Tres chupitos en Mikonos (Trilogía Un cóctel en Chueca 3)

Josu Diamond

Fragmento

1. El viaje

1

El viaje

copas

La estación de Atocha era incluso mejor de lo que Mauro jamás habría soñado. El interior estaba decorado como si fuera una selva, una auténtica locura, pues en la cabeza del pueblerino ciertas cosas de la gran ciudad aún le seguían pareciendo verdaderos espectáculos visuales. Le habría encantado fijarse en la disposición, en esas pequeñas terrazas junto a las enormes palmeras, pero no tenía mucho tiempo para perderse en los detalles, porque tenían que correr. Y mucho.

—Vamos, es por aquí —gritó Iker señalando unas escaleras mecánicas con la mano.

Tanto Andrés como Mauro giraron al mismo tiempo y sus maletas chocaron entre sí.

—Joder —se quejó Andrés, que decía ser muy cuidadoso con su equipaje.

Cuando finalmente los cuatro amigos estuvieron sobre la rampa automatizada para subir a la planta de arriba, Gael se permitió soltar un suspiro, una mezcla de estrés y recuerdos de su despedida con Oasis en esa misma estación no hacía demasiado tiempo.

—Espero que nos dejen pasar —dijo el colombiano mirando su teléfono. De pronto, su expresión cambió y de divertida pasó a ser alarmista—. Babies, cierra en cinco minutos. ¡Corran!

No tuvieron más remedio que salir disparados, empujando a cualquier persona que pasara por su lado. Por fin alcanzaron la planta desde donde saldría el AVE, aunque primero debían superar el control de seguridad. ¿Les daría tiempo? Mauro estaba sudando, Andrés se mordía los labios con fuerza, Iker tenía el ceño fruncido y Gael se lo tomaba con su calma habitual en situaciones de tensión.

—Como no espabiléis... —escuchó Mauro que una de las chicas que revisaban los billetes le decía a Iker. Este, a sabiendas de su actitud y su enfado por llegar tarde, se volvió para calmarse. Mauro le hizo un gesto para decirle que se relajara. Luego se apresuraron de nuevo, esta vez a meter sus maletas en la cinta de seguridad.

—Dos minutos —anunció Gael con una sonrisa.

—¿Cómo te puedes reír, tío? —soltó Andrés con la voz entrecortada; le faltaba la respiración. Como todos, estaba demasiado nervioso.

Por fin consiguieron pasar el control de seguridad. Mientras cruzaban la terminal, Mauro se sintió desfallecer, pero ahí veía el cartel enorme con la ciudad a la que se dirigían. Un chico les esperaba debajo, frente al mostrador, con una sonrisa algo tensa.

—A puntito, ¿eh? —bromeó incómodo.

Ninguno de los amigos sonrió, por Dios, ¡con el estrés que llevaban encima!

Bajaron otra rampa mecánica. Los operarios, ataviados con el uniforme de Renfe, les hacían gestos con las manos. Corrieron, corrieron y corrieron.

Y ahí estaban.

Metieron las maletas como buenamente pudieron mientras las puertas del tren se cerraban. De hecho, la mochila que Andrés llevaba a la espalda se vio apretujada entre ellas.

—Nos hemos salvado —dijo Mauro casi sin respiración.

Volvieron a comprobar los billetes, ya que no habían alcanzado a subirse a su coche. Así que, tratando de calmarse, marcharon a investigar en qué vagón se encontraban con exactitud y dónde narices estaban sus asientos. Era la primera vez de Mauro en un AVE, por lo que se sentía completamente fascinado: los sillones reclinables, esas ventanas tan grandes, el airecito que entraba por el conducto del aire acondicionado...

Ah, claro, porque a todo esto... era el último día de julio. En apenas unas horas entraría agosto en sus vidas.

Si no hacía setenta y tres grados, no hacía ninguno.

Cuando los amigos llegaron al fin a su coche y sus asientos, el tren ya estaba en marcha. Una vez sentados, dejaron escapar un suspiro al unísono que despertó sus risas.

Ya no había estrés.

—Si lo hubiéramos perdido, nos habríamos quedado en tierra, ¿eh? Que no nos han dado mucho margen tampoco —dijo Iker, cuyo malhumor desaparecía poco a poco.

—Es que podrían haber avisado antes —se quejó Andrés al tiempo que ponía los ojos en blanco.

—¿Cree que lo hacen para que la gente no vaya? —preguntó Gael.

—No tiene sentido, rey —le respondió Andrés con una sonrisa—. Entonces ¿para qué lo organizan? Lo suyo es que se llene.

Mauro se encogió de hombros cuando las miradas de sus amigos se dirigieron hacia él, que era el que faltaba por hablar.

—¿Estás bien? —le preguntó Iker gesticulando con los labios. Mauro asintió con la cabeza; parecía que solo necesitaba recuperar un poco el aliento después de la paliza que se habían pegado.

No era la primera vez que los amigos pisaban Barcelona. De hecho, la última fue hacía unos meses, para rescatar a Andrés de las temibles garras de Efrén, su novio tóxico que se acostaba con medio Sitges sin protección y cuyas consecuencias habían resultado fatales para el pequeño twink de ojos azules. Pero vaya, que como habían visitado la ciudad con anterioridad, Mauro ya se temía que le sudara hasta lo innombrable a causa de la humedad en cuanto bajara del tren.

Los amigos esperaron un taxi en Sants mientras Iker corría a encenderse un cigarro como loco y Gael se desperezaba. ¿Les iba a costar un ojo de la cara un trayecto de quince minutos? ¡Por supuesto! Pero no había otra. Ir desde la estación hasta el puerto era casi línea recta, pero con el tráfico que siempre había en la ciudad tardarían un poquito más. Y claro, el taxímetro seguiría sumando por cada semáforo, cada señal de STOP y cada idiota que se parara en doble fila.

—No hace falta, gracias —le dijo Iker al conductor, que se había ofrecido a meter el equipaje de todos en el maletero.

Mauro no pudo apartar la mirada de Iker que, al cargar con esas pesadas maletas, sus brazos lucían más grandes, más venosos... Dios, era una delicia. Además, llevaba una camiseta de tirantes que dejaba al descubierto desde los hombros hasta el pecho.

¿Y lo bien que estaban? En eso apenas pensaba. Se había acostumbrado a que todo fuera sobre ruedas. Después del fallecimiento de su padre, parecía que de verdad hubiera cambiado. No hizo ningún tipo de circo por haberse quedado dormido junto a él, ni trató de evitarle. De hecho, habían llegado a bromear sobre sus besos.

Los cuales no habían vuelto a pasar, por cierto.

Bueno, vale. Mauro no iba a negar que un poquitito de tensión entre ellos sí había, aunque por primera vez se intuía como mutua y sin ningún tipo de peros. Y cero mal rollo, únicamente felicidad.

Solo que no daban otro paso más allá.

Por miedo a cagarla.

Era mejor así.

Y ahí estaban, en el

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos