ATRAPANDO UN SUEÑO

Sherrilyn Kenyon

Fragmento

1

Café Maspero
Nueva Orleans
, febrero de 2008

—¿Nunca has sentido la tentación de meter la cabeza en una licuadora y darle al botón?

Simone Dubois frunció el ceño antes de echarse a reír por el comentario de Tate Bennett, el médico forense de Nueva Orleans, que estaba sentado frente a ella a la oscura mesa de madera. Como de costumbre, Tate iba impecablemente vestido con una camisa blanca y unos pantalones de pinzas negros. Su piel era oscura y perfecta, gracias a su herencia criolla y haitiana. Era muy guapo, con rasgos afilados y definidos, y a sus ojos oscuros no se les escapaba ni un solo detalle.

Su atuendo impecable era todo lo contrario a los vaqueros desgastados y la sudadera azul que llevaba ella; por no hablar de los rebeldes rizos castaños que tenían vida propia y que se negaban a obedecer al peine. El único rasgo de su persona que consideraba digno de mención eran sus ojos de un color verdoso, que adquirían un tono dorado cada vez que el sol se reflejaba en ellos.

Se limpió los labios con la servilleta.
—Pues la verdad es que no… Pero sí que me he sentido tentada de meter las cabezas de los demás. ¿Por qué?

Tate dejó una carpeta delante de ella.

—¿Cuántos asesinos en serie puede tener una ciudad? —No estoy al tanto de esas estadísticas. Supongo que depende de la ciudad. ¿Me estás diciendo que tenemos a otro?

Tate desenvolvió los cubiertos y se colocó la servilleta sobre el regazo.

—No lo sé. Tengo en mi despacho un par de informes sobre unos asesinatos muy extraños, sin aparente relación entre ellos, ocurridos en estas últimas dos semanas.

Hizo ese último comentario con cierto retintín.
—Y…
—Y tengo un pálpito sobre este asunto y no es precisamente de los buenos.

Simone dio un trago a la Coca-Cola antes de abrir la carpeta que Tate había dejado sobre la mesa, e hizo una mueca al ver las espantosas fotografías de las escenas de los crímenes. Como de costumbre, eran morbosas y muy detalladas.

—Me encantan los regalitos que traes a nuestros almuerzos. A otras les regalan diamantes, y a mí… yo tengo que conformarme con mutilaciones y sangre… y aún no es mediodía. Gracias, Tate.

El aludido se inclinó hacia delante y le cogió una patata frita del plato.

—Vamos, no te preocupes, invito yo. Además, eres la única mujer que conozco con quien puedo quedar para comer y hablar de trabajo. A todas las demás se les revuelve el estómago.

Alzó la vista al escucharlo.
—Que sepas que no tengo muy claro que eso sea un cumplido.

—Pues lo es, de verdad. Si LaShonda recupera alguna vez el juicio y me deja, serás la siguiente señora Tate.

—Insisto en que eso no nos deja en muy buen lugar. ¿Quieres que le diga a LaShonda lo que su maridito piensa de ella? —preguntó en broma.

—Ni se te ocurra. Igual le da por echarle veneno a la comida… o peor, por cortarme los… En fin, tú ya me entiendes.

—No te preocupes —lo tranquilizó ella entre risas—, me aseguraré de que pague por ello.

—No me cabe la menor duda. —Dejó la conversación un momento para pedir un sándwich de gambas y unas patatas fritas a la camarera.

Mientras Tate hablaba con la chica, vestida al estilo gótico, Simone siguió mirando las fotos.

Sí, las imágenes eran bastante morbosas. Claro que ese tipo de fotografías solían serlo. Le indignaba que el mundo estuviera lleno de seres capaces de hacer a los demás esas atrocidades. Lo que la gente podía hacer a sus semejantes ya resultaba de por sí horrible. Pero de lo que eran capaces los otros, los habitantes no humanos, rayaba claramente en lo terrorífico.

Y ella estaba más que familiarizada con las dos clases de monstruos.

La camarera se fue con el pedido a la cocina.

Tate se inclinó hacia ella.
—¿Captas alguna vibración del otro lado?

Negó con la cabeza.
—Sabes que no funciona así, Tate. Tengo que tocar el cuerpo o algún objeto que haya pertenecido a la víctima. Las fotografías me provocan como mucho algún corte en los dedos… y escalofríos. —Se estremeció al pensar en la horrible muerte que había sufrido la pobre mujer y cerró la carpeta para devolvérsela a Tate.

—¿Quieres venir conmigo a la morgue después de comer? Simone enarcó una ceja al escuchar la pregunta.
—No quiero ni pensar en qué le dijiste a LaShonda la noche que la conociste. «Nena, si vienes conmigo, voy a enseñarte una cosa que está muy tiesa…»

Tate se echó a reír.
—Dios, me encanta tu sentido del humor.

Lástima que Tate, un hombre casado, fuera uno de los pocos a quienes les hacía gracia su retorcidísimo sentido del humor. El otro era el fantasma de un adolescente que llevaba dándole la tabarra desde que tenía diez años.

Jesse estaba sentado a su derecha en ese preciso momento, pero solo ella lo sabía. Nadie más podía verlo ni oírlo… ¡Vaya suerte la suya! Sobre todo porque Jesse se había quedado anclado en el final de los ochenta. De hecho, llevaba una americana celeste muy parecida a las que Don Johnson usaba en Corrupción en Miami e iba peinado con un tupé a lo Jon Cryer en la película La chica de rosa. Jesse era un fan incondicional de John Hughes y la obligaba a ver una y otra vez sus películas. Una corbata blanca estrecha de satén con el dibujo de un teclado y unas zapatillas Vans a cuadros blancos y negros completaban su atuendo.

—No quiero ir a la morgue, Simone —dijo Jesse entre dientes—. No me gusta ese sitio.

Lo comprendía a la perfección. Era su lugar preferido, justo detrás de la consulta del proctólogo…

Le lanzó una mirada compasiva, pero ambos sabían que no le quedaba más remedio que ir. No había nada que la detuviera en su afán por llevar a un asesino ante la justicia, y eso incluía pasearse por el horripilante depósito de cadáveres municipal en vez de estar en su laboratorio de la Universidad de Tulane.

—Bueno, ¿qué tienen de raro estos asesinatos? —preguntó en un intento por evitar que Jesse le repitiera un sermón que ya se sabía de memoria.

Si quería, podía volver solo a casa… aunque no le gustara estar solo cuando ella andaba por otro sitio.

En según qué cosas, Jesse era un fantasma muy dependiente.

Tate le robó otra patata frita antes de contestar:
—Pues que la señorita Gloria se levantó de la camilla y se largó.

Simone se atragantó con la Coca-Cola al escucharlo. —¿Qué has dicho?

—Lo que has oído. Nialls ha acabado con una camisa de fuerza por su culpa. Se le fue tanto la pinza que tuvimos que llamar al servicio psiquiátrico de urgencia.

Tuvo que toser varias veces antes de poder hablar.
—¿La víctima estaba en coma?
—La víctima la había palmado. Ya has visto en las fotos que la degollaron, y Nialls acababa de abrirle el pecho para practicarle la autopsia. Tenía su corazón en las manos cuando empezó a respirar.

—Joder… —Fue lo único que se le ocurrió en ese momento—. Y se levantó y se fue…

Tate asintió con un gesto serio.
—Bienvenida a mi mundo. Espera, espera, que también es el tuyo. No, el tuyo es todavía más raro. Al menos yo no vivo con un fantasma que tiene su propio dormitorio en mi casa. —Echó un vistazo a su alrededor antes de bajar la voz—. ¿Está Jesse contigo?

En respuesta, Simone señaló con la cabeza hacia donde estaba sentado su amigo, que los miraba con el ceño fruncido.

—Hazme el favor de explicarme cómo se pudo levantar si Nialls tenía su corazón en las manos —le dijo despacio.

—Eso es lo que quiero que me expliques tú. Ve

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