Esta noche mando yo

Daniel De la Peña

Fragmento

esta_noche_mando_yo-1

Capítulo 1

Una copa y a casa

20:14 h. Sábado 22 de junio

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Nivel de ansiedad: 6 sobre 10 (por culpa de Nuria)

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Relación con los hombres: los detesto a todos, a todos los heterosexuales. A los gays nunca, y menos a mi Jon (Kortajarena) y a mi Ricky (Martin)

—No tengo ganas de salir...

—Anímate, Ana, ¡será divertido!

—Es que no me he duchado, ni sé qué ropa ponerme —repliqué—. Además, no tengo el ánimo para ir de fiesta.

—Es el cumpleaños de mi hermana. Iremos a picar algo y después a tomar una copa —insistió Nuria.

—Juraría que el cumpleaños de tu hermana es en agosto —susurré dudosa—. No he recibido ningún aviso de Facebook.

—Ana, con todo lo que te ha pasado, no piensas con claridad. A mi hermana le alegrará que vengas con nosotras.

Puse los ojos en blanco. Nuria no podía verme porque nuestra conversación era telefónica, ¡menos mal! Si llego a tenerla delante la hubiera estrangulado. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja es incapaz de parar hasta conseguir lo que se ha propuesto. En ese caso, su objetivo era convencerme para que fuese a celebrar el cumpleaños de su hermana recién llegada de Londres. Yo, sin embargo, prefería quedarme en casa llorando y ahogando mis penas viendo alguna película romanti-tonta. De esas que te meten el dedo en la herida cuando has salido escaldada de una relación intensa o cuando te quedas soltera y te lamentas por no tener pareja, que te recuerda lo desgraciada y sola que estás. Mi plan iba a ser el de las noches anteriores; maldecirme a mí misma por mis curvas desproporcionadas, devorar unas patatas light, que serían la sobremesa perfecta de un cóctel de bolas de helado de distintos sabores. Primero tomaría algo sano y después la artillería pesada. Era así de kamikaze. Me decantaba por automutilarme y recrearme en el dolor, en vez de salir con mi mejor amiga y su hermana a tomar unas copas. Quizás la idea de Nuria era justo lo que necesitaba aquella noche: salir de casa y distraerme un poco. Casi había olvidado lo que era pasarlo bien, salir a bailar, no pensar en nada... He de reconocer que las últimas semanas había cubierto el cupo de negativas a todas las propuestas de Nuria. No quise acompañarla a la inauguración de un nuevo salón gourmet, rechacé ir al cine el fin de semana pasado y estaba faltando demasiado a nuestro desayuno semanal de los viernes. Si seguía con esta actitud, seguro que Nuria me mandaba a la mierda.

—Está bien —dije en voz baja—. Pero no quiero volver tarde. Solo una copa.

—¡No sabes lo feliz que me haces! —exclamó. Seguro que estaba dando saltos de alegría—. Te vendrá bien reírte y olvidar a Sergio. Aunque sea por una noche.

—¡Muy bien! Tú recuérdamelo...

—Estoy tan contenta que no voy a entrar en tu espiral de llanto, melancolía y gilipollez. Olvida a ese capullo y arréglate, paso a buscarte en una hora.

—¡Oye!

—¿Qué?

—No le he comprado nada a tu hermana.

—Pues nos invitas a la primera ronda en su honor. Nos vemos en un rato.

Me tumbé en el sofá del salón y respiré profundamente. ¡Hacía meses que no salía de copas un sábado por la noche! Estuve a punto de volver a llamar a Nuria y decirle que lo había pensado mejor, que era pronto para socializarme y que me quedaba en casa. Quería encender el ordenador y poner por millonésima vez la lista de reproducción de Spotify que habíamos creado Sergio y yo cuando vivíamos juntos. Abrir una botella de vino y hartarme de llorar con las canciones más románticas, las que me recordaban las noches de sexo que disfrutábamos cuando nos amábamos. Cuando lo amaba. No sé por qué, pero cuando cortas con alguien los polvos malos se borran de nuestra memoria, no obstante, los de sobresaliente, los que te hacen levitar de placer permanecen en tus recuerdos. Será parte de la tortura del desamor...

Me levanté del sofá dispuesta a comenzar con el martirio musical, pero me detuve antes de llegar a mi cuarto. Entonces la vi, parecía que se estaba riendo de mí: desde el mueble de la entrada, la foto de Sergio me devolvía la mirada. Había sido incapaz de quitarla, esperanzada con su regreso. El muy cabrón sonreía en el retrato y casi podía escuchar cómo decía: «Jódete bonita, quédate en casa mientras yo me lo paso en grande con cualquier tía que no seas tú. ¡Que no seas tú!». Tragué saliva. No sé si me estaban pasando factura los tres meses que apenas había salido de casa o, justo, al contrario, y esa paranoia con mi ex era lo más sensato que me había pasado en varias semanas. Seguro que Sergio estaba de fiesta en fiesta, conociendo mujeres y ni siquiera había derramado una sola lágrima por mí. No tenía ni la más mínima duda de que su felicidad había ido en aumento desde el momento que cortamos. Eso explicaría lo fugaz que fue nuestra despedida. No dudó, cerró la puerta con un sonoro portazo y se fue. Tenía que superarlo, después de todo era yo la que lo había dejado. Si una es la que rompe la relación, se supone que no tiene que sufrir tanto, ¿no? Claro está que la jugada me salió mal; yo lancé el órdago, él vio una puerta abierta hacia su libertad y no dudó en salir corriendo.

Una lágrima resbaló por mi mejilla, casi podía escuchar la lista de Spotify llamándome como canto de sirena, pero agarré el marco de foto con fuerza y lo golpeé contra el mueble. No fue muy buena idea porque apenas se dañó y el mueble se picó un poco. De repente, volví a sentir una fuerza que anhelaba, una especie de seguridad en mí misma al golpear los recuerdos, al hacer algo que desde ese momento no me había atrevido: sacar a Sergio de mi vida. Tuve un extraño presentimiento que me incitaba a salir esa noche. Como si supiera que algo extraordinario iba a sucederme dentro de unas horas. ¡Y no me equivocaba! Además, si me negaba a ir, Nuria era capaz de llevarme arrastras.

Tenía sesenta minutos, antes de que viniera Nuria a buscarme, para ducharme, vestirme y arreglarme. Después de una ducha exprés, con el agua bien fría para ver si espabilaba, me puse una camisa blanca de manga de tres cuartos, una falda corta y oscura y unas sandalias negras que aún no había estrenado. Las vi en un escaparate en una tienda del centro y me enamoré de ellas. Parecía que me gritaban: «¡Llévanos contigo, te haremos muy feliz!». No pude resistirme y las compré. Era finales de junio y no quería llevar más ropa de la necesaria, nunca sé qué hacer con la que me sobra y no todos los sitios, por lo menos en Zaragoza, tienen guardarropa. Decidí dejar suelta mi melena azabache y que los rizos jugaran con el aire. Delante del espejo comencé a maquillarme cuando de repente, sin previo aviso, me asaltó una duda: «¿Y si me encuentro con Sergio?». Me quedé paralizada. Desde que rompimos no nos habíamos visto, solo nos habíamos enviado algún wasap con contenido superficial. Que si se había dejado el bañador azul en casa, que cuándo podía ir a buscarlo, que ya no lo llamara más porque quería pasar página... Vamos, todo un caballero del que me temo que seguía enamorada. El corazón me dio un vuelco y tuve que sentarme en el retrete. Volvió a escaparse otra lágrima. Rápidamente la sequé con la mano y miré hacia el techo. Sonó el timbre, supuse que era Nuria y

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