Juanes

Diego Londoño

Fragmento

Juanes, 1.577.836.800 segundos

Hablar de Juanes es narrar parte de la historia de la música en Latinoamérica y el mundo.

Juan ha sabido mezclar sus raíces con el rock y otros géneros musicales de una forma impresionante. La línea melódica de sus guitarras es única, al igual que sus composiciones.

Este conjunto de atributos lo llevan a ser reconocido como uno de los mejores intérpretes y representantes de la actualidad. Esto, aparte de su entrega, solidaridad y amor por la paz y el bienestar de la humanidad.

Juanes posee una cualidad que no falta en los grandes artistas, la necesidad constante de superarse y de ser mejor en todo lo que hace.

Desde mi punto de vista, está cantando y tocando mejor que nunca. Me alegro mucho por este libro, querido Juanes.

¡Celebro tu vida, tus canciones y tu amistad!

JUAN LUIS GUERRA

La música guasca pasada por una guitarra eléctrica con distorsión sonando en el mundo no habría sido posible nunca si Juan Esteban no fuera tal y como es. Transparente y directo.

De “Niño gigante” a “Origen”, de Octavio Mesa a Metallica, y siempre con la mente enfocada y obsesionado en su manera única de ver el mundo a través de sus melodías y sus acordes.

Eso es Juanes. Una mezcla de sonidos que no podrían definirse en un solo género. Su disciplina es su religión, las horas pasan en su estudio comulgando con sus canciones, descifrándolas y recitándolas.

Su estructura es su familia, y es ahí donde se descifra su esencia. Juanes es bondad, amistad, certeza y decisión. No le gustan los halagos, pero en esta celebración le tocó. Su legado es gigante y lo mejor es que lo sigue construyendo día a día. Lleva siempre a Colombia en la cabeza y en el corazón sin importar en dónde esté.

Mi querido Juan Esteban, hoy hay fiesta por su vida, porque ha sido bien vivida y por eso hay que celebrar.

Por muchos años más de música, cariño y buena onda.

De su amigo que lo quiere y lo admira,

FONSECA

Juanes, 1.577.836.800 segundos

1.577.836.800 SEGUNDOS

1.577.836.800 segundos han tenido que pasar para estar escribiendo estas palabras sentado en una silla de otro aeropuerto de otra ciudad que no es la mía. 1.577.836.800 segundos que son en realidad cincuenta años, es decir, casi la mitad de una vida como se diría coloquialmente, solo que en este caso se trata de la mía propia.

Una vida recorrida por caminos de piedras, autopistas, aire y nubes llenos de costales de alegría, tristeza, rabia, amargura, triunfos y derrotas, pero sobre todo de aprendizajes que han sabido a su manera formar mi carácter.

Sentimientos genuinos y recuerdos empolvados o casi olvidados que mi querido Diego Londoño, junto con amigos cercanos y familia han sabido cariñosamente rescatar con poesía, cosa que agradezco tanto. Quizá necesitaría otros 1.577.836.800 segundos por lo menos para poder agradecer, no solo a Diego, quien se puso al hombro tremenda responsabilidad, sino también a todos y cada uno de aquellos que en estas páginas dejaron sus relatos desde sus ojos.

Quiero que sepan que son todos parte de mi vida. Desde esta misma silla de otra ciudad, de otro aeropuerto, les agradezco para siempre.

Definitivamente no hay una mejor manera de celebrar la vida que hacerlo en compañía. A todos mis fans, amigos y familia alrededor del mundo, un GRACIAS en mayúscula y una afirmación: esto sigue.

Los amo.

JUANES

Juanes, 1.577.836.800 segundos

MEMORIAS DE UN SOÑADOR

Justo ahora Juan Esteban Aristizábal Vásquez está en Medellín (Colombia), en su casa, en el lugar que le acelera el corazón, donde tiene sus recuerdos más entrañables, felices, dolorosos, juveniles, y justo donde su sueño empezó a hacerse realidad.

Está bajo el cielo primaveral que lo vio caminar apresurado hacia sus primeras clases musicales con una guitarra que le llegaba hasta las rodillas, y luego, unos años después, ese mismo cielo lo observó correr ansioso con una camiseta de Judas Priest, buscando el teatro donde viviría su primer concierto de rock con una banda que fue influencia y raíz: Kraken.

Está a solo 63 kilómetros de las mismas montañas que recorría con sus hermanos y su padre, repletas de cafetales, ríos y alambrados campesinos en Carolina del Príncipe (Antioquia, Colombia), el pueblo de su familia. Está pisando el pavimento ardiente que fue refugio cuando su motocicleta KZ 900 Custom de color amarillo quemado lo llevó por calles, avenidas, barrios y laderas, persiguiendo una libertad que no sabía dónde se hallaba.

Juan recorre las mismas calles llenas de prenderías, en las que alguna vez encontró la guitarra eléctrica de sus sueños. Está con los suyos, con sus amigos de siempre, los que nunca cambiaron, los de la niñez y adolescencia: Mauricio, Memo, Andrés, David, Puli, Mónica, Esteban, y muchos otros, en esta ciudad de grandes y verdes montañas, con motocicletas a toda velocidad y gente que al hablar arrastra la ese, tanto como su pasado y sus ganas de salir adelante.

Justo ahora, Juan Esteban está sentado, mirando desde un balcón un atardecer rojizo, anaranjado, hermoso, como un maquillaje aplicado a toda prisa. En el restaurante, todo el mundo lo mira, lo señala. Él solo sonríe y se pone de pie cada vez que le piden una fotografía. Nunca hace mala cara, siempre dice que sí. Die

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