¿Tiene futuro Dios?

Deepak Chopra

Fragmento

Título

Al ser un físico nuclear que trabaja con la teoría básica del campo cuántico, mi visión del mundo está de acuerdo con la de Deepak Chopra. El campo cuántico global holístico es un paso hacia delante en nuestra interpretación clásica y reduccionista de una “realidad” determinada. Sugiere un cosmos dinámico, vivo, o Wirklichkeit. Se hablará del trabajo del doctor Chopra por mucho tiempo en el futuro.

—HANS PETER DUERR, científico miembro y director
emérito del Max Planck Institute for Physics and Astrophysics

Como explica Deepak Chopra, el espejismo es el materialismo de Dawkins, no Dios. Espiritualistas de Oriente, constructivistas de Occidente y físicos cuánticos están de acuerdo: si no lo crea, la mente da forma al mundo. El materialismo es un espejismo de un nivel más profundo de la realidad cuántica, el cual aflora en sistemas vivos y guía la conciencia y la evolución. El “Relojero” no es ciego. Dawkins sí lo es.

—STUART HAMEROFF, doctor en medicina, profesor
de anestesiología y director de psicología del Center
for Conciousness Studies de la Universidad de Arizona,
<www.quantumconsciousness.org>

¿Tiene futuro Dios? es una exposición brillante de la necesidad de una realidad basada en la conciencia. Es consistente con la visión del mundo de la física cuántica que demostró la importancia de la mente y una respuesta adecuada a las afirmaciones de los ateos militantes, cuya ciencia se basa en puntos de vista anticuados, los cuales ahora se sabe que son falsos y que desde hace casi un siglo se convirtieron en obsoletos.

—MENAS C. KAFATOS, profesor Fletcher Jones de física
computacional en la Universidad de Chapman y coautor de
The Non-Local Universe: The New Physics and Matters of the Mind

Una presentación magnífica y argumentada de forma magistral sobre por qué lo aleatorio nunca podrá explicar el gran misterio de la vida en la Tierra. Este libro, maravillosamente accesible, es una lectura obligada para cualquiera que, como le sucedió a Einstein y otros pioneros de la nueva física, experimente un sentimiento de absoluta humildad al contemplar la grandeza del cosmos.

—P. MURALI DORAISWAMY, profesor de psiquiatría
y miembro del Duke Institute for Brain Sciences

Deepak Chopra ha logrado combinar la filosofía antigua del Vedanta con su singular perspectiva sobre la ciencia moderna para ofrecer a su gran público soluciones para el mundo actual. Se encuentra entre los influyentes académicos, autores y pensadores que han encontrado verdad en la Filosofía Perenne y desarrollado formas para que la gente aplique esa verdad a su vida cotidiana.

—HUSTON SMITH, autor de Why Religion Matters:
The Fate of the Human Spirit in an Age of Disbelief

Los descubrimientos más transformadores comienzan con la ilusión, se desafían con el entendimiento, se motivan por la fe, se persiguen con la ciencia y culminan en la verdad. De forma hermosa, Deepak Chopra deja claro que el mayor espejismo es un universo sin Dios o sin conciencia.

—RUDY TANZI, coautor de Super Brain,
bestseller del New York Times

En una época en que las revoluciones de las ciencias físicas están transformando nuestra comprensión de la conciencia humana, ¿Tiene futuro Dios? es un libro que necesitaba ser escrito, y nadie podría haberlo escrito mejor que Deepak Chopra. En su brillante análisis, Chopra muestra cómo Dios está evolucionando a la par de nuestra conciencia, y cómo los fundamentalistas tanto religiosos como ateos están enfocados en un Dios obsoleto. Este libro es un tesoro de profundo conocimiento que no sólo tocará tu corazón, sino que también te llevará a comprender cómo un Dios sin apariencia engañosa es una condición necesaria para nuestro bienestar físico.

—LOTHAR SCHÄFER, profesor distinguido
de química (emérito) en la Universidad de Arkansas
y autor de Infinite Potential

En ¿Tiene futuro Dios?, Deepak Chopra disecciona con nitidez la aseveración de los ateos militantes de que la vida no tiene significado ni propósito, y que en un universo accidental no es necesaria la fe. Expone la controversia entre la creencia y la incredulidad, y otorga razones sólidas de por qué es posible y necesario madurar más allá de los dogmas simplistas que han prolongado y desgastado un debate cada vez más inútil.

—DEAN RADIN, doctor en filosofía, autor
de The Conscious Universe y Supernormal

¿Tiene futuro Dios? es un libro muy necesario. Chopra expone de manera convincente las limitaciones, la arrogancia y la ceguera intelectual de los “nuevos ateos”. Reconoce que la incredulidad juega un papel, pero también muestra cómo ir más allá del dogmatismo estrecho ateo hacia una experiencia y una comprensión de la realidad mucho más profundas.

—RUPERT SHELDRAKE, doctor en filosofía,
autor de Science Set Free

¿Tiene futuro Dios? es la respuesta más fresca al ateísmo militante, triunfal y condescendiente, que no puede dejar de felicitarse a sí mismo por victorias imaginarias sobre la religión tradicional. El doctor Chopra muestra cómo su tedioso movimiento está basado en filosofía defectuosa, ciencia defectuosa y psicología defectuosa, y cómo está empantanado en una confusión abismal sobre lo que es la espiritualidad auténtica. Muestra cómo el ateísmo militante, por medio de la prestidigitación, tan sólo sustituye una fe ciega por otra, engañándose en el proceso. En ¿Tiene futuro Dios?, el doctor Chopra describe un enfoque de Dios que es congruente con la visión moderna del mundo, mientras que simultáneamente honra la conexión humana innata con lo Divino.

—LARRY DOSSEY, doctor en medicina, autor de One Mind:
How Our Individual Mind Is Part of a
Greater Consciousness and Why It Matters

La continua lucha entre dos formas de ver el mundo, una religiosa y la otra científica, ha confundido sobremanera la mente occidental. En este libro, el visionario Deepak Chopra ha asumido la tarea de un “guía para indecisos” como sólo él puede hacerlo. ¿Tiene futuro Dios? es importante por dos motivos. Primero, y esto es maravilloso, Deepak ha hecho un excelente trabajo al desacreditar a los llamados desmitificadores, gente como Richard Dawkins quien, al parecer, ni siquiera puede distinguir entre los aspectos populares y esotéricos de la religión —esto último trata de la espiritualidad, la cual ha encontrado apoyo en la física cuántica y otros descubrimientos científicos recientes—. El segundo motivo de la importancia del libro es que en realidad es una guía confiable para saber por qué y cómo buscar a Dios, incluso en estos tiempos de confusión.

—AMIT GOSWAMI, físico cuántico y autor de
The Self-Aware Universe, The Quantum Doctor
y How Quantum Activism Can Save Civilization

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Para todo aquel que busca

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Prólogo

La fe está en problemas. Durante miles de años la religión nos ha pedido que aceptemos, por medio de la fe, a un Dios amoroso que lo sabe todo y que posee todo el poder. Como resultado, la historia ha transitado un camino largo y a veces tumultuoso. Han existido momentos de gran euforia intercalados con otros en los que se han cometido horribles atrocidades en nombre de la religión. Pero ahora, al menos en Occidente, la era de la fe ha declinado de manera drástica. Para la mayoría de la gente, la religión simplemente es algo transmitido. No hay una conexión viva con Dios. Mientras tanto, la incredulidad ha ido en aumento. ¿Cómo podría no suceder eso?

Una vez expuesto el distanciamiento entre nosotros y Dios, una especie de profunda decepción sale a la superficie. Hemos sufrido muchas catástrofes por confiar en una deidad benigna y amorosa. ¿Quién puede reflexionar sobre el Holocausto o el 11 de septiembre y creer que Dios es amor? Me vienen a la cabeza incontables sufrimientos. Si uno averigua qué es lo que la gente en realidad tiene en mente cuando piensa sobre Dios se da cuenta de que su aprecio por la religión no es tan alto, sino que alberga un sentimiento inquietante de duda e inseguridad.

Por mucho tiempo, la carga de la fe ha recaído en el creyente imperfecto. Si Dios no interviene en aliviar el sufrimiento o conceder la paz, la falla debe de estar en nosotros. En este libro he revertido las cosas, poniendo la carga de nuevo en Dios. Ya es hora de hacer preguntas directas.

¿Qué ha hecho Dios por ti a últimas fechas?

Para mantenerte a ti y a tu familia, ¿qué es más efectivo: tener fe o trabajar duro?

¿Alguna vez has permitido realmente que Dios solucione un problema muy fuerte en tu vida?

¿Por qué Dios permite semejante sufrimiento en el mundo? ¿Todo esto es un juego o una promesa hueca de que existe un Dios amoroso?

Estas preguntas son tan problemáticas que evitamos plantearlas, y para millones de personas ya ni siquiera son importantes. Siempre está en el horizonte el próximo adelanto tecnológico que mejorará nuestras vidas. En el siglo XXI, para nada está extinto el deseo de un Dios que sea importante.

Como yo lo veo, la verdadera crisis de la fe no es sobre la decreciente concurrencia a la iglesia, tendencia que comenzó en Europa Occidental y Estados Unidos durante la década de 1950 y continúa hasta ahora. La verdadera crisis es sobre encontrar a un Dios que importe y en el que se pueda confiar. La fe presenta una encrucijada en el camino y todos hemos llegado hasta ahí. Uno de los caminos bifurcados conduce a una realidad sostenida por un Dios vivo; el otro conduce a una realidad en la que Dios no sólo está ausente, sino que es una ficción. En nombre de esta ficción los seres humanos han peleado y han muerto, torturado a los infieles, emprendido cruzadas sangrientas y llevado a cabo todos los horrores imaginables.

Hay una presentación desgarradora de cinismo en el Nuevo Testamento cuando Jesús está en la cruz, en una muerte lenta y agónica, y los espectadores, entre ellos los máximos sacerdotes de Jerusalén, escupen y se burlan: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios: que le salve ahora, si es que de verdad le quiere” (Mateo 27:42-43).

El veneno de esas palabras no ha disminuido con el tiempo, pero hay algo más desconcertante. Jesús le enseñó a la gente que debía confiar por completo en Dios, que la fe puede mover montañas. Le enseñó que nadie debería esforzarse hoy o ahorrar para mañana, porque la Providencia le proporcionará todo. Dejando de lado el significado místico de la crucifixión, ¿acaso tú y yo deberíamos tener ese tipo de confianza?

Si tan sólo la gente se diera cuenta de eso, muchas veces al día llegaría a una bifurcación en el camino. No estoy escribiendo desde una perspectiva cristiana —practico una religión no organizada en mi vida personal—, pero Jesús no quiso decir que la Providencia proveerá dinero, comida, refugio y muchas otras bendiciones si tan sólo esperas lo suficiente. Él se refería a la comida de esta mañana y al refugio de esta noche. “Pide y recibirás; llama y la puerta se abrirá” se aplica a decisiones que tomamos en el momento presente. Y esto eleva mucho lo que está en juego, porque si Dios nos decepciona por todas las veces que no ha estado ahí para nosotros, nosotros lo decepcionamos por todas las veces que hemos tomado el camino de la incredulidad, literalmente cada hora del día.

La semilla de la incredulidad está en todos nosotros. Ofrece muchas razones para no tener fe. Creo que, como ser humano compasivo, si hubiera visto el espectáculo de la crucifixión habría sentido compasión. Pero cuando se trata de mi propia vida voy al trabajo, ahorro para el futuro y me pongo nervioso si paso por una calle peligrosa en la noche. Pongo más fe en mí mismo que en un Dios externo. A esto lo llamo el punto cero, el punto más bajo de la fe. En el punto cero, Dios no importa en realidad, no cuando se trata del difícil asunto de vivir. Visto desde el punto cero, Dios es inútil o ineficaz. Puede mirar hacia abajo y ver nuestro sufrimiento y conmoverse, o igual podría darle la bienvenida al sufrimiento y encogerse de hombros.

Para que Dios tenga un sitio en nuestro futuro, debemos escapar del punto cero y encontrar una nueva forma de vivir la espiritualidad. No necesitamos nuevas religiones, mejores Escrituras o testimonios más inspiradores sobre la grandeza de Dios. Las versiones que ya tenemos son lo suficientemente buenas (o malas). Nos debe importar tener un Dios que merezca nuestra fe, y él sólo logrará eso si comienza a actuar en vez de decepcionarnos.

Hacer un cambio tan radical implica algo igual de radical: una reflexión total de la realidad. De lo que la gente no se da cuenta es de que al desafiar a Dios se desafía la realidad misma. Si la realidad es sólo lo que se ve en la superficie, entonces no hay nada en lo cual tener fe. Podemos estar pegados al ciclo de noticias las veinticuatro horas los siete días de la semana y hacer lo mejor que podamos para salir adelante. Pero si la realidad es algo que se extiende a dimensiones más elevadas, el asunto cambia. No puedes reconstruir a un Dios que nunca existió, pero puedes reparar una conexión rota.

Decidí escribir un libro sobre cómo reconectarnos con Dios para que él se vuelva tan real como una rebanada de pan y sea tan fiable como la salida del sol, o como cualquier cosa en la que confías y sabes que es verdad. Si existe un Dios así, ya no hay razón para estar decepcionado ni de él ni de nosotros. No se necesita cambiar de credo. Aunque se debe hacer algo más profundo, reconsiderar lo que es posible. Esto implica una transformación interna. Si alguien te dice: “El reino de Dios está en el interior”, no deberías pensar, con una punzada de culpa: “No, dentro de mí no está”. Deberías preguntar qué necesitas hacer para que esa declaración sea cierta para ti. El camino espiritual comienza con la curiosidad de que algo tan increíble como Dios quizás exista de verdad.

Millones de personas ya han escuchado sobre “el espejismo de Dios”, un eslogan de un grupo de ateos militantes que son enemigos declarados de la fe. Este alarmante movimiento alrededor de Dawkins encubre sus ataques en términos de ciencia y razón. Incluso si las personas no aplican la palabra ateo a sí mismas, muchas todavía viven como si Dios no importara, y esto afecta las decisiones que toman en su vida cotidiana. La incredulidad ha ganado implícitamente ahí donde cuenta.

La fe, si es para sobrevivir, sólo puede ser restaurada a través de una exploración más profunda del misterio de la existencia.

No tengo nada crudo que decir sobre el ateísmo no militante. Thomas Jefferson escribió: “No encuentro en el cristianismo ortodoxo ninguna cualidad positiva”, pero al mismo tiempo ayudó a fundar una sociedad basada en la tolerancia. Dawkins y sus seguidores están orgullosos de ser intolerantes. El ateísmo puede tener mucho sentido del humor, como cuando George Bernard Shaw bromeó: “El cristianismo sería algo muy bueno si alguien alguna vez lo practicara”. Toda línea de pensamiento tiene su opuesto, y cuando se trata de Dios, la incredulidad es el opuesto natural de la creencia.

Sin embargo, no está bien suponer que el ateísmo siempre se opone a Dios. De acuerdo con una encuesta de Pew Research levantada en 2008, 21 por ciento de los estadunidenses que se describen a sí mismos como ateos creen en Dios o en un espíritu universal, doce por ciento creen en el cielo y diez por ciento rezan al menos una vez por semana. Los ateos no han perdido la fe por completo; no hay nada que juzgar en contra de eso. Pero Dawkins propone un nihilismo espiritual con una sonrisa y un tono de confianza. Me di cuenta de que tenía que manifestarme en contra de esto, aunque no siento ninguna antipatía personal hacia él.

La fe debe ser salvada por el bien de todos. De la fe brota una pasión por lo eterno, que es más fuerte que el amor. Muchos de nosotros hemos perdido la pasión o nunca la hemos conocido. Al defender a Dios, quisiera poder infundir la urgencia que está expresada en unas cuantas líneas que escribió Mirabai, princesa hindú que se convirtió en una gran poeta mística:

El amor que me une a ti, oh, Señor,
es inquebrantable
como un diamante que rompe el martillo
cuando es golpeado.
Como el loto emergiendo del agua
mi vida emerge de ti,
como el ave nocturna mirando a la luna que pasa
estoy perdida sufriendo por ti.
¡Oh, amado mío, regresa!

En cualquier época la fe es así: un llanto desde el corazón. Si estás determinado a creer que Dios no existe, entonces estas páginas no te convencerán de lo contrario. Sin embargo, el camino nunca está cerrado. Si la fe puede ser salvada, el resultado será un aumento de la esperanza. Por sí misma, la esperanza no puede traer a Dios, pero logra algo más oportuno: hace posible a Dios.

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¿Por qué Dios tiene futuro?

Cuando se trata de Dios, casi todos nosotros, creyentes y no creyentes, sufrimos una especie de miopía. Vemos, y por lo tanto creemos, sólo lo que está frente a nosotros. Los creyentes ven a Dios como una figura paterna benigna que concede paz y justicia al juzgar nuestras acciones realizadas aquí abajo. El resto de nosotros piensa que Dios es algo mucho más lejano, impersonal y desapegado. Sin embargo, Dios puede ser más cercano y estar más comprometido, incluso más cerca que tu propia respiración.

En todo momento, alguien en el mundo se maravilla al encontrar que la experiencia de Dios es real. El asombro y la certeza todavía suceden. Tengo a la mano un pasaje de Walden, de Thoreau, acerca de esto, en el que habla sobre “el hombre solitario que es contratado en una granja a las afueras de Concord, y que tuvo su segundo nacimiento”. Como nosotros, Thoreau se pregunta si es válido el testimonio de alguien sobre una “experiencia religiosa peculiar”. En respuesta, él mira a través de los siglos: “Zoroastro, hace miles de años, viajó el mismo camino y tuvo la misma experiencia, pero él, siendo sabio, entendía que era universal”. Thoreau sugiere que si de repente te encuentras infundido de una experiencia que no puedes explicar, seas consciente de que no estás solo. Tu despertar está entretejido con una gran tradición. “Entonces conversa con humildad con Zoroastro y, a través de la liberadora influencia de todos los dignos, con el mismo Jesucristo, dejemos que ‘nuestra Iglesia’ se vaya por la borda.”

En el lenguaje contemporáneo, Thoreau nos aconseja confiar en nuestra creencia más profunda de que la experiencia espiritual es real. Los escépticos voltean este consejo como les conviene. Dicen que el hecho de que Dios haya sido experimentado a lo largo de los siglos sólo demuestra que la religión es un remanente primitivo, una reliquia mental, y debemos entrenar a nuestros cerebros para que la rechacen. Para un escéptico, Dios persistía en el pasado porque los sacerdotes, que tenían el poder para imponer la fe, no permitían que sus seguidores se alejaran. Pero todos los intentos de aclarar las cosas —para decir, de una vez por todas, que Dios es absolutamente real o absolutamente irreal— continúan fracasando. El embrollo persiste, y todos hemos sentido el impacto de la perturbación y la duda.

¿Dónde estás ahora?

Vayamos de lo abstracto a lo personal. Cuando te miras a ti mismo y te preguntas dónde estás parado con respecto a Dios, lo más seguro es que estés en una de las siguientes situaciones:

• Incredulidad. No aceptas que Dios es real y expresas tu incredulidad viviendo como si Dios no significara una diferencia.

• Fe. Esperas que Dios sea real, y expresas tu esperanza por medio de la fe.

• Conocimiento. No tienes duda de que Dios es real, y por ello vives sabiendo que Dios siempre está presente.

Cuando alguien se convierte en un buscador espiritual, desea ir de la incredulidad al conocimiento. Sin embargo, el camino no es claro. Cuando te levantas de la cama por la mañana, ¿qué es lo espiritual que debes hacer? ¿Deberías tratar de vivir en el momento presente, por ejemplo, lo cual se considera muy espiritual? La paz reside en el momento presente, si es que reside en alguna parte. Y aun así Jesús describe lo radical de esa decisión: “Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni con vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. […] Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo” (Mateo 6:25 y 33-34).

En la visión de Jesús, vivir en el presente implica tener completa confianza en que Dios lo proveerá todo. Su confianza en Dios es ilimitada. Lo que Jesús necesite, llegará. ¿Pero qué pasaba con sus oyentes, trabajadores judíos pobres que luchaban por cubrir sus necesidades básicas y vivían con grandes dificultades bajo la opresión romana? Ellos habrían esperado que la Providencia se ocupara de ellos; quizá tuvieron la suficiente fe como para creerlo. De todas formas, entregarse a la fe era un gran esfuerzo. Sólo Jesús tenía ese estado de conciencia basado del todo en la Providencia, porque él veía a Dios en todas partes.

En todos nosotros hay semillas de incredulidad, porque nacimos en una época secular que es escéptica acerca de todo lo místico. Es mejor ser libre y escéptico que estar atado a mitos, superstición y dogma. Cuando miras al escéptico que hay dentro de ti, su incredulidad te parece razonable. Pero para muchas personas también es un estado infeliz. Se sienten insatisfechas en un mundo totalmente secular donde se podría decir que el mayor culto se rinde a los héroes del deporte, los cómics y el tener un cuerpo perfecto. La ciencia no nos asegura que la vida tiene sentido cuando describe el universo como un vacío frío regido por el azar.

Y entonces la fe persiste. Queremos que el universo sea nuestro hogar. Queremos sentirnos conectados a la creación. Sobre todo, no queremos libertad si es que significa soportar a perpetuidad la ansiedad y la inseguridad, una libertad que ha perdido su anclaje en el sentido de la vida. Entonces, ya sea que la llames aferrarse a la fe o seguir las tradiciones de nuestros antepasados, la creencia religiosa existe en todas partes. Para miles de millones de seres humanos no existe una alternativa llevadera.

¿Pero qué pasa con el tercer estado, el conocimiento certero de Dios, que es el más raro y escurridizo? Para tener certeza verdadera, la persona deberá someterse a una experiencia transformadora, o bien retener de manera milagrosa el alma inocente de un niño pequeño. Ninguna de las dos opciones es realista para la vida de la mayoría. Quienes regresan de experiencias cercanas a la muerte, que de entrada son extremadamente excepcionales, no tienen pruebas sobre su “ir hacia la luz” que puedan convencer a un escéptico. Aquello que los ha transformado es privado, interno y subjetivo. Con respecto a la inocencia de los niños, tenemos buenas razones para abandonarla. Al crecer, cada uno de nosotros construye un “yo” de experiencia y memoria. El proyecto, que consume todo nuestro tiempo, es crecer y avanzar. La alegría de la infancia es naïve, un estado no formado, y aunque haya sido muy feliz, anhelamos experimentar un mundo de logros más amplio. Las cumbres creativas de la historia de la humanidad han sido alcanzadas por adultos, no por niños grandulones.

Digamos que te reconoces en uno de estos tres estados: incredulidad, fe y conocimiento. Está muy bien si están revueltos y tienes momentos de cada uno. Si recurrimos a modelos estadísticos fríos, en una gráfica la mayoría de nosotros, parte de la gran mayoría que cree en Dios, se agrupa bajo el montículo de una curva en forma de campana. Al final de la curva está una pequeña minoría: a la izquierda, los ateos declarados; a la derecha, los que son profundamente religiosos y que buscan a Dios como vocación. Pero es justo decir que la mayoría de la gente que responde que cree en Dios no está experimentando asombro ni certeza. Por lo regular, dedicamos nuestros días a todo menos a Dios: formar una familia, buscar el amor, esforzarnos por tener éxito, alcanzar más bienes materiales en la cadena sin fin del consumismo.

El caos actual no le hace bien a nadie. La incredulidad está poseída por sufrimiento interior y el temor de que la vida no tiene sentido. (No me persuaden los ateos que afirman vivir con alegría en un universo aleatorio. No se levantan cada mañana y dicen: “¡Qué maravilloso, otro día en el que nada tiene sentido!”) El estado de la fe es insostenible de diferente manera: a lo largo de la historia ha conducido a rigidez, fanatismo y violencia desesperada en el nombre de Dios. ¿Y el estado del conocimiento verdadero? Parece ser la jurisdicción de los santos, quienes son sumamente escasos.

Y aun así, Dios está escondido en alguna parte, como una presencia de sombras, en las tres situaciones, ya sea como negativa (la deidad de la que te alejas cuando abandonas la religión organizada) o positiva (una realidad más alta a la que aspiras). Que esté un poco presente no es lo mismo que sea en verdad importante, y mucho menos que sea lo más importante de la existencia. Si es posible hacer real a Dios de nuevo, yo creo que todos estaríamos de acuerdo en intentarlo.

Este libro propone que te muevas de la incredulidad hacia la fe y luego al verdadero conocimiento. Cada uno es una etapa evolutiva, y al explorar la primera encontrarás que la siguiente se abre. La evolución es voluntaria cuando se trata del mundo interior. Hay una completa libertad de decisión. Una vez que conoces la incredulidad a todo detalle, puedes permanecer ahí o moverte hacia la fe. Una vez que explores la fe puedes hacer lo mismo, aceptarla como tu hogar espiritual, o bien ir más allá. Al final del camino se encuentra el conocimiento de Dios, el cual es tan viable, y mucho más real, que las dos primeras etapas. Conocer a Dios es tan místico como saber que la Tierra se mueve alrededor del Sol. En ambos casos, una realidad es establecida como verdad, y así todas las dudas previas y las creencias errantes se desvanecen de manera natural.

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Dios es un verbo, no un sustantivo

Se ha vuelto casi imposible imponer la fe, sobre todo en uno mismo. Nuestro antiguo modelo de Dios está siendo desmantelado ante nuestros ojos. En lugar de tratar de recoger las piezas, es necesario un cambio más profundo. Se están uniendo la razón, la experiencia personal y la sabiduría de muchas culturas. Esta nueva síntesis es como Dios 2.0, donde la evolución humana da un salto en cuestiones del espíritu.

Dios 1.0 reflejaba necesidades humanas, que son muchas y variadas, y éstas tomaron una personificación divina. Las necesidades estaban primero. Como los seres humanos precisamos de seguridad y amparo, proyectamos a Dios como nuestro protector divino. Dado que la vida requiere de un orden, hicimos de Dios el legislador supremo. Contra lo que se afirma en el Génesis, nosotros creamos a Dios a nuestra propia imagen. Él hizo lo que nosotros queríamos que hiciera. A continuación explico las siete etapas que fabricamos para semejante Dios.

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Dios 1.0

Hecho a nuestra imagen

1. La necesidad de tener seguridad, amparo y estar protegidos del daño.

Dios se vuelve padre o madre. Controla las fuerzas de la naturaleza y trae la buena y la mala fortuna. Los humanos vivimos como niños bajo la protección de Dios. Sus pensamientos son incognoscibles; actúa de forma caprichosa para dar amor o para castigar. La naturaleza es ordenada pero aun así es peligrosa.

Éste es tu Dios si rezas para que te rescate, si para ti lo divino es una figura de autoridad, si crees en el pecado y la redención, si ansías los milagros y ves la mano de Dios cuando un accidente o una catástrofe suceden de forma repentina.

2. La necesidad de logros y éxito.

Dios se convierte en legislador. Fija reglas y las sigue. Esto permite que sea posible conocer el futuro: Dios premiará a los que sigan la ley y castigará a quienes la desobedezcan. Basados en esto, los seres humanos podemos forjar una buena vida y alcanzar el éxito material. El secreto es trabajar duro, lo cual agrada a Dios, y crear una sociedad de leyes que sea un espejo de las leyes de la naturaleza, donde se venza al caos y el crimen se mantenga a raya. La naturaleza existe para ser domada en vez de ser temida.

Éste es tu Dios si crees que Dios es razonable, quiere que triunfes, premia el trabajo duro, separa lo bueno de lo malo y ha creado el universo para que te conduzcas de acuerdo con leyes y principios.

3. La necesidad de vincularse afectivamente, formar familias y comunidades amorosas.

Dios se convierte en una presencia amorosa dentro de todos los corazones. La mirada del devoto se ha volcado hacia dentro. Vincularse afectivamente a otros va más allá de la supervivencia mutua. La humanidad es una comunidad reunida por la fe. Dios quiere que construyamos una ciudad en la montaña, una sociedad ideal. La naturaleza existe para nutrir la felicidad humana.

Éste es tu Dios si eres idealista, optimista sobre la naturaleza humana, un creyente de la humanidad común y si estás abierto a ser amado por una deidad indulgente. Sentirás el perdón dentro de ti, y no te lo dará un sacerdote.

4. La necesidad de ser comprendido.

Dios deja de juzgar. Conocerlo todo es perdonarlo todo. Comienza a sanar la herida de la naturaleza humana que divide el bien del mal. Aumenta la tolerancia. Desarrollamos empatía por quienes hacen el mal porque Dios nos muestra su empatía. Disminuye la necesidad de recompensas y castigos estrictos. La vida tiene muchas gamas de lo bueno y lo malo, y todo tiene sus razones. La naturaleza existe para mostrarnos el rango completo de la vida en sus formas más creativas y en las más destructivas.

Éste es tu Dios si es que comprendes en lugar de juzgar, si te ves a ti mismo compasivamente porque Dios así te mira, si aceptas que el bien y el mal son aspectos inevitables de la creación, si Dios te dice que te comprende.

5. La necesidad de crear, descubrir y explorar.

Dios se convierte en una fuente creativa. Nos regaló la curiosidad por derecho de progenitura. Él permanece incognoscible, pero despliega un secreto tras otro en la creación. En la orilla lejana del universo, lo desconocido es un desafío y una fuente de asombro. Dios no quiere que adoremos, sino que evolucionemos. Nuestro papel es descubrir y explorar. La naturaleza existe para aportar misterios interminables que desafían nuestra inteligencia: siempre hay más por descubrir.

Éste es tu Dios si vives para explorar y ser creativo, si te sientes feliz confrontando lo desconocido, si tienes total confianza en que la naturaleza puede ser descifrada, incluyendo la humana, siempre y cuando continuemos preguntando y no nos conformemos nunca con una verdad establecida y preordinada.

6. La necesidad de guía moral e inspiración.

Dios se convierte en maravilla pura. Cuando la razón ha alcanzado los límites del entendimiento, el misterio permanece. Los sabios, los santos y aquellos con inspiración divina lo han penetrado. Han sentido una presencia divina que trasciende la vida cotidiana. El materialismo es una ilusión. La creación está compuesta por dos capas: lo visible y lo invisible. Los milagros se vuelven reales cuando todo es un milagro. Para llegar a Dios, uno debe aceptar la realidad de lo invisible. La naturaleza es una máscara de lo divino.

Éste es tu Dios si eres un buscador espiritual. Quieres saber qué se esconde debajo de la máscara del materialismo, encontrar la fuente de la sanación, experimentar paz y estar en contacto directo con una presencia divina.

7. Unidad, el estado situado más allá de toda necesidad.

Dios deviene Uno. Sientes una satisfacción completa porque has alcanzado la meta de la búsqueda. Experimentas lo divino en todas partes. El último indicio de separación se ha esfumado. No tienes la necesidad de dividir entre santos y pecadores porque Dios lo impregna todo. En tal estado no sabes la verdad: te conviertes en la verdad. El universo y todo lo que pasa en él son expresiones de un Ser único y subyacente que es conciencia pura, inteligencia pura y creatividad pura. La naturaleza es la forma externa que la conciencia toma al desplegarse en el tiempo y el espacio.

Éste es tu Dios si te sientes conectado por completo a tu alma y a tu fuente. Tu conciencia se ha expandido para acoger una perspectiva cósmica. Observas que todo sucede en la mente de Dios. El éxtasis de los grandes místicos, quienes parecen especialmente dotados o elegidos, ahora está disponible para ti porque has madurado en lo espiritual.

El Dios que lleva el plan a su término, el Dios como Uno, es diferente de todos los demás. No es una proyección. Él significa un estado de arrobamiento y certeza total, y si puedes alcanzar ese estado ya no te estás proyectando. Todas las necesidades han sido satisfechas; el camino ha terminado con la realidad misma.

Al leer esta lista quizá no te hayas identificado con ninguna etapa en especial. Eso es comprensible cuando Dios es confuso. Ninguna versión de Dios es lo suficientemente fuerte para ganar tu lealtad. La confusión también está arraigada en la forma en que el cerebro procesa la toma de decisiones. Cuando estás en un restaurante decidiendo si pides una ensalada o una hamburguesa grasienta con queso, tu decisión es organizada por grupos separados de neuronas en el córtex cerebral. Un grupo promueve que pidas la ensalada, el otro promueve que pidas la hamburguesa. Estás decidiendo.

Pero al mismo tiempo, cada grupo neuronal envía señales químicas para suprimir la actividad del otro. Este fenómeno, conocido como “inhibición cruzada”, está siendo estudiado por investigadores del cerebro. La noción básica es familiar: en los deportes, los aficionados animan a su equipo y abuchean al otro. En todo conflicto armado, les dicen a los soldados que Dios está de su lado y no del lado del enemigo. El pensamiento de “nosotros-contra-ellos” quizá tiene una conexión cerebral profunda. Al referirnos a dudas espirituale

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