Julio Verne - Miguel Strogoff (edición actualizada, ilustrada y adaptada)

Julio Verne

Fragmento

Índice

Índice

PRIMERA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

SEGUNDA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 1

—SEÑOR, UN NUEVO MENSAJE.

—¿De dónde viene?

—De Tomsk.

—¿Quiere decir que está cortada la comunicación más allá de esa ciudad?

—Sí, señor, desde ayer.

—General, envíe un mensaje a Tomsk para que, cada hora, me mantengan al corriente de lo que ocurre.

—Sí, señor —respondió el general Kissoff.

Esta conversación se producía a las dos de la madrugada del 16 de julio, en el interior de un gran palacio donde se estaba celebrando una fiesta deslumbrante.

Las grandes duquesas cubiertas de diamantes y las damas de honor, luciendo sus vistosos trajes de gala, servían de ejemplo a las mujeres de los altos funcionarios militares y civiles.

La mezcla de las largas faldas con volantes de encaje y de los uniformes cubiertos de condecoraciones se multiplicaban en los espejos del gran salón, el más hermoso de todos los que poseía el Palacio Nuevo.

En el exterior, bajo los esculpidos balcones, los centinelas paseaban silenciosamente con el fusil al hombro, mientras las patrullas marcaban el paso sobre la grava. Cada cierto tiempo se repetía la alerta de la guardia y, de vez en cuando, un toque de corneta se mezclaba con los acordes de la orquesta.

A lo lejos, sobre la luz de las ventanas del palacio se percibían las sombras de los barcos que descendían el río. Sus aguas, iluminadas por la luz oscilante de algunos faroles, bañaban los primeros escalones de piedra de los muelles.

La principal personalidad del baile, el anfitrión de la fiesta, al que el general Kissoff se había dirigido llamándole señor, era poco amigo del lujo y la ostentación. Iba ataviado con un uniforme de oficial de cazadores de la Guardia Imperial, cuya sencillez contrastaba con los magníficos trajes de sus invitados.

De estatura elevada, ofrecía un aspecto afable y un rostro sereno de ceño ligeramente fruncido. Hablaba poco y no parecía prestar mucha atención a las conversaciones de los altos funcionarios oficiales o civiles, ni a las de los miembros del cuerpo diplomático que representaban a los principales Estados de Europa en su corte. Algunos de aquellos políticos habían creído observar en su anfitrión ciertos síntomas de inquietud pero, aunque ignoraban la causa, ninguno se permitió interrogarle al respecto.

El general Kissoff aguardaba a que el hombre a quien había entregado el telegrama, le diese la orden de retirarse. Pero este permanecía silencioso y sombrío.

—Es decir que… ¿desde ayer estamos sin comunicación con mi hermano, el gran duque? —preguntó mientras conducía al general Kissoff hacia una ventana—.

—Sí, señor, y me temo que, en breve, los mensajes no puedan pasar la frontera de Siberia.

—¿Pero las tropas de las provincias del Amur y de Yakutsk, así como las de la Transbaikalia, han recibido ya la orden de marchar sobre Irkutsk?

—Esa orden fue comunicada en el último mensaje que hemos enviado más allá del lago Baikal.

—En cuanto a las provincias de Yeniséisk, de Omsk, de Semipalatinsk, de Tobolsk, ¿seguimos manteniendo comunicación directa con ellas?

—Sí, señor, reciben nuestros despachos y estamos seguros de que en este momento los tártaros no han avanzado más allá de los ríos Irtish y Obi.

—¿Y del traidor Iván Ogaref, no hay ninguna noticia?

—Ninguna —respondió el general Kissoff—. El director de la policía no tiene forma alguna de asegurar si ha pasado o no la frontera.

—Que sus señas se transmitan inmediatamente a todas las estaciones telegráficas con las que todavía mantenemos comunicación.

—Las órdenes de vuestra majestad serán ejecutadas al instante —respondió el general Kissoff.

—¡Ni una palabra de todo esto!

Tras un gesto de respetuosa aprobación y una profunda reverencia, el general se retiró confundiéndose entre la multitud y abandonó el baile.

El zar permaneció pensativo algunos instantes, pero cuando volvió a mezclarse entre los invitados, su rostro había recobrado la calma.

Aunque no se hablaba oficialmente de ello, algunos altos funcionarios ya habían sido informados de los graves acontecimientos que se estaban desarrollando al otro lado de la frontera.

Dos invitados civiles, ambos altos y delgados, uno inglés y otro francés, hablaban de ello en voz baja como si manejasen sobrada información.

Harry Blount, el inglés, pelirrojo, era un individuo de carácter moderado y distante, parco en movimientos y palabras, que parecía hablar y gesticular por medio de un resorte

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos