Ardientemente irresistible (Los seductores hermanos Duarte 2)

Ángeles Valero

Fragmento

ardiente_irresistible-2

Capítulo 1

Pablo

Un nuevo principio

Dicen que cuando estás a punto de morir ves pasar toda tu vida por delante, y ahora lo creo firmemente. Por eso sé que el accidente no ocurrió porque ya hubiera llegado mi hora. No, el accidente fue un aviso, un aviso para que reaccionara. Llevaba tiempo viviendo mi vida en automático, dejando que las cosas pasaran sin tomar decisiones, sin arriesgar, pero ¿qué es la vida si uno no arriesga?

Durante el mes de recuperación había tenido tiempo de muchas cosas, sobre todo de pensar. La gente trataba de que lo hiciera sobre el accidente. El más insistente había sido Manuel, el mando del parque de bomberos y el encargado de sacarme a hombros de esa casa en llamas.

—¿Qué recuerdas? —preguntó sentado en mi sofá con una taza llena de café en las manos.

—Nada. Del accidente, nada. Recuerdo llegar y seguir tus órdenes. Después, a una señora tratando de saltarse el cordón policial; y a ese policía nuevo, el que siempre anda de mal humor.

—Domínguez.

—Ese. Le gritaba de malas formas y la señora insistía. Me acerqué y me contó lo del hijo, asegurando que estaba dentro.

—¿Y por qué la creíste?

—No lo sé, pero estaba.

—Sí, estaba, ese trozo de techo iba para él si no te hubieras puesto de por medio.

—Lo hubiese matado. —El silencio de mi amigo me hizo cogerle la mano—. Manuel, ese chaval tiene dieciséis años y dedica su tiempo libre a ayudar a esos sin techo. Tenía que entrar. No digo que si hubiese sido un sin techo o un yonqui no hubiera entrado, ese es nuestro trabajo, salvar vidas.

—Lo sé, pero me gustaría que también trataras de salvar la tuya.

—No fue un acto temerario, entré contigo y seguimos los procedimientos. Solo fue un accidente.

—Del que no recuerdas nada más.

—Solo eso, ver al chico tumbado boca abajo en el suelo, con el pañuelo en la boca, y después todo se volvió negro.

Manuel le dio un sorbo al café antes de seguir.

—Lo importante es que estás bien.

—Gracias por sacarme de ahí. Según David fue épico.

—David lee demasiadas novelas en su tiempo libre, solo hice lo que debía hacer.

Choqué la mano con él y después pasé al abrazo. Manuel había estado desde el principio, desde que tomé la decisión de abandonar la carrera y opositar. A él le debía muchas cosas, entre otras una amistad sólida.

—Te voy a dejar descansar, que a lo tonto llevo aquí toda la mañana.

—Ya he descansado lo suficiente. Te invitaría a comer, pero he quedado.

Ambos nos dirigimos hacia la puerta.

—¿Has quedado? —preguntó curioso, esperando que le dijera que con una chica.

—Sí, con Óscar y Víctor, vamos a comer para celebrar que me han quitado el parche y todo está correcto. La semana que viene me reincorporo.

—Lo sé. Por eso he venido, debí hacerlo antes...

Lo abracé de nuevo, ahora sin la distancia del sofá, y él me respondió palmeando mi espalda.

—No vuelvas a hacerme nada parecido, creí que te sacaba muerto.

—Lo evitaré con todas mis fuerzas.

Me puse la chaqueta vaquera desgastada y salí. Había quedado en recoger a Víctor en su casa y después ir al restaurante donde había reservado Óscar.

Pablo

Voy de camino, espero que estés despierto y listo.

Víctor mandó una ubicación.

Pablo

¿Qué es esto?

Víctor

No he dormido en casa.

A esas alturas nada me sorprendía con él. No es que fuera muy diferente a Óscar, de hecho, de los tres el raro era yo, hasta físicamente era diferente. Ellos eran altos y delgados, de espaldas trabajadas pero finas, pelo negro, que en el caso de Óscar resaltaba sus ojos claros y en el de Víctor se unía a unos ojos oscuros que siempre acompañaban a su indumentaria.

Yo, por el contrario, era un poco más bajo que ellos, no mucho, solo lo justo para aguantar algunas bromas al respecto en la adolescencia. Tenía las espaldas anchas y ahora con el ejercicio lo estaban mucho más. La gente decía que ese aspecto tan grande contrastaba con mi cara de ángel. El hecho era que me parecía a mi madre. Quizá era eso lo que tanto perturbaba al señor de los negocios al que debía llamar «padre». Mis rasgos afinados, los ojos miel idénticos a los de ella, el pelo claro, mi carácter dulce. No, para ver esos detalles tu corazón debe latir y el de él siempre había sido una piedra.

El único que veía ese parecido era yo, las noches en las que perdido por su falta corría al baño a mirarme en el espejo y a buscarla. En esos momentos volvía a escuchar su voz en mi oído: «Mi angelito rubio de ojos miel». Sonreí con cariño ante esa imagen. Ya se había pasado la época en la que sus recuerdos me dolían tanto que los evitaba. Ahora había aprendido a disfrutarlos como lo que eran, una demostración de que no la había olvidado.

Llegué a la casa que Víctor me había indicado. Bajó diez minutos después de que le enviara el mensaje de aviso.

—Disculpa, Katia es puro fuego y no había manera de salir de su cama.

—No necesito detalles, gracias.

—¡Ey! ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué estás tan cabreado?

—No estoy cabreado, pero te conozco y vas a contarme cosas que no necesito saber. —Me sacó la lengua—. ¿Cómo va el trabajo?

—Bien, la fiesta del Edén está ya completa, faltan los detalles, pero este fin de semana será brutal. Vendrás, ¿verdad?

—Claro que iré. ¿Y el Olimpo?

—Pues con todo el lío de la fiesta lo tengo un poco parado ahora mismo. Tendré que meterle caña, porque este verano tiene que ser la estrella, no del lugar, sino de la ciudad. Eso significa fiestas, invitados especiales, cosas diferentes. Debería buscar una relaciones públicas, pero para eso necesito tiempo y es precisamente lo que me falta. Además, sigo con las obras, parecen eternas, macho, no hay manera de que avancen.

—¿Y la amiga de Óscar? ¿Joana?

—Sí, así se llama. Es una buena profesional, muy seca para mi gusto.

—No tienes que acostarte con ella.

—¡Es madre de familia! Joder, ¿queréis dejar de juzgarme de ese modo? Lo decía porque me gusta trabajar con gente más alegre. No paso el día pensando en sexo.

—¿Cuántas muchachas había en la casa esta mañana?

—¿Cómo dices?

—Tienes dos marcas de pintalabios de diferente color en el cuello. Has dicho que estabas con Katia, pero ella es rubia, sin embargo en tu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos