PRÓLOGO

Nada es más misterioso que la manera de ver el mundo (la cosmovisión) de otra persona. Todos tenemos una. Creemos que nuestra cosmovisión expresa la realidad. Los indios del suroeste norteamericano viajaron una gran cantidad de millas para cazar búfalos, pero nunca comieron pescado proveniente de los arroyos locales. En su cosmovisión, era real la idea de que los peces eran los espíritus de los ancestros fallecidos. En el Antiguo Testamento era real el hecho de que los sacrificios de animales aplacaban la ira de Dios. Para el romano común era real la idea de que el futuro podía predecirse analizando las entrañas de un pollo. Para los antiguos griegos, era real que un individuo moralmente respetable pudiera tener esclavos, además de la idea de que existían muchos dioses: del amor y la belleza, de la guerra, del inframundo, de la caza, la cosecha o el mar.
Entonces, ¿qué sucede cuando dos visiones del mundo chocan? En 399 antes de Cristo, tres ciudadanos atenienses acusaron a Sócrates de negarse a reconocer a los dioses tradicionales y de introducir en su lugar nuevas divinidades (también fue acusado de corromper a la juventud). La pena para este choque de cosmovisiones, o de dioses, era la muerte. A lo largo del juicio, Sócrates se rehusó a retractarse y a salvarse de un veredicto cierto de culpabilidad. Según Platón, Sócrates dijo: “En tanto pueda respirar y tenga mis facultades, jamás dejaré de practicar la filosofía.” Desafortunadamente, en muchas partes del mundo actual, las posturas antagónicas en la forma de ver el mundo todavía son tratadas con violencia y muerte.
Este libro versa sobre el choque de cosmovisiones, donde los golpes brillaron por su ausencia. La obra nació cuando dos individuos se encontraron en un debate televisivo para discutir “el futuro de Dios”. El debate tuvo lugar en un auditorio del Instituto Tecnológico de California, y la audiencia estaba compuesta por muchos científicos y estudiantes, y también por gente común, incluyendo a los fanáticos de Deepak de las comunidades aledañas. Cada persona trajo al debate sus creencias personales –sin duda mucha gente era declaradamente religiosa–, pero al mismo tiempo llevaron al encuentro su cosmovisión, avalados por un conocimiento profundo de sus temas.
En el debate del Caltech,[1] Deepak desempeñó el papel de defensor de una cosmovisión conocida generalmente como espiritual. Dado que las nociones de la física eran importantes para el tema, en la etapa de preguntas y respuestas, Deepak preguntó: “¿Hay algún físico en casa?” Ni Leonard ni nadie más respondió. No obstante, después del debate, el moderador, quien reconoció a Leonard como físico, le pidió que hiciera una pregunta a Deepak. En lugar de ello, Leonard ofreció enseñar física cuántica a Deepak. Deepak aceptó –con una mezcla de risas y aplausos–, y en cuanto comenzaron a comunicarse, resultó muy claro que no coincidían sus formas de ver el mundo. Al percatarnos de la intensidad del choque, decidimos darle cauce en este libro.
La ciencia ha puesto a la humanidad en el camino de descubrir los secretos de la naturaleza, de dominar sus fuerzas y desarrollar nuevas tecnologías, usando la razón y la observación en lugar de los aspectos emocionales como herramienta para descubrir la verdad de las cosas. La espiritualidad mira lo invisible, ve el reino de lo trascendente descubierto en uno mismo. La ciencia explora el mundo tal como se ofrece a los cinco sentidos y al cerebro, en tanto la espiritualidad considera que existe un propósito en el universo y que éste se encuentra lleno de significado. Desde la perspectiva de Deepak, el gran reto de la espiritualidad es ofrecer algo que la ciencia no puede proveer, en particular nos referimos a las respuestas que yacen en el reino de la conciencia.
¿Qué cosmovisión es correcta? ¿La ciencia describe el universo, o las enseñanzas antiguas, como la meditación, revelan los misterios que están más allá de la cosmovisión de la ciencia? Para descubrirlo, este libro indaga el choque de las formas de ver el mundo en tres niveles: el cosmos o universo físico, la vida y el cerebro humano. Finalmente, también exploramos el misterio de misterios: Dios. En el capítulo titulado “Cosmos”, discutimos sobre el origen del universo, su naturaleza y su futuro. En el apartado “Vida”, debatimos sobre la evolución, la genética y el origen de la vida. “Mente y cerebro” acude a la neurociencia y analiza los temas de la relación mente-cuerpo. Y “Dios” se refiere no sólo a la deidad presidente, sino a un concepto más amplio de la presencia divina en el universo.
Este libro aborda un total de dieciocho temas, con ensayos de ambos autores para cada asunto. Cada uno contó su versión de la historia, un tema a la vez, pero siempre que alguien de nosotros presenta el segundo texto sobre un tema particular lo hace conociendo de antemano el texto del otro sobre el mismo tema, lo cual nos dio libertad para escribir una refutación. Dado que las refutaciones tienden a convencer a las audiencias, tratamos de ser tan justos como pudimos cuando se trató de decidir quién tendría esa ventaja.
Cada uno de nosotros cree profundamente en la cosmovisión que representa. Hemos escrito con fiereza y respeto para definir la verdad tal y como la vemos. Nadie puede ignorar la pregunta relativa a nuestra percepción del mundo. Lo mejor que podemos hacer –tanto escritores como lectores– es entrar a la contienda. ¿Qué puede ser más importante?
Deepak Chopra y Leonard Mlodinow
PRIMERA PARTE

La Guerra
1

Perspectivas
La perspectiva espiritual

Deepak
Quien mira el exterior, sueña;
quien mira su interior, despierta.
Carl Jung
Si la espiritualidad ha de ganar la lucha en el futuro, primero debe superar una desventaja mayor. En el imaginario popular, hace tiempo que la ciencia desacreditó a la religión. Los hechos remplazaron a la fe. La superstición fue vencida de manera gradual. Por eso prevalece la explicación de Darwin sobre la versión del Génesis, en el sentido de que el hombre desciende de los primates, o la teoría del Big Bang en lugar de los mitos protagonizados por uno o varios dioses.
De modo que es importante comenzar diciendo que la religión no es lo mismo que la espiritualidad. Hasta Dios es distinto de la espiritualidad. Puede que la religión organizada se haya desacreditado, pero la espiritualidad no ha recibido una derrota semejante. Hace miles de años, en culturas localizadas en todo el mundo, maestros espirituales inspirados, como Buda, Jesús y Lao Tse, propusieron visiones y conceptos hondos sobre la vida. Enseñaron que, detrás de la lucha y el dolor de todos los días, existe un dominio trascendente. Aunque el ojo sólo ve rocas, montañas, árboles y cielo, hay un velo que oculta una realidad misteriosa y nunca antes vista. Más allá del alcance de los cinco sentidos se encuentra una realidad invisible y de infinitas posibilidades; la clave para aprovechar su potencial es la conciencia. “Viaja a tu interior –declararon los sabios y videntes– y así encontrarás la verdadera fuente de todo: tu propia conciencia.”
Ésta fue la gran promesa que la religión olvidó cumplir. Las razones para ello no nos interesan en este trabajo, porque éste es un libro sobre el futuro. Basta con decir que, si el reino de Dios está en nosotros, como declaró Cristo, si el nirvana significa la liberación de todo sufrimiento, como enseñó Buda, y si el conocimiento del cosmos se encuentra encerrado en la mente humana, como propusieron los antiguos rishis o sabios de la India, no podemos afirmar que esas enseñanzas han rendido todos los frutos que debieran. Cada vez menos personas adoran a su deidad de manera tradicional; por más que lo lamenten los viejos, aquellos que se han alejado de la religión ya ni siquiera necesitan una excusa para haberlo hecho. Hace mucho tiempo que la ciencia nos presentó un mundo nuevo y valiente que no requiere tener fe en una realidad invisible.
El tema central de todo este asunto es el conocimiento y la forma en que lo obtenemos. Jesús y Buda no dudaban de que describían la realidad desde una postura que implicaba verdadera sabiduría. Habiendo pasado más de dos mil años, creemos saber más que ellos.
La ciencia celebra sus triunfos, que son muchos, y se disculpa por las catástrofes, que también son muchas y siguen presentándose. La bomba atómica nos llevó a una etapa de destrucción masiva que aterra con sólo pensar en ella. El medio ambiente ha sido afectado desastrosamente por las emisiones de las máquinas que, tecnológicamente, nos ayudan a vivir mejor. Sin embargo, quienes apoyan la ciencia no hacen mucho caso de estos efectos secundarios o fracasos de la política social. Se nos ha dicho que la moralidad no es responsabilidad de la ciencia. Pero si tratas de penetrar más en el asunto, puedes darte cuenta de que la ciencia ha llegado a enfrentar el mismo problema que la religión. La religión perdió de vista la humildad frente a Dios, y la ciencia perdió su capacidad de asombro, concibiendo a la naturaleza como una fuerza opositora que debe enfrentarse y conquistarse para que los secretos obtenidos beneficien a la humanidad. Y ahora estamos pagando el precio. Si se pregunta si el homo sapiens está en peligro de extinción, algunos científicos se muestran esperanzados al afirmar que, en unos cuantos cientos de años, los viajes espaciales avanzarán lo suficiente como para permitirnos abandonar este nido planetario que estamos echando a perder. ¡Echemos a perder otros mundos!
Todos sabemos qué está en juego: el futuro cercano se cierne amenazante sobre nosotros. La solución estándar para nuestras presentes desdichas es ya demasiado familiar. La ciencia nos rescatará con nuevas tecnologías, y así lograremos salvar el medio ambiente, remplazaremos los combustibles fósiles, curaremos el sida y el cáncer, y terminaremos con el hambre. Nombra un mal y de inmediato escucharás una voz que afirme que la solución científica está a la vuelta de la esquina. ¿No es verdad que la ciencia, en última instancia, promete rescatarnos de nosotros mismos? ¿Por qué debemos confiar en esa promesa? La cosmovisión que se impuso a la religión, y que concibe la vida desde un punto de vista esencialmente materialista, nos ha conducido a un callejón sin salida. Literalmente.
Incluso si elimináramos milagrosamente la contaminación y el desperdicio, las generaciones venideras seguirían sin un modelo de buena vida, a excepción del esquema que ya nos ha fallado: el consumo infinito, la explotación de los recursos naturales y la diabólica creatividad de la guerra. De acuerdo con un joven estudiante chino que comentó con amargura sobre Occidente: “Se comieron todo el banquete. Ahora nos ofrecen café y postre, pero nos piden que paguemos por toda la comida.”
La religión no puede resolver este dilema: ya ha tenido oportunidades para hacerlo. No obstante, la espiritualidad sí puede hacerlo. Debemos retornar a la fuente de la religión. Y esa fuente no es Dios. Es la conciencia. Los grandes maestros que vivieron hace milenios ofrecieron algo más que la creencia en un poder superior. Nos ofrecieron una manera de ver la realidad que no se limita a los hechos externos y a una existencia física limitada, sino que está dotada de sabiduría interior y conciencia infinita. La ironía es que Jesús, Buda y los demás sabios iluminados también eran científicos. Tenían una manera de descubrir el conocimiento que corría paralela a la ciencia moderna. Primero llegaban a una hipótesis, es decir, a una idea que debía ser sometida a prueba. Luego experimentaban para saber si dicha idea era verdadera, y entonces pasaban a la evaluación crítica, ofreciendo los hallazgos a otros científicos con el fin de que pudieran reproducir el hecho revolucionario.
La hipótesis espiritual que funcionó desde miles de años atrás está conformada por tres partes:
1. Una realidad invisible que es la fuente de todo lo visible.
2. Esta realidad invisible puede conocerse por medio de la conciencia.
3. La inteligencia, la creatividad y el poder de organización, están integrados al cosmos.
Estas tres ideas son como los valores platónicos en la filosofía griega, que nos dicen que el amor, la verdad, el orden y la razón dan forma a la existencia humana a partir de una realidad superior. La diferencia consiste en que las antiguas filosofías, cuyas raíces podemos ubicar unos cinco mil años atrás, nos dicen que esta realidad superior está con nosotros aquí y ahora.
En las siguientes páginas, conforme Leonard y yo debatimos sobre las grandes preguntas de la existencia humana, mi papel consistirá en ofrecer respuestas espirituales, no como sacerdote o practicante de una fe particular, sino como investigador de la conciencia. Con esto se corre el riesgo, lo sé, de alejar a los creyentes devotos, a los muchos millones de personas de cualquier fe para los que Dios es muy personal. Pero las tradiciones de sabiduría del mundo no excluían a un Dios personal (en mi caso, no me enseñaron de pequeño a adorar a un Dios, pero a mi madre sí se lo enseñaron, y le enseñaron a rezar a Rama en un templo cada día de su vida). Al mismo tiempo, todas las tradiciones de sabiduría incluyen a un Dios impersonal que permea cada átomo del universo y cada fibra de nuestro ser. Esta distinción molesta a aquellas personas que quieren aferrarse a una fe única, sea cual sea. Sin embargo, un Dios impersonal no tiene por qué constituir una amenaza.
Piensa en alguien a quien ames. Ahora piensa en el amor mismo. La persona amada da un rostro al amor, pero con seguridad el amor existía antes de que esta persona naciera y le sobrevivirá. En este ejemplo tan sencillo radica la diferencia entre el Dios personal y el impersonal. Como creyente, puedes atribuir un rostro a Dios –se trata de una elección privada–, pero espero que te des cuenta de que, si Dios está en todas partes, las cualidades divinas de amor, piedad, compasión, justicia, y todas las demás atribuidas a Dios, se extienden infinitamente por toda la creación. No es de sorprender que esta idea sea común a todas las religiones. La conciencia elevada permitió a los grandes sabios, santos y visionarios, acercarse al tipo de conocimiento que resulta amenazante para la ciencia, pero que es completamente válido. Nuestra comprensión de la conciencia es muy limitada como para hacerle justicia aquí.
Si yo te preguntara de qué cosas eres consciente en este mismo momento, probablemente comenzarías por describir la habitación en que te encuentras y las vistas, sonidos y olores que te rodean. Al reflexionar, te harás consciente de tu estado de ánimo, de las sensaciones de tu cuerpo, y quizá adviertas una preocupación o deseo oculto que está a mayor profundidad que los pensamientos superficiales. Pero el viaje interior puede ir mucho más lejos, conduciéndote a una realidad que no tiene que ver con los objetos comunes ni con los sentimientos y pensamientos cotidianos. Eventualmente, esos dos mundos se funden en un estado del ser que va más allá de los límites espacio-temporales, en una realidad de infinitas posibilidades.
Ahora nos enfrentamos a una contradicción: ¿cómo pueden dos realidades opuestas (en el sentido de que cocinar una hogaza de pan es lo opuesto a soñar con una hogaza de pan) terminar siendo una misma? Esta visión improbable es descrita sucintamente en el Isha Upanishad, una antigua escritura hindú. “Eso está completo y esto también está completo. Esta totalidad ha sido proyectada a partir de aquella otra totalidad. Cuando esta totalidad se funde con esa otra totalidad, sólo queda la totalidad.” En primera instancia, este pasaje parece un acertijo, pero puede descifrarse al percatarnos de que “esa otra” totalidad es el estado de conciencia pura, en tanto que “esta” totalidad constituye el universo visible. Ambas están completas en sí mismas, como sabemos gracias a la ciencia, que ha pasado cuatro siglos explorando el universo visible. No obstante, desde el punto de vista espiritual, una totalidad oculta subyace a la creación, y es esta totalidad invisible la que más importancia tiene.
La espiritualidad ha existido durante algunos miles de años, y sus investigadores han sido brillantes, son como los Einstein de la conciencia. Cualquiera puede reproducir y verificar sus resultados, al igual que sucede con los principios de la ciencia. Más importante aún, el futuro que la espiritualidad promete –un futuro sabio, libre y pleno– no se esfumó conforme declinaba la época de la fe. La realidad es la realidad. Sólo hay una y es permanente. Esto significa que, en algún momento, el mundo interior y el exterior han de encontrarse, no tendremos que elegir entre ellos. En sí mismo, ese hecho será un descubrimiento revolucionario, puesto que la disputa entre ciencia y religión ha convencido a casi todos de que, o se enfrenta la realidad y las duras cuestiones de todos los días (ciencia), o te retiras pasivamente a contemplar una realidad que está más allá de la vida cotidiana (religión).
Esta supuesta elección fue forzada en nosotros cuando la religión fracasó en el cumplimiento de sus promesas. Pero la espiritualidad, la fuente más profunda de la religión, no ha fracasado y está lista para vérselas con la ciencia cara a cara, ofreciendo respuestas consistentes con las teorías científicas más avanzadas. La conciencia humana creó la ciencia, la cual, irónicamente, trata de excluir a la conciencia, ¡su creadora! Obviamente esto nos dejaría con algo aún peor que una ciencia huérfana y estrecha: habitaríamos un mundo empobrecido.
Y este mundo ya llegó. Vivimos en una época de rudo ateísmo, cuyos defensores califican a la religión como superstición, ilusión y engaño. Pero su verdadero objetivo no es la religión sino el viaje interior. Me preocupan menos los ataques a Dios que otros ataques más insidiosos: la superstición del materialismo. Para los científicos ateos, la realidad debe ser externa; de no ser así, todo su entramado se viene abajo. Si el mundo físico es todo lo que existe, la ciencia hace lo correcto al buscar datos en él.
Pero aquí se viene abajo la superstición del materialismo. Nuestros cinco sentidos nos alientan a aceptar que existen objetos “ahí afuera”, bosques y ríos, átomos y quarks. Sea como sea, en la frontera de lo físico, cuando la naturaleza se convierte en algo pequeño, la materia se desintegra y desvanece. En este caso, el acto mismo de la medición cambia aquello que vemos; todo observador termina entretejido con aquello que observa. Éste es el universo que la espiritualidad ya conoce bastante bien, en que la observación pasiva da pie a la participación activa, para descubrir que formamos parte del entramado de la creación. El resultado es un poder y libertad enormes.
La ciencia nunca ha llegado a la objetividad pura, y nunca lo hará. Negar el valor de la experiencia subjetiva equivale a despojarse de lo que hace que la vida sea digna de vivirse: el amor, la confianza, la fe, la belleza, el azoro, la maravilla, la compasión, la verdad, las artes, la moralidad y la mente misma. El campo de la neurociencia ha dado por sentado que la mente no existe, sino que es un subproducto del cerebro. El cerebro (una “computadora hecha de carne”, como afirma Marvin Minsky, experto en inteligencia artificial) es nuestro amo, y decide químicamente cómo nos sentimos, determinando genéticamente cómo crecemos, vivimos y morimos. Este panorama no es aceptable para mí, porque al hacer a un lado la mente, eliminamos nuestro portal al conocimiento y a la introspección.
Conforme Leonard y yo entremos en debate sobre los grandes misterios, los grandes sabios y videntes nos recuerdan que sólo existe una pregunta: ¿qué es la realidad? ¿Se trata del resultado de las leyes naturales que operan rigurosamente por medio de causa y efecto, o se trata de otra cosa? Existen buenas razones para que nuestras cosmovisiones estén en guerra. Cualquier realidad es o no limitada por el universo visible. O el cosmos fue creado a partir de un vacío sin sentido, o no fue así. Hasta que se comprende la naturaleza de la realidad, eres uno de los seis ciegos que tratan de describir un elefante sosteniendo sólo una de sus partes. El que se aferra a la pierna dice: “El elefante es como un árbol.” El que sostiene la trompa dice: “El elefante se parece a una serpiente.” Etcétera.
La fábula infantil sobre los ciegos y el elefante es en realidad una alegoría proveniente de la antigua India. Los seis ciegos son los cinco sentidos más la mente racional. El elefante es el brahmán, la suma de todo lo existente. En principio, la fábula es pesimista: si únicamente dispones de los cinco sentidos y de la mente racional, jamás verás al elefante. Sin embargo, existe un mensaje oculto tan obvio que muchos lo pasan por alto. El elefante existe. Estaba ahí, frente a nosotros, esperando con paciencia a ser conocido. Ésta es la verdad más profunda de la realidad unificada.
El simple hecho de que la religión no haya tenido éxito no significa que sucederá lo mismo con una nueva espiritualidad basada en la conciencia. Necesitamos ver la verdad, y en el proceso despertaremos los hondos poderes que nos prometieron hace miles de años. El tiempo espera. El futuro depende de la elección que realicemos hoy.
La perspectiva científica

Leonard
Conforme más avanza la evolución espiritual de la humanidad,
más seguro estoy de que el camino a la religiosidad genuina
no se encuentra en el temor a la vida,
a la muerte o en la fe ciega,
sino en la búsqueda constante de sabiduría racional.
Albert Einstein
Los niños vienen al mundo creyendo que todo gira alrededor de ellos; lo mismo sucede con la humanidad. Las personas siempre han estado ansiosas por comprender su universo, pero durante la mayor parte de la historia humana, no hemos logrado desarrollar los medios para lograrlo. Dado que somos animales proactivos e imaginativos, no permitimos que la falta de herramientas nos detenga. Simplemente aplicamos la imaginación para formar escenas atractivas. Estas escenas no se basaban en la realidad, sino que eran creadas para satisfacer nuestras necesidades. A todos nos gustaría ser inmortales. Nos gustaría creer que el bien triunfa sobre el mal, que un gran poder nos observa, que somos parte de algo más amplio y que estamos aquí por alguna razón. Nos gustaría creer que nuestra vida tiene un significado intrínseco. Los antiguos conceptos del universo nos hacían sentir mejor al afirmar estos deseos. ¿De dónde vino el universo? ¿De dónde vino la vida? ¿De dónde salimos los seres humanos? Las leyendas y teologías del pasado nos aseguraban que habíamos sido creados por Dios y que nuestra Tierra era el centro de todo.
La ciencia de hoy puede responder muchas de las preguntas fundamentales de la existencia. Las respuestas de la ciencia derivan de la observación y la experimentación, más que del deseo o la voluntad humanas. La ciencia ofrece respuestas en armonía con la naturaleza tal como la vemos, no con la naturaleza que queremos.
El universo es un lugar que inspira embeleso, especialmente en el caso de quienes saben algo de éste. Mientras más aprendemos, más sorprendente nos parece. Newton dijo que si él vio más allá, fue gracias a que estaba parado en los hombros de gigantes. Hoy todos podemos pararnos en los hombros de los científicos para ver las hondas y sorprendentes verdades sobre el universo y nuestro lugar en él. Podemos comprender que nosotros y nuestra Tierra somos fenómenos naturales que derivan de las leyes de la física. Nuestros ancestros vieron el cielo nocturno maravillados, pero ver estrellas que explotan en segundos y que brillan con más luz de la que producen galaxias enteras da una nueva dimensión a ese asombro. En nuestros días, un científico puede orientar su telescopio para observar un planeta parecido a la Tierra que está a trillones de kilómetros de distancia, o puede estudiar un universo interno y espectacular en el que millones de millones de átomos conspiran para crear una peca diminuta. Ahora sabemos que nuestra Tierra es un mundo entre muchos y que nuestra especie derivó de otras especies (cuyos miembros pueden no desear ser invitados a nuestra sala, pero son nuestros ancestros de cualquier modo). La ciencia nos ha revelado un universo vasto, antiguo, violento, extraño y bello, un universo que presenta variedad y posibilidades casi infinitas, un universo cuyo tiempo puede terminar en un agujero negro y que puede producir seres conscientes que evolucionan a partir de un caldo mineral. En un universo tal, las personas pueden parecer insignificantes, pero lo verdaderamente significativo y profundo es que nosotros, un ensamble de un número casi infinito de átomos que no piensan, podemos volvernos conscientes y comprender nuestros orígenes y la naturaleza del cosmos en que vivimos.
Deepak siente que las explicaciones científicas son estériles y reductivas, convirtiendo a la humanidad en una mera colección de átomos, igual que cualquier otro objeto en el universo. Pero el conocimiento científico no disminuye nuestra humanidad, así como el saber que nuestro país es uno entre muchos no disminuye la apreciación de nuestra cultura originaria. De hecho, lo opuesto está más cerca de la verdad. La emoción, la intuición, el respeto a la autoridad –características que alientan la creencia en las explicaciones religiosas y místicas–, son rasgos que también pueden encontrarse en otros primates, incluso en animales inferiores. Sin embargo, los orangutanes no pueden razonar sobre los ángulos de un triángulo, ni los macacos miran al cielo y se preguntan el porqué de los planetas que siguen órbitas elípticas. Sólo los humanos podemos adentrarnos en los maravillosos procesos de razón y pensamiento llamados ciencia; sólo los humanos podemos comprendernos a nosotros mismos y plantearnos la pregunta de cómo llegó hasta aquí nuestro planeta; sólo los humanos podemos descubrir los átomos que nos conforman.
El triunfo de la humanidad es nuestra capacidad de comprensión. Lo que verdaderamente nos distingue es nuestra comprensión del cosmos, nuestra intuición respecto a de dónde venimos, nuestra concepción del sitio que ocupamos en el universo. Un subproducto de esta comprensión científica es el poder de usar a la naturaleza en nuestro beneficio o, es cierto, en nuestro detrimento. Las elecciones morales y éticas de las personas dependen de la naturaleza y de la cultura humanas. Las personas dejaron caer piedras sobre sus enemigos mucho antes de comprender la ley de la gravitación universal; o bien, emitían contaminantes al cielo mucho antes de comprender la termodinámica del carbón que se quema.
Promover el bien y evitar el mal es potestad de la religión organizada y de la espiritualidad. Son esas empresas –no la ciencia– las que han fallado en cumplir su promesa. Las religiones orientales no evitaron una historia de brutalidad bélica en Asia, ni las religiones occidentales pacificaron Europa. De hecho, más personas han sido asesinadas en nombre de la religión que a causa de las armas atómicas que la física moderna hace posible. Desde las Cruzadas hasta el holocausto, además de ser una herramienta del bien y del amor, la religión ha sido empleada también como herramienta del odio. La aproximación universalista y pacifista de la espiritualidad que hace Deepak constituye una alternativa bienvenida. No obstante, la metafísica de Deepak va más allá de la guía espiritual para ofrecer perspectivas sobre la naturaleza del universo. Puede que sea atractiva la idea de que el universo tiene un propósito y está imbuido de amor, pero ¿es correcta?
Deepak critica a la ciencia por su visión de la vida “esencialmente materialista”. Al decir “materialista”, Deepak no sugiere que los científicos sólo se concentran en las cosas y en los deseos de poseerlas, sino que los científicos se ocupan únicamente de fenómenos que podemos ver, escuchar, oler, detectar con instrumentos o medir con números. Él contrasta el universo visible o detectable estudiado por la ciencia, con una realidad implícitamente superior pero invisible, llena de infinitas posibilidades, que está más allá de nuestros sentidos, y que constituye un “dominio trascendente” que subyace a éstos y que es la fuente de todas las cosas visibles. Deepak argumenta de manera apasionada que, sólo si acepta esta supuesta realidad, la ciencia puede superar sus limitaciones y ayudar a salvar al mundo. Pero el argumento de que una realidad semejante puede expandir los límites de la ciencia, ayudar a la humanidad o el hecho de que los sabios antiguos hallan habla