2010: Odisea dos (Odisea espacial 2)

Arthur C. Clarke

Fragmento

Índice

Índice

2010: Odisea dos

Prólogo

Nota del autor

I. Leonov

1. Reunión en el foco

2. La casa de los delfines

3. Sal 9000

4. Perfil de la misión

5. Leonov

II. Tsien

6. Despertar

7. Tsien

8. Tránsito de Júpiter

9. El hielo del Gran Canal

10. Un grito desde Europa

11. Hielo y vacío

III. Descubrimiento

12. Cuesta abajo

13. Los mundos de Galileo

14. Doble encuentro

15. Huida del gigante

16. Línea privada

17. Grupo de abordaje

18. Rescate

19. Operación molino de viento

20. Guillotina

21. Resurrección

IV. Lagrange

22. El gran hermano

23. Cita orbital

24. Reconocimiento

25. Panorama desde LAgrange

26. Período de prueba

27. Interludio: Confesiones íntimas

28. Frustración

29. Emergencia

V. Hijo de las estrellas

30. Regreso a casa

31. Disneyville

32. La fuente de cristal

33. Betty

34. Despedida

35. Rehabilitación

36. Fuego en las profundidades

37. Separación

38. Paisaje de espuma

39. en la cala de las cápsulas

40. «Daisy, Daisy...»

41. Turno de medianoche

VI. Devorador de mundos

42. El fantasma en la máquina

43. Experimento intelectual

44. Truco de escamoteo

45. Maniobra de escape

46. Cuenta atrás

47. Inspección final

48. Sobre el lado nocturno

49. Devorador de mundos

VII. Lucifer naciente

50. Adiós a Júpiter

51. El gran juego

52. Ignición

53. Un regalo de mundos

54. Entre soles

55. Lucifer naciente

Epílogo 20.001

Agradecimientos

POsfacio De 1996

Notas

Biografía

Créditos

Dedicado, con respetuosa admiración,

a dos grandes rusos, ambos descritos aquí:

el general Alexei Leonov, cosmonauta, héroe de

la Unión Soviética, artista, y

el académico Andrei Sajarov, científico,

premio Nobel, humanista

PRÓLOGO

PRÓLOGO

CUARENTA AÑOS Y CONTANDO...

2010: El panorama desde 1996

De nuevo ha llegado la hora de echar un vistazo a una empresa iniciada hace más de treinta años, antes de que toda una serie de descubrimientos científicos y revoluciones tecnológicas cambiaran nuestro mundo hasta situarlo casi más allá de todo reconocimiento. Cuando empecé a escribir 2001, una odisea espacial (en una máquina de escribir: ¿han visto ustedes alguna últimamente?), el «pequeño paso» de Neil Armstrong se hallaba aún a cinco años en el futuro, y las lunas de Júpiter eran meros puntos de luz carentes de dimensión, con sus paisajes tan desconocidos como lo era América para los cartógrafos precolombinos. Sin embargo ahora, mientras escribo estas palabras, la sonda espacial Galileo nos está mostrando detalles de su superficie de solo unos pocos metros de diámetro. Más sorprendente aún, en cualquier momento puedo verlos desde mi propio despacho con solo apretar unas pocas teclas. (Cuando, como ocurre con frecuencia, aprieto alguna tecla equivocada, oigo una voz familiar que me dice: «Lo siento, Dave, no puedo hacer eso».)

Así que no puede evitarse el hecho de que algunos elementos de una Trilogía Espacial concebida en 1964, 1982 e incluso 1987 posean ahora un peculiar encanto a lo Jane Austen. Sin embargo, no puede ni debe hacerse intento alguno por eliminarlos, del mismo modo que uno nunca debería intentar «actualizar» Los primeros hombres en la Luna de H. G. Wells.

Lo que he hecho, pues, ha sido dejar el texto existente, incluidas la varias Notas y Reconocimientos del Autor, completamente inalterado, pero he añadido un Posfacio de 1996 comentando los cambios realmente asombrosos que han tenido lugar en tecnología —y política— desde que Stanley Kubrick y yo almorzamos juntos en el Trader Vick’s el 22 de abril de 1964.

Y esto, espero, zanjará el asunto, al menos hasta 2010..., bueno, 2001...

NOTA DEL AUTOR

NOTA DEL AUTOR

La novela 2001, una odisea espacial fue escrita durante los años 1964-1968, y fue publicada en julio de 1968, poco después del estreno del filme. Como he descrito en Los mundos perdidos de 2001, ambos proyectos siguieron su curso simultáneamente, con realimentación en las dos direcciones. De modo que a menudo tuve la extraña experiencia de revisar el manuscrito después de haber visionado primeras copias de escenas basadas en una versión anterior de la historia... una forma estimulante, pero más bien ardua, de escribir una novela.

Como resultado de ello, existe un paralelismo mucho más próximo entre libro y filme del que se produce normalmente, pero hay también diferencias importantes. En la novela el destino de la espacionave Descubrimiento era Iapetus (o Japeto), la más enigmática de las varias lunas de Saturno. El sistema saturnal era alcanzado vía Júpiter: la Descubrimiento realizaba una aproximación al planeta gigante utilizando su enorme campo gravitatorio para producir un efecto de «honda» y acelerar a lo largo de la segunda etapa de su viaje. Exactamente la misma maniobra fue utilizada por las sondas espaciales Voyager en 1979, cuando efectuaron el primer reconocimiento detallado de los gigantes exteriores.

En el filme, sin embargo, Stanley Kubrick evitó juiciosamente confusiones situando la tercera confrontación entre Hombre y Monolito entre las lunas de Júpiter. Saturno fue eliminado completamente del guión, aunque Douglas Trumbull utilizó más tarde la experiencia que había adquirido para filmar el planeta anillado en su propia producción, Silent Running.*

Nadie podría haber imaginado, a mediados de los años sesenta, que la exploración de las lunas de Júpiter se produciría no en el próximo siglo, sino tan solo a quince años en el futuro. Ni nadie había soñado en las maravillas que iban a encontrar allí..., aunque podemos estar completamente seguros de que los descubrimientos de los gemelos Voyager se verán superadas algún día por hallazgos aún más inesperados. Cuando fue escrita 2001, Ío, Europa, Ganimedes y Calixto eran simples puntos de luz incluso en los más potentes telescopios; ahora son mundos, cada uno de ellos único, y uno de ellos —Ío— es el cuerpo volcánicamente más activo de todo el Sistema Solar.

Sin embargo, tomando en consideración todas las cosas, tanto filme como libro siguen siendo completamente válidos a la luz de esos descubrimientos, y resulta fascinante comparar las secuencias de Júpiter en el filme con las películas reales tomadas por las cámaras del Voyager. Pero, naturalmente, cualquier cosa escrita hoy en día tiene que incorporar los resultados de las exploraciones de 1979: las lunas de Júpiter ya no son territorio no cartografiado.

Y hay otro factor psicológico, más sutil, que debe ser tomado también en consideración. 2001 fue escrita en una época que hoy se encuentra al otro lado de una de las Grandes Divisorias de la historia humana; nos hemos visto separados para siempre de ella por el momento en el que Neil Armstrong puso el pie en la Luna. El 20 de julio de 1969 se hallaba aún a media década en el futuro cuando Stanley Kubrick y yo empezamos a pensar acerca de la «proverbial buena película de ciencia ficción» (la frase es suya). Ahora historia y ficción se han entrelazado inextricablemente.

Los astronautas del Apolo habían visto ya el filme cuando partieron hacia la Luna. Los tripulantes del Apolo 8, que en las Navidades de 1968 se convirtieron en los primeros hombres en posar sus ojos sobre la Cara Oculta de la Luna, me dijeron que se habían sentido tentados de radiar el descubrimiento de un gran monolito negro: afortunadamente, prevaleció la discreción.

Y hubo también posteriores, casi misteriosos, casos de la naturaleza imitando al arte. El más extraño de todos fue la saga del Apolo 13 en 1970.

Como un buen inicio, el Módulo de Mando, que aloja a la tripulación, había sido bautizado Odyssey, Odisea. Justo antes de la explosión del tanque de oxígeno que hizo que la misión se frustrara, la tripulación había estado escuchando el tema de Zaratustra de Richard Strauss, hoy universalmente identificado con el filme. Inmediatamente después de la pérdida de energía, Jack Swigert radió al Control de Misión: «Houston, hemos tenido un problema». Las palabras que utilizó Hal con el astronauta Frank Poole en una ocasión similar fueron: «Siento interrumpir la fiesta, pero tenemos un problema».

Cuando más tarde fue publicado el informe de la misión del Apolo 13, el Administrador de la NASA, Tom Paine, me envió una copia, y anotó bajo las palabras de Swigert: «Exactamente como tú dijiste siempre que sería, Arthur». Sigo notando una sensación muy extraña cuando contemplo toda esa serie de acontecimientos..., de hecho, casi como si compartiera una cierta responsabilidad.

Otra resonancia es menos seria, pero igual de impresionante. Una de las secuencias técnicamente más brillantes de la película era aquella en la cual se mostraba a Frank Poole recorriendo el girante círculo de la enorme centrífuga, mantenido en su lugar por la «gravedad artificial» producida por su rotación.

Casi una década más tarde, los tripulantes del soberbiamente exitoso Skylab se dieron cuenta de que sus diseñadores habían dispuesto para ellos una geometría similar: un anillo de cabinas de almacenamiento que formaban una lisa banda circular en torno al interior de la estación espacial. El Skylab, sin embargo, no giraba, aunque esto no desanimó a sus ingeniosos ocupantes. Descubrieron que podían correr en torno a esa banda, exactamente como un ratón en una jaula para ardillas, para producir un resultado visualmente indistinguible del mostrado en 2001. Y televisaron todo el ejercicio a la Tierra (¿necesito citar la música que lo acompañaba?) con el comentario: «Stanley Kubrick debería ver esto». Y a su debido tiempo lo hizo, porque yo le envié una copia de la cinta. (Nunca la recibí de vuelta; Stanley Kubrick utiliza un Agujero Negro domesticado como sistema de archivo.)

Otra correlación entre filme y realidad es el cuadro del comandante del Apolo-Soyuz, el cosmonauta Alexei Leonov, Más allá de la Luna. Lo vi por primera vez en 1968, cuando 2001 fue presentada en la Conferencia para la Utilización Pacífica del Espacio Exterior de las Naciones Unidas. Inmediatamente después de su proyección, Alexei me señaló que su idea (en la página 32 del libro de Leonov-Sokolov Las estrellas nos están aguardando, Moscú, 1967) muestra exactamente la misma alineación que la apertura del filme: la Tierra alzándose más allá de la Luna, y el Sol alzándose más allá de ambas. El boceto autografiado del cuadro cuelga ahora en la pared de mi despacho; para mayores detalles vean el capítulo 12.

Quizá este sea el lugar más adecuado para identificar otro nombre menos conocido que aparece también en estas páginas, el de Hsue-shen Tsien. En 1936, con el gran Theodore von Karman y Frank J. Malina, el doctor Tsien fundó el Laboratorio Aeronáutico Guggenheim del Instituto de Tecnología de California (el GALCIT), el antepasado directo del afamado Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena. Fue también el primer Profesor Goddard en el Caltech, y contribuyó grandemente a la investigación norteamericana sobre cohetes durante los años cuarenta. Más tarde, en uno de los más vergonzosos episodios del período McCarthy, fue arrestado bajo falsas acusaciones por los servicios de seguridad cuando estaba preparando su regreso a su país de origen. Durante las últimas dos décadas ha sido uno de los líderes del programa de cohetes chino.

Finalmente está el extraño caso del «Ojo de Japeto», capítulo 35 de 2001. Allí describo el descubrimiento por parte del astronauta Bowman de un curioso rasgo en la luna saturnal: «Un brillante óvalo blanco, de aproximadamente seiscientos cincuenta kilómetros de largo y trescientos de ancho... perfectamente simétrico... y de bordes tan definidos que casi parecía... pintado en el rostro de la pequeña luna». Cuando estuvo más cerca, Bowman se convenció de que «la brillante elipse contra el fondo oscuro del satélite era un inmenso ojo vacío mirándole fijamente a medida que se aproximaba...». Más tarde observó «la tenue mota negra en el centro exacto», que resultó ser el Monolito (o uno de sus avatares).

Bien, cuando el Voyager 1 transmitió las primeras fotografías de Japeto, estas revelaron efectivamente la existencia de un enorme óvalo blanco de bordes definidos con un pequeño punto negro en el centro. Carl Sagan me envió inmediatamente la reproducción de una de aquellas fotografías desde el Laboratorio de Propulsión a Chorro, con la críptica anotación: «Pensando en ti...». No sé si sentirme aliviado o decepcionado de que el Voyager 2 haya dejado el asunto aún abierto.

En consecuencia, e inevitablemente, la historia que están ustedes a punto de leer es algo más complejo que una secuela directa de la anterior novela... o de la película. Donde ambas difieren, he seguido la versión para la pantalla; de todos modos mi máxima preocupación ha sido hacer este libro coherente, y tan ajustado como sea posible a la luz de los actuales conocimientos.

Que, por supuesto, estarán de nuevo completamente desfasados cuando lleguemos al 2001...

ARTHUR C. CLARKE

Colombo, Sri Lanka

enero de 1982

I. LEONOV

I

LEONOV

1. REUNIÓN EN EL FOCO

1

REUNIÓN EN EL FOCO

Incluso en esta época métrica seguía siendo el telescopio de mil pies, no el de trescientos metros. El gran plato instalado entre las montañas estaba ya medio lleno de sombras mientras el sol tropical se hundía rápidamente hacia su descanso, pero el amasijo triangular del complejo de la antena suspendido a gran altura sobre su centro brillaba aún bajo la luz. Desde el suelo, allá abajo, muy lejos, se hubieran necesitado unos ojos muy agudos para descubrir a las dos figuras humanas en el laberinto aéreo de vigas, cables de apoyo y guías de ondas.

—Ha llegado el momento —dijo el doctor Dimitri Moisevitch a su viejo amigo Heywood Floyd— de hablar de muchas cosas. De zapatos y de espacionaves y de lacre, pero principalmente de monolitos y de ordenadores que funcionan mal.

—Así que es por eso por lo que me sacó usted de la conferencia. No es que realmente me importe..., he oído a Carl dar esa conferencia sobre el SETI tantas veces que puedo recitarla de memoria. Y la vista es realmente fantástica... ¿Sabe?, con todas las veces que he estado en Arecibo, nunca había subido hasta aquí arriba, al alimentador de la antena.

—Usted se lo ha perdido. Yo he estado tres veces. Imagínelo..., estamos escuchando a todo el universo, pero nadie puede escucharnos a nosotros. De modo que hablemos de su problema.

—¿Qué problema?

—Para empezar, el porqué tuvo que renunciar usted como Presidente del Consejo Nacional para la Astronáutica.

—No renuncié. La Universidad de Hawai paga mucho mejor.

—De acuerdo, usted no renunció, iba un salto por delante de ellos. Después de todos esos años, Woody, no puede usted engañarme, y debería dejar de seguir intentándolo. Si le ofrecieran de nuevo el CNA precisamente ahora, ¿vacilaría en aceptarlo?

—De acuerdo, viejo cosaco. ¿Qué es lo que quiere saber?

—Antes que nada, hay montones de cabos sueltos en el informe que emitió usted al fin, tras tanto aguijoneo. Pasaremos por alto el ridículo y francamente ilegal secreto con el cual su gente ha rodeado el monolito de Tycho...

—Eso no fue idea mía.

—Me alegra oírlo: incluso le creo. Y apreciamos el hecho de que actualmente estén permitiendo que cualquiera pueda examinarlo, lo cual es por supuesto lo que deberían de haber hecho desde el primer momento. No es que haya servido para mucho, de todos modos...

Hubo un sombrío silencio mientras los dos hombres contemplaban el negro enigma allá arriba en la Luna, que desafiaba aún desdeñosamente todas las armas que el ingenio humano podía lanzar contra él. Luego el científico ruso prosiguió:

—De todos modos, sea lo que sea el monolito de Tycho, hay algo mucho más importante allá en Júpiter. Allá es donde envía su señal, después de todo. Y allá es donde su gente empezó a tener problemas. Por cierto, lamento lo ocurrido, aunque Frank Poole era el único al que conocía personalmente. Fuimos presentados en el Congreso del 98 de la Federación Astronáutica Internacional. Parecía un buen hombre.

—Gracias; todos ellos eran buenos hombres. Me gustaría que pudiéramos saber lo que les ocurrió.

—Fuera lo que fuese, seguro que admitirá usted que es algo que concierne ahora a toda la raza humana, no solamente a Estados Unidos. No pueden seguir intentando utilizar su conocimiento solo para obtener una ventaja nacional.

—Dimitri, sabe usted perfectamente bien que los suyos habrían hecho exactamente lo mismo. Y usted habría colaborado.

—Tiene absolutamente toda la razón. Pero eso es historia antigua, como la Administración de ustedes que acaba de irse y que fue responsable de todo el lío. Con un nuevo presidente, quizá prevalezcan consejos más juiciosos.

—Es posible. ¿Tiene usted algunas sugerencias, y son oficiales o simplemente deseos personales?

—Completamente no oficiales, por el momento. Lo que esos malditos políticos llaman charlas exploratorias. Que luego deberé negar categóricamente que hayan tenido lugar.

—Correcto. Adelante.

—Bien, esta es la situación. Están ustedes ensamblando la Descubrimiento II en una órbita de aparcamiento tan rápido como les es posible, pero no pueden esperar tenerla lista en menos de tres años, lo cual significa que se perderán la próxima alineación óptima.

—No lo confirmo ni lo niego. Recuerde que soy simplemente un humilde rector universitario al otro lado del mundo del Consejo de Astronáutica.

—Y su último viaje a Washington fue simplemente un viaje de vacaciones para ver a algunos viejos amigos, supongo. Prosigamos: nuestra Alexei Leonov...

—Creí que la llamaban Guerman Titov.

—Está equivocado, rector. La vieja buena CIA ha vuelto a engañarle. Es Leonov, desde enero pasado. Y no permita que nadie sepa que yo le he dicho que alcanzará Júpiter al menos un año antes que la Descubrimiento.

—No permita que nadie sepa que yo le he dicho que nos lo temíamos. Pero prosiga.

—Debido a que mis jefes son tan estúpidos y cortos de miras como los suyos, desean ir solos. Lo cual significa que, fuera lo que fuese lo que fue mal con ustedes, puede ocurrirnos también a nosotros, y que caigamos en los mismos errores, o peor aún.

—¿Qué es lo que creen ustedes que fue mal? Estamos tan desconcertados como lo puedan estar ustedes mismos. Y no me diga que no han conseguido todas las transmisiones de Dave Bowman.

—Por supuesto que las tenemos. Hasta aquella última en la que dice: «¡Dios mío, está lleno de estrellas!». Hemos efectuado incluso un análisis de la tensión en sus esquemas de voz. No creemos que sufriera ninguna alucinación; estaba intentando describir lo que veía realmente.

—¿Y qué opina de su desplazamiento Doppler?

—Completamente imposible, por supuesto. Cuando perdimos su señal estaba alejándose a un décimo de la velocidad de la luz. Y alcanzó esta en menos de dos minutos. Veinticinco mil gravedades.

—De modo que tuvo que resultar muerto instantáneamente.

—No pretenda ser ingenuo, Woody. Sus radios espaciales no están construidas para resistir ni siquiera una centésima parte de esa aceleración. Si ellas pudieron sobrevivir, también pudo hacerlo Bowman al menos hasta que perdimos contacto.

—Solo estaba efectuando una comprobación independiente de sus deducciones. En estos momentos estamos tan a oscuras como puedan estarlo ustedes. Si es que lo están.

—Solo estamos jugueteando con montones de locas suposiciones que me sentiría avergonzado de contarle. Pero ninguna de ellas, sospecho, será la mitad de alocada que la verdad.

Las luces de aviso para la navegación aérea parpadearon a su alrededor encendiéndose en pequeñas explosiones carmesíes, y las tres esbeltas torres que sostenían el complejo de la antena empezaron a resplandecer como faros contra el cada vez más oscuro cielo. Los últimos destellos rojos del sol se desvanecieron al otro lado de las colinas que les rodeaban: Heywood Floyd aguardó el Destello Verde, que nunca había visto. Se sintió decepcionado de nuevo.

—Bien, Dimitri —dijo—, vayamos al asunto. ¿Adónde quiere ir a parar exactamente?

—Tiene que haber una enorme cantidad de inapreciable información almacenada en los bancos de datos de la Descubrimiento; presumiblemente aún está siendo recogida, aunque la nave dejó de transmitir. Nos gustaría disponer de ella.

—Correcto. Pero cuando partan ustedes y la Leonov efectúe su cita, ¿quién les impedirá abordar la Descubrimiento y copiar todo lo que deseen?

—Nunca creí tener que recordarle que la Descubrimiento es territorio de Estados Unidos, y que cualquier intrusión no autorizada sería piratería.

—Excepto en el supuesto de una emergencia de vida o muerte, que no sería difícil de apañar. Después de todo, nos iba a costar bastante comprobar lo que sus chicos estaban haciendo ahí arriba, a mil millones de kilómetros de distancia.

—Gracias por esa interesante sugerencia; pensaré en ella. Pero aunque la abordemos, puede llevarnos semanas el aprender todos los sistemas de ustedes y leer todos sus bancos de memoria. Lo que yo propongo es cooperación. Estoy convencido de que es la mejor idea..., pero puede que nos cueste vendérsela a nuestros respectivos jefes.

—¿Desean ustedes que uno de nuestros astronautas vuele en la Leonov?

—Sí..., preferiblemente un ingeniero especializado en los sistemas de la Descubrimiento. Como esos que están entrenando en Houston para traer de vuelta la nave a casa.

—¿Cómo ha sabido usted eso?

—Por el amor del cielo, Woody, apareció en el videotexto de Aviation Week hará al menos un mes.

—Estoy fuera de contacto; nadie me dijo que había sido desclasificado.

—Mayor razón aún para pasar más tiempo en Washington. ¿Va a volverme usted la espalda?

—En absoluto. Estoy de acuerdo con usted en un cien por cien. Pero...

—Pero ¿qué?

—Ambos tendremos que enfrentarnos a dinosaurios con los cerebros en sus colas. Algunos de los míos argumentarán: Dejemos que los rusos arriesguen sus cuellos echando a correr hacia Júpiter; nosotros iremos de todos modos un par de años más tarde, ¿para qué ir con prisas?

Por un momento se hizo el silencio en el complejo de la antena, excepto el débil crujir de los inmensos cables de sustentación que la mantenían suspendida a un centenar de metros de altura. Luego Moisevitch prosiguió, tan suavemente que Floyd tuvo que esforzarse para oírle:

—¿Ha comprobado alguien últimamente la órbita de la Descubrimiento?

—En realidad no lo sé, pero supongo que sí. De todos modos, ¿a quién le importa? Es perfectamente estable.

—Por supuesto. Déjeme dejar a un lado el tacto y recordarle un incidente embarazoso de los viejos días de la NASA. La primera estación espacial de ustedes, la Skylab. Se suponía que se mantendría en órbita al menos durante una década, pero al parecer sus cálculos no fueron demasiado correctos. El freno del aire en la ionosfera fue claramente subestimado, y cayó varios años antes de lo previsto. Estoy seguro de que recuerda usted el pequeño melodrama que se produjo por aquel entonces, aunque en aquel momento no fuera más que un muchacho.

—Fue el año en que me gradué, y usted lo sabe. Pero la Descubrimiento no se acerca en ningún momento a Júpiter. Incluso en su perigeo, quiero decir perijovio, está demasiado alta para ser afectada por el freno atmosférico.

—He dicho ya lo suficiente como para ser exiliado de nuevo a mi dacha, y es probable que la próxima vez no le permitieran visitarme. Así que simplemente diga a su gente de rastreo que efectúen su trabajo más cuidadosamente, ¿quiere? Y recuérdeles que Júpiter posee la mayor magnetosfera de todo el Sistema Solar.

—Entiendo lo que quiere decir, muchas gracias. ¿Alguna otra cosa antes de que volvamos abajo? Estoy empezando a congelarme.

—No se preocupe, viejo amigo. Tan pronto como deje usted que todo esto se filtre hasta Washington, aguarde una semana o así hasta que yo me haya ido..., las cosas empezarán a ponerse muy, muy calientes.

2. LA CASA DE LOS DELFINES

2

LA CASA DE LOS DELFINES

Los delfines nadaban hasta el comedor cada tarde, justo antes de la puesta del sol. Solo en una ocasión desde que Floyd había ocupado la residencia del rector habían roto su rutina. Fue el día del tsunami de intensidad 05, que afortunadamente había perdido la mayor parte de su fuerza cuando alcanzó Hilo. La próxima vez que sus amigos rompieran de nuevo su rutina, Floyd metería a su familia en el coche y conduciría hacia terreno elevado, en dirección a Mauna Kea.

Por encantadores que fueran, tenía que admitir que su juguetonería era a veces un engorro. Al acaudalado geólogo marino que había diseñado la casa nunca le había preocupado la humedad porque normalmente iba siempre en traje de baño, o menos aún que eso. Pero había habido una

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