Eclipse (Harry Hole 13)

Jo Nesbo

Fragmento

cap-1

Prólogo

—Oslo —dijo el hombre, y se llevó el vaso de whisky a los labios.

—¿Es el lugar que más amas? —preguntó Lucille.

Él tenía la mirada perdida, como si necesitara meditar la respuesta antes de asentir. Le observó mientras bebía. Era alto, incluso sentado en el taburete del bar sobresalía muy por encima de ella. Tendría diez, puede que veinte años menos que sus setenta y dos, con los alcohólicos no era fácil adivinarlo. El rostro y el cuerpo parecían tallados en madera: enjutos, limpios y duros. La piel pálida y la nariz recorrida por una fina red de venas azules, los ojos inyectados en sangre y el iris del color de un pantalón vaquero descolorido relataban que había vivido duro, que había bebido y caído hondo. Puede que también hubiera amado con intensidad.

En el mes que lo había convertido en otro habitual del Creatures había visto destellos de dolor en su mirada. Como un perro apaleado, expulsado de la manada, siempre solo al final de la barra. Junto a Bronco, el toro mecánico que Ben, el dueño del bar, se había llevado del plató de rodaje del sonado batacazo en taquilla Urban Cowboy, en la que había sido encargado de atrezo. Era un recordatorio de que Los Ángeles no era una ciudad construida sobre éxitos cinematográficos, sino un vertedero de derrotas humanas y financieras. Más del ochenta por ciento de las películas eran un fracaso y perdían dinero, la ciudad tenía la cifra más alta de personas sin techo de Estados Unidos, una densidad solo equiparable a la de Bombay y ciudades similares.

El tráfico estaba ahogando la urbe, solo quedaba la duda de si los crímenes callejeros, la violencia y la droga se adelantarían. Pero el sol brillaba. Sí, la jodida lámpara de dentista californiana nunca se apagaba, lucía inclemente, arrancaba destellos de diamantes auténticos a todas las baratijas de esta ciudad de mentira, como legítimas historias de éxito. Si supieran la verdad que ella, Lucille, conocía. Ella, que había estado allí, en escena y entre bambalinas.

Era evidente que ese hombre no había pisado un escenario, reconocía a los profesionales del gremio a la primera. Tampoco parecía ser uno de aquellos que observaban el escenario, admirados, esperanzados o con envidia. Más bien daba la sensación de que le importaba todo una mierda. De que iba a su bola. ¿Músico, tal vez? ¿Uno al estilo de Frank Zappa que producía sus propias composiciones inaccesibles en un sótano de Laurel Canyon y nunca sería un artista revelación?

Llevaba tiempo frecuentando el bar y Lucille había empezado a intercambiar con él un breve saludo, algún movimiento de cabeza, como hacen los clientes mañaneros de un bar para bebedores empedernidos, pero esta era la primera vez que se sentaba a su lado y le invitaba a una copa. Mejor dicho, pagó la copa que ya había pedido porque vio que Ben le devolvía la tarjeta de crédito con un gesto que daba a entender que no tenía saldo.

—¿Oslo te corresponde? —preguntó Lucille—. Esa es la cuestión.

—Lo dudo —respondió él. Se pasó la mano por el cabello cortado a cepillo, de un rubio macilento salpicado de canas, y ella se fijó en que el dedo corazón era una prótesis metálica. No era un hombre guapo y la cicatriz de color hígado que dibujaba una jota entre la comisura de los labios y la oreja, como si fuera un pez atrapado en un anzuelo, no mejoraba las cosas. Tenía algo, algo que resultaba a la vez feo, atractivo y un poco peligroso, lo tenía en común con colegas de la ciudad. Christopher Walken. Nick Nolte. Y era ancho de hombros. O tal vez lo parecía porque el resto era tan enjuto.

—Ah, sí, esos son los que más deseamos —dijo Lucille—. Los amores no correspondidos. Los que esperamos que nos amen si nos esforzamos un poco más.

—¿A qué te dedicas? —preguntó el hombre.

—Bebo —respondió ella levantando su vaso de whisky—. Y doy de comer a los gatos.

—Hum.

—Supongo que lo que querías preguntarme era quién soy. Y yo soy… —Bebió un trago mientras decidía qué versión le iba a dar. La que reservaba para las ocasiones sociales o la verdadera. Dejó el vaso y se decidió por la última. Qué cojones—. Una actriz que interpretó un gran papel. Julieta, en la que sigue siendo la mejor versión cinematográfica de Romeo y Julieta, que ya nadie recuerda. Un gran papel no parece mucho, pero es más de lo que logran la mayor parte de las actrices de esta ciudad. Me he casado tres veces, en dos ocasiones con ricos productores cinematográficos a los que abandoné tras firmar ventajosos divorcios, que también es más de lo que consiguen la mayoría de las actrices. El tercero fue el único al que amé. Un actor, un adonis sin dinero carente de disciplina y de conciencia. Se gastó todo mi dinero y me abandonó. Todavía le quiero, ojalá arda en el infierno.

Vació el resto de la copa, la dejó sobre la barra y le indicó a Ben que quería otra.

—Siempre ansío lo que no está a mi alcance y aposté todo mi dinero a un proyecto cinematográfico que me tentó con un gran papel para una señora entrada en años. Una iniciativa que contaba con un guion inteligente, actores que saben lo que hacen y un director que quería darle a la gente algo en lo que pensar. En resumen, una película que cualquier persona sensata comprende que está abocada al fracaso. Aquí me tienes: perdedora, fantasiosa y típica habitante de Los Ángeles.

El hombre de la cicatriz en forma de J sonrió.

—Vale, hasta aquí el análisis autoirónico —dijo ella—. ¿Cómo te llamas?

—Harry.

—No se puede decir que hables mucho, Harry.

—Hum.

—¿Sueco?

—Noruego.

—¿Huyes de algo?

—¿Doy esa impresión?

—Sí. Veo que llevas alianza. ¿Huyes de tu mujer?

—Está muerta.

—Ajá. Huyes de la pena. —Lucille levantó su copa para brindar—. ¿Sabes qué lugar amo más intensamente? Está aquí, es Laurel Canyon. No el de ahora, sino el de finales de los años sesenta. Tendrías que haber estado aquí, Harry. Si es que habías nacido.

—Sí, eso he oído por ahí.

Ella señaló las fotos enmarcadas detrás de la barra.

—Todos los músicos que frecuentaban este lugar —prosiguió—. Crosby, Stills, Nash y… ¿cómo se llamaba el último?

Harry volvió a sonreír.

—The Mamas and The Papas —añadió ella—. Carole King. James Taylor. Joni Mitchell. —Arrugó la nariz—. Tenía el aspecto y el soniquete de una alumna de la escuela dominical, pero trajo consigo a casi todos los que he nombrado. Incluso le echó el guante a Leonard, vivió aquí con ella un mes, o algo así. Me lo prestó una noche.

—¿Leonard Cohen?

—El mismo. Un buen hombre, dulce. Me enseñó a escribir versos con rima consonante. Me explicó que la mayoría comete el error de empezar con su mejor frase, y luego forzar la rima siguiente con algo mediocre. El truco está en poner la rima forzada en la primera frase, así nadie se percata. Si se te ocurre la hermosa «Your hair on the pillow like a sleepy golden storm» y luego, para que rime, escribes la banal «We made love in the morning, our kisses deep and warm», te lo has cargado. Pero si cambias el orden y escribes: «We made love in the morning, our kisses

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos