El libro de la mujer

Osho

Fragmento

Introduccion

Introducción

Como hombre, ¿cómo puedes hablar de la psique femenina?

No hablo como hombre, no hablo como mujer. No hablo como mente. Uso la mente, pero hablo como conciencia, como testigo consciente. Y la conciencia no es ni él ni ella, la conciencia no es ni hombre ni mujer. Tu cuerpo tiene esa división, y también tu mente, porque tu mente es la parte interna de tu cuerpo, y tu cuerpo es la parte externa de tu mente. Tu cuerpo y tu mente no están separados; son una entidad. De hecho, no es correcto hablar de cuerpo y mente; no se debería usar «y». Eres cuerpomente, sin siquiera un guión entre los dos.

Por eso, al hablar del cuerpo, de la mente: «masculino», «femenino», estas palabras son relevantes, significativas. Pero hay algo más allá de ambos; hay algo trascendental. Ese es tu centro real, tu ser. Ese ser consiste sólo de conciencia, es un testigo, alerta. Es pura conciencia.

No estoy hablando aquí como hombre; si no, es imposible hablar de la mujer. Estoy hablando como conciencia. He vivido muchas veces en un cuerpo femenino y he vivido muchas veces en un cuerpo masculino, lo he presenciado todo. He visto todas las casas, he visto todas las vestimentas. Lo que te digo es la conclusión de muchas, muchas vidas; no sólo tiene que ver con esta vida. Esta vida es sólo la culminación de un largo peregrinaje.

Así que no me escuches como hombre o como mujer; si no, no me estarás escuchando. Escúchame como conciencia1.

1 Mujer

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Mujer

Me da la sensación de que eres en verdad el primer hombre de este planeta que realmente comprende a las mujeres y las acepta.

Por favor, comenta.

Os he dicho que a la mujer hay que amarla, no comprenderla. Eso es lo primero que hay que comprender. La vida es tan misteriosa que nuestras manos no pueden alcanzar sus cimas, nuestros ojos no pueden observar su misterio más profundo. Comprender cualquier expresión de la existencia —los hombres o las mujeres o los árboles o los animales o los pájaros— es la función de la ciencia, no la de un místico. Yo no soy un científico. Para mí, la ciencia misma es un misterio, y ahora los científicos han empezado a darse cuenta de ello. Están abandonando su vieja actitud obstinada y supersticiosa de que un día sabrán todo lo que se puede saber.

Con Albert Einstein, la historia entera de la ciencia ha tomado una ruta muy diferente, porque cuanto más penetró en el núcleo de la materia, más perplejo se fue quedando. Toda la lógica quedó atrás, toda la racionalidad quedó atrás. No puedes dar órdenes a la existencia, porque no sigue tu lógica. La lógica es un producto humano. Llegó un punto en la vida de Albert Einstein en que recuerda que estaba dudando si debía insistir en ser racional... pero eso sería estúpido. Sería humano, pero no inteligente. Incluso si insistes en la lógica, en la racionalidad, la existencia no va a cambiar de acuerdo con tu lógica; tu lógica tiene que cambiar de acuerdo con la existencia. Y cuanto más profundizas, la existencia se vuelve más y más misteriosa. Y llega un punto en que tienes que abandonar la lógica y la racionalidad y simplemente escuchar a la naturaleza. Yo lo llamo el entendimiento supremo, pero no en el sentido corriente de entendimiento. Lo sabes, lo sientes, pero no hay manera de decirlo.

El hombre es un misterio, la mujer es un misterio, todo lo que existe es un misterio, y todos nuestros esfuerzos para comprenderlo van a fracasar.

Recuerdo a un hombre que estaba comprando un regalo para su hijo en una tienda de juguetes por Navidad. Era un conocido matemático, así que, naturalmente, el dependiente le trajo un rompecabezas. El matemático trató de resolverlo... era un bello rompecabezas. Lo intentó y lo intentó y lo intentó, y empezó a sudar. La situación se estaba volviendo incómoda. Los clientes y los vendedores y el dependiente estaban mirando, y él no lograba resolver el rompecabezas. Finalmente, abandonó la idea y gritó al dependiente: «Soy matemático, y si ni siquiera yo puedo resolver el rompecabezas, ¿cómo cree que va a poder mi hijo pequeño?».

El dependiente dijo: «Usted no comprende. Está hecho de tal manera que nadie puede resolverlo, matemático o no matemático».

El matemático dijo: «Pero, ¿por qué lo han hecho así?».

El dependiente dijo: «Está hecho de esa forma para que el muchacho empiece a comprender desde el principio que la vida no se puede resolver, no se puede comprender».

Puedes vivirla, puedes regocijarte en ella, puedes hacerte uno con el misterio, pero la idea de comprender como observador no es posible en absoluto.

Yo mismo no comprendo. El mayor misterio para mí soy yo mismo. Pero te puedo dar unas cuantas pistas:

Un psiquiatra es un tipo que te hace muchas preguntas muy caras que tu esposa te hace gratis.

La clave de la felicidad: puedes hablar de amor y de ternura y de pasión, pero el verdadero éxtasis es descubrir que no has perdido las llaves después de todo.

Las mujeres comienzan resistiéndose a las tentativas del hombre y acaban bloqueando su retirada.

Si quieres que una mujer cambie de idea, muéstrate de acuerdo con ella.

Si quieres saber lo que realmente piensa una mujer, mírala; no la escuches.

La señora se acercó al policía y le dijo: «Oiga, ese hombre de la esquina me está molestando».

«He estado observando todo el tiempo —dijo el poli— y ese hombre ni siquiera la ha mirado.»

«Y, bueno —dijo la mujer—, ¿no es eso molesto?»

Un joven romántico se volvió a la bella joven que había en su cama y le preguntó: «¿Soy el primer hombre con el que has hecho el amor?».

Ella pensó un momento y luego dijo: «Es posible, tengo una memoria horrible para las caras».

Todo es misterioso: es mejor disfrutarlo en vez de tratar de comprenderlo. Al final, el hombre que sigue tratando de comprender la vida resulta ser un tonto, y el hombre que disfruta la vida se vuelve sabio y sigue disfrutando la vida, porque se hace más y más consciente del misterio que nos rodea.

El mayor entendimiento es saber que no se puede comprender nada, que todo es misterioso y milagroso. Para mí, ese es el inicio de la religión en tu vida1.

Por favor, ¿podrías explicar cuáles son las verdaderas diferencias entre los hombres y las mujeres?

La mayoría de las diferencias entre los hombres y las mujeres se deben a miles de años de condicionamiento. No son fundamentales por naturaleza, pero hay unas pocas diferencias que les dan una belleza única, individualidad. Esas diferencias se pueden contar muy fácilmente.

Una de ellas es que la mujer es capaz de producir vida; el hombre no lo es. En ese aspecto, él es inferior, y esa inferioridad ha jugado un gran papel en el dominio de las mujeres por el hombre. El complejo de inferioridad funciona de esta manera: pretende ser superior para engañarse a sí mismo y para engañar al mundo entero. Por eso, a lo largo de los siglos el hombre ha estado destruyendo la genialidad, el talento, las capacidades de la mujer, para, de esta forma, poder probar que él es superior, ante sí mismo y ante el mundo.

A causa de que la mujer da a luz, durante nueve meses o más permanece absolutamente vulnerable, dependiente del hombre. Los hombres han explotado esto de una forma muy fea. Y esa es una diferencia fisiológica; da exactamente igual.

La psicología de la mujer ha sido corrompida por el hombre diciéndole cosas que no son ciertas, convirtiéndola en una esclava del hombre, reduciéndola a la categoría de ciudadano secundario del mundo. Y la razón de ello es que él es más poderoso muscularmente. Pero el poder muscular es parte de la animalidad. Si es eso lo que va a decidir la superioridad, entonces cualquier animal es más musculoso que un hombre.

Pero las verdaderas diferencias existen ciertamente, y tenemos que buscarlas detrás del montón de diferencias inventadas. Una diferencia que veo es que una mujer es más capaz de amor que un hombre. El amor del hombre es más o menos una necesidad física; el amor de la mujer, no. Es algo más grande y más elevado, es una experiencia espiritual. Por eso, la mujer es monógama y el hombre es polígamo. Al hombre le gustaría tener a todas las mujeres del mundo, y aun no estaría contento con ello. Su insatisfacción es infinita.

La mujer puede sentirse satisfecha con un amor, absolutamente satisfecha, porque no mira el cuerpo del hombre, mira sus cualidades más profundas. No se enamora de un hombre que tiene un hermoso cuerpo musculoso, se enamora de un hombre que tiene carisma —algo indefinible, pero inmensamente atractivo—, que es un misterio a explorar. No quiere que su hombre sea tan sólo un hombre, sino una aventura en el descubrimiento de la conciencia.

El hombre es muy débil en lo concerniente a la sexualidad; sólo puede tener un orgasmo. La mujer es infinitamente superior; puede tener orgasmos múltiples. Y este ha sido uno de los asuntos más molestos. El orgasmo del hombre es local, confinado a los genitales. El orgasmo de la mujer es total, no está confinado a los genitales. Todo su cuerpo es sexual, y puede tener una bella experiencia orgásmica mil veces mayor, más profunda, más enriquecedora, más nutritiva que la que puede tener un hombre.

Pero la tragedia radica en que todo su cuerpo tiene que ser excitado, y el hombre no está interesado en ello, nunca ha estado interesado en ello. Ha utilizado a la mujer como una máquina sexual para aliviar sus propias tensiones sexuales. En cuestión de segundos ya ha terminado. Y para cuando ha terminado, la mujer ni siquiera ha comenzado. En cuanto el hombre termina de hacer el amor, se da la vuelta y se duerme. El acto sexual le ayuda a dormir bien, más relajado, con todas las tensiones liberadas en la actividad sexual. Y toda mujer ha llorado y gemido cuando ha visto esto. Ella ni siquiera ha comenzado, no se ha movido. Ha sido utilizada, y eso es lo más feo que hay en la vida: cuando se te utiliza como una cosa, como un mecanismo, como un objeto. Ella no puede perdonar al hombre por utilizarla.

Para hacer que también la mujer sea una compañera orgásmica, el hombre tiene que aprender juegos preliminares, tiene que aprender a no tener prisa por ir a la cama. Tiene que convertir hacer el amor en un arte. Pueden tener un lugar —un templo de amor— en donde se queme incienso, sin luces fuertes, sólo velas. Y él debería acercarse a la mujer cuando esté en un estado bello, alegre, para poder compartirlo con ella. Lo que sucede normalmente es que los hombres y las mujeres se pelean antes de hacer el amor. Eso envenena el amor. El amor es una especie de tratado de paz que dice que la lucha ha terminado, al menos por una noche. Es un soborno, es una trampa.

Un hombre debería hacer el amor de la misma forma que pinta un pintor —cuando siente que un vivo deseo llena su corazón— o como un poeta compone poesía, o como un músico toca música. El cuerpo de la mujer debería ser tratado como un instrumento musical; lo es. Cuando el hombre se siente alegre, entonces el sexo no es simplemente una descarga de la tensión, una relajación, un método para dormir. Entonces hay juego preliminar. Él baila con la mujer, canta con la mujer, con la hermosa música que vibra en el templo del amor, con el incienso que les gusta. Debería ser algo sagrado, porque no hay nada sagrado en la vida corriente a no ser que hagáis sagrado el amor. Y eso será el comienzo de la apertura de la puerta a todo el fenómeno de la supraconciencia.

El amor nunca debería ser forzado, nunca debería intentarse. No debería estar en la mente en absoluto. Estáis jugando, bailando, cantando, disfrutando... es parte de esta prolongada alegría. Si sucede, es bello. Cuando el amor sucede, tiene belleza. Cuando se hace que suceda, es feo.

Y cuando haces el amor con el hombre encima de la mujer... se conoce esto como la postura del misionero. Oriente se dio cuenta de esa fealdad, ya que el hombre es más pesado, más alto y más musculoso; está aplastando a un ser delicado. En Oriente siempre se ha hecho de la manera opuesta: la mujer encima. Aplastada bajo el peso del hombre, la mujer no tiene movilidad. Sólo se mueve el hombre, de manera que llega al orgasmo en unos segundos, y la mujer simplemente llora. Ha sido parte de ello, pero no ha tomado parte en ello. Ha sido utilizada.

Cuando la mujer está encima, tiene más movilidad, el hombre tiene menos movilidad, y eso hará que los orgasmos de ambos se acerquen más. Y cuando ambos entran en la experiencia orgásmica al mismo tiempo, es algo del otro mundo. Es la primera visión del samadhi, es cuando ves por vez primera que el ser humano no es el cuerpo. Se olvida el cuerpo, se olvida el mundo. Tanto el hombre como la mujer entran en una nueva dimensión que nunca habían explorado.

La mujer tiene capacidad para tener orgasmos múltiples, por lo que el hombre tiene que ser lo más lento posible. Pero la realidad es que tiene tanta prisa en todo que destruye toda la relación. Debería estar muy relajado, para que la mujer pueda tener orgasmos múltiples. El orgasmo del hombre debería llegar al final, cuando el orgasmo de la mujer ya ha alcanzado su cima. Es una simple cuestión de entendimiento.

Estas son diferencias naturales, no tienen nada que ver con el condicionamiento. Hay otras diferencias. Por ejemplo, una mujer está más centrada que un hombre... Es más serena, más silenciosa, más paciente, es capaz de esperar. Quizá a causa de estas cualidades, la mujer tiene más resistencia a las enfermedades y vive más que el hombre. A causa de su serenidad, su delicadeza, puede traer una plenitud inmensa a la vida del hombre. Puede rodear la vida de un hombre de una atmósfera muy relajante, muy cálida. Pero el hombre tiene miedo, no quiere estar rodeado por la mujer, no quiere dejarle que cree su calidez cariñosa en torno a él. Tiene miedo, porque de esa forma se volverá dependiente. Así que, durante siglos, ha estado manteniéndola a distancia. Y tiene miedo porque en lo profundo de sí sabe que la mujer es más que él. Ella puede dar nacimiento a la vida. La naturaleza la ha elegido a ella para reproducir, no al hombre.

La función del hombre en la reproducción es casi nula. Esta inferioridad ha creado el mayor problema, el hombre ha empezado a cortar las alas de la mujer. Ha empezado a reducirla y condenarla de todas las maneras, para al menos poder creer que él es superior. El hombre ha tratado a la mujer como si fuera ganado, incluso peor. En China, durante cientos de años, se consideraba que la mujer no tenía alma, de forma que el marido podía matarla y la ley no interfería. La mujer era posesión del marido. Si él quería destruir sus muebles, no era ilegal. Si quería destruir a su mujer, no era ilegal. Este es el insulto supremo: que la mujer no tiene alma.

El hombre ha privado a la mujer de educación, de independencia económica. La ha privado de movilidad social porque tiene miedo. Sabe que ella es superior, sabe que ella es bella, sabe que darle independencia creará peligro. Por eso, durante siglos la mujer no ha tenido independencia. La mujer musulmana tiene que llevar la cara tapada, para que nadie, excepto su marido, pueda ver la belleza de su rostro, la profundidad de sus ojos.

En el hinduismo, la mujer tenía que morir cuando moría su marido. ¡Qué celos tan enormes! La has poseído durante toda tu vida, e incluso quieres poseerla después de la muerte. Tienes miedo. Ella es hermosa, y cuando tú ya no estés, ¿quién sabe? Puede que encuentre otro marido, quizá mejor que tú. Así que el sistema del sati ha permanecido durante miles de años, el fenómeno más feo que uno pueda imaginar.

El hombre es muy egoísta. Por eso lo llamo chovinista, machista. El hombre ha creado esta sociedad, y en esta sociedad no hay lugar para la mujer. ¡Y ella tiene tremendas cualidades propias! Por ejemplo, si el hombre tiene la posibilidad de la inteligencia, la mujer tiene la posibilidad del amor. Esto no significa que ella no pueda tener inteligencia; puede tenerla, simplemente hay que darle la posibilidad de que la desarrolle. Pero el amor es algo con lo que ha nacido, ella tiene más compasión, más dulzura, más comprensión... El hombre y la mujer son dos cuerdas de una misma arpa, pero ambos sufren cuando están separados el uno del otro. Y como están sufriendo y no saben por qué, empiezan a vengarse el uno del otro.

La mujer puede aportar una ayuda inmensa para crear una sociedad orgánica. Ella es diferente del hombre, pero a un nivel igual. Ella es tan igual a un hombre como cualquier otro hombre. Ella tiene talentos propios que son absolutamente necesarios. No es suficiente ganar dinero, no es suficiente llegar a tener éxito en el mundo; es más necesario un bello hogar, y la mujer tiene la capacidad de transformar cualquier casa en un hogar. Ella lo puede llenar de amor; ella tiene esa sensibilidad. Ella puede rejuvenecer al hombre, ayudarle a relajarse.

En los Upanishads hay una bendición muy extraña dedicada a las nuevas parejas. Una nueva pareja acude al vidente de los Upanishads y este les da su bendición. A la chica le dice específicamente: «Espero que llegues a ser madre de diez niños y que, finalmente, tu marido sea tu onceavo hijo. Y a no ser que te hagas la madre de tu marido, no habrás triunfado como esposa verdadera». Es muy extraño, pero tiene una inmensa profundidad psicológica, porque esto es lo que descubre la psicología moderna, que todo hombre está buscando a su madre en la esposa, y toda mujer está buscando a su padre en el marido.

Es por eso que todos los matrimonios fracasan: no es posible encontrar a tu madre. La mujer con la que te has casado no ha venido a tu casa para ser tu madre, quiere ser tu esposa, una amante. Pero la bendición de los Upanishads, que tiene casi cinco o seis mil años de antigüedad, ofrece una visión similar a la de la psicología moderna. Una mujer, quienquiera que sea, es básicamente una madre. El padre es una institución inventada, no es natural... Pero la madre seguirá siendo indispensable. Se han probado ciertos experimentos: han dado a los niños todo tipo de facilidades, medicación, toda la comida... toda perfección proveniente de diferentes ramas de la ciencia, pero, extrañamente, los niños siguen encogiéndose y mueren en tres meses. Entonces descubrieron que el cuerpo de la madre y su calidez son absolutamente necesarios para que crezca la vida. Esa calidez en este enorme universo frío es absolutamente necesaria al principio, de otra forma el niño se sentirá abandonado. Se encogerá y morirá...

No hay necesidad de que el hombre se sienta inferior a la mujer. Toda esa idea surge porque pensáis en el hombre y en la mujer como dos especies distintas. Pertenecen a una misma humanidad, y ambos tienen cualidades complementarias. Ambos se necesitan mutuamente, y sólo cuando están juntos están enteros... La vida hay que tomársela con calma. Las diferencias no son contradicciones. Pueden ayudarse mutuamente y realzarse inmensamente. La mujer que te ama puede realzar tu creatividad, puede inspirarte a alcanzar cimas que nunca has soñado. Y ella no te pide nada. Simplemente quiere tu amor, que es su derecho básico.

La mayoría de las cosas que hacen diferentes a los hombres y a las mujeres son condicionales. Las diferencias deberían mantenerse porque hacen a los hombres y a las mujeres atractivos mutuamente, pero no deberían utilizarse como reprobaciones. Me gustaría que ambos se hicieran un todo orgánico, permaneciendo al mismo tiempo absolutamente libres, porque el amor nunca crea ataduras, da libertad. Entonces podremos crear un mundo mejor. A la mitad del mundo se le ha negado su contribución, y esa mitad, las mujeres, tiene una inmensa capacidad para contribuir al mundo. Lo hubiera convertido en un bello Paraíso.

La mujer debería buscar en su propia alma su propio potencial y desarrollarlo, y tendrá así un hermoso futuro. El hombre y la mujer no son ni iguales ni desiguales, son únicos. Y el encuentro de dos seres únicos trae algo milagroso a la existencia2.

2 La historia es la del hombre

2

La historia es la

del hombre1

En El profeta, de Khalil Gibran, una mujer pide a Almustafa que hable sobre el dolor.

¿Podrías comentar este fragmento?

Y una mujer habló, diciendo «Háblanos del dolor».
Y Almustafa dijo:
Tu dolor es la ruptura del caparazón
que encierra tu entendimiento.
Así como el hueso del fruto debe romperse
para que su núcleo pueda exponerse al sol,
así tú debes conocer el dolor.
Y si pudieras mantener tu corazón maravillado
ante los milagros diarios de tu vida,

tu dolor no te parecería menos maravilloso que tu alegría.
Y aceptarías las estaciones de tu corazón,

así como siempre has aceptado las estaciones
que pasan sobre tus campos.
Y observarías con serenidad
a través de los inviernos de tu sufrimiento.
Gran parte de tu dolor es tu propia elección.
Es una poción amarga

con la que el médico que hay en ti cura tu ser enfermo.
Por lo tanto, confía en el médico,

y bebe su remedio con silencio y tranquilidad:
porque su mano, aunque pesada y dura,
está guiada por la mano tierna de lo invisible,
y el cáliz que trae,
aunque quema tus labios,
ha sido hecho del barro
que el Alfarero ha humedecido
con Sus propias lágrimas sagradas.

Parece muy difícil, incluso para un hombre del calibre de Khalil Gibran, olvidar una actitud machista profundamente arraigada. Digo esto porque las afirmaciones de Almustafa son correctas en cierta forma, pero, sin embargo, olvidan algo muy esencial.

Almustafa olvida que la pregunta la ha hecho una mujer, y su respuesta es muy general, aplicable tanto al hombre como a la mujer. Pero la verdad es que el dolor y el sufrimiento que han padecido las mujeres del mundo es mil veces mayor que el que ha conocido el hombre. Por eso digo que Almustafa está respondiendo la pregunta, pero no a quien la formula. Y a no ser que se responda a quien pregunta, la respuesta es superficial, no importa lo profunda que pueda sonar... La respuesta parece académica, filosófica.

No tiene en consideración lo que el hombre ha hecho a la mujer, y no es cuestión de un día, sino de miles de años. Almustafa ni siquiera lo menciona. Al contrario, continúa haciendo lo mismo que los sacerdotes y los políticos han estado haciendo siempre, ofreciendo frases de consuelo. Detrás de las bellas palabras no hay nada más que consuelos. Y los consuelos no pueden ser un sustituto de la verdad.

Y una mujer habló...

¿No es extraño que de toda esa entera multitud ningún hombre pregunte acerca del dolor? ¿Es puramente accidental? No, absolutamente no. Es muy significativo que una mujer haya hecho la pregunta Háblanos del dolor, porque solamente la mujer sabe cuántas heridas ha estado llevando, cuánta esclavitud —física, mental y espiritual— ha estado sufriendo y continúa aún sufriendo.

La mujer está sufriendo en el centro más profundo de su ser. Ningún hombre sabe lo profundo que puede entrar en ti el dolor y destruir tu dignidad, tu orgullo, tu humanidad misma.

Almustafa dice: Tu dolor es la ruptura del caparazón que encierra tu entendimiento.

Una afirmación muy pobre, tan superficial que a veces me avergüenzo de Khalil Gibran. Cualquier idiota puede decirlo. No está a la altura de Khalil Gibran: Tu dolor es la ruptura del caparazón que encierra tu entendimiento. Es una afirmación muy simple y general.

Así como el hueso del fruto debe romperse para que su núcleo pueda exponerse al sol, así tú debes conocer el dolor. Odio esta afirmación. Está apoyando la idea de que debes pasar por el dolor. Es un truismo, pero no una verdad. Es muy objetivo, una semilla tiene que pasar por un gran sufrimiento, porque a no ser que la semilla muera en ese sufrimiento, el árbol nunca nacerá, y el gran follaje y la belleza de las flores nunca llegarán a existir. Pero ¿quién recuerda a la semilla y su valor para morir para que pudiera nacer lo desconocido?

También es verdad que si ...el caparazón que encierra tu entendimiento... atraviesa el sufrimiento, se rompe, da la libertad a tu entendimiento, habrá cierto dolor. Pero ¿qué es el caparazón? Así es como los poetas han evitado las crucifixiones; él debería haber explicado qué es el caparazón: todos tus conocimientos, todos tus condicionamientos, el proceso entero de tu formación, tu educación, tu sociedad y civilización, todo ello constituye el caparazón que te mantiene a ti, y a tu entendimiento, aprisionados. Pero él no menciona una sola palabra respecto a lo que quiere decir con «caparazón».

Gautama el Buda es un hombre; sus grandes discípulos —Mahakashyap, Sariputta, Moggalayan— son todos hombres. ¿No había ni una sola mujer que pudiese haber alcanzado el mismo nivel de conciencia? Pero el mismo Gautama Buda negaba la iniciación a las mujeres, como si no fueran una especie de la humanidad sino de algún estado subhumano. ¿Para qué molestarse por ellas? Primero, que logren llegar a ser hombres.

La afirmación de Gautama Buda es que el hombre es la encrucijada desde la que puedes ir a cualquier parte: a la iluminación, a la libertad suprema. Pero a la mujer no la menciona en absoluto. Ella no es una encrucijada, sino tan sólo una calle oscura en la que ninguna corporación municipal ha puesto ni siquiera luces; no conduce a ninguna parte. El hombre es una autopista. Así que primero deja que la mujer venga a la autopista, que llegue a ser un hombre, que nazca en el cuerpo de hombre, entonces habrá alguna posibilidad de que se ilumine.

Dice Almustafa ...así tú debes conocer el dolor. Pero ¿para qué? Si la mujer no se puede iluminar, ¿para qué tiene que pasar por el dolor? Ella no es oro, así que atravesar el fuego de esa forma no va a hacerla más pura.

Y si pudieras mantener tu corazón maravillado ante los milagros diarios de tu vida, tu dolor no te parecería menos maravilloso que tu alegría... Es verdad, pero a veces la verdad puede ser muy peligrosa, un arma de dos filos. Por un lado, protege, por el otro destruye. Es verdad que si mantienes el asombro en tus ojos te sorprenderá saber que incluso el dolor tiene su propia dulzura, su propio milagro, su propia alegría. No es menos maravilloso que la alegría misma. Pero lo extraño es que la mujer siempre es más como un niño, siempre está más llena de asombro que el hombre. El hombre siempre va en busca de conocimientos, y ¿qué son los conocimientos? Los conocimientos son simplemente un medio de librarse del asombro. La ciencia entera está tratando de resolver el misterio de la existencia, y la palabra «ciencia» significa conocimientos. Y es un hecho muy simple que cuanto más sabes, menos te asombras y te maravillas...

Según vas haciéndote mayor, pierdes la sensibilidad para el asombro, te vas embotando más y más. Pero la razón de ello es que ahora lo sabes todo. No sabes nada, pero ahora tu mente está llena de conocimientos cogidos de aquí y de allá, y ni siquiera has pensado que debajo de todo eso no hay más que oscuridad e ignorancia...

Almustafa no menciona el hecho de que las mujeres siempre permanecen más como los niños que los hombres. Eso es una parte de la belleza de las mujeres, su inocencia; no saben. El hombre no les ha permitido que sepan nada. Saben pequeñas cosas —acerca de mantener la casa y la cocina y cuidar a los hijos y al marido—, pero esas no son cosas que puedan impedir que... Esos no son grandes conocimientos; pueden ser puestos de lado muy fácilmente.

Por eso, cuando una mujer viene a escucharme, me oye más profundamente, más íntimamente, más amorosamente. Pero cuando un hombre viene a oírme por primera vez, pone mucha resistencia, está muy alerta, tiene miedo de que le pueda influir, de que le hiera si sus conocimientos no se ven respaldados. O, si es muy astuto, va interpretando todo lo que digo según sus propios conocimientos, y dirá: «Ya sé todo eso, no ha sido nada nuevo». Esta es una medida para proteger su ego, para proteger el duro caparazón. Y a no ser que se rompa el caparazón y te encuentre asombrado como un niño, no hay ninguna posibilidad de que alcances un estado que siempre hemos conocido como el alma, tu propio ser.

Esta ha sido mi experiencia en todo el mundo, que la mujer escucha, y que puedes ver el brillo del asombro en sus ojos. No es algo superficial, sus raíces están en lo profundo de su corazón. Pero Khalil Gibran no menciona este hecho, a pesar de que la pregunta la ha hecho una mujer. De hecho, el hombre es tan cobarde que tiene miedo a hacer preguntas, porque tus preguntas prueban tu ignorancia.

Todas las preguntas mejores en El profeta son formuladas por mujeres —sobre el amor, sobre el matrimonio, sobre los niños, sobre el dolo

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