Escuela de domadores de padres 2 - La revancha de los padres

María Rubio

Fragmento

RechanchaPadres-1.xhtml

TRATADO N.º 1

cap1.jpg

Hoy es domingo, declarado por todas las autoridades mundiales como Día Oficial de Tirarse a la Bartola. Ha salido un día estupendo: sol, calorcito y brisa fresca. Y aquí estoy con mi hermana Paloma, sentados en la mesa del jardín, con la mesa puesta, toda la comida servida y la jarra de agua extrafría, que es lo que mejor sienta después de jugar un partido amistoso de fútbol bajo el sol.

¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde que nos mudamos? Podrían ser dos meses o dos mil millones de años. Y es que, cuando todo te sale a pedir de boca, se pierde la noción del tiempo. Cuando has dominado a tu enemigo. Cuando haces lo que te apetece. Cuando sabes que eres un W-I-N-N-E-R y que tus padres son unos L-O-S-E-R-S.

—Llevamos aquí cuatro meses, Tiago. Lo sabrías si mirases el calendario de «Tortugas del mundo» que te regalé en Navidad —comenta Paloma—. Que ya estamos en mayo…

—Ups, ¡je, je!

Bueno, pues como decía, llevamos exactamente cuatro meses en Villa Nueva, según mi querida hermana mediana. Y el caso es que todo nos va muy guay desde que nos instalamos aquí.

Quién lo diría después del shock que sufrimos cuando nuestros padres nos dijeron que nos mudábamos a otra ciudad, lejana y desconocida, para que mamá abriese una nueva clínica de psicología para niños.

Buf... Cuando nos lo dijeron a traición, de camino al destino, nos faltó poquísimo para saltar del coche en marcha y huir a México, cambiarnos los nombres y dedicarnos toda la vida a comer nachos y acariciar chihuahuas, lejos de nuestros padres y sus maquiavélicos planes. El cambio fue terrorífico, amigos.

Pero, mira, después de tres meses viviendo en Villa Nueva, no nos va tan mal…

—Cuaaatro, Tiago —corrige Paloma, levantándose para ir a por más agua a la cocina, después de beberse tres vasos de un trago. ¿¡Por qué nunca me entero de que pienso en voz alta!?

Eso, después de cuatro meses viviendo en Villa Nueva, puedo decir oficialmente que trasladarnos a esta ciudad fue la mejor decisión que nuestros padres han tomado en su larga (larguísima) y aburrida (aburridísima) vida.

Además, no sé si es el aire, el clima o que aquí hay algún tipo de campo de fuerza antiórdenes-de-padres, pero nuestras técnicas de doma están saliendo mejor que nunca. Los tenemos totalmente domesticados, como a mi tortuga Torpedo, que se tira pedos fétidos cuando se lo pido.

—¿A que sí, Torpedito? —le digo cuando pasa a mi lado por el jardín—. ¿A que eres el arma de apestación masiva más mona y adorable del planeta?

Me encanta este pestilente bicho verde.

Bueno, para que entendáis de lo que estoy hablando, os voy a contar algunos momentos estelares de la semana. Vais a flipar en colores con el nivel superior que hemos alcanzado en nuestras técnicas de doma de padres. Si estuviéramos en un videojuego, habríamos pasado de «Aprendiz de mago» a «Hechicero nivel Dios +100.000». Y es que ahora los tres hermanos hacemos prácticamente magia.

Sin ir más lejos, el martes pasado. Cuando llegué del colegio, mis padres aún no habían llegado a casa. Tampoco estaba mi hermano Pedro, ni Paloma. Tenía toooooooda la casa para mí y para mi querido Torpedito. Y quiero recordar, para los niños que no tengan muchos hermanos, que esto de tener la casa para uno solo es un lujo que ocurre muy pocas veces en la vida. Se cree que hay niños que se han ido a la universidad sin haber disfrutado ni un solo momento de soledad casil.

¿Cómo aproveché esta oportunidad única? Pues de la forma más inteligente. Cualquiera podría pensar que eso significa ponerse un bol gigante de helado con todos los toppings del mundo, tirarse en el sofá y jugar a los juegos para mayores de la consola. O pintar las paredes de casa con rotuladores. O jugar al fútbol en el salón. O leer el diario secreto de tu hermana Paloma.

Pero eso sería tener poca proyección, amigos.

Lo que hice fue ponerme a hacer los deberes de Mates, Lengua e Inglés que me habían mandado en el colegio esa misma mañana. De esta forma, si los acabas antes, tus padres no tienen absolutamente nada que decir y ganas todo ese tiempo de enfados, pataletas, broncas y discusiones para ti mismo y tus cosas.

pag11.jpg

Así, cuando llegaron mis padres la conversación fue mínima.

—Hijo, ¿has hecho ya los deberes?

—Claro, papá.

Si lo cronometráis, no llega ni al minuto de diálogo. Y el tiempo es oro, chicos.

Y lo mismo pasa con el tema del baño, que ya no lo discuto. La higiene y yo nunca hemos sido los mejores amigos del planeta. Bueno, en mi opinión sí, pero digamos que mis padres tienen un concepto de la limpieza diferente.

A ellos les gusta el agua y el jabón y yo soy más de tierra y barro. Es una cuestión de gustos. Y sobre gustos no hay nada escrito.

Pero con el tiempo he aprendido a apreciar su estilo. Y es que el agua tiene sus ventajillas. O, a ver, decidme, ¿a quién no le mola bañarse en la piscina o ir a la playa? A un loco.

El jueves estaba yo tan tranquilamente en el sofá leyendo un cómic cuando mi padre entró en el salón.

—Tiago, ¿hace cuánto que no te duchas? ¿No crees que ya va tocando darse un baño?

—Tranqui, papá. Voy ahora mismo.

—¡No me lleves la contraria! No quiero discu… —Mi padre reaccionó antes de escuchar mi respuesta.

Claro, él se esperaba mi típico ataque «pataleta + gritos locos = doble combo inferno». Pero esa era mi reacción cuando veía el baño como un mero proceso de limpieza e higiene. Algo aburrido y obligatorio. Ahora he entendido que la bañera es como una piscina en miniatura.

Y, como he comentado antes, hay que estar loco para no querer bañarse en la piscina. Y más cuando la tienes en casa.

pag13.jpg

De hecho, a partir de entonces le he cogido tanto gusto que ahora intento bañarme todos los días que puedo. Lo malo es que aún no he conseguido descubrir la manera de meter mi colchoneta hinchable gigante con forma de cocodrilo. Pero sé que lo lograré.

Resumiendo: la vida no nos puede ir mejor. Bueno, no me voy a enrollar más, que ya llega mi hermano Pedro con el correo.

—¿Algo interesante hoy? —le pregunto al verle entrar al jardín.

—Nah… Carta con factura, carta del Ayuntamiento, publicidad del restaurante chino, del coreano, del indio y del nepalí. —Sigue mirando—. También hay un paquete, pero debe de ser para papá porque es un masajeador de pies electrónico con GPS y wifi. La crisis de los cuarenta le está sentando muy mal.

—¿Y eso de ahí qué es? —pregunto, señalando un folleto que parece interesante.

Pedro repara en él.

—Anda, a ver… Pone que es un «Festival para Mayores». —L

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos