
EXORDIO
El amor es un caos de luz y de tinieblas
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
¿Por qué otro libro sobre el amor y el desamor si hay tanto escrito sobre este tema? La respuesta se encuentra en la época actual, la cual se caracteriza por el cúmulo de conocimientos y, paradójicamente, por la confusión que hay en torno a este sentimiento cuyas transformaciones son evidentes en la literatura de nuestros días. Por un lado, la ciencia médica comienza a estudiar el fenómeno amoroso y descubre hechos que nos permiten comprenderlo; por el otro, advertimos que la sexualidad, como hecho biológico, está separada de los aspectos espirituales* que caracterizan al amor. Tan diferentes son como el verbo de la carne, pues cuando uno canta con el cuerpo, es prosa; cuando lo hace con el espíritu, es poesía. Además, nos hallamos en la época en que la pasión opuesta al amor (el odio) nos domina y tal desconcierto emocional ha propiciado que el desamor asalte nuestras vidas.
Para abordar este estudio exploraremos el conocimiento que, sobre el amor, la humanidad ha atesorado en diferentes terrenos como el científico, el literario, el filosófico, el religioso y otros, articulando tales disciplinas en sus interrelaciones. Sin embargo, debe advertirse que estos conocimientos —científicos y humanísticos— no son equivalentes ya que la historia de la literatura amorosa se remonta a los principios de la historia humana, hace cinco mil años, y los de la psicología, como ciencia, provienen del siglo XVIII, cuando nació la psiquiatría dinámica. Además, las investigaciones serias en torno a la sexualidad y el amor datan apenas de finales del siglo XIX y principios del XX. La ciencia, como la conocemos hoy día, es un fenómeno reciente en la historia humana que estudia lo cuantitativo de un mundo que se caracterizó por pensar lo cualitativo, analiza lo tangible de un pensamiento que antes fue lanzado a lo intangible (y como el amor es inefable, ha sido difícil incorporarlo a la ciencia médica).
Ahora, en el siglo XXI, nos encontramos frente a los sorprendentes avances científicos que nos permiten conocer el genoma* humano y los mecanismos íntimos de su funcionamiento, lo que posibilita —además de penetrar en el conocimiento de la biología del hombre— acceder a los factores que transforman sus emociones. Sin embargo, a pesar de avances tan asombrosos que pueden modificar la naturaleza humana, nuestro lenguaje cotidiano continúa acorralado en el pasado.
La palabra amor es polisémica* y puede describir distintas clases de amor: patrio, paterno, filial, fraterno, amistoso, a los animales, a la naturaleza. Así, se ama desde una hormiga hasta el universo todo. San Francisco de Asís amaba al hermano lobo y a la hermana luna. Cabe señalar que en este libro me ocupo del amor erótico y romántico que se da entre las parejas heterosexuales y homosexuales. Amor entre seres humanos adultos que supone un conocimiento del otro, en cuerpo y alma, en sueños e ilusiones, en realidades y emociones. Además, las concepciones referentes al amor se han transformado a lo largo de todo un periplo histórico de la humanidad, razón por la que, en la actualidad, no concebimos ni ejercemos el amor de la manera como lo hicieron nuestros ancestros, aun cuando conservemos ideas del pasado que nos influyen y, en ocasiones, nos determinan.
Me interesa sumergirme en esta historia del amor tomando en cuenta los conocimientos que la ciencia ha aportado al respecto. Nuestro cerebro es resultado de una evolución que data de millones de años y que ha acumulado diversas respuestas que van desde el reptil hasta lo más noble y elevado de la humanidad. Algo similar sucede durante nuestra existencia con la manera en que concebimos la atracción erótica: primero, poseídos por una intensa pasión sexual, ardemos en deseos y, después, con los años, llegamos a experimentarla de una manera más sabia, en la que los elementos espirituales adquieren relevancia. El amor-pasión, en el que el encuentro sexual era central, pasa ahora a un ámbito mucho más amplio en donde el amor toca el infinito.
Una de las aportaciones más importantes es la de la antropología* de la sexualidad, cuyas investigaciones sobre el apareamiento del hombre y la mujer comenzaron a aparecer en la literatura científica de finales del siglo XX y han permitido entender las raíces de la sexualidad humana. Su historia y desarrollo están ligados a factores humanos como la cultura y el medio ambiente, es decir, a la marcha de nuestra especie a través de la historia. La humanidad ha creado mitos, religiones y filosofías en torno al amor y, actualmente, la biología y la psicología también se ocupan de él.
En la primera parte de este libro hablaremos de muchos temas acerca del amor, tomando en cuenta información tanto científica como histórica y artística, con el fin de reflexionar sobre nuestra posición actual en relación a él, en una época que requiere su reconsideración. ¿Cuál es la diferencia entre hombre y humano? ¿Quién inventó el amor? ¿Cuál es el papel que tiene el orgasmo femenino en la reproducción? ¿Qué quieren los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres? ¿Por qué el hombre es polígamo? ¿Por qué tenemos relaciones sexuales? ¿Cuántas clases de amor existen? ¿Qué diferencias existen entre hombres y mujeres? ¿Cuáles son las razones de los celos? ¿Dónde se asientan los mecanismos de la emoción amorosa? ¿Cuáles son las sustancias químicas involucradas con el amor? Sabremos también el papel que ha tenido la religión en las concepciones amorosas de Occidente y las razones por las cuales la homosexualidad ha sido censurada. Conoceremos el futuro del amor; tal vez el día de mañana podremos ingerir una pastilla para enamorarnos. Para esto reviso la historia, la literatura, la filosofía, la anatomía, la psicología, la biología y la bioquímica del amor, con el propósito de desembocar en una ética propositiva que es cada día más necesaria.
La segunda parte aborda de igual forma el tema del desamor, sus causas antropológicas, psicológicas y culturales. ¿Cuáles son las razones por las cuales dejamos de amar? ¿Qué son la impotencia sexual y la impotencia amatoria? ¿Por qué existe la misoginia? ¿Qué es la androfobia? El desamor es generado por circunstancias existenciales y emocionales y tiene consecuencias orgánicas que afectan la salud: ¿cómo corregir las disfunciones sexuales?, ¿cómo tener una vida sexual y amorosa satisfactoria? Este libro se propone responder a estas preguntas y otras tantas, para brindar un conocimiento no solamente cultural y científico sino médico, que sea de utilidad para el lector.
Para finalizar, quiero resaltar que este libro también tiene el interés de abordar aspectos de la moral sexual que ayudarán a aclarar nuestras ideas al respecto. Hemos llegado a una época en que el ser humano está en proceso de transformar su herencia genética y, por lo mismo, necesitamos saber quiénes somos y hacia dónde vamos. El hombre moderno, producto del Renacimiento y la Reforma, aspira a controlar su destino, quiere comprender el mundo que habita y ambiciona conocer su inconsciente, pues supone que mucho de su pasado es presente y su presente es futuro. Asimismo, considera que su vida no es trivial y reconoce que su sexualidad pertenece a una herencia milenaria que necesita ser rescatada de la oscuridad universal en que vivimos. Por eso, hoy que hemos iniciado el estudio filosófico y científico de la conciencia como herederos de los siglos XIX y XX (de Marx, Darwin, Nietzsche, Freud, Einstein y muchos más); hoy que la genética está revolucionando al hombre, podemos y debemos replantear el fenómeno del amor para cuidar y mejorar la más suprema emoción que experimenta el ser humano.
PRIMERA PARTE
AMOR

PRÓLOGO
El amor es el peso del alma
SAN AGUSTÍN
Desde niño preguntaba a los adultos qué era el amor y, sin embargo, yo mismo me escribía cartas para contestarme. Este tema es de universal importancia. También Cole Porter,[1] el famoso compositor de música romántica, preguntaba: What is this thing called love? (¿Qué es esto que llaman amor?) Pasaron los años y yo ya había olvidado aquellas cartas, pero un día sentí el amor y experimenté lo mejor de mi vida; había encontrado algo que, además, le daba sentido.[2] Todos los que lo han vivido saben de lo que hablo; sin embargo, sé que es imposible definirlo de una vez por todas, pues no sólo se siente por otra persona. El amor es la música de Albinoni, la poesía de Rilke, la pintura de Botticelli, una puesta de sol, el amanecer en la montaña, la caída de la nieve, el océano, el principio creador, la eternidad, etcétera, y, además, también es Dios que decidió mudarse a vivir en el amante.
Asimismo, tengo un recuerdo nítido ante mis ojos, como si lo viviera. Un primer amor imposible de olvidar: mi madre. La veo en la casa que habitamos en el centro de la ciudad de México. Recuerdo el color de su piel, su perfume, sus lágrimas por el abandono de mi padre, sus enfermedades y su permanente lucha por sacarme adelante. La acompañé hasta su muerte y, durante todo ese tiempo, la fui queriendo cada vez más.
Hablar del amor me hace evocar también a las primeras jóvenes de quienes me enamoré. Eran radiantes, frescas, cantarinas. Con mayor razón rememoro a las mujeres que amé intensamente y que cambiaron y le dieron razón de ser a mi existencia. Ahora las recuerdo con cariño, pues este libro, al mismo tiempo que una reminiscencia, es un intento por comprender y saber lo que se ha vivido y lo que se sigue viviendo en el campo del amor.
*
El amor es tan poderoso que llega a influir sobre ámbitos insospechados. Desde que el hombre se enfrentó a la muerte, se dedicó a buscar el modo de evitarla buscando curas que le permitieran vivir más tiempo. Un día creyó encontrar, en una especia de la diosa Artemisa, el remedio para sus penas; la nombró atanasia, palabra griega que significa “sin muerte”.[3] Muy pronto se percató de lo inútil de su esfuerzo y lloró tristemente, como todavía lo hacemos. En la Edad Media, los sabios, después de leer los libros gruesos y antiguos que la humanidad había escrito, se dieron cuenta de que había una emoción que evitaba la muerte, aunque fuera por poco tiempo; a tal sentimiento lo nombraron amor, palabra latina que significa, también, “sin muerte”.[4] Sin embargo, Mnemosina[5] se olvidó de aquellos ávidos lectores de la humanidad entera, así como de su conocimiento acumulado y, con el abandono de tan profunda sabiduría, se perdió el significado medieval de ese sublime afecto. Por ello, ahora nos volvemos a preguntar qué es el amor.
Michel de Montaigne, en el siglo XVI, afirmaba que el propósito del amor era el goce sexual.[6] No menos explícito fue Miguel de Cervantes Saavedra, quien, en Don Quijote, sentencia: “El amor, en la mayoría de los jóvenes, es simplemente deseo sexual y su realización es su fin”.[7] No les faltó razón: en inglés, la palabra love está emparentada con leubh, que significa “lujuria”[8] o “atracción sexual”.[9] Otros señalan que cuando aparece el amor, desaparece la reflexión y, en oposición a esto, algunos más dicen que el amor no es un sentimiento sino una idea. Ya Eurípides sentenciaba que el amor excesivo no trae mérito ni honor al hombre. Éstas son algunas, muy pocas, de las numerosas disquisiciones que hay al respecto. Pero intentemos adentrarnos en este sentimiento que está más cerca de la esfera de la sensibilidad que de la del intelecto.
Si apelamos a un diccionario en español, encontramos que el amor es definido como “Sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo. También se emplea corrientemente con aplicación a cosas tomadas en general.”[10] Hay que decir que esta definición es vaga y ambigua como las otras y no nos ilustra sobre el amor entre las personas. Pero antes tratemos de saber cuál es el sentido humano del amor, a pesar de que nos pueda parecer casi imposible, pues sabemos que entramos a un terreno infinito ya que, como afirmaba Juan Pico de la Mirandola en el siglo XV, el ser humano es un ser en potencia de cualquier cosa[11] y el amor, al formar parte de éste, tiene infinitas interpretaciones.
Podemos establecer que el amor abarca la mente y el cuerpo del ser humano, tanto su espíritu como su materia, pero, aun así, es difícil definirlo pues éstos se han concebido como entidades separadas y a veces antagónicas. Esta dicotomía —provocada por las religiones— ha motivado confusiones en el objeto de estudio de las ciencias sociales y naturales, pues no han sabido enfocar con agudeza su campo de acción, no nada más en el terreno amoroso sino en el del ser humano mismo, porque los pensadores se han concretado al estudio del hombre desalmado, es decir, deshumanizado, como resultado de las propuestas cartesianas que separan el alma del cuerpo.[12] Tales concepciones afectaron y deformaron el camino de las ciencias e hicieron imposible la comprensión del fenómeno amoroso.
Pero ahora que los descubrimientos recientes en torno a la genética y al genoma humano manifiestan nuevamente que todos provenimos de un mismo tronco y enfatizan la semejanza biológica que tenemos con los animales, la vieja pregunta en torno a qué es lo humano resurge con más fuerza.[13] Por eso considero necesario comenzar por señalar que los términos hombre y humano se refieren a conceptos diferentes.
La palabra hombre es genérica y “se aplica a nuestra especie, o sea la de los mamíferos racionales”;[14] de esta manera, se refiere a lo biológico en nosotros. Humano, en cambio, se ocupa de las cualidades del hombre: el ideal o el espíritu del hombre, la síntesis hipostática* de lo que llamamos Dios y el hombre, la historia o la tradición, la naturaleza racional, la disposición a la comprensión y otras.[15] Esta distinción (biología-espíritu humano) nos servirá como punto de partida para apuntalar una primera idea: que el hombre es resultado de la evolución biológica[16] y lo humano del perfeccionamiento cultural. Su sexualidad se encuentra enraizada en lo biológico y el amor en lo espiritual.
Como señala Allan Bloom en su comentario a La República de Platón: “En un sentido, el hombre es un ser natural, pero en otro es un producto del nomos, la convención. Los hombres y las costumbres de los hombres difieren de un lugar a otro, algo que no ocurre con los árboles y sus costumbres. La ley transforma a los hombres hasta un punto que muchos dudan si existe eso que llamamos naturaleza humana.”[17] Más enfático fue José Ortega y Gasset, el filósofo más importante de la España contemporánea, quien señaló, refiriéndose, claro está, a lo humano: “El hombre no tiene naturaleza sino que tiene… historia. […] O, lo que es igual: lo que la naturaleza es a las cosas, es la Historia —como res gestae— al hombre.”[18] Por ello, analizaremos su sexualidad desde la biología y para hablar del amor retomaremos lo que compete al ámbito de lo humano, sabiendo que tal empresa es inacabable pues está supeditada a las transformaciones históricas.
Aun cuando la sexualidad,* el erotismo* y el amor* son inherentes a la vida humana, las corrientes serias del pensamiento los menospreciaron. Antiguos pensadores como Alcmeón de Crotona e Hipócrates, desde el siglo V a. C., mencionaron que el cerebro era el asiento de las emociones y también del intelecto. Sin embargo, desconocían la función íntima de nuestro comportamiento intelectual y sensible; más aún, la influencia de culturas primitivas y de pensadores como Aristóteles mantuvieron, durante mucho tiempo, la creencia de que el centro de las emociones era el corazón (muchos lo creen aún en nuestros días).[19]
Por otra parte, el predominio del dualismo órfico,* del platonismo, del estoicismo y de otras doctrinas dualistas provocó un distanciamiento entre la razón y la emoción. El ideal del hombre, la verdadera sabiduría, consistía en promover el camino hacia la identificación con lo divino a través del conocimiento, la espiritualidad y la abstracción. En cambio, el cuerpo y las emociones debían supeditarse a la razón. Tal forma de pensar influyó en el cristianismo a través de personajes como Clemente de Alejandría, fundador de la escuela teológica alejandrina; Tertuliano, el primer gran escritor cristiano; San Agustín, el más grande de los padres de la Iglesia católica, y otros fundadores del catolicismo que veían en la pasión amorosa un enemigo, según veremos más adelante, y que propugnaron por ello el celibato. Se cuenta que Orígenes, para vencer la tentación sexual, se quitó los testículos. El amor carnal era visto como un atentado a la razón y a la divinidad.
Desde la Antigüedad, la palabra griega pathein, que significa “experimentar un sentimiento”, también designaba sufrimiento; pathos, que está emparentada con ella, quiere decir “padecimiento, enfermedad”. O sea que la pasión amorosa conlleva sufrimiento. Pasión quiere decir “padecimiento”, es una perturbación del estado de ánimo que no podemos controlar y su contrario es la apatía, que significa “falta de sentimiento”. Se considera que la pasión es irracional y enfermiza: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”, comentó Blas Pascal en el siglo XVII[20], y muchos artistas se han preocupado por expresar y comprender el amor en esos términos. Lo sentenció, con claridad, Sor Juana Inés de la Cruz: “Este amoroso tormento / que en mi corazón se ve, / sé que lo siento, y no sé / la causa por que lo siento.”[21]
Los artistas han logrado comunicar lo esencial del sentimiento amoroso, cosa que no sucede con la ciencia pues su lenguaje requiere de acotaciones y reglas que reducen el significado del amor; el arte, que posee un lenguaje polisémico y multívoco, puede abordar el amor desde infinitos lugares. Sin embargo, siempre tendremos una idea más completa de este sentimiento si conocemos ambas perspectivas, sabiendo que surgen y son transformadas respondiendo al conocimiento y a las necesidades de cada época histórica.
Por extraño que para algunos pudiera parecer, uno de los primeros científicos que se dedicó al estudio de las emociones fue Charles Darwin, quien lo dejó expresado en el libro The Expression of the Emotions in Man and Animals, publicado en Inglaterra en 1872.[22] El padre de la teoría de la evolución consideraba las emociones como resultado de la adaptación evolutiva de los organismos; desde su punto de vista, eran producto de funciones corporales que persistían debido a su utilidad. Unos años después, a fines del siglo XIX y principios del XX, un grupo de pensadores científicos, entre los que destacan Sigmund Freud, William James y Wilhelm Wundt, comenzaron a indagar en torno al fenómeno amoroso. Ya para entonces la literatura y el arte habían hollado, durante milenios, en el terreno erótico.
El positivismo científico, por su parte, intentaba explicar las emociones basándose en “principios científicos” y en un rigor desalmado que caía en un análisis reduccionista acerca de lo emotivo. Ejemplo de ello es el conductismo, el cual, apoyándose en el empirismo, canceló todo reconocimiento en relación con el deseo. La psicología cognitiva, al unir percepción y acción de manera mecánica, desconoció la parte inconsciente de las motivaciones profundas. Por su parte la psicología evolucionista, fundándose en una deformación del darwinismo, ignoró estos anhelos y manifestaciones presentes en la música, la literatura y la poesía erótica. También la neurobiología, con una actitud arrogante y en extremo reduccionista, buscó soluciones mediante un acendrado positivismo (afortunadamente los descubrimientos últimos de las neurociencias están permitiendo la comprensión de las emociones y del amor). Estas disciplinas científicas se afianzaron a sus principios y consideraron que la ciencia se fundamenta en los hechos y el arte en la imaginación, sin caer en la cuenta de que —como afirmó Vladimir Nabokov— la ciencia requiere de imaginación y el arte de los hechos. Pero muchos envarados científicos establecieron que el afecto principal en nuestras vidas, el amor, correspondía a otro terreno, al de la fantasía, cuando no al de la neurosis. Algunos todavía lo hacen al comparar el amor romántico con una forma de psicosis.[23] A tal grado se concibe al amor como un orden meramente sentimental inasequible al pensamiento racional, que el mismo Friedrich Nietzsche asienta lo siguiente:
El filósofo aborrece el matrimonio junto con sus persuasiones. El matrimonio es un obstáculo y una calamidad para lograr las metas superiores del pensamiento. ¿Qué gran filósofo ha estado casado? Heráclito, Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer no estuvieron casados y no puede uno imaginárselos en tal estado. Un filósofo casado pertenece a la comedia, sólo con la excepción de Sócrates, que, debido a su malicia e ironía, lo hizo para demostrar la validez de esta proposición.[24]
Esa fue la opinión del autor de Ecce homo, con la cual podemos o no estar de acuerdo pero que nos expresa el rechazo a ser objeto de un compromiso sentimental que puede convertirnos en seres irracionales o tontos, como bien señala W. M. Alexander, profesor de esta materia, en el libro The Philosophy of Sex.[25]
Como respuesta a la crisis axiológica por la que atraviesa la civilización occidental, es necesario revisar los fundamentos que han dado vida a su existencia, ya que la mayoría de los paradigmas están de cabeza —Carlos Marx dixit— y uno de ellos, el primordial, es el del amor. Para llevar a cabo tal empresa, que de antemano sé inagotable, es conveniente repasar algunas ideas que se han emitido al respecto; hacerlo conducirá a recuperar el pasado, comprender el presente y vislumbrar el futuro.
Existe una gran diversidad de opiniones acerca de la sexualidad, el erotismo y el amor; tales aspectos son consustanciales a nuestra vida, pero la vida es una paradoja y su examen suele brindar resultados contradictorios. Mientras algunos pensadores han cerrado los ojos al estudio del amor, otros, como Maurice Merleau-Ponty, señalan con firmeza que la sexualidad tiene un papel importante tanto en el ámbito químico-biológico como en el psíquico y cultural.[26] Más aún, algunos intelectuales sugieren que la crisis actual de la sexualidad está relacionada con la de la cultura occidental. Las confusiones habidas en la identidad cultural y la pérdida de confianza del hombre en la civilización actual (resultante, entre otras cosas, del derrumbe de la tradición judeocristiana-musulmana, del iluminismo, de la globalización de principios y valores, del neoliberalismo, del énfasis materialista en la ciencia y la tecnología, del exaltado individualismo hedonista, de la sobreideologización política, de los fundamentalismos, de la revolución sexual, de la rebeldía de las masas y de otros fenómenos que se me escapan) han conducido a un conflicto en el terreno amoroso, tanto así, que los escépticos piensan que el amor desaparecerá al comprenderse, de una manera más completa, su naturaleza físico-química.
Sean la causa o consecuencia de la pérdida de fe en la razón humana y sus productos, estamos sumergidos en una transformación de los conceptos en torno a la sexualidad y el amor, la ciencia y el arte, la filosofía y la religión y, por ende, el hombre y lo humano. Pero algo hemos avanzado, ya que hoy es posible distinguir el análisis que realiza la ciencia respecto a la sexualidad del que se lleva a cabo en relación con el amor en otros ámbitos humanos.
En este libro reviso, primordialmente, las concepciones en torno al amor romántico. Examino primero lo que los antropólogos, la sociobiología y la psicología evolucionista han descubierto, antecedentes animales que se manifiestan, consciente o inconscientemente, en cada una de nuestras células y en el cerebro del hombre, por lo que se hace necesario conocer la anatomía y fisiología referentes al amor, así como las recientes investigaciones concernientes a la bioquímica de las emociones que durante muchos años permanecieron desdeñadas y aun negadas por los científicos.
Es importante mencionar que el amor, como todo fenómeno humano, implica una moral y una ética que analizo pensando hacia el futuro. Puesto que en la construcción del amor hay una larga historia, me remonto a los mitos primigenios, la religión, la psicología y la filosofía. Asimismo, menciono brevemente las obras de algunos escritores y artistas importantes que han marcado hitos en la descripción del amor; con ello nos percataremos de los cambios que ha habido en su concepción.
En la segunda parte abordo el desamor, sus causas individuales y sociales, así como lo que la medicina aporta respecto a algunas patologías que afectan el desempeño amoroso, erótico y sexual. Hay incluso un capítulo acerca de las disfunciones sexuales y los avances recientes para su tratamiento. Lo hago así porque espero que este libro se convierta en un antídoto contra la enfermedad y la muerte. Cuando comprendemos, corregimos y perdonamos, rectificamos el rumbo; de eso se trata la vida y el amor.
Asimismo, hablo de nuestro tiempo y de mi experiencia como urólogo, en la que he tratado, durante más de cincuenta años, padecimientos sexuales. Dicha práctica la he complementado con conocimientos de la teoría psicoanalítica y muchas reflexiones que he vertido en mis libros: Amoricida, Anatomía del amor, Impotencia sexual. Un problema superable,[27] y en revistas como Current Sexual Health Reports, de la cual fui editor, y Sexualidad, Ciencia, Amor, que actualmente dirijo, además del opúsculo Revolución sexual (2006).[28] Echo mano también del conocimiento expresado en numerosas conferencias sobre erotismo y amor que ofrecí por todo el país a sociedades médicas, universidades, programas de radio y televisión. Este libro tiene una bibliografía abundante (cerca de 800 citas) pues considero que a algunas personas interesadas en el tema les gustaría consultar lo señalado por los principales pensadores, artistas e investigadores del terreno amoroso sexual.
Finalmente, escribo acerca del amor porque considero que es una forma de rendir tributo a mis amores, a las mujeres que he conocido durante la odisea de mi vida. Mujeres a las que debo mi formación sentimental e intelectual, dolorosa unas veces, placentera otras, pero siempre interesante. La vida sin amor carecería de sentido. Espero que este libro los ayude a encontrarlo. Los invito a que brindemos por el amor que sentimos en nuestras vidas, pues ésta es nuestra misión primordial, como dice Rilke: “Es una alta exigencia, una ambición sin límite, que hace del que ama un elegido que busca lo alto.”[29]

DEL AMOR
El amor no compartido es una hemorragia
MICHEL HOUELLEBECQ
¿Por qué escribir acerca del amor de una manera tan explícita? Porque la mayoría de las personas desconocen lo que en realidad es el amor; no saben distinguir entre este sentimiento y el sexo (pseudoamor) y, por ello, terminan cometiendo errores que pagan muy caros con el tiempo. Es necesario, pues, aclarar, precisar, categorizar, catalogar y definir para no confundirnos; hacer una taxonomía, análisis y retrato de este sentimiento. El amor es mucho más impreciso, inefable y subjetivo que la sexualidad descrita por la biología; aun cuando, en principio, el eje del erotismo y el amor es la sexualidad, no son lo mismo.
*
Después de la Segunda Guerra Mundial —tendría ocho o nueve años de edad— fui con mi madre a ver una película romántica basada en la novela de Erich Maria Remarque El arco del triunfo (1946), en la que actuaban, en el París ocupado por los nazis, Charles Boyer, Ingrid Bergman y Charles Laughton. Era la historia de un cirujano e inmigrante ilegal que se enamora de la bella Ingrid, un amor imposible que termina cuando ella muere balaceada. Hay una escena muy interesante en la que ambos, sin darse cuenta, se ponen a hablar en su idioma natal, el que aprendieron cuando niños, diciéndose palabras de amor.
La película me conmovió y, debido a que los besos abundaban, en mi inocencia confundí el amor con los besos y un día me lancé a besuquear a una joven, dos años mayor que yo, que vivía en la calle de Luis Moya, arriba de una panadería conocida como La Calle Ancha donde, además, horneaban pollos y pavos para las festividades de Navidad y los cumpleaños. La muchacha en cuestión aceptó los besos sin inmutarse, mientras leía un cómic, y quedé ensalivado sin sentir el menor asomo de amor, por lo que tomé la decisión de no volver a verla.
Tiempo después vi pasar a una niña, esta vez de mi edad, que solamente me miró con sus ojos color miel y se alejó; era delgada, etérea, parecía flotar al desplazarse. Quedé prendado y, a partir de ese momento, pensé todo el tiempo en la ninfa de mis sueños. Puesto que era hermana de un compañero de escuela hice todo lo que estuvo a mi alcance para volver a verla, cosa que logré cuando me invitaron a una fiesta en su casa. Ahí estaba, hierática, distante, sabedora de su belleza infantil. No me dirigió la palabra; mientras, yo padecía eso que llaman amor a primera vista. No cabe duda de que las mujeres saben lo que tienen desde sus primeros años.
Fue un amor que no llegó a mayores pues no la volví a ver en mi infancia. La familia de mi Dulcinea se mudó de rumbo; el padre había cambiado de trabajo y puso a los hijos en otra escuela. Pasaron muchos años, pero la encontré de nuevo cuando operé de la próstata a mi viejo compañero. Ahora estaba canosa, gorda y convertida en abuela. Nada que ver con la espiga de trigo dorado bajo el sol que conocí. Apenas cruzamos unas palabras, ella quería hablar y yo tenía mucho que hacer, platiqué rápidamente con ella; ahora, el que no quería hablar era yo. Aquel amor a primera vista se había convertido en nada, igual que las películas de Charles Boyer e Ingrid Bergman.
AMOR ROMÁNTICO
Puedo aseverar que el amor romántico —como sentimiento único, inmutable, de esencia universal y transhistórico— no existe aislado del individuo: lo real son el amante y el amado. El amor no existe fuera de sí sino en sí, no es algo que se tiene, sino algo que se es. Más aún, el amor, al ser un estado de ánimo, existe en nuestra psique y cada persona lo experimenta a su modo, por lo que se manifiesta de infinitas maneras y es interpretado y concebido de innumerables formas.
La idea del amor como entidad abstracta, separada de nosotros, corresponde al mundo ideal de Platón; sin embargo, cuando el filósofo griego narra el mito del andrógino revela, en tanto búsqueda de mente y cuerpo, la realidad de este afecto: una emoción que busca su complemento en el otro.
El amor lo podemos sentir en un instante y conlleva una subjetividad derivada de nuestra biografía personal y una carga hormonal proveniente de nuestra fisiología. François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, afirma que el “amor es la más fuerte de todas las pasiones porque ataca al mismo tiempo la cabeza, el corazón y el cuerpo”. Somos capaces de experimentar muchos amores y clases de amor que interactúan con lo biológico, lo psicológico, lo social e histórico. Podríamos decir que el hombre es un híbrido de naturaleza e historia. En el acto amoroso de los amantes vive la humanidad entera, es decir, la ontogenia* resume a la filogenia.*
La concepción del amor ha tomado diferentes rumbos en Oriente y Occidente. ¿Cómo interpretar el poema persa del siglo XII Las siete princesas de Nezami, donde el rey Bahram, al ver las imágenes de siete diferentes princesas, se enamora de todas a la vez? En nuestra cultura occidental la tendencia ha sido hacia la monogamia; no hay tiempo para el ocio, para enamorar tantas mujeres. Nuestro tiempo no es para el amor sino para el dinero, negamos el ocio para hacer negocios. Ya lo dijo Benjamín Franklin: time is money.
Pero en esta gama de posibilidades podemos detectar personas más y menos amorosas e inclinaciones afectivas no sólo por una sola persona sino por la humanidad entera, como señala Erich Fromm: “quien sólo ama a un hombre, no ama a ninguno”.[1] Se ama o no se ama. El amor es como la bondad: se es bueno o no, no se puede ser bueno con una persona y malo con las demás, esto último sería conveniencia, interés, egoísmo, o cualquier otra cosa, pero no bondad. En este sentido, me gustaría hablar del pseudoamor para aclarar aún más los matices que puede presentar este sentimiento.
PSEUDOAMORES
Para comenzar, hablemos del idilio, de esa atracción que nos atrapa por un tiempo breve y que podemos romper con alguna facilidad. Todos sabemos que el idilio es de muy corta duración y por eso no se toma suficientemente en serio, se vive como una aventura transitoria llena de romanticismo. Se lo ha descrito en poemas pastoriles y también en romances, como hizo Alfred Lord Tennyson en Idilios del rey, un ciclo de poemas terminado en 1885 que describe los lances del rey Arturo. Pero para situarnos más cerca de nosotros, leamos estos versos de José Asunción Silva que lo ilustran claramente: “Ella lo idolatró y él la adoraba / ¿Se casaron al fin? / No, señor, ella se casó con otro / ¿Y murió de sufrir? / No, señor, de un aborto. / ¿Y él, el pobre puso a su vida fin? / No, señor, se casó seis meses antes del matrimonio de ella, y es feliz.”
Hay otro tipo de pseudoamor que es el que ha sido idealizado. Un ejemplo lo tenemos en Federico Moreau —protagonista de La educación sentimental de Gustave Flaubert—, quien se enamora de una mujer que ve en un tren y cuyo recuerdo conserva durante toda su vida. El amor permanece intacto, pues no se confronta con la realidad; circunstancia común entre los jóvenes, que comienzan a construir este sentimiento en un lento y —con mucha frecuencia— doloroso aprendizaje, a la manera de Lope de Vega, quien describe esta pasión como una serie de antinomias que se gozan y padecen.[2] Esta forma de enamorarse constituye una idealización fantasiosa que suele terminar en sufrimiento.
Para Erich Fromm este amor sentimental es un pseudoamor en tanto que “sólo se experimenta en la fantasía y no en el aquí y ahora de la relación con otra persona real”.[3] El individuo sueña en términos de pasado o futuro sobre una elaboración ideal de su mente. Forma alienada del amor cuya función es aliviar el dolor del hombre, producto del aislamiento en que ha caído. Charles Baudelaire lo confirma al decir que el amor es la necesidad que tiene el hombre de escapar de sí mismo.
El amor romántico, popularizado en el mundo anglosajón con la obra novelística de Jane Austen (1775-1817), comparte con el amor sentimental la búsqueda del ideal y resume, en sí mismo, tendencias contradictorias: generosidad y posesión, egoísmo y largueza, etcétera. También aspira a la comunión con la naturaleza y a una trascendencia que muchas veces hace corresponder al amor con la muerte. Recuérdese al romántico alemán Novalis quien en los Himnos a la noche habla de un inasequible amor terrenal que encuentra su esperanza en la noche de la trascendencia. Lo mismo se advierte en Jean Paul Richter quien en Quintus Fixlein percibe la imposibilidad de alcanzar el sentimiento amoroso, en tanto que aspira a una perfección inexistente; dualidad de los seres en el seno de la totalidad que habitamos, como descubre Friedrich Hölderlin en Hyperion. Sin duda la literatura romántica, en su anhelo de ir más allá, representa el triunfo de la imaginación sobre la inteligencia.
El amor romántico construye un amor que suele acabar en insatisfacción metafísica. Los psicoanalistas interpretarían esta complicada forma de amar como una manifestación neurótica, una enfermedad de la que nos pretenden curar. Se han convertido en los talmudistas del sexo.[4] Por eso, en el terreno del amor, como en el de los sueños, cuando me ponen a elegir entre médicos y psicoanalistas o poetas y literatos, francamente prefiero a los segundos.
PASIÓN
Henri Beyle, mejor conocido como Stendhal, exploró el amor pasional. Este amor padece, es un sufrimiento real o imaginario que intenta llegar al abismo profundo del ser amado, de por sí inalcanzable. ¿Cómo poseer el espíritu del otro? Tal imposibilidad se transforma en dolor. Nadie puede poseer completamente a otro. Pero el obseso, poseído por una pasión diabólica, desea adueñarse del amado o amada. La paz cotidiana queda destruida por su desmesura y exaltación y quien así ama se olvida de sí mismo en su afán de conquista, de desear al amado a todas horas, de requerir su presencia permanente, como escribió San Juan de la Cruz: “Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor que no se cura / sino con la presencia y la figura”.[5]
Esta pasión, que ambiciona también poseer el alma, puede llevar a la tragedia. Julien Sorel, protagonista de Rojo y negro, de Stendhal, termina matando a su amante, destruyendo su objeto amoroso. El héroe romántico se convierte en víctima de su amor, sus exigencias aniquilan al amado o amada: tal es el caso de Nada menos que todo un hombre, obra de Miguel de Unamuno en la que el amor se ahoga en un mar de celos.
Como señaló Honoré de Balzac: la pasión es un querer ansioso y, a diferencia del amor —que podría definirse como un amarse a sí mismo en el otro—, se convierte en una autoconsunción. Marx lo advirtió: “Si amas sin evocar el amor como respuesta, es decir, si no eres capaz, mediante la manifestación de ti mismo como hombre amante, de convertirte en persona amada, tu amor es impotente y una desgracia.”[6]
Por otra parte, el amor sensual,* que se entrega a la carnalidad, busca fundirse en el cuerpo del otro. Para D. H. Lawrence —quien centró su interés en el despertar sexual y así lo plasmó en libros como Mujeres enamoradas y El amante de Lady Chatterley— el cuerpo es una totalidad donde se cumple y desarrolla el eros. Este deseo es claro, como bien lo comprendió Michel de Montaigne, quien expresó en el siglo XVI que el amor es una sed insatisfecha de gozar un objeto ávidamente deseado. Esta forma de amar es intensamente erótica y sexual; un palpitar del cuerpo que venera el falo o la vagina. Nace del deseo físico pero enaltece más el encuentro sexual que el amor.
Al referirnos a lo erótico, es imperioso mencionar el deseo, algo muy complejo ya que, como el amor, hunde sus raíces en el inconsciente y, en ocasiones, como señaló Jacques Lacan, se convierte en deseo del deseo, el cual nunca se satisface y se vuelve irrealizable: “El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es”, dijo irónico el psicoanalista.[7] Debido a esta imposibilidad de satisfacer el deseo, los médicos sabemos que las disfunciones sexuales son muy difíciles de tratar; requieren de una psicoterapia larga y profunda porque ocasionan alteraciones orgásmicas que nos sumen en la sombra del sufrimiento y lo desconocido.
IDEALIZACIÓN
Todos sabemos que puede sentirse un deseo carnal sin amor, de la misma forma en que puede sentirse amor sin deseo carnal (platonismo). El amor platónico se presenta frecuentemente en los adolescentes. A este amor corresponde, mutatis mutandi, el amor cortés del siglo XIII y la forma de amar del dolce stil nuovo de Petrarca, Dante y Boccaccio. Consiste en amar lo inexistente, lo que está en la creación mental del amante. Esto lo representa muy bien el mito griego de Pigmalión, rey de Chipre, quien era escultor y sólo se interesaba por el arte, por lo que decidió no casarse nunca. Sin embargo, un día esculpe a una mujer bellísima, Galatea, de la que termina enamorándose. Y ante la imposibilidad de ser correspondido, Pigmalión suplica a Afrodita, diosa del amor, que le dé vida a su amada. La diosa le concede su deseo y Galatea toma vida, se casa con él y le da un hijo, Pafos, con quien queda asegurada la descendencia al trono de los chipriotas. Existen muchos pigmaliones en el mundo: no falta quien se sienta capaz de transformar al ser amado o amada en lo que quiere, pero sólo los dioses podrían concederlo. Es más realista aceptar al otro tal como es y evitar la frustración de ver fracasar nuestros anhelos.
En el caso del amor espiritual se exaltan los aspectos anímicos: la identificación y unión de dos almas, un perderse el yo en el otro: “En el mundo real, esta síntesis amorosa existe entre personas que se entienden muy bien, creen amarse y se satisfacen en la mutua compañía. Viven una armonía que nada empaña, pues se sienten unidos y transparentes.”[8] Pero muchas veces estos amantes terminan advirtiendo sus diferencias y acaban distanciándose, desunión que se describe como una caída desde las nubes provocada por el descubrimiento del verdadero yo del otro.
Friedrich Nietzsche declaró que el amor ideal, en su afán de perfección, vive una quimera que se desmorona cuando se enfrenta a la imposibilidad de que el otro cumpla con todas las demandas intelectuales y emocionales de uno. Se trata de una construcción utópica, un sueño que nunca es satisfecho y que puede transformarse en sacrificio. Por ejemplo, en Ana Karenina, de León Tolstói, la protagonista se suicida ante la imposibilidad de su amor.
El amor también puede ser discursivo, es un amar con palabras, a la manera del Cyrano de Bergerac[9] de Edmond Rostand, quien utilizaba la poesía para enamorar a la amada. La palabra es persuasión y seducción y puede ser más poderosa que cualquier hazaña heroica. Es otro de los caminos que toma el amante para establecer un diálogo que pueda unirlo a su amada. Aunque en el caso de Cyrano las palabras se interponen entre él y su amor, pues se oculta tras ellas al no revelar su autoría y verdadera identidad. Éste es uno de los peligros del amor discursivo: puede servir de escudo y protección ante la posibilidad del amor erótico en donde no sólo se ama con la palabra sino también con el cuerpo.
IDOLATRÍA
Cualquiera de los amores idólatras puede volverse tremendamente celoso. De hecho, los celos son un ingrediente tan común que suele confundírselos con el amor, como dijo Sor Juana: “Son los celos cierta pasión / tan delicada y sutil, / que si no fuera tan vil / pudiera llamarse amor.” En efecto, representan un intento irracional de posesión del otro sin ningún límite o respeto por su libertad e individualidad. El control que el celoso quiere ejercer lo lleva a actuar de manera manipuladora y agresiva contra su amado. Este elemento lo encontramos en la mayoría de los pseudoamores, con mayor o menor intensidad.
El amor posesivo se refiere, como señala Sócrates a Agatón en el Simposio, a una necesidad: “Primeramente, el amor es el amor de alguna cosa; en segundo lugar, de una cosa que le falta.”[12] En el caso de los filósofos griegos era desear lo moral e intelectualmente bello, lo cual conducía a amar el ideal de la belleza; de esta manera, el amor era el intento por alcanzar la unidad con la fuente de su ser ideal. Anatole France (1844-1924) lo dice de otra manera: “No es habitual amar lo que se tiene.” El amor posesivo es obsesivo en su anhelo por poseer a la persona amada: “mía o de nadie”, lo cual conduce a la celotipia.* Para Freud, el amor erótico es posesivo en un sentido sexual, el amor está en el centro del deseo de unión sexual y es su consecuencia.[13] Puede suceder que cuando la unión sexualamorosa no se realice el amante sobreestime a quien ama, sublimándolo. De esta manera, el sujeto idealiza al objeto y se enamora de éste. Paul Geraldy dijo al respecto que, cuando un hombre no podía tener algo de una mujer, se enamoraba de ella.
Otro caso es el narcisismo, que significa enamoramiento de sí mismo y puede conducir a manifestaciones enfermizas de pseudoamor. El narcisista, en su egoísmo, desea a alguien que le brinde notoriedad, magnificencia y éxito; es infatuado y no toma en cuenta los sentimientos del amante; considera que se merece todo, por lo que tiende a abusar de éste. Cuando se unen dos narcisistas la relación suele terminar en ruptura, pues no hay espacio existencial para el otro.
Tan grave como el anterior es el amor color de rosa, al estilo de Pollyanna, la heroína de Eleanor H. Porter, que todo lo ve con un sentido optimista irreductible. Para esta autora todo final debe ser feliz, niega la existencia del mal con una ingenuidad tan tonta que elimina cualquier discernimiento inteligente sobre la realidad. Hubo una época en que los quioscos se vieron inundados de novelas y cuentos de amor rosa, considerados como literatura barata por la insensatez que propagaban.
AMOR LOCO
Una forma de amar que ha sido muy temida es el asalto a la razón que provoca el amor loco (en francés, amour fou). A este amor tan exaltado, apasionado e irreflexivo se lo ha comparado con una locura transitoria. En efecto, estudios recientes de imagenología cerebral con resonancia magnética funcional registran —en estos casos de amor romántico desbordado— la activación cerebral de zonas similares a las de enfermos psicóticos.[14] Una película que ilustra este desvarío es El ángel azul, protagonizada por Marlene Dietrich y Emil Jennings y dirigida por Josef von Sternberg. La cinta trata de la humillación que sufre un profesor de preparatoria, sexualmente oprimido, en manos de una bella corista que lo lleva por el camino de la pasión hacia la ignominia. Muestra la autodestrucción y autodegradación a la que se puede llegar por el camino de la pasión erótica. La escena final lo sintetiza: Lola, la corista, sentada en un taburete, canta triunfante “enamorándome de nuevo” mientras él, que alguna vez fue un gran profesor, camina por una calle oscura, con paso cansado, hacia la muerte.
EROTOMANÍA
Hay fenómenos amorosos francamente enfermos como el síndrome de Clérambault,* nombre del psicólogo que lo diagnosticó en una mujer que se colocaba frente al palacio de Buckingham, enamorada del rey Jorge V, creyendo que él —que no sabía de su existencia— estaba enamorado de ella.[15] Clérambault llamó a la “ilusión delirante de ser amado” erotomanía y señaló que tenía tres fases: esperanza, despecho y odio. Esta perturbación psicótica subvierte la realidad y puede desencadenar en un acoso patológico que desemboque en tragedia, tal como se ilustra en la novela Amor perdurable, de Ian McEwan, y en la película Atracción fatal, protagonizada por Glenn Close y Michael Douglas. Por esto se recomienda conocer más a las personas con quienes podría mantenerse una relación erótica.
OTROS PSEUDOAMORES ACTUALES
La sociedad contemporánea, con su exaltación materialista, ha provocado una desintegración del amor análoga a la idea de la muerte de Dios, para convertirse en dios de sí misma y su propio amante. El solipsismo* que supondría el conocimiento de sí mismo se ha enajenado en ignorancia: los hombres contemporáneos ni se conocen ni se aman; suelen carecer de principios y de fe, y su motivación principal es la acumulación económica y material. La sexualidad no ha escapado a este deterioro: miles de muñecas de plástico son adquiridas por hombres que mantienen relaciones sexuales con ellas, costosas hembras artificiales dispuestas a cualquier cosa. Estas amantes de rostro inmóvil son preferidas a las mujeres de carne y hueso. También hay penes mecánicos para satisfacer a ninfómanas. Los íncubos* y súcubos* de la imaginería medieval han sido sustituidos por modernos instrumentos electrónicos y de plástico. ¿Dónde quedó el amor?
También se ha sobrevalorado el placer sexual negando al amor hasta casi desaparecerlo. El intenso deseo sexual, indiscriminado y promiscuo, es fomentado y estimulado por los medios de comunicación, tal como lo revela la novela Deseo, de Elfriede Jelinek, donde todo es una búsqueda de placer grosero, mecánico, sin sentido. Esta disposición irracional a la obtención del goce a toda costa ha sido espoleada por los numerosos fármacos que invaden el mercado. Así como los ilustrados mataron a todas las deidades, la sociedad contemporánea se encuentra en proceso de matar el amor y la sana sexualidad. Esta visión catastrófica del futuro de la humanidad está presente en los experimentos con células embrionarias que no requieren de gametos para reproducirse. En Las partículas elementales, Michel Houellebecq describe a dos hermanos, dedicados uno a la pornografía y el otro a la búsqueda de una especie asexuada e inmortal.[16] Esta fantasía literaria de Houellebecq no está lejos de la realidad que constatamos a diario en los laboratorios de investigación genética.
Pero hemos ido más lejos: nuestra sociedad mediática y consumista ha producido el amor virtual a través de la computadora. Este pseudoamor se caracteriza por su fabulación.[17] Se construye un mundo de fantasía con promesas de felicidad que suceden en la imaginación del individuo. La mente se deja llevar por la falsa oferta de un mundo nuevo, pero no hay entrega ni generosidad, tampoco reciprocidad amorosa en el cibersexo. Se trata de una intoxicación deliciosa de irrealidad que se derrumba ante el primer soplo de relación humana.
Así como hay numerosas explicaciones para el nacimiento del amor, últimamente han aparecido otras que señalan la extinción del amor, no del deseo sexual, sino de la sexualidad como la conocemos. François de La Rochefoucauld decía que hay gente que si no hubiera escuchado la palabra amor nunca se hubiera enamorado. Sin embargo, estas visiones catastrofistas respecto al amor y la sexualidad —unas que mencionan graves desviaciones, otras que prevén su desaparición— son anuncios alarmistas sobre algo que tiene pocas probabilidades de convertirse en realidad. Un sentimiento, emoción o afecto que cuenta con varios milenios de existencia y que implica el desarrollo de los lóbulos frontales del cerebro[18] no va a transformarse y desaparecer en un periodo histórico tan corto. Si bien es cierto que las nuevas tecnologías están modificando el comportamiento erótico, como es el caso de los anticonceptivos o de los fármacos erectogénicos, también es cierto que la humanidad siempre ha buscado fórmulas anticonceptivas y estimulantes sexuales. Lo que ha sucedido es que ahora son más eficaces. En cambio el amor, ante el surgimiento de un nuevo tipo de conciencia, tiene más posibilidades de crecer y desarrollarse. De tal manera que la sexualidad y el amor seguirán acompañando a la humanidad. Como señaló Pablo de Tarso: “El amor nunca pasará.”
No es mi deseo hacer pensar que las formas de amor y pseudoamor descritas en esta clasificación son las únicas; son algunos ejemplos de las principales corrientes que han aparecido a lo largo de la historia. El amor es mucho más: es tan complejo como la vida y como el hombre. Ya lo dijo Ninon de Lenclos: “Hace falta más talento para hacer el amor que para mandar ejércitos.” El amor es tan indefinible como el ser humano, porque vive cambiando. Hoy inventamos nuevas maneras para amar y ello es tan inagotable como la mente. Incluso transitamos por diferentes etapas amorosas en una misma vida y experimentamos una mezcla de todas las corrientes señaladas. Vivimos buscando, hurgando, construyendo, creando. Somos una fusión de sentimientos, ideas, anhelos y temores. Hombres y mujeres buscamos la felicidad que siempre se desvanece; como dice la canción francesa Las hojas muertas: “La vida separa a quienes se aman”. Sin embargo no cejamos, seguimos amando.
Con frecuencia nos equivocamos y nos enamoramos de quien no debemos levantando un amor torcido que nos hace sufrir. Ricardo, personaje de la novela de Mario Vargas Llosa Travesuras de la niña mala, se enamora “como un becerro” de una mujer mentirosa que, según la novela, cambia de identidad a voluntad, pues siendo peruana se finge chilena, francesa, cubana, inglesa y japonesa, de una manera harto oportunista, en pos del dinero. Al final ella muere como ha vivido, de la peor manera, dejando al protagonista convencido de que vivió una “pasión barroca, perversión, pulsión masoquista o simplemente sumisión ante una personalidad aplastante”.[19]
Tampoco se trata de confundir al amor con estabilidad y tranquilidad. No todos son capaces de reconocer la tranquilidad que el verdadero amor otorga, como es el caso de la película El gran amante (Sweet and Lowdown), de Woody Allen, que narra la vida ficticia de un extraordinario guitarrista: narcisista, arrogante y alcohólico. De él se enamora una joven sordomuda que lo ama profundamente y le da la tranquilidad para su desarrollo artístico. Sin embargo, él la humilla y la abandona, se casa con una bella mujer que lo engaña y sigue una vida de deterioro hasta el final, cuando se da cuenta de lo que perdió y rompe violentamente su guitarra, azotándola contra un poste y gritando: “Cometí un error, cometí un error.”
Finalmente, es conveniente aclarar que la mujer y el hombre persiguen propósitos diferentes y, en ocasiones, opuestos en el amor. Esto lo relató Benjamín Constant en la novela Adolphe (1816): “la mujer que ha dado su corazón y el hombre que lo ha obtenido están en posiciones inversas… La mujer comienza a tener el propósito de mantener a su amante, por quien ha hecho lo que ella siente como un gran sacrificio; mientras que el hombre deja de tener propósito, porque lo que desea ahora no es una atadura. No es de asombrarse, entonces, que dos personas en esa situación desigual pronto sean incapaces de tratarse”.[20] Las razones de esta disparidad las explicaré adelante.
Conocer las formas de pseudoam