El rock de la princesa

Fragmento

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1

LA EsCUELA nACIONAL
DE LAs PRInCEsAs

—Uno,  dos,  giro,    derecha,  izquierda,
saltito, saltito, paso atrás, me inclino y... sa-lu-do fi-nal —indicó, marcó y aplaudió una voz chillona.

“Puf”, pensó Sofi, “esta vez me salió el bendito minué”. Y se colgó de la barra de su aula de danzas, en la Escuela Nacional de las Princesas.

En esta escuela, las princesas aprendían las viejas y ya casi olvidadas artes de la corte, como bailar el minué (que es donde la agarramos a Sofi) o tocar el clavecín o la mandolina. Y, por qué no, abanicarse con gracia, “habilidad tan necesaria en estas épocas de calentamiento global y, en especial, porque resulta tan difícil

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refrigerar los palacios”, le explicaba a Sofi su mamá. Los sábados a la mañana aprendían también a comer ravioles sin mancharse, usando ese cuello apretado de volados que se les ve a las princesas en los cuadros de los museos.

Cada una tenía horarios diferentes, su propia profesora y su sala particular. Insonorizada, incontaminada e incomunicada de las otras. Pero eso sí, llena de coronitas doradas, bebederos de aguamiel y máquinas de caramelos masticables en forma de nubecita rosa.

Muchas veces, las distintas princesas que concurrían a la susodicha institución se veían en los pasillos y se miraban con ojos esperanzados y deseosos (de jugar, claro). Pero nada más. Sus institutrices, hadas madrinas, amas de llaves y doncellas no les daban tiempo ni de un “¡hola!” ni de un “¡chau!”.

Por otra parte, la Escuela Nacional de las Princesas tenía un antiguo lema, al que hacía honor de sobra: SOLA, SOLITA Y SOLA.

Su directora, la reina Rutrivigia, pensaba justamente que las princesas debían aprender el arte de la soledad, para estar preparadas por

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si algún ogro malvado u otro personaje del mismo estilo las encerraba en una torre. Y, por eso, las hacía “practicar” en una torrecita de plástico que había en la azotea del instituto. Claro que, de a una princesa por vez.

Así que aquí hay una pausa para que, teniendo en cuenta lo dicho, imaginen toooooodo lo que Sofi se aburría cuando iba a la escuela.

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2

ATEnCIón: PELIgRO DE MAREO1

—Lo  ensayamos   una   vez  más pero
con el vestido y ya podés volver al palacio, Sofi —le dijo la señorita Pirouette de Danse, que era la de la voz chillona del otro capítulo. Y que, como una soga, daba tres vueltas a la barra cuando se estiraba.

Sofi iba resignada hacia su mochila, en la que había llevado todo estrujado el vestido de minué con sus siete capas de polleras:

1. Si ustedes, cuando giran sin parar durante un rato, se marean enseguida, permanezcan sentadas o sentados mientras leen este capítulo.

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la pollera de brillitos,

la pollera de cascabeles,

la pollera de puntillas,

la pollera de botones de nácar,

la pollera de florcitas de terciopelo,

la pollera de pompones de lana

y la pollera de lentejuelas.

—Ahora me enredo en el “saltito, saltito” y quiero ver quién me encuentra entre tantas telas —le dijo Sofi a Pepo, su sapo de paño que, junto con el hada madrina, la acompañaba a las clases. Y que, esto hay que decirlo, cuando Sofi se equivocaba en algún paso, se reía con una pata en la boca para disimular. Sofi lo veía igual y ¡se ponía rabiosa! Pero Pepo era su Pepo, el único compañero que tenía siempre cerca a la hora de jugar.

—En la primera vuelta se levanta la pollera de brillitos; en la segunda, la de cascabeles; en la tercera, la de puntillas; en la cuarta, la de botones de nácar... —le explicaba la señorita Pirouette a Sofi.

—¿No hay vestidos automáticos, con control remoto, y listo? —la interrumpió Sofi.

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—Toda princesa que se precie debe conocer a la perfección el arte del minué —respondió la profesora, colocándose frente al espejo y haciendo una seña a Sofi para que la imitara.

Y sonó otra vez la música.

Sofi levantaba una pollera y daba un giro.

Sofi levantaba una pollera y daba otro giro.

Hasta que los juajuacroacjuajua de Pepo la pusieron nerviosa y, entonces, giró, giró, giró hasta dar contra el espejo, donde quedó frente a su carita colorada por la que bajaban pequeñas pero claras gotas de sudor.

—Ah, no, ¡basta por hoy! Las princesas no transpiran cuando bailan el minué. ¡Ni cuando nada! ¡Ni nunca! Se acabó la clase —gritó con enojo la profesora y abrió la puerta, al tiempo que le decía al hada madrina que esperaba afuera—: ¡Esta chica es un desastre! Dígale a la reina que tiene que practicar más en el palacio. ¡Que use el vestido noche y día! ¡Día y noche! ¡Y noche y día otra vez!

—Pero ¿cómo voy a bañarme y comer y hacer los deberes bailando el minué? —se desesperó Sofi. Y enjugándose una gota de  transpiración o,  quizás,  de  llanto,  salió

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arrastrando a Pepo de un brazo. O, mejor dicho, de una pata.

Mientras el hada le cambiaba las zapatillas, Sofi escuchó esta canción, sin saber muy bien de dónde venía:

PARA SABER SI UNA CHICA ES PRINCESA

Para saber si una chica es princesa,

hay que hacer una prueba, ya se sabe:

no basta que se venga en coronita

ni vestida de rosa y pluma suave.

No alcanza que sus pies en zapatitos

de cristal bajen toda la escalera,

ni que la siga un perrito de azúcar

o guarde un cisne perla en su cartera.

Para saber seguro si es princesa

—esto e

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