Cuando el mundo da tanto miedo que no se pueden abrir las ventanas, cuando el amor ya no es respuesta, sino todas las preguntas; cuando la vida es un vértigo, una asfixia, nos cobijamos al abrigo de la comprensión. Ana Müshell buscó refugio en la literatura de Alejandra Pizarnik, y convirtió a la poeta argentina en su «compañera de abismos». Rastreando el dolor de una «Maldita Alejandra» (Lumen), Müshell trató de dar sentido al sufrimiento propio. En las siguientes líneas, incluidas como prólogo de la obra, titulado «Ella creía que nadie amaba sus poemas», Luna Miguel, otra devota de Pizarnik, escribe sobre la literatura que es medicina, sobre los diarios que son homenaje, sobre los dibujos que son «pildoritas tragables» y nos permiten engullir el veneno de la poeta sin caer en el contagio de su melancolía existencial.