorase hasta llegar a un punto donde se convirtiese en algo insostenible. Lo último que quería era enfrentar a los hermanos otra vez.

—Hablaremos en clase de biología, Taylor —dije, y fui tan tajante que creí ver en sus ojos que había entendido que se estaba pasando tres pueblos.

Me soltó y, aunque el ambiente no se relajó ni un ápice, al menos me dejaron tranquila... por un rato.

La siguiente clase fue un martirio: matemáticas, y encima sin poder hablar con Ellie de lo que estaba segura que acababa de averiguar. El profesor Gómez no tenía paciencia con los alumnos y no toleraba que nadie hablara durante su clase. En una ocasión pilló a dos estudiantes mandándose notitas y los castigó haciendo un examen cada semana durante un mes. Las notas contaron como media de la evaluación... ¡Una locura! Pero lo hizo.

Ellie, además, no parecía querer entablar ningún tipo de conversación conmigo, miraba hacia delante y apuntaba lo que el profesor decía sin ni siquiera dirigirme una mísera mirada. Después del enfrentamiento con los hermanos, apenas habíamos intercambiado más de dos frases, y eso que yo insistí en retomar la conversación de aquella mañana.

—Llegamos tarde a clase, Kami, no es momento de hablar de mis tonterías.

Pero ¡sus tonterías me importaban! Me había dado cuenta de que había estado tan inmersa en mis problemas, en el divorcio de mis padres, en el acosador, en mi amistad con Julian, en mi noviazgo con Taylor y en mi maldita aventura con Thiago que apenas le había prestado atención a mi mejor amiga, ¡y eso no podía ser!

Me prometí a mí misma volver a ser la de antes, al menos en cuanto a amistad se refería. No podía dejar de lado a quienes habían estado conmigo durante años, y fue justo ese pensamiento lo que me llevó a pensar en Kate.

¿Sabía Kate lo que había estado haciendo su hermano?

¿Había sido consciente de que él había estado manipulándonos a todos? ¿Había colaborado ella para que él conociera los secretos de los demás alumnos?

No era la única en el instituto que había estado especulando de ese modo, muchos creían que Kate había estado ayudando a su hermano, y muchos le habían dado la espalda. Ahora era a ella a quien miraban mal, parecían haberla cogido como chivo expiatorio al no estar Julian para dar la cara, y debido a eso yo había vuelto a ganar el lugar que ocupaba antes. Ellie había bromeado diciendo que la reina usurpadora había caído y que ahora yo volvía a reinar desde mi trono. Odiaba que se dirigiera a mí de esa forma tan superficial y ridícula, pero era su manera de ponerle humor a todo lo que estaba pasando.

Yo no quería volver al lugar de antes, no quería el trono de reina de las animadoras, no quería atención, no querí

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