PRÓLOGO
Donde todo empieza
Ahora que nos habíamos convertido en madres, todas éramos sombras de lo que fuimos, perseguidas por las mujeres que éramos antes de tener hijos. En realidad, no sabíamos qué hacer con ella, con esa joven fiera, independiente, que nos seguía por ahí, gritando y señalando con el dedo mientras empujábamos los cochecitos infantiles bajo la lluvia inglesa. Intentábamos responderle, pero carecíamos del lenguaje para explicar que no éramos mujeres que simplemente hubieran adquirido unos hijos: nos habíamos metamorfoseado en alguien que no terminábamos de entender.
DEBORAH LEVY, Cosas que no quiero saber
La metamorfosis que supone la maternidad no se estudia en los libros de texto. Tampoco te la esperas por mucho que te lo hayan contado, por mucho que lo hayas leído. Como mariposas ciegas, cuando nos transformamos, empezamos a volar sin saber muy bien hacia dónde; desorientadas. Ahora somos esa que no terminamos de entender, esa de la que habla Deborah Levy. Y también somos esa a la que se comprende poco. Porque ser madre hoy es transitar por un lugar que todos veneran, pero que pocos se atreven a explorar. Lo que sabemos de las madres nos lo han contado otros en la literatura, en los manuales de crianza, en las consultas médicas o en el cine. También nos lo ha mostrado la publicidad, el marketing que abona las redes sociales y los reportajes de las revistas, que son pura mitología. ¿Cuánto sobre el tema lo hemos escuchado de nuestras respectivas madres, de nuestras hermanas, de nuestras amigas o vecinas? ¿Qué parte no hemos querido ver de aquello que era evidente?
«Es muy fácil juzgar antes de atravesar la maternidad», afirma Paola Roig en este libro. Ella se atreve a decirnos que muchas de las expectativas creadas en nuestra vida antes de la maternidad no son más que trampantojos. «La maternidad supone un continuo reajuste entre lo que queremos y lo que podemos ser y hacer, entre las expectativas en torno a nosotras como madres y lo que realmente acabamos siendo. También en cuanto a cómo serán nuestras criaturas y cómo acaban siendo. Es difícil a veces entender que “no siempre lo que quiero es lo que puedo”. Pero da paz cuando realmente integras la frase. A menudo, no somos las madres que queremos ser, sino las que podemos», explica.
Ser madre es como vivir en un edificio aislado en construcción permanente, que es como decir que hoy estamos más solas que nunca. Hemos perdido referentes a nuestro alrededor, esos aprendizajes de lo que supone criar, amamantar y cuidar. Desconocemos lo que es maternar, pero también cómo es un bebé, una criatura pequeña, y lo que implica su cuidado y sus necesidades. Pensamos que una buena crianza de nuestros hijos es como un tratamiento. Necesitamos que nos den pautas precisas para que su tránsito hasta alcanzar su completa autonomía suponga el menor impacto posible en nuestro universo de adultos. Como decía la filósofa Carolina del Olmo en ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista, «nominalmente se ensalza y se defiende la infancia. Pero las largas jornadas laborales y los bajos salarios inclinan la balanza hacia una crianza que adiestre a los niños para reducir su impacto en la vida adulta».
Y no podemos fallar. Porque, al desconocimiento y al taimado adiestramiento en la crianza de nuestros hijos y nuestras hijas, hay que sumarle una exigencia monstruosa hacia lo que se espera de nosotras como madres, lo que esperamos nosotras mismas de la madre que somos. Nos exigen y nos exigimos tanto que la crianza se convierte en una experiencia abrumadora. Ante esto, Paola nos propone que apliquemos el respeto, no solo hacia las criaturas, sino también hacia nosotras mismas: «La crianza respetuosa empieza por una misma. Es imposible que seas respetuosa con tu peque si no lo estás siendo contigo». Es decir, seamos compasivas con nosotras mismas, dejemos de ser tan crueles. Estas palabras de la autora me unen a mi amiga Chus, quien, cuando ya no puedo con más, siempre me habla de esa compasión hacia nosotras. Si entre todas nos recordáramos esto más a menudo, si nos permitiéramos la queja desde la honestidad más brutal, quizá rebajaríamos el sufrimiento maternal. «Pienso que en muchos casos eso es lo que se esconde detrás de los gritos de las madres. El ritmo que llevamos. El peso que asumimos. El no poder más. La sobrecarga. Las madres estamos muy cansadas. Estamos agotadas», sentencia Paola. La crianza de las criaturas no es una cuestión personal, sino que es una cuestión colectiva. Por eso nos agota la maternidad, por eso se problematiza. Porque es imposible criar en un contexto individualista en el que las criaturas son tu responsabilidad, y a nadie más le importa. Un contexto en el que la crianza se ha profesionalizado. «Cada vez tengo más la sensación de que a veces las familias olvidamos lo que somos. No somos educadoras. No somos pedagogas. No somos maestras. No somos psicólogas. Somos madres y padres. Esa es nuestra función», matiza.
No recuerdo cuántas veces habré dicho de mi propia maternidad que conocía toda la teoría, pero que la práctica era otra cosa. «La teoría es solo teoría. La práctica la pones tú», escribe Paola. Vivimos cada paso que damos con desconfianza y temor. Confiamos poco en nosotras, en nuestro cuerpo, en nuestros hijos e hijas. También nos cuesta asumir que hay cosas que se escapan de nuestro control: la precariedad estructural, los alquileres imposibles, el precio de la cesta de la compra, la ausencia de políticas reales y efectivas en torno a la crianza y a los cuidados, que marcan inevitablemente lo que se nos permite hacer. ¿Hasta dónde llegamos? Es imposible alcanzar todo lo que queremos. Tampoco encontraremos respuestas para todo en este libro. Paola no va a darnos las claves para que nuestros hijos e hijas duerman bien, coman saludable, hagan ejercicio o desarrollen una exquisita inteligencia emocional. Ni sabe cómo poder hacer trampas al sistema para criarlos con dignidad. Sin embargo, nos aportará mucho más que cualquier manual de crianza trasnochado. Nos brindará el abrazo y la empatía que necesitamos cuando nos ahogamos en tanta duda, en tanta sobreinformación y en tanta incoherencia entre lo que necesitamos hacer y lo que muchas veces podemos hacer. Nos acompañará de cerca cuando caminemos al filo del acantilado del sistema para mostrarnos la realidad, con sus aristas y sus nubes de algodón. Porque, como dice la autora, «es importante que podamos aceptar la realidad tal y como es sin necesidad de esconderla».
Hace unas semanas, le decía a un padre en el parque que me encantaba ser madre, que era lo mejor que me había pasado en la vida, y a la par es curioso porque me sorprendo a menudo diciendo o pensando dónde me he metido. Esto último me ocurre cuando la realidad que se impone es la que me pesa: la de las negociaciones, la de las peleas entre hermanos, la de las rabietas infinitas al final de un día en el que se han enlazado preocupaciones, fechas de entrega inalcanzables y horas que no dan más de sí. No son mis hijos quienes me producen ese sufrimiento exquisito del que hablaba Adrienne Rich —a quien menciona Paola en las páginas de este libro—, sino la soledad, la exigencia, la profesionalización de la crianza, el trabajo precario y las labores invisibles que consumen mis días como si fueran la llama de una vela de cumpleaños. Paola me (nos) hace ver que siempre hay una renuncia porque a todo no se llega, que hacerlo todo es imposible. Pienso en esta idea que nos regala la autora como un espacio generoso en el que podemos encontrar cobijo cuando la maternidad nos desborda. Cuando dudamos de nuestra crianza imperfecta.
La maternidad puede ser el lugar donde todo empieza. Como este libro.
DIANA OLIVER,
periodista y autora de Maternidades precarias
Madrid, 9 de noviembre de 2022
INTRODUCCIÓN
Cuando se me abrió la posibilidad de escribir este libro, casi que no me lo creía. Apenas había salido el primero, en el que había volcado todo mi saber y experiencia sobre la etapa perinatal.
Pensaba: «¿Y qué más voy a decir?». Mientras le daba vueltas, llegué a la conclusión de que en Madre me quedé apenas a las puertas de la crianza. Apenas daba tres pinceladas sobre lo que viene a continuación del posparto y los dos primeros años. Y después de toda esa revolución, aún queda mucho camino por andar.
Así que pensé que iba a escribir un libro sobre crianza. Y ahí venía el segundo reto. Hay muchos libros de crianza. Muchos manuales en los que te dicen, según este o aquel experto, cuál es la mejor manera de hacer, de acompañar, de educar…
Yo no quería hacer eso. Percibía (y sigo percibiendo) la exigencia de las madres en consulta. En los grupos. En los encuentros de amigas. Lo que pesan las palabras de los expertos, los estudios científicos, las últimas novedades. No quería colaborar a hacer todo ese peso aún más pesado. Lo que yo quería hacer era más bien lo contrario.
He recibido muchas reseñas de mi primer libro, públicas y privadas, y recuerdo dos con mucho cariño. La primera es pública y se puede leer en Amazon. Hay una mujer que comenta que leer mi libro es «como hacer terapia». Qué bonito, ¿no? Pensar que mi libro tiene ese efecto en algunas personas. Que ayuda a nombrar, a poner en su lugar, a deshacer el ovillo, a ordenar. Ojo, ningún libro sustituye una terapia, pero sí que nos puede ayudar a empezar a andar el camino.
Pensé al leerla que lo había hecho bien. Que eso era justo lo que quería. Nada de sentar cátedra. Sino más bien abrir preguntas, abrir espacio, dejar hueco para la subjetividad de cada madre. Un poco como hacemos las terapeutas en consulta. No te decimos lo que tienes que hacer, sino que te acompañamos a encontrar y andar tu propio camino.
La segunda reseña me la escribió una mujer por mensaje privado de Instagram. Me dijo que había pasado ya su fecha de parto, que estaba algo nerviosa por el momento, por cómo sería, por si sería capaz, por lo que vendría después… Se había comprado mi libro un par de días antes, así que lo empezó a leer en una de sus noches insomnes. Me decía en el mensaje que mi libro le había dado tanta tranquilidad que, al cabo de unas pocas páginas, el parto había empezado.
No me malinterpretes, no tengo el ego tan grande como para pensar que mi libro puede ayudar a nadie a ponerse de parto. Pero lo bonito es lo de la tranquilidad. Quitar peso. Aligerar. Confiar. Con ese mensaje, volví a tener la misma sensación que con la primera reseña: objetivo cumplido. Cuidar y acompañar a las madres, eso es lo que buscaba, y parece que, al menos en algunos casos, lo conseguí.
Así que, al plantear este segundo libro, para mí era importante no descuidar ese punto de vista. Es fácil perderse en dar indicaciones, en dar consejos fáciles, en vender que todas las soluciones van a poder encontrarse entre unas pocas líneas.
Pero yo no quería hacer eso. Yo quería hablar de crianza desde la psicología, claro, pero también desde la vivencia de las madres a las que acompaño y la mía propia. Quería hablar de lo que nos sucede a las madres en la crianza, de todo eso que nos cuesta tanto nombrar, de qué mueven nuestras criaturas en nosotras, y de cómo hacernos más fácil este camino de acompañarlas y acompañarnos.
Eso es lo que vas a encontrar aquí. Voy a ir recorriendo aspectos importantes de la crianza, esos que más nos preocupan, sobre los cuales más leemos. Voy a darte un poco de teoría para entenderlos, para darles un marco y un contexto. Luego, vamos a ver qué se nos mueve a las madres en esos aspectos. Voy a plantearte preguntas, a abrir interrogantes para que tú puedas escoger tu propio camino, confiando en tus recursos y en todo eso que ya tienes dentro de ti.
No, este no es otro manual sobre cómo ser la madre perfecta. Es un libro para encontrar y confiar en la madre suficientemente buena que ya eres.
Gracias por dejarme acompañarte a través de estas páginas en un trocito del camino.
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EL INICIO DE TODO
Yo también era mejor madre antes de serlo.
Sobre el juicio y la maternidad
Es increíble la lista de «yo nunca» que podemos llegar a hacer antes de ser madres. Desde «yo nunca llevaré la teta fuera todo el día» hasta «uf, esto de ponerles pantallas en los restaurantes no me pasará jamás». Y, como si fuera el famoso juego con el que nos entreteníamos en nuestras noches adolescentes, acabamos bebiendo en todas las rondas.
Es muy fácil juzgar antes de atravesar la maternidad. Es muy fácil comentar que tú lo harías mejor, que no entiendes por qué tanto estrés, que no es para tanto. Casi casi nos colocamos en la posición de quien observa una obra y se atreve a hacer comentarios sobre lo lentos que van o lo sencillo que sería de esa otra manera. Qué fácil es comentar desde fuera. Qué fácil parece todo cuando no lo has vivido. Qué fácil es la teoría.
Sí, en los libros, en los posts de Instagram y en los blogs de crianza todo parece muy sencillo. Pero, luego, la mayoría de nosotras nos damos cuenta de que no lo es tanto. Generalmente, empezamos a apreciarlo ya durante el embarazo. Es maravilloso leer sobre ejercicio en el embarazo, sobre la importancia de una alimentación sana, de cuidar el suelo pélvico… Y tú de verdad piensas que vas a hacer todas esas cosas.
Pero llega el momento y quizá la barriga te pesa mucho. Quizá estás cansadísima de trabajar todo el día (porque aún no te han dado la baja) y lo último que te apetece es ponerte a hacer deporte. Quizá tienes unos antojos que no habías previsto. O tienes náuseas durante prácticamente todo el día y comes lo que puedes. Y así suma y sigue.
Con esto lo que quiero decir es que estamos muy acostumbradas a juzgar a las madres y a la maternidad en general. Juzgamos a las compañeras que son madres antes que nosotras. Juzgamos a nuestra propia madre. Y nos juzgamos también a nosotras cuando llega el momento.
Creo que nos es tan fácil juzgar porque la maternidad está, en general, muy alejada del ámbito público. No sabemos lo que es maternar. No lo hemos visto de cerca. No lo hemos visto íntimamente. No sabemos lo que desgasta, lo demandante y lo agotador que puede llegar a ser. Y, claro, en la distancia no parece para tanto, ¿no?
Una de las mujeres que participaba del grupo de bimaternidad que acompaño, comentó una vez que se había enfadado mucho con su marido porque le había dicho: «Bueno, yo veo a otras madres y no van tan cansadas como tú, no me parece para tanto». Es fuerte, pero es que a veces ni siquiera nuestra pareja se hace cargo de lo que la maternidad implica para nosotras. Empezando por nuestro cuerpo. La gestación. El puerperio. El tener un cuerpito (o varios) que dependen de ti y que necesitan a mamá todo el rato. Los brazos cansados. La espalda rota de portear. Las ojeras que delatan nuestras pocas horas de sueño. Los pezones que a veces duelen y gritan «ya no más».
Un día, una amiga, bromeando, me decía: «Es que nuestras parejas no van a poder devolvernos nunca lo que implican los dos primeros años de crianza para nosotras. Para nuestro cuerpo y para nuestra mente». Y la verdad que hay en esta frase solo la entiendes realmente cuando la has traspasado. Cuando la has vivido en tu cuerpo. Cuando la has experimentado.
Está bien no cumplir la expectativa que te habías hecho de tu propia maternidad. Está bien que pensaras que no harías unas cosas que ahora estás haciendo. Está bien también que tuvieses una opinión y ahora la hayas cambiado. Porque ahora lo estás viviendo. En tu cuerpo. En tu ser. Ahora sí sabes lo que todo eso significa.
La maternidad supone un continuo reajuste entre lo que queremos y lo que podemos ser y hacer, entre las expectativas en torno a nosotras como madres y lo que realmente acabamos siendo. También en cuanto a cómo serán nuestras criaturas y cómo acaban siendo. Es difícil a veces entender que «no siempre lo que quiero es lo que puedo». Pero da paz cuando realmente integras la frase. A menudo, no somos las madres que queremos ser, sino las que podemos.
Generalmente, cuando interiorizas esto, cuando entiendes que todas las madres hacemos lo que podemos con lo que tenemos, el juicio disminuye muchísimo. El juicio a las demás va de la mano del juicio a nosotras mismas. Me explico. A menudo, lo que hacen otras madres nos remueve porque, de alguna manera, es como si nos cuestionase. Lo diferente nos hace preguntarnos si nuestra opción es la correcta, si lo estamos haciendo bien, si estamos siendo buenas madres. En gran parte, de ahí sale el juicio. De nuestra propia inseguridad. De nuestras propias dudas.
Cuando nos relajamos, cuando nos juzgamos menos, cuando nos abrazamos más, estamos más seguras de lo que hac