Un novio de oficio para Laia (Pacto entre amigas 4)

Ángeles Valero

Fragmento

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Capítulo 1

Hay luz

Laia andaba distraída. Después de aguantar todo el día los golpes y gritos de los obreros, había decidido salir a andar un poco y despejarse antes de que se hiciera completamente de noche.

Estaba ya de vuelta cuando sacó el móvil para anotar alguna de las tareas que había decidido hacer al día siguiente. Justo entonces le sonó una multillamada en el grupo de las chicas: Románticas Empedernidas. Desde que Carmen lo creara, hacía poco menos de un mes, comentaban a diario por llamada o audios. Lo que había empezado siendo un grupo de lectura ahora era un grupo de amigas donde hablaban de libros y de su vida.

Después del libro de Clara, Carmen había sugerido que empezaran con la serie de El Azahar, de Zahara C. Ordóñez[1], y ese día tocaba comentar hasta la mitad del primer libro La irrevocable tentación de un duque. Lola y ella habían dejado claro desde la primera línea que de los siete hermanos ellas perdían el corazón, y las bragas, por el pequeño.

Ya vislumbraba las primeras casas, así que decidió ir por un camino menos transitado y descolgar.

Sonrió cuando vio cómo su pantalla se partía en cuatro: en la parte de arriba, Gema y Gala compartían imagen, igual que Abril, Carmen y Lola en la derecha; más abajo, Clara; y por último, ella. Las chicas saludaron animadas:

—¡Ey!, desaparecida —gritó Lola—. Llevas todo el día sin decir nada y yo necesitaba apoyo.

—He estado hasta arriba con los obreros y las reservas. ¿Con qué necesitabas ayuda?

—Estas que no saben nada y dicen que Samuel Alborada es mejor que su hermano Diego.

—¿Perdona? Mira, no me hagáis reír. Samuel será el heredero y todo lo que queráis, pero Dieguito le gana de calle. Cuando él va, MI FUTURO MARIDO ha vuelto, tres... ala.

—Ala —dijo Gala muerta de risa—. Ala, ¿qué? Si has visto a Diego, te juro que dejo todo lo que estoy haciendo y me presento en el pueblo.

—No, no, que tú quieres a Samuel —protestó Lola.

—Es que me da que tengo un Diego de carne y hueso en casa y no es tan divertido como pensáis.

—Madre mía —interrumpió Clara aguantando la carcajada—, que ha pasado de decir que lo suyo no era amor a decir que tiene un Diego Alborada en casa. No, si es que me tengo que reír.

—¡Silencio! —clamó Abril—. Que tú, con eso de ser confidente de Zahara, sabes muchas cosas y no quiero spoilers.

—Laia —dijo Gema algo preocupada al ver que seguía en silencio y mirando a un punto fijo—. ¿Qué pasa?

—Es que... veo una luz.

—¡Corre en dirección contraria! —gritaron todas a la vez y después estallaron en carcajadas.

—Qué graciosas. No me voy a morir.

—Igual son los extraterrestres y vienen a por ti —aclaró Carmen.

—Pues mira, si me llevan con Diego o con algún mozo de Clara yo me dejo. ¿Quién se suponía que interpretaría al último?

—Víctor Clavijo[2] —confirmó Gala muerta de risa al recordar que había publicado una frase muy atrevida en Instagram etiquetándolo; hecho que el actor se había tomado de muy buen humor.

—Qué voz tiene ese hombre —suspiró Carmen.

—Sí, sí, mucha voz. Laia, ¿dónde hay luz? —preguntó una vez más Gema, que la veía muy perdida y no le gustaba ni un pelo.

—En casa de los Galván.

—Será Marcel.

—Eso estoy intentando ver, pero es que no hay ningún coche fuera. No sé, se suponía que estaba en L’Ametlla con la hija. Me lo dijo Teresa cuando fui a la tienda, que estaría allí hasta la primavera por eso de que aquí los inviernos son más duros. No está como para quedarse incomunicado, ya sabes el susto que les dio hace unos meses.

—Le dio un ataque al corazón —aclaró Gema—. ¿Quieres decir que es Eric?

—No lo sé. Él vive en Madrid. Trabaja para el despacho ese de abogados tan importante.

—¿De quién habláis? —Quiso saber Lola.

—Ni idea, pero si siguen así yo voy a por las palomitas, porque esto tiene pinta de salseo. ¿Eric es un ex?

—Ya ha activado el radar de escritora. —Gala rio mientras imitaba a Clara y se servía una copa de vino—. Venga, contad: ¿qué nos estamos perdiendo?

Fue Gema la encargada de poner al corriente al grupo. Mientras, Laia decidía que al día siguiente iría a La Botigueta, así se llamaba la pequeña tienda que hacía las veces de panadería y ultramarinos, donde los vecinos compraban olvidos de última hora. Estaba regentada por Teresa, y seguro que ella le decía quién estaba en la casa.

—Eric es un amigo del grupo.

—Bueno, amigo...

—A ver, Laia. Eric es un amigo. Lo que pasa es que desde que se fue a la universidad, ha vuelto poco por el pueblo y simplemente perdimos el contacto. Ya está, fin del drama.

—Fin del drama —confirmó Laia, que no tenía muchas ganas de hablar sobre lo ocurrido la última vez que Eric había vuelto al pueblo el primer verano después de irse a la facultad.

—Decid lo que queráis, pero a mí me da que aquí hay más drama. No sé, ¿es guapo? ¿Fue el primer beso de alguna? ¿El primer amor?

Si Lola hubiese estado más atenta a sus palabras habría visto la reacción de Laia, pero como solía pasar con ella, simplemente iba lanzando preguntas sin más, sin esperar que las chicas respondieran. Sin embargo, Abril sí que lo vio e interrumpió a su compañera de piso.

—Lola, han dicho «fin del drama». Que en pueblos pequeños, cuando las hormonas se disparan, pues pasan cosas, eso es normal. Pero ya está, no tiene por qué ser algo sobre lo que preguntar.

Laia sonrió aceptando ese capote. No había drama, o eso quería pensar. Hacía mucho que no hablaba con Eric y era imposible que lo que había ocasionado su distanciamiento siguiera presente tantos años después.

—Eso es. Fueron cosas de las hormonas y de la tontería que te entra a los dieciséis —confirmó Laia.

—¿Cuántos años tiene ese tal Eric? —Quiso saber Gala.

—Ains —suspiró Lola—. Yo una vez me pillé por un chico mayor.

—¿Cuánto de mayor? —Se interesó Clara.

—¿Tratándose de Lola? Seguro que podría ser su padre.

—¡Carmen!

—No te pongas así. Es que, cielo, para escoger chico no has estado muy acertada.

—Eso no es verdad.

La mirada de sus compañeras de piso hizo que el resto de las chicas se dieran cuenta de que el tema de los ex de Lola era más serio de lo que creían. Por suerte para ella, la conversación derivó en un debate sobre la edad en el que cada una aportaba algo de su experiencia. Entretanto, Laia llegó a la buhardilla en la planta superior del hotel, que sería su casa durante el tiempo que Gema viviera en Madrid.

—Chicas, os tengo que dejar. Voy a darme una ducha, cenar algo y morirme en el sofá. Los obreros me dejan agotada.

—Siento mucho que estés pasando por eso tú sola, debería estar allí... —dijo Gema.

—Lo que debes es aprovechar al máximo ese curso y, cuando vengas, hacerme un montón de recetas ricas.

—Todas las que quieras. Mi hermano me dijo que se pasaría la semana que viene, por si necesitas cualquier cosa, se

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