Carmen se ha enamorado de un señorito estirado (Pacto entre amigas 5)

Ángeles Valero

Fragmento

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Capítulo 1

Encontronazo

Carmen regresaba a la oficina a toda prisa, la reunión con el cliente había durado más de lo esperado. Si no llegaba pronto para enviar toda la documentación terminaría saliendo a las mil, y eso era lo último que quería. Llevaba meses trabajando por encima de sus posibilidades, entrando la primera y saliendo la última. Era el precio a pagar por ser la favorita del jefe, menos mal que James compensaba económicamente todo su tiempo; y en ese momento, era todo lo que ella necesitaba.

El último evento que había tenido que planificar había arrasado con su vida social. No era fácil organizar la promoción de un disco cuando no te gustaba ese cantante. No es que fuera malo, es que no era lo suyo; a ella le encantaba bailar, dejar que la música fluyera, cantar a voz en grito letras llenas de sentimiento, y ese no había sido el caso. Aun así, era una profesional, y dedicó todo su tiempo a preparar el tema e investigar sobre otras presentaciones similares. Le salió de maravilla y recibió muchas felicitaciones por su trabajo, incluidas las del propio cantante, que resultó ser muy simpático.

Suspiró al imaginar cómo sería organizar la próxima presentación de Clara. En su mente se veía en mitad de un jardín, tal vez de ese cortijo que la familia de la escritora tenía en la sierra. Indagaría más sobre ese lugar, estaba segura de que había inspirado alguna de sus historias. Debía ser maravilloso presentarse en un lugar así, rodeado de flores en un ambiente de lo más romántico, servir vino al finalizar, incluso podría hacer un embotellado especial para ella, con una etiqueta dedicada a la novela. Si dependiera de ella, mimaría cada detalle.

Sacudió la cabeza para dejar de soñar y volver a la realidad. James nunca aceptaría algo así. Él solo quería eventos grandes, masificados y que llamaran la atención. Por eso trabajaba tan duro, necesitaba ahorrar hasta el último euro para montar su propia empresa. Una más pequeña, que le diera para vivir, pero que trabajara así, cercana a la gente. El sueño de su vida, comprar un terreno de tamaño medio y construir algo mágico, una casa de paredes encaladas y rejas negras, con geranios rojos y rosas en las ventanas. Rodeada de árboles y verde. Donde el rumor del agua se escuchara por todas partes.

Caminaba tan dentro de sus ensoñaciones que no vio al chico que estaba parado en mitad de la acera y chocó con él.

Adrián acababa de salir de una tediosa e infructífera reunión. Cansado de dar palos de ciego, miraba el e-mail que había redactado la noche anterior y se planteaba si darle a «enviar» o no, aquel extranjero extraño parecía ser su única opción. Su pulgar planeaba en la pantalla mientras lo meditaba. En ese momento, alguien tropezó con él y por poco lo tira al suelo.

—¡Ey! Quiere mirar por dónde...

No dijo nada más. Unos impactantes ojos negros lo ocuparon todo.

La causante del accidente se aferraba con fuerza a su brazo para no acabar tumbada en la acera.

—No puede estar parado en mitad de...

Los ojos más verdes que había visto en su vida la observaban fascinados.

Una vez recompuestos del encontronazo, se observaron detenidamente y con descaro; en ambos se dibujó una sonrisa pícara. De haber estado en otro lugar, seguramente habrían zanjado ese momento con una copa y lo que surgiera. Porque esa había sido la intención de todo su ser.

Adrián, porque delante de él tenía a una mujer de bandera: morena, de ojos negros y labios rojos, de las que hacen temblar el mundo con solo susurrar; Carmen, porque veía a su tipo de hombre: moreno, de pelo engominado, ojos claros y traje, tan elegante como canalla; porque eso le indicaba la media sonrisa que había asomado a sus labios después de la revisión que él le había hecho.

Ambos carraspearon y hablaron a la vez.

—¿Se encuentra bien?

Una sonrisa sincera sustituyó a la anterior.

—Sí —respondió ella primero—, disculpe el golpe. Tengo tantas cosas en la cabeza que a veces no veo por dónde voy.

«Lo que daría ahora mismo por saber qué tienes en tu cabecita», pensó él.

—Lo mismo digo. Me he parado aquí en mitad de la calle como si fuera la única persona de la ciudad.

«No serás el único, pero no hay muchos como tú», pensó ella.

—Bueno, si solo ha sido un golpe tonto, me disculpo otra vez, tengo prisa —dijo Carmen con fastidio. Separarse de él y no volver a verlo nunca era lo último que quería, pero no tenía ninguna excusa para alargar aquello.

—Sí, lo mismo digo. Que tenga un feliz día —respondió mientras todo su ser le pedía que en lugar de eso le pidiera un contacto.

No lo hizo. Aquello hubiera sido una locura, incluso para él, que había abordado a más de una en bares y discotecas.

Se despidieron, y cada uno retomó su camino.

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