Las zapatillas de ballet

Noel Streatfeild

Fragmento

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Sobre las tres protagonistas de este libro

Pauline, Petrova y Posy Fossil no son hermanas de verdad, pero han crecido juntas como si fueran de la misma familia.

Cuando aún eran muy pequeñas, su tutora cayó en la pobreza. Alguien le dijo que cuando se es pobre incluso unas niñas pueden aportar su granito de arena, así que las envió a la Academia de Danza e Interpretación.

En Inglaterra no se permite que los niños actúen en el teatro hasta los doce años, e incluso entonces es preciso un permiso especial. La primera en cumplir los doce fue Pauline, y pronto estuvo muy ocupada. Debutó como Alicia en Alicia en el País de las Maravillas, y en su última representación fue el príncipe primogénito en Ricardo III; más adelante, se dedicó a hacer películas. Ahora está en Hollywood.

Petrova cumplió los doce casi dos años después que Pauline. No tuvo éxito, pero consiguió el papel de Grano de Mostaza en Sueño de una noche de verano. Tras esa actuación no volvió a pronunciar palabra sobre un escenario: se limitó a hacer de comparsa y bailar en una compañía teatral. Nunca le importó. Detestaba actuar y su corazón estaba prendado de los aviones y aeroplanos. Pero conviene prestarle atención, pues algún día dará que hablar.

Posy aún no tiene el permiso especial. No cumplirá los doce hasta el próximo septiembre. Si sois amantes del ballet, no la perdáis de vista: las bailarinas como ella no nacen todos los días.

Noel Streatfeild

Julio de 1936

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1

El tío abuelo Matthew y sus fósiles

Las hermanas Fossil vivían en Cromwell Road. En el extremo de la calle más alejado de Brompton Road, aunque lo bastante cerca del Museo Victoria & Albert como para que las llevaran a ver las casas de muñecas en los días lluviosos. Si no llovía demasiado, era de esperar que se ahorraran un penique y fueran andando.

Ahorrar peniques y caminar eran dos de las principales características de su vida.

—Gum debía de ir en taxi a menudo —decía Pauline, la mayor—; seguramente nunca pensó que tendría que ir caminando a los sitios, de lo contrario no se habría comprado una casa en el extremo más alejado de la calle más larga de Londres.

—Supongo que tenía coche y que nunca alquilaba ningún vehículo —opinaba Petrova, la segunda.

G.U.M. era el nombre abreviado con que se referían a su tío abuelo Matthew (Great-Uncle Matthew). Para ellas era una figura legendaria, pues, antes de que fueran lo bastante mayores para recordarlo con claridad, el anciano se había ido de viaje y no había vuelto. Aun así, había representado un papel de suma importancia en la vida de las niñas.

—Era como la cigüeña del cuento —comentó Pauline en una ocasión—. Casi podría decirse que nos trajo en el pico.

Desde entonces, en la habitación de las hermanas Fossil siempre llamaban «gums» a las cigüeñas.

Gum había sido una persona muy importante. Coleccionaba algunos de los mejores fósiles del mundo, y aunque a muchas personas no les parezca interesante coleccionar fósiles, para otras son objetos tan fascinantes y respetables como los sellos. Dado que coleccionaba fósiles, necesitaba un sitio donde ponerlos, y así acabó comprando la casa de Cromwell Road. Ésta tenía habitaciones espaciosas y seis plantas, incluyendo el sótano, y en casi todas había fósiles. Naturalmente, una casa de tales dimensiones precisaba de alguien que se ocupara de ella, y Gum pronto encontró a la persona adecuada. Un sobrino suyo había fallecido dejando viuda y una hija pequeña. Nada pudo parecerle más conveniente que proponer a la viuda que se instalara en la casa con su hija Sylvia y la niñera, Nana, y que se hiciera cargo de todo. Diez años más tarde, la sobrina viuda falleció a su vez, pero para entonces la sobrina nieta, Sylvia, había cumplido dieciséis años y, con la ayuda de Nana, pasó a encargarse del cuidado de la casa y los fósiles en sustitución de su madre.

Cuando en la casa no cabía un alfiler, Nana solía decir:

—Señorita Sylvia, querida, haga el favor de decirle a su tío que mientras no se desprenda de algunos fósiles no entrará ningún otro por la puerta.

Nana la intimidaba demasiado para no obedecerla, pero a Sylvia la horrorizaba hablar así a su tío abuelo. Las consecuencias eran terribles. Primero Gum decía que el fósil que abandonara su casa lo haría pasando por encima de su cadáver. Luego, cuando se calmaba un poco y reconocía que debía deshacerse de algunos, a pesar de no ser un cadáver ni mucho menos, elegía los peores ejemplares que tenía y los regalaba. Al cabo de unos días, durante los cuales el anciano vagaba por la casa bajo la mirada severa de Nana y la compasiva de Sylvia, en el Times anunciaban que el profesor Matthew Brown había donado una generosa colección de fósiles a un museo. A continuación, llegaban unos hombres con cajas de embalaje y se llevaban algunos de los fósiles más importantes, lo que a menudo equivalía a los más grandes. Con un suspiro de satisfacción, Nana se apresuraba a quitar el polvo en los lugares donde antes estaban los fósiles, y Sylvia consolaba a Gum mientras éste le contaba dónde pensaba encontrar nuevos ejemplares.

En una de esas ocasiones en que Gum iba en pos de esos nuevos ejemplares ocurrió el accidente que acabó definitivamente con sus expediciones. Al escalar una montaña, resbaló y cayó muchos metros abajo; tuvieron que amputarle una pierna.

Cualquiera habría pensado que, siendo alguien que vivía únicamente para sus fósiles, sentiría que nada le quedaba en la vida ahora que ya no podría ir en su busca, pero Gum no era de esa clase de hombres.

—He viajado mucho por tierra, querida —le dijo a Sylvia—, pero muy poco por mar. Así que ahora voy a ver mundo. Y quizá dé con algo interesante que traer a casa.

—No se moleste, señor —intervino Nana con firmeza—. La casa está hasta los topes. No nos hace ninguna falta tener elefantes tallados y objetos así por todas partes.

—¡Elefantes tallados, dice! —Gum le lanzó una

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