El guerrero

Kinley MacGregor

Fragmento

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Prólogo

 

 

 

 

Hacía mucho que había oscurecido cuando Lochlan MacAllister y sus hermanos, Braden y Sin, se sentaron con el padre de la reciente esposa de su hermano Ewan. Las velas de las lámparas del techo se habían apagado y el salón estaba iluminado sólo por el fuego de la gran chimenea que se apoyaba en la pared derecha. Su luz danzaba sobre los estandartes y las armas que decoraban las paredes encaladas, dibujando extrañas formas en torno a ellos mientras hacían bromas y probaban la comida que había quedado antes de que los sirvientes se hubieran retirado.

La feliz pareja se había ido hacía horas y nadie había visto a Ewan y a Nora desde entonces.

Tampoco lo esperaban.

De hecho, por lo que Lochlan sabía de su hermano, esperaba que pasaran días antes de que volvieran a verlos.

Era algo que le levantaba el ánimo.

Estaba contento de que Ewan hubiese alcanzado la felicidad por fin. La necesitaba.

—No puedo creer que hayamos casado a Ewan antes que a Lochlan —dijo Braden, cogiendo un trozo de fruta cortada de una bandeja que había delante de él—. Tenemos que tener cuidado, Sin. Creo que podríamos estar cerca del Juicio Final. Siento una necesidad repentina de confesión.

Sin se rió.

—Quizá.

—¿Habéis recibido alguna otra noticia de los MacKaid? —preguntó Alexander, el padre de Nora.

Lochlan negó con la cabeza. Cómo deseaba encontrarlos. Y lo haría. No descansaría hasta que pagaran por lo que habían intentado hacerle a su familia.

—Ninguno de mis hombres ha encontrado rastro de ellos —le dijo a Alexander—. ¿Y los tuyos?

—No.

—Eso me da mala espina —dijo Sin—. Tengo la sensación de que no tardaremos en saber de ellos.

—Probablemente —asintió Lochlan.

—¿Entonces qué deberíamos hacer? —preguntó Alexander.

—He informado a mi primo de lo que han hecho y ha expedido una orden de ejecución para ellos, pero hasta que los capturen…

—No hay mucho que podamos hacer —dijo Braden.

Sin terminó su jarra de cerveza y se sirvió más.

—Claro que sí.

—¿Qué? —preguntó Braden.

—Casar a Lochlan.

Lochlan le dio un empujón en el brazo a Braden con tono burlón.

—Estás borracho.

—¿Sin? —preguntó una voz femenina.

Levantaron la vista y vieron que la esposa de Sin, Caledonia, se aproximaba a ellos.

Pasó junto a la mesa hasta situarse detrás de la silla de su marido. Mirando hacia su esposo le lanzó una suave sonrisa de reproche.

—Tenía la impresión de que mi díscolo esposo estaba pasando demasiado tiempo aquí abajo.

Sin parecía un poco avergonzado.

—Vamos, milord —dijo, tomando a Sin de la mano—. Mañana nos espera un largo viaje hasta casa y prometí a mi hermano Jamie que volveríamos a tiempo para su cumpleaños.

Sin le besó la mano y después la frotó contra la mejilla.

Lochlan se quedó asombrado por el gesto, que era tan ajeno a Sin. Era bueno ver a su hermano tan satisfecho con esposa.

Sin era otro al que nunca había esperado ver feliz. Estaba contento de comprobar que la vida finalmente había tratado bien a su hermano mayor.

—Buenas noches, caballeros —se despidió Sin, levantándose para seguir a su esposa.

Se cruzaron con Maggie en la entrada.

Lochlan sonrió mientras ella se acercaba, mirándolos con suspicacia. Recordó una vez en que había pensado en la posibilidad de su muerte y le había deseado muchas cosas horribles.

Ahora se alegraba de haber refrenado su impulso de matarla.

—Anímate, Braden —dijo a su hermano menor—. Es tu turno de que te tiren de las orejas.

—Mi dulce Maggie sabe que no debe tirarme de las orejas, ¿verdad, mi amor? —se burló Braden.

Ella balanceó de forma insolente sus caderas al acercarse a la mesa.

—Depende de si has hecho algo para que lo haga. —Sonrió dulcemente a Alexander y a Lochlan—. ¿Os importa si os lo robo?

—En absoluto —dijo Alexander.

Braden se levantó, la tomó en sus brazos y se dirigió hacia las escaleras casi a la carrera.

Lochlan los miró cómo se alejaban, con el corazón alegre por las travesuras de su hermano. Sin duda, Maggie pronto le regalaría otro sobrino.

—Entonces —dijo Alexander una vez que estuvieron solos—, ¿tienes algún plan de tomar esposa?

Lochlan le dio vueltas a la cerveza en su copa mientras pensaba en ello. A decir verdad, no había una mujer en su corazón. Dudaba de si alguna vez la habría. Pero, aun así, su deber le ordenaba tomar esposa.

Sólo que trataría de posponer lo más posible esa responsabilidad.

—Algún día —dijo tranquilamente.

Alexander enarcó una ceja.

—¿No eres un poco viejo ya para no andar buscando?

Quizá lo era. Pero Lochlan tenía demasiadas cosas que ocupaban su tiempo, y casarse con una mujer a la que no conocía no era algo que le entusiasmara.

—Para todo hay un momento.

Alexander se rió de aquel comentario.

Fuera de la habitación sonaron pasos, seguidos por el abrir y cerrar de la puerta principal.

Lochlan y Alexander intercambiaron miradas de desconcierto.

Era demasiado tarde para visitas.

Un anciano sirviente entró en el salón con un joven detrás de él. El muchacho no había alcanzado todavía la mayoría de edad.

Vestido con harapos, llevaba una bolsa raída.

—Perdonadme, milord —le dijo el viejo sirviente a Alexander—. El muchacho dijo que tenía noticias de Lisandro.

Alexander le hizo un gesto al chico para que se acercara.

—¿Hay algún problema?

El muchacho vaciló y luego retrocedió. Miró vacilante al sirviente y después a Lochlan.

—Habla, muchacho —pidió Alexander pacientemente—. Nadie aquí te hará daño.

El chico aún parecía dubitativo.

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