Caricias entre kilts (Sucedió en Escocia 3)

Zahara C. Ordóñez
Ángeles Valero

Fragmento

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Capítulo 1

Aylin

Ser escocesa y adorar las tormentas viene de la mano.

Baileaghràid era un lugar tan bello como salvaje. En el pueblo, enclavado en una bahía y rodeado de bosque, las tormentas podían significar estar aislado durante días. Sin embargo, yo las amo. Todo mi ser es capaz de sentir la paz cuando los rayos iluminan la oscuridad de la noche y los truenos son tan potentes que no te dejan escuchar tus propios pensamientos. Por eso cuando esa noche cerré mi despacho en la fábrica de telas, de la que soy dueña, disfruté de la vuelta a casa a pie, a pesar del frío.

Sentía en mi ser cómo se iba fraguando la tormenta. El ambiente empezaba a cargarse de una electricidad familiar, las olas eran mucho más altas cuando crucé el último puente, provocando que las aguas del río estuvieran revueltas.

El río que separa el pueblo de Eilean Mo Chridhe, el castillo, suele discurrir manso y calmado por su cauce. En otra época fue todo un peligro, provocando inundaciones. Como aquella famosa noche negra en los años sesenta del siglo pasado, cuando inundó la fábrica y por poco perdimos todo lo que mis ancestros habían construido. Desde entonces las cosas habían sido difíciles, luchando constantemente para recuperar una posición y un prestigio que llevaba años en la cuerda floja.

Cerré la puerta de casa en el momento justo en que el primer trueno silenciaba el mundo con su sonido. Dispuesta a pasar una gran noche en el calor de mi hogar, sentada en el sillón leyendo alguna historia de miedo. Antes de ir a mi habitación para cambiarme de ropa, decidí encender la chimenea.

Había diseñado un coqueto rincón de lectura entre la chimenea y la ventana. Unos estantes de madera oscura iban de suelo a techo llenos de toda clase de libros. Justo enfrente de estos, un sillón orejero rescatado de la casa de mi abuela, el cual había retapizado yo misma con mucho éxito, tenía que reconocerlo. Aprovechaba sobradamente la ventajosa posición de la vivienda, situada en uno de los montículos que bordeaban el bosque; desde el sillón, podía ver no solo mi amada fábrica de telas, sino también el pueblo, el viejo faro e incluso una parte del cementerio de los olvidados. Ese que se había ido formando durante los siglos anteriores y alberga los cuerpos de maleantes y mujeres de vida alegre. Algunas personas pensarían que aquello era siniestro o incluso un problema. A mí me parecía una vista panorámica que valía millones y la había obtenido prácticamente gratis, porque era la casa de la bruja.

Sonreí al recordar esas palabras, y es que así la llamábamos desde pequeños. Cuando, inmersos en nuestros juegos infantiles, corríamos por el pueblo y evitábamos incluso pasar cerca; la de historias macabras que pueden inventar las mentes despiertas de cinco niños.

Mi madre no fue bendecida con más hijos, pero yo tuve la suerte de crecer junto a cuatro personas a las que llamar «hermanos». Mis dos primos, Evans y Bryden, a los que adoro, y dos niños del pueblo, Logan y Olivia, que, por cercanía y edad, siempre incluíamos en nuestros planes.

A día de hoy, Olivia es mi mejor amiga, mi confidente, la persona que guarda todos mis secretos sin importar cuán oscuros o vergonzosos sean. Como ese verano, cuando le confesé que creía estar enamorada de su hermano.

Un escalofrío me recorrió entera, el salvaje y petulante Logan McLean. Por suerte fue solo un problema de hormonas revolucionadas y soledad, que se solucionó casi inmediatamente cuando mi querido primo Evans trajo algunos compañeros de estudios, a cada cual más apuesto, a pasar unos días.

Y es que, con dieciocho años, yo podría no saber mucho del amor, pero lo que sí que tenía claro era que no podía estar enamorada de ocho chicos a la vez, ¿o quizá sí? En todo caso, fue en esa época cuando empezó mi estudio exhaustivo del amor y del hombre escocés, que dura hasta día de hoy.

Con el fuego encendido, me levanté para ir al dormitorio y ponerme un pijama. Me di una ducha con agua caliente y busqué el más cómodo sin importarme que fuera también el más viejo. La Aylin que iba siempre impecable podía descansar diez horas, hasta que le tocara volver a vestirse de mujer empresaria y guerrera. Fui a la cocina y preparé un buen tazón de caldo, esa sería mi cena. Ese mediodía había ido con el capataz de la fábrica a la posada de Logan a comer, y aún estaba llena. Adhara, su madre, cocinaba como los ángeles. Me recordaba a las viejas comidas familiares, cuando todo iba bien y éramos unos niños inocentes que solo pensaban en jugar y en evitar la casa de la bruja.

Con la taza humeante entre mis manos me dirigí al salón, el fuego ya crepitaba con brío y la tormenta mojaba los cristales. Desde allí podía ver el agua del mar, la que las olas al chocar contra las rocas del acantilado alzaban hasta hacerla confundir con la lluvia. Y entonces una luz llamó mi atención, en medio de esa noche oscura y fría, un parpadeo fugaz cerca del faro. Giré todo mi cuerpo en esa dirección y observé. Seguramente se trataba de algún reflejo provocado por un rayo, o quizá un coche de regreso a casa.

El faro llevaba años abandonado, y al igual que sobre mi casa, sobre él pesaban muchas leyendas. Aunque la más horrible de todas fuese precisamente cierta, pobre Seelie Drummond, qué final más horrible.

Con esa historia en mente le di un sorbo al caldo. Sentí cómo me templaba el cuerpo. Las cercanías del faro seguían oscuras, nada interesante, definitivamente se había tratado de un reflejo extraño. Dispuesta a seguir con el plan, fui hacía el sillón; estaba a punto de sentarme cuando de pronto volvió a aparecer. Pero esta vez no fue fugaz, fui capaz de ver claramente una luz. Una luz que se movía, subiendo y bajando. El tazón se me cayó de las manos, rompiéndose y esparciendo todo su líquido por el suelo, salpicando mis acolchadas botas de ir por casa. Observé la luz, sin parpadear. Pequeña y verde, parecía titilar como las de las velas, un fuego de color esmeralda que subía y bajaba. Entonces, el viento comenzó a hacer de las suyas, porque esos sonidos extraños que empecé a escuchar no podían ser otra cosa que el viento unido a la antigüedad de la casa.

Un rayo restalló en el cielo, iluminando el bosque y emitiendo sombras de lo más tenebrosas. Instantes después, un trueno que sonó más que nunca. Juro que escuché pasos que hacían crujir las maderas de las escaleras.

Traté de convencerme de que nada de eso era real. Solo fruto de mi mente agotada por trabajar con facturas pendientes y de una imaginación despierta y retorcida. La misma que años atrás inventaba historias para asustar a Bryden y Olivia. Completamente autosugestionada intenté calmarme, pero, entonces, esa maldita luz volvió y no se conformó con quedarse en un segundo plano, esta vez lo hizo andando por encima de una de las partes derruidas del faro, saltando de pedrusco en pedrusco invitándome a seguirla.

Aterrada no fui capaz de pensar; salí corriendo hacia la puerta con un solo objetivo, coger la chaqueta y acudir al único lugar que en ese momento consideré seguro: la posada de Logan.

De pequeños, aquella distancia nos parecía abismal, la casa de la bruja era la última vivienda del pueblo y estaba muy apartada. En realidad, siempre estuvo a menos de media milla de la posada. Un paseo de apenas diez minutos, que en ese momento hice en tres y medio. Nuevo récord personal y sin importarme ir en pijama y pantuflas. Lo único que necesitaba era tener gente cerca, escuchar las voces de los amigos y olvidarme de esa maldita luz verde que me tentaba desde el acantilado. Corrí tan rápido que no me di cuenta de que estaba sin aliento hasta que llegué a la puerta y la abrí de golpe haciendo que los asistentes me miraran confusos.

—Por Saint Andrew, prima, ¿qué ocurre? —Evans vino hacia mí y dejó que lo abrazase, me resguardé entre sus brazos cálidos y cariñosos—. Estás temblando.

—Es que...

Fue Logan, porque no podía ser de otro modo, el que se dio cuenta de mi aspecto.

—¿Vas en pijama? ¿Acaso tu casa está en llamas?

Esas palabras hicieron que media taberna se asomara por puerta y ventanas en la dirección de mi vivienda. Y no era de extrañar, pues de todas las cosas que podrían esperarse de mí, que saliera a la calle de forma desaliñada no era una de ellas. Sin embargo, el miedo que había sentido instantes antes había sido tan real que poco me había importado si iba o no adecuada.

—He visto una luz —balbuceé como si eso lo explicara todo.

—¿Una luz?

Evans me miró desconcertado. Entonces una voz femenina que no esperaba dijo:

—Eso lo solucionamos con un buen lingotazo de agua de vida, amiga.

—¡Olivia! —Dejé los brazos de mi primo para tirarme sobre ella mientras reía a carcajadas—. No sabía que estabas aquí.

—Lo he pensado esta mañana y he venido sin avisar.

Volvimos a abrazarnos como si lleváramos años sin hacerlo, seguía con ese extraño miedo instalado en el cuerpo. Mi amiga debió sentirlo, pues intensificó el abrazo y en un aparte buscando mi oído dijo:

—¿Estás bien?

Le di un beso en la mejilla y respondí a la pregunta para que me escuchara también el resto de mis amigos, pues Evans seguía muy pendiente y a Logan, por mucho que hiciera bromas, también se le veía algo preocupado. Mis pintas y la que estaba cayendo fuera lo habían puesto sobre aviso.

—Siendo sincera, no sé por qué estoy así. Algo ha pasado en casa mientras veía esa luz en el faro.

—¿En el faro? —preguntó Evans—. ¿Estás hablando del antiguo faro?

—Sí, había una luz verde que subía por el faro y luego bajaba.

Los tres me miraron sorprendidos, mientras Alba nos observaba sin entender el porqué de mi estado. Me dejé guiar por Olivia, que me sentó en uno de los bancos corridos y Logan me sirvió un vaso con whisky, mientras se sentaba mirándome a la cara. Evans lo hizo a mi lado; y junto a él, Alba.

Estaba dando el segundo trago de licor cuando Logan no pudo esperar más y dijo:

—¿Estás diciendo que has visto en el viejo faro una luz verde que subía y bajaba?

—Eso he dicho, sí. —Resoplé frustrada—. Y lo peor de todo es que juraría que la he visto entrar, salir y después andar por la parte derruida hacía el acantilado.

—¿Pero solo una? —Quiso asegurarse Evans.

—¿No te parece suficiente una? —Se adelantó a responder Olivia, que ya no estaba tan feliz.

—A ver, es que... Bueno, lo diré yo, porque si todos estamos pensando en lo mismo, es una tontería callar. Los fuegos fatuos no son uno, son varios, así que...

—¿Fuegos fatuos? —intervino Alba—. ¿Eso no se da en los pantanos?

—Y en los cementerios —matizó Logan, que ya no reía.

—Sí, eso tiene sentido. Pero no entiendo el porqué de esas caras tan largas. ¿No se supone que son unas inocentes llamitas que te guían a tu destino?

Los cuatro la miramos como si de pronto hubiera empezado a volar. Fue Evans, el más racional y calmado, el que dijo:

—En la cultura gaélica son espíritus malignos que intentan perder al viajero. Pueden indicar un destino, pero es un destino malo.

—Vaya —murmuró.

La española ya estaba acostumbrada a ver cómo nosotros nos tomábamos muy en serio las leyendas y supersticiones, así que aunque pudo parecerle absurdo que pensáramos en ello, no dijo nada. Todo aquello, unido a la antigua leyenda del faro, desde donde, según la historia, Seelie Drummond había saltado al vacío, nos había dejado mal cuerpo.

Esta vez el silencio lo rompió Olivia, que me abrazó de nuevo y trató de reconfortarme.

—Esta noche duermes conmigo.

La miré y junté mi frente con la suya. Aunque ya éramos adultas no iba a ser la primera vez que compartíamos cama, pues de niñas se había quedado más de una vez a dormir en mi casa y yo en la de ella. Sobre todo cuando su madre hacía pastel de chocolate.

—Gracias.

Su hermano nos miró y una media sonrisa empezó a dibujarse en sus labios. Conocía perfectamente ese gesto, algo horrible iba a decir, y más siendo después del momento que acabábamos de pasar. Logan necesitaba hacer un chiste para que el ambiente se relajara. Dejar de creer en cuentos de viejas y poder volver a la realidad. Estirando el torso, llevó sus brazos a la parte trasera de su cabeza y con voz de suficiencia dijo:

—Vaya, vaya, querida Aylin McFàrach, así que al fin lo he conseguido.

Parpadeé confusa.

—¿Qué has conseguido exactamente?

—Recuerdo perfectamente lo que gritasteis en las hogueras de celebración después de mi participación en los primeros juegos.

Maldito, de todas las formas de salir de aquel momento de tensión tenía que escoger precisamente la que me dejaba en peor lugar. Aquello había ocurrid

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