Apokalypsis

Fernando Villegas Darrouy

Fragmento

Este es un libro que no quería —o tal vez no debía, o no sabía— nacer…

Es que la memoria del personaje desde la cual debía crecer y desplegarse era profunda, intensa, multifacética… Porque era personal, desde luego, pero también colectiva; exclusivamente de él, pero inserta en la de un pueblo entero… Pues ¿podía el drama histórico vivido desde 1970 por Salvador Allende, la Unidad Popular y la clase popular chilena contener su trágica amplitud y reverbero epopéyico en la memoria de un dirigente político determinado? ¿Podía ese dirigente recordar y narrar en «primera persona» el drama histórico de la nación?

Es cierto que un dirigente político importante pudo haber actuado en un puesto central de observación y liderado la acción colectiva, y en esa condición, haber vivido y sentido el turbión de la tragedia desde un lugar neurálgico, privilegiado... Pero aun así, ¿podía sentir y expresar con verdad y autenticidad todos los abigarrados procesos y voluntades que, desde un bando, para agredir y destruir, y desde otro, para defender y humanizar, concurrieron para provocar la gran crisis de 1973? Es posible que no. O tal vez sí: la memoria humana, a menudo, puede absorber solidariamente todo, como dolor y representación... Sin embargo, aun apostando a esa capacidad, ¿puede un dirigente político respetuoso de la humanidad erigirse en la «encarnación narrativa» de una tragedia mayor? El trasvasije de los procesos vivos al relato histórico requiere pasar, a menudo, por un desfiladero ético y metodológico estrecho, sembrado de espinas… Por eso, cabe pensar que lo menos que un alto dirigente puede sentir, cuando tiene que dar cuenta histórica de la tragedia de un pueblo, es inhibición y escrúpulo. Inhibición, porque la tragedia sobrepasa con creces su memoria y su propio dolor. Escrúpulo, porque, aunque puede —y por lo mismo, «debe»— relatar lo que sintió y sucedió en primera persona, la duda y la prudencia deben regir, en todo caso, su actitud y sus palabras. La ética solidaria rige la política no sólo en el fragor de la lucha coyuntural, sino también en el momento del reposo retrospectivo, en el tiempo de la memoria, en la hora de repensar el presente y el futuro. Y sobre todo, en el ámbito de la reflexión colectiva…

Carlos Altamirano Orrego, desde que fue contactado por la editorial Random House Mondadori para la publicación de este libro, se negó una y otra vez a escribir «sus» memorias: «¡No me gusta escribir en primera persona!», expresó. Tampoco aceptó que otro escritor, aunque fuera historiador, las escribiera por él... «¿Podría tener entonces la forma de una entrevista en profundidad?»... «No, no… No he tenido una experiencia positiva de las entrevistas últimamente... Y tampoco estaría cómodo con una larga y detallada biografía de mí»... Ante la oferta, Carlos Altamirano se llenó de dudas, incertidumbres y escrúpulos. Estaba dispuesto a comunicar y compartir sus recuerdos de Allende, de la Unidad Popular, del golpe de Estado… pero no aceptaba ningún formato de publicación en el que apareciera él como personaje central delante de todo el pasado que comportaban sus recuerdos… Por esta razón el trabajo lo iniciamos, finalmente, a ciegas, confiando el uno en el otro, sabiendo que el libro había que hacerlo, pero sin saber exactamente cómo debíamos hacerlo… Y en esa condición trabajamos varios meses, sin descanso, hasta que, luego de ese (laborioso) trayecto, le pregunté cómo le gustaría que fuera finalmente el libro, a lo que él respondió:

No sé. Tengo muchas dudas… bueno, yo siempre estoy lleno de dudas. Estoy más cerca de Hamlet que de Lenin… Porque, por el momento, no veo muy claro cuál es el desarrollo que tú pretendes darle… Yo espero que sea un buen testamento de mi persona. Que en buena medida dé cuenta de mi acción, de mis ideales, el porqué de ellos, de la gran lucha que sostuvimos y porqué posteriormente me he retirado de la vida política… Mi desilusión y mi desencanto de la política chilena. De manera que mi expectativa es que quienes lean este libro se puedan formar una opinión más o menos justa, equilibrada y no mantengan esa idea de demonización que hasta el día de hoy ha caído sobre mi persona…

Obviamente, el editor/autor de estas líneas tenía también, al principio, muchas dudas... Porque, de una parte, nunca antes había llevado a cabo una investigación que no fuera «memoria», que no fuera «entrevista», ni fuera tampoco «historiografía» en sentido estricto (lo que implicaba trabajar a plena intemperie, como Hamlet). Por otra parte, a Carlos Altamirano sólo lo conocía desde lejos, incluso, a través de ese ominoso prisma que él llamó «idea de demonización»… Sin embargo, es necesario decir que bastó un par de encuentros para comprender que las dudas manifestadas por Carlos Altamirano respecto al libro provenían, en gran medida, de escrúpulos más profundos que su natural molestia por el estigma que la derecha chilena y la dictadura militar le colgaron desde 1973 («se busca: es el provocador del golpe y el causante directo de la tragedia»)… ¿Podía el estigmatizado «causante de la tragedia» hablar en primera persona como testigo privilegiado de ella? ¿Podía dar un testimonio auténtico, de cara al pueblo que la vivió, sin centrarse en la mera «desdemonización» de su imagen pública personal? Sesión a sesión, fue quedando en claro que dicho estigma seguía doliendo, pero que, al mismo tiempo, había algo más en los relatos de Carlos Altamirano que era más determinante y poderoso que ese resquemor... Y ese «algo más» fue lo que, poco a poco, fue apareciendo como su legítimo vínculo con la memoria colectiva del pueblo, como la columna vertebral de nuestras conversaciones y, finalmente, como el sentido estructural de este libro…

Al comenzar el trabajo diseñamos, grosso modo, una agenda temática, y con ella en mano, el 20 de octubre de 2006 a las 11.30 en punto (Carlos es muy puntual), iniciamos una serie de sesiones, una por semana, de hora y media, que concluyeron el 7 de abril de 2010. Trabajamos, pues, disciplinadamente (salvo interrupciones obvias por vacaciones, enfermedad, festividad o viaje) a lo largo de tres años y medio, con un total aproximado de 80 u 85 sesiones. Sin apuro… Al tranco del pueblo... Haciendo camino al andar. Dejando que la autenticidad y la confianza ensancharan su foco de luz hasta iluminar el trayecto completo. Hasta sentir la memoria, ya no como peso inquieto o remordimiento sin destino, sino como un nuevo y compartido impulso de vida… Casi, como un nuevo proyecto histórico…

Fue durante ese trayecto y en esa modalidad que pude comprender que Carlos Altamirano no era ni es un político como la mayoría de los políticos de este país. No tiene un perfil convencional: se diferencia incluso del arquetipo habitual de los políticos de izquierda. No encontramos en él, por ejemplo, la asertividad socarrona de esos políticos en retiro (ex presidentes, ex ministros o ex senadores) que esgrimen inalterable su efigie de «autoridad» hasta muy avanzada su tercera edad… Tampoco responde a ese tipo de políticos que mantienen contra viento y marea su militancia ortodoxa, su actitud combativa, su guerra irregular y prolongada… Ni es el típico político profesional que se perpetúa en torno a las cúpulas de poder, a costa de renunciar a sus convicciones y traicionar su representatividad popular… Ni es ese líder populista que cuida su imagen pública al detalle, que corre detrás de las cámaras, o de la gente en la calle para repartir abrazos y besos, al soslayo… Ni es ese político convencional a quien le pautean las palabras, le diseñan su peinado y le maquillan su imagen, pues de otro modo sólo expresaría lugares comunes y demagogia cliché... Ni es ése… En verdad, la lista del político que «no es» Carlos Altamirano podría alargarse más de lo que su estigmatizada imagen pública jamás podría admitir…

Pero entonces ¿qué tipo de hombre o qué tipo de político ha sido y/o es? Estando muy avanzado el proceso de nuestras conversaciones (invierno de 2009) y teniendo ya una idea más o menos formada acerca de cómo organizar y qué sentido darle al enorme caudal de «memorias» reunidas, me aventuré a decirle:

Carlos, tengo ya relativamente claro qué lógica interna y qué sentido darle a este libro, que no será —según hemos convenido— ni tus memorias, ni tu biografía, ni tu historia de vida... Pienso que debe reflejar lo que tú, en esencia, has sido y eres como ciudadano y hombre público, la forma específica de tu modo de comprometerte en las luchas populares. Que es —a mi juicio— tu tendencia congénita a «pensar» la política, a reflexionar críticamente sobre el presente, el pasado y el futuro. El libro debería reflejarte como un hombre público que toma una distancia analítica sobre lo que vive y lo que hace. Como esa «mente crítica» que definió tu relación con tu familia, con tu clase social, con el movimiento popular, el socialismo y los mundos en que has vivido. Creo que allí radica el «plexo solar» de tu identidad histórica. Tus «memorias» están traspasadas de lado a lado por ese impulso vital… Por eso, como político, pienso, has sido un intelectual, y como intelectual, un político. Es la simbiosis que debe quedar estampada, vivamente, en el libro que estamos construyendo. Porque fue esa visión intelectual la que te permitió, por ejemplo, «anunciar» casi en detalle el golpe de Estado de 1973 con 48 horas de anticipación (espantando a los conspiradores y sediciosos que fraguaban el golpe sigilosamente entre las sombras)… Y es, a mi parecer, ese mismo intelecto crítico el que ha subrayado las tres características más sobresalientes de tu personalidad política: 1) tu rebeldía, que se expresó, cuando joven, frente a la clase social en la cual naciste (la oligarquía) y a la cual jamás intentaste regresar, y cuando adulto, frente a la indecisión, el ideologismo y la traición; 2) tu tendencia a pensar y asumir intelectualmente los procesos políticos, con el objeto de ajustarlos a la realidad, y/o reproyectarlos hacia los objetivos acordados con anterioridad, y 3) tu capacidad (no digo «tendencia») a liderar esos procesos, la que se probó al interior del Partido Socialista desde que fuiste electo senador, y en otras diversas coyunturas y situaciones… Por tanto, creo que el libro debe recoger, no tanto la colección de tus recuerdos personales y colectivos sobre lo ocurrido, sino, centralmente, como te he dicho, tu reflexión crítica, en tanto operó, ayer, al interior de los procesos vividos, y hoy, en perspectiva sobre el pasado, el presente y el futuro… ¿Concuerdas con este enfoque?

No demoró demasiado Carlos Altamirano en decir:

Yo, con esas tres características que mencionas, estoy muy de acuerdo... Creo que es una visión más objetiva y equilibrada que la que normalmente han pintado de mí Gonzalo Vial Correa, El Mercurio… y que hoy comparte no poca gente que se dice de izquierda y aun del propio Partido Socialista… El contexto que tú estás pensando me parece el más correcto. Responde mucho a mi personalidad…No habrá que «inventar» un Altamirano crítico…Por eso mismo nunca he tenido interés en ganar nada a través de la política… La política me ha interesado más desde un punto de vista intelectual que como ascenso personal o mero interés personal.

Es lo que, fluidamente, sin forcejeo alguno, había brotado a raudales de las ochenta y tantas conversaciones sostenidas para dar forma a este libro. Es lo que el lector también encontrará profusamente a lo largo de estas páginas. Y por eso podrá comprender también que en Chile ha habido pocos (y hoy menos) dirigentes que asuman la política a partir del ejercicio y las consecuencias de su «mente crítica». Que sean rebeldes y que, a la vez, piensen críticamente su rebeldía. Asumiendo los riesgos que eso significa... El riesgo, por ejemplo, de abandonar para siempre —como hizo Altamirano— su clase oligárquica de origen. El riesgo de aceptar las consecuencias históricas de los acuerdos tomados por el Partido Socialista en sus congresos de Linares y Chillán. O el de tomar la dirección de ese partido en 1971, cuando Allende comenzó a aplicar sin transacción alguna el programa revolucionario comprometido en la campaña de 1970. El riesgo de mantenerse leal al «compañero Presidente» aun estando en desacuerdo con él respecto de cómo responder a los ostentosos preparativos del golpe militar. El de denunciar en un vibrante discurso, pronunciado el 9 de septiembre de 1973, los rasgos brutales del golpe de Estado que se daría 48 horas después. O el riesgo de plantear la ruptura con el comunismo de prosapia estalinista en pleno Berlín comunista, con el objeto de «renovar» y recuperar la esencia del socialismo. O incluso el de calificar el neoliberalismo como el enemigo principal del pueblo, justo cuando el Partido Socialista en su totalidad se rige por los diez mandamientos neoliberales del Consenso de Washington…

En política, una mente crítica activa y sagaz, o se desenvuelve liderando los procesos históricos en movimiento (no la mera administración funcional del Estado capitalista vigente), o se revuelve intelectualizando la derrota, el exilio y la renovación... No hay duda de que la mente política de Altamirano, en ese sentido, fue y ha sido más implacable que la de Eduardo Frei Montalva (que también intelectualizó la política, pero no en forma autocrítica), con mayor profundidad dialéctica que la de Salvador Allende (que se guió al final por ciertos «valores míticos»), contiene menos aprecio de sí mismo que la de Ricardo Lagos, posee la misma vena reflexiva de Luis Emilio Recabarren (aunque con menos carisma popular) y, obviamente, con mayor escrupulosidad ética y mayor bagaje cultural que la mayoría de los políticos de hoy.

¿Por qué, entonces, no fue Altamirano el líder principal de la izquierda chilena antes de 1973? ¿Acaso porque Allende ya era el líder reconocido cuando él hizo su ingreso, a mediados de los años sesenta, como parlamentario y luego como secretario general del Partido Socialista, a la cúpula del proceso político chileno? ¿Acaso porque Allende era más asertivo como personalidad política, y Altamirano más reflexivo y menos autorreferido? ¿Acaso porque la amistad y la lealtad impidieron que los puntos de vista de la «mente crítica» se impusieran pragmáticamente sobre los de la «valoración mítica»?... En cualquier caso, durante los tres años más dr

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