Calidez invernal en Staffordshire (Serie Campiña 3)

Silvia Madi

Fragmento

calidez_invernal-2

Capítulo 1

La amistad de Charlotte y Damian

Charlotte Beauclerk

Me desperezo con los primeros rayos de sol. Damian aún está durmiendo a mi lado, a algunos centímetros de mí, enroscado en uno de los cojines.

Tiene el mismo rostro que cuando éramos adolescentes. La misma piel nevada, el mismo cabello alborotado rubio, las mismas facciones marcadas y los mismos ojos celestes, por más que ahora sus párpados no me los muestren. Lo único que ha cambiado de él es el cuerpo, y, por menos decoroso que sea, me tomo unos segundos observando cómo mi mejor amigo, girado hacia mí y con esa expresión apacible, se recoloca en sueños bocarriba de un modo que me pone la piel de gallina.

Damian es alto y fuerte, con unos músculos definidos que se mueven de modo hipnótico. Para colmo, lo sabe y lo aprovecha. No hay día que no vaya descamisado en algún momento, como hoy, por más que en días como este el frío más allá de la ventana arrecie con tanta fuerza. Está parcialmente tapado por una manta que le puse ayer, cuando se quedó traspuesto mientras hablábamos, y que debió apartar en medio de la noche.

Decido que he pasado mirándolo más tiempo del que debería, y, aunque me cuesta, giro todo el cuerpo dentro de mi camisón y mis cinco capas de mantas hacia la ventana, donde nieva con vehemencia.

Es el primer día de diciembre, pero no uno cualquiera. Hoy debo comenzar a conocer a los pretendientes que quieren desposarme para convertirse en condes, algo que sabía que sucedería de un momento a otro. Y nada más la primera luz me ha anunciado el día que era, no he sido capaz de dormir más. Cómo desearía ser Damian ahora mismo, con esa calma, con esa quietud...

No es como si no quisiera conocer el amor; fantaseo con enamorarme desde que era adolescente. Debe ser hermoso conocer a esa persona que hace que se instale una calidez suave y hermosa en el estómago, aun en pleno invierno. Sin embargo, saber que el momento se acerca ya es algo que me turba. Por eso ayer le pedí que viniera a hablar conmigo, y así estuvimos hasta altas horas de la madrugada, cuando él se durmió.

Damian y yo vivimos juntos desde el enero en que cumplimos quince años. Nos conocíamos desde pequeños, pues mis padres, los condes de Stafford, siempre invitaban a los suyos, los duques de Baviera, a pasar con nosotros largas temporadas. Uno de esos viajes lo hizo Damian solo, pues ellos tenían un evento real al que decidieron que él no tenía por qué asistir, ya que coincidía con su aniversario, y preferían que lo pasara conmigo.

Fue precisamente ese enero.

El más triste que vivimos jamás.

Nos llegó la noticia de que los duques habían fallecido en medio de una tormenta de nieve cuando estábamos yéndonos a dormir tras el festejo que tuvo lugar en nuestro salón. Damian y yo habíamos bailado, reído y pasado una noche maravillosa, pero todo se truncó.

Desde aquel momento, no volvió a vivir a Baviera. Acudió para algún evento aislado, y yo lo acompañé al funeral de sus padres, mas, por el resto del tiempo, se quedó con nosotros y delegó sus obligaciones como nuevo duque, pues necesitaba una familia.

Nos necesitábamos.

Empiezo a dar vueltas en la cama sin poder parar. Recordar eso siempre hace que me inquiete. Han sido diez años maravillosos juntos, desde luego. Tenemos una amistad que nos divierte cada día. Pero lo que la desencadenó es algo que jamás podré superar. Ver a Damian llorando por sus padres, entre mis brazos, con solo quince años, fue desgarrador.

Ahora, sin embargo...

—Dejad de dar vueltas de una vez, parecéis un pez... —Una voz grave, gutural y recién despertada me saca de mi ensimismamiento. Su mano se posa sobre mi cintura y me da la vuelta, haciéndome quedar bocarriba en la cama de nuevo. Después, Damian pone toda la palma de su mano sobre mi cara y dice—: Volved a dormir. Es tempranísimo.

—¡Damian, apartaos! —Me río. Pese a nuestra amistad, intimidad y complicidad que compartimos día a día, incluso llegando a dormir juntos, mantenemos los formalismos inherentes a nuestros títulos nobiliarios. Es una tradición que nos parece tierna y que, más allá de ello, nos recuerda a sus padres. Ellos siempre eran tan correctos que no seríamos capaces de dejar de hacerlo.

Y, volviendo al presente, Damian no se aparta. Al contrario. Se deshace de la manta que lo cubría del todo y se coloca encima de mí, venciendo todo su peso sobre mi cuerpo, haciendo como que vuelve a quedarse dormido.

Yo aparto la mirada cuando su nariz queda a escasos centímetros de mi cuello y se tumba para seguir durmiendo. Es algo que suele hacer, pero no me acostumbro a tener toda su silueta sobre mí. De acuerdo, es mi mejor amigo, solo mi mejor amigo. Pero también es un hombre adulto, y... no es sencillo notar toda su anatomía sobre mí, presionándome. Mas no es porque me incomode; creo que nada en Damian Mountbatten podría hacerlo. Es más bien porque, en ocasiones, sentirlo tan cerca hace que se remueva algo dentro de mí. Algo que acallo, pues debo reservarlo para el momento adecuado. Para el hombre adecuado.

Un hombre al que tal vez conozca hoy.

—Vais a aplastarme —musito, tratando de huir, pese a que una parte de mí no quiere moverse.

Pero entonces él se recoloca, me da la vuelta y me abraza por la cintura, haciéndome mirar hacia la ventana.

—He dicho que os durmáis —susurra sobre mi oído. Y un escalofrío me recorre entera.

Sin embargo, tras unos minutos en los que su respiración baila sobre mi nuca, cálida y tranquila, y la mano que tiene sobre mi cintura pasa a acariciarme el cabello, lo logra.

Vuelvo a quedarme profundamente dormida.

Antes, sin embargo, le he preguntado algo que me rondaba la cabeza:

—¿Os alejaréis de mí ahora que debo desposar a otro hombre...?

A lo que él, con un hilo de voz, ha respondido:

—¿Y dejar de ser vuestro incordio particular? —Sonríe sobre mi cuello y otro escalofrío me recorre. Sonrío con él—. Jamás.

calidez_invernal-3

Capítulo 2

El desvelo de Damian Mountbatten

Damian Mountbatten

No vuelvo a pegar ojo desde la pregunta de Charlotte. ¿Cómo iba a alejarme de la única persona que me ha hecho sentir vivo? ¿Y cómo iba ella a pensarlo?

Imagino que la actitud que tengo con ella es la que se lo ha hecho pensar. No soy precisamente el hombre más tierno del universo. Sí, soy cariñoso con ella (y con nadie más), pero entre cada mimo que le dedico hay cientos

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos