Rom com

Claudia Muñiz

Fragmento

0003_0000

Sigo sentada en el mueble del recibidor de nuestro piso de Niuyor. GTA soundtrack de fondo. Alex pretende que no existo. Como si nada hubiera pasado. Como si sus manos no hubieran estado apretando mi cuello hasta el desmayo días antes. Como si nada.

No sé cuánto tiempo llevo sentada aquí. Minutos probablemente. Pero se siente una vida entera.

Escribo en WhatsApp. Me ahogo. Más que una sensación es una realidad. Entre las palabras que salen en cascada de mis dedos inundando todo y los mocos de días de llorar sin parar no queda rendija para que entre el aire. Escribo.

I loved you. I love you. I still do

and in the name of that love

I did everything there was in my hands

to save us. Everything, you know that.

I was ready to stay if you understood

you had a problem. I was ready

to fight every fucking demon in you

if you had been ready.

(Te he amado. Aún te amo, de verdad. Y en nombre de ese amor hice todo lo que estaba en mis manos para salvarnos. Todo, y lo sabes. Yo estaba lista para quedarme si tú hubieras entendido que tenías un problema. Yo estaba lista para enfrentarme a todos tus demonios si tú hubieras estado listo).

Siento en cada poro, ahora mismo cañaveral alzado, que está atento a todos mis movimientos. Estado de alerta interior. Con una mano aprieto fuerte el asa de la maleta con las cosas importantes: suficiente ropa de dormir y andar por casa. Un buen abrigo. Pasaporte.

I went from not understanding why

you do the things you do to me

to ignore them because it’s too painful

to even think about it. I also tried to

understand and help you. I tried

and I failed. We love each other.

There’s no doubt about that.

But love is not enough in this case.

I can’t help you with only love.

I now know that I can’t help you.

Only you can.

(Pasé de no entender por qué me haces estas cosas a ignorarlas porque es demasiado doloroso tan siquiera pensar en eso. También intenté entender y ayudarte. Lo intenté y fracasé. Nosotros nos amamos. No hay duda al respecto. Pero el amor no es suficiente en este caso. No puedo ayudarte solo con amor. Ahora sé que no puedo. Solo tú puedes hacerlo).

Levanto los ojos del teléfono. Lo miro –te miro–, contigo confundo hasta los pronombres personales, lo confundo todo. Los ojos fijos en la pantalla de tu televisor gigante. Driving a van en una calle de algún lugar imaginario sospechosamente parecido a LA.

I married you knowing completely

who you are. The fact that you

can’t see what I see frustrate me

to the point that the only way

out is for me to leave. I just can’t

deal with this frustration any longer.

(Me casé contigo sabiendo por completo quién eres. El hecho de que tú no puedas ver lo que yo veo me frustra al punto de que la única salida para mí es irme. No puedo lidiar más con esta frustración).

Escribo un par de líneas más que quedan fuera de foco detrás del lente denso de lágrimas que insisten en nublar todo. Click. Enviar.

Notificación. Texto de Susan. Limpio mis ojos. Abro el mensaje. Leo.

Ly, we’re here.

Going down.

(Ly, estamos aquí.

Bajo).

Te miro por última vez –lo miro–. Está full psicópata right now. Todo duele.

Hoy, a dos años de ese mar de lágrimas y de vuelta de haber pasado unos días en Mayami con mi madre, el aterrizaje en New Jersey me deja ver fragmentos de la city al otro lado del agua. Pasados dos años no pensé que podría volver a doler así esta suerte de retorno. Un fantasma real y mental existiendo ante mis ojos ahora una vez más. De nuevo existiendo, tomando forma. Como aquella vez, la primera, cuando aún vivía en Cuba y estuve de visita con Ricardo. Ese abril en el que tenía ya la certeza de que lo nuestro se ahogaba sin remedio en aguas demasiado calmas. Aquella vez en que ya desde el avión esas luces me encandilaron por dentro y dije «yo voy a vivir en esta ciudad», sin saber que ese vivir significaría morir un poco. Morir. Imaginar, fantasear con mi muerte por primera vez, muchas veces.

Volver sin volver. Estar de paso y sentir el peso de esa muerte soñada por momentos. Cuando compré el billete de regreso a Madrí no calculé lo que esta escala en el aeropuerto de Newark traería de vuelta. Y ahí estoy yo de nuevo, un par de años atrás, montada en el carro de Susan, huyendo hacia Manhattan. Susan hace alguna pregunta que respondo como puedo. BT, su marido, dice que debo denunciar. La idea de la policía me abruma.

Abro WhatsApp. Abro mi chat con Alex. Releo, esta vez sin lágrimas que empañen la imagen.

…I love you. I always will.

(…Te amo. Siempre te amaré).

Me quedo fija en ese par de frases finales. No sé por qué he escrito eso. Mis lágrimas, estos lentes de aumento distorsionados que vuelven ahora incontrolables, deberían ser prueba suficiente de que así no es, de que el love no es esto.

Le escribo a Ricardo después de mucho tiempo. Lo imagino sentado en el salón ajedrezado de su casa de Centro Habana, recibiendo mi mensaje. Una ex desesperada por entender. Un espectro que le escribe desde una distancia de 2.143 kilómetros. Le pregunto si en nuestros diez años juntos él sintió que yo era abusiva. Tanto decírmelo Alex, tanto brainwashing surte cierto efecto. Me cuestiono si algo tan roto como yo tendría fuerzas para ser abusivo anyway. Abro la ventanilla del carro. Necesito aire. Todo el aire. Susan y BT hablan de algo que no alcanzo a escuchar. El aire y el barullo del highway me dejan sorda por un momento.

Respuesta de Ricardo en Messenger:

No, Ly, tú nunca lo fuiste.

Abusiva, digo. Me fuiste infiel

un par de veces, pero nunca

me sentí abusado por ti.

¿Qué ocurre?

Me pierdo en la noción de fidelidad. Con Ricardo todo estaba claro. Desde el primer día, comiendo mandarinas en el colchoncito de su estudio de Malecón, le dije que estar conmigo era entender que habría más gente. Aun así, Ricardo se enreda.

Con dieciocho años yo era LO libre. Dieciocho años y todo puesto en su lugar. Dieciocho años y el perro bollo pa decirle a un hombre de cuarenta y dos, con el desenfado de quien desgolleja mandarinas, que él no es, que no será jamás, el único. ¿En qué momento me perdí tanto, repinga? ¿Cuándo fue que me dejé abducir de mí misma?

Solo el cristal del carro de BT y Susan me separa del afuera. El highway pasando, pasando a toda velocidad tras la ventanilla como un memo brutal de todo lo que estoy dejando enterrado en Ossining, aquel pueblito de mierda una hora al norte de Niuyor, donde alguien que lucía como yo intentó tener una vida.

La entrada a la city se siente como quitarse el ajustador luego de un largo día. Respiras aliviada, pero la marca sobre la piel aún escuece, aún arde en lo que tarda un poco en desaparecer. Me sorprendo de ver a la gente en la calle, sin mascarilla, respirando el aire tibio de mayo. La libertad. La irresponsabilidad. La locura cotidiana. This is 2020’s Harlem for you, my girl.

Ahora corro para alcanzar mi otro vuelo. El que me lleva a casa. A Madrí. Corro porque voy corta de tiempo, pero también corro por mi vida. Huyo. Pero hoy la huida es otra. Hoy me escapo sin la ayuda de nadie. Me alejo sola de ese olor a muerte que viene desde la otra orilla mientras la escena de aquella otra huida, en el asiento trasero de BT y Susan, se repite en loop en mi cabeza.

Llego a la cola para abordar. Respiración agitada. Mensaje de mi madre en WhatsApp. La muerte se aleja unos cuantos pasos.

Qué tal la escala?

Bien, mamá. Ya casi subiendo al otro avión.

Llego al punto de abordaje, pero mi cabeza sigue corriendo, corriendo sin parar hasta que finalmente también se detiene. Con algo de delay, mi cabeza abandona la huida y encuentra por fin cierta calma. Ahora estoy de nuevo en el apartamento de Susan en Harlem, y a su insistencia, me veo con el teléfono en la mano llamando a una consejera que me pide ininglich que describa algún evento entre Alex y yo en el que él haya sido violento. Mi voz se quiebra en un dolor de garganta perrísimo. Un nudo apretado. Toca llorar again.

Pregunto si puede ser en español. Este tipo de cosas legales nunca puedo hacerlas en inglés. Mi mente piensa más rápido de lo que mi boca es capaz de traducir en words. Me vuelvo tartamuda. A partir de ahora la consejera me habla en niuyorrican. Coquito dulce del Bronx el acento de la consejera.

A pesar del nudo en la garganta logro contarle el último episodio. Puedo hablar de la desnudez forzada sobre mi cuerpo. Puedo hablar del frío glacial de mi casa ese día. La voz hecha pinga pero por fin hablo del intento de violación. El cora un estropajo oxidado, olvidado, pero consigo contarle de mi pequeña venganza. Esa victoria mínima que hace que siga respirando aún.

La noche de ese viernes nos sentamos a la mesa Susan, BT y yo. Susan enciende las velas del Shabbat y canta una plegaria de gratitud en hebreo. Gratitud porque yo esté a salvo. Gratitud por estar vivos para ver este momento. Enciende las velas, se cubre los ojos con las manos, canta.

No entiendo una palabra de hebreo, pero sí entiendo que lo que acaba de ocurrir es cotidiano en esta casa, aunque de alguna manera se me hace único, como si me estuviera hablando solo a mí. Solo de mí. Una soga salvadora que me saque del pozo de dolor.

Ahora el avión recorre la pista con la lentitud de algo que pesa demasiado para volar. Como siempre en este momento en el que nada pasa, me adormezco. No sé si sueño. Abro los ojos cuando ya el blanco de las nubes tapa la city por completo. Pienso que alguien ha encendido la máquina de humo y se ha olvidado de apagarla. Goodbye Niuyor, see you never again.

El azafato se ha olvidado de mí. Se ha disculpado. Me ha dicho que vendría pronto con mi comida. Pero no. Y es que pronto no es una medida de tiempo. Pronto no se puede cronometrar.

No sé por qué, pero los aviones me dan un hambre de loba. Por eso cuando las comidas se acaban en mi perra cara, no logro ser objetiva. Pronto, el toto mío. El azafato se ha olvidado de mí, es obvio

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos