capítulo uno
Cuando era pequeño, mi padre solía decirme: «Will, puedes elegir a tus amigos, y puedes meterte el dedo en la nariz, pero no puedes meter el dedo en la nariz de tus amigos». A mis ocho años, me pareció una observación bastante aguda, pero resulta que es incorrecta en varios aspectos. Para empezar, no puedes elegir a tus amigos, porque, de haber podido, nunca habría acabado con Tiny Cooper.
Tiny Cooper no es la persona más gay del mundo, y no es la persona más gorda del mundo, pero creo que podría ser la persona más gorda del mundo que es muy muy gay, y también la persona más gay del mundo que es muy muy gorda. Tiny ha sido mi mejor amigo desde quinto, menos todo el semestre pasado, cuando se dedicó a descubrir el verdadero alcance de su homosexualidad, y yo me dediqué a tener un Grupo de Amigos de verdad por primera vez en mi vida, lo que provocó que dejara de hablarme por dos faltas leves:
1. Después de que un miembro del comité del instituto se
enfadara con los gays en el vestuario, defendí el derecho
de Tiny Cooper a ser tanto enorme (y, por ello, el mejor atacante de nuestra mierda de equipo de fútbol americano) como gay en una carta al periódico del instituto
que hice la tontería de firmar.
2. Un tipo de mi Grupo de Amigos llamado Clint se puso
a hablar de la carta durante la comida, y mientras hablaba me llamó zorra chillona, y como yo no entendía qué
quería decir exactamente zorra chillona, le pregunté:
«¿Qué quieres decir?». Volvió a llamarme zorra chillona,
y en ese punto le dije a Clint que se fuera a tomar por
culo, cogí mi bandeja y me marché.
Así que supongo que, en sentido estricto, fui yo el que dejó el Grupo de Amigos, aunque pareciera lo contrario. La verdad es que daba la impresión de que no caía bien a ninguno de ellos, pero estaban ahí, que ya era algo. Y ahora no están, de modo que me he quedado totalmente privado de vida social.
Sin contar a Tiny, claro. Y supongo que tengo que con tarlo.
El caso es que unas semanas después de las vacaciones de Navidad, estoy sentado en mi sitio en la clase de cálculo cuando Tiny entra tan tranquilo, con una camiseta de deporte metida en los pantalones, aunque hace tiempo que ha terminado la temporada de fútbol. Cada día, Tiny consigue meterse milagrosamente en el pupitre de al lado del mío en la clase de cálculo, y cada día me sorprende que lo consiga.
Así que Tiny se apretuja en su pupitre, yo me sorprendo, como no puede ser de otra manera, y entonces se gira hacia mí y me susurra en voz alta, porque en el fondo quiere que los demás lo oigan:
—Me he enamorado.
Pongo los ojos en blanco, porque Tiny se enamora de algún pobre chico cada hora en punto. Todos son iguales: delgados, sudorosos y bronceados, y esto último es abominable, porque en Chicago, en el mes de febrero, todos los bronceados son artificiales, y los chicos con bronceado artificial (me da igual que sean gays) son ridículos.
—Eres un cínico —me dice Tiny haciendo un gesto de desdén con la mano.
—No soy cínico, Tiny —le contesto—. Soy práctico. —Eres un robot —replica.
Tiny cree que soy incapaz de sentir lo que los seres humanos llaman emociones porque no he llorado desde que cumplí siete años, cuando vi la película Todos los perros van al cielo. Supongo que por el título debería haber sabido que no tendría un final feliz, pero en mi defensa debo decir que tenía siete años. En cualquier caso, desde entonces no he llorado. La verdad es que no entiendo qué sentido tiene llorar. Además, creo que llorar es casi (aparte de que se mueran familiares o amigos y cosas así) totalmente evitable si sigues dos reglas muy sencillas: 1) no dar demasiada importancia, y 2) callarte. Todas las desgracias que me han sucedido en la vida han sido consecuencia de no haber cumplido una de estas dos reglas.
—Sé que el amor es real porque lo siento —me dice Tiny. Al parecer la clase ha empezado sin que nos hayamos enterado, porque el señor Applebaum, que presuntamente nos enseña cálculo, aunque lo que sobre todo me enseña es a soportar estoicamente el dolor y el sufrimiento, dice:
—¿Qué es lo que sientes, Tiny?
—¡Amor! —le contesta Tiny—. Siento amor.
Y todo el mundo se gira y se ríe o se queja, y como estoy sentado a su lado y es mi mejor y único amigo, también se ríen y se quejan de mí, que es precisamente la razón por la que no elegiría a Tiny Cooper como amigo. Llama demasiado la atención. Además, es patológicamente incapaz de seguir cualquiera de mis dos reglas. Va tranquilamente por ahí, haciendo sus excentricidades y hablando por los codos, y luego se queda perplejo cuando le cae la mierda encima. Y, por supuesto, por pura proximidad, eso implica que me caiga la mierda encima a mí también.
Después de clase, estoy mirando fijamente mi taquilla y preguntándome cómo he podido dejarme La letra escarlata en casa cuando llega Tiny con sus amigos de la Alianza Gay-Hetero: Gary (que es gay) y Jane (que quizá lo es y quizá no, nunca se lo he preguntado).
—Parece que todo el mundo cree que he declarado mi amor por ti en la clase de cálculo —me dice Tiny—. ¿Yo enamorado de Will Grayson? ¿No es la gilipollez más grande que has oído en tu vida?
—Genial —le contesto.
—Son imbéciles —añade Tiny—. Como si enamorarse
tuviera algo de malo.
Gary suelta un gruñido. Si pudiera elegirse a los amigos, me plantearía elegir a Gary. Tiny se hizo amigo de Gary, Jane y el novio de Gary, Nick, al unirse a la AGH, cuando yo era miembro numerario del Grupo de Amigos. Apenas conozco a Gary, porque solo hace un par de semanas que vuelvo a tener contacto con Tiny, pero parece el más normal de todos los amigos que Tiny ha tenido en su vida.
—Una cosa es estar enamorado y otra muy distinta proclamarlo en clase de cálculo —puntualiza Gary.
Tiny empieza a hablar, pero Gary lo corta.
—Mira, no me malinterpretes. Tienes todo el derecho del
mundo a estar enamorado de Zach.
—Billy —dice Tiny.
—Espera, ¿qué ha pasado con Zach? —le pregunto.
Porque habría jurado que Tiny estaba enamorado de Zach en
la clase de cálculo. Pero desde su proclamación han pasado cuarenta y siete minutos, así que quizá está acelerando el ritmo. Tiny
ha tenido unos 3.900 novios, la mitad de ellos solo por internet.
Gary, que parece tan desconcertado por la aparición de Billy como yo, se acerca a las taquillas y golpea suavemente la cabeza contra el metal.
—Tiny, que seas una puta que se enrolla con todo dios no es bueno para la causa.
Miro a Tiny y le digo:
—¿Podemos acallar los rumores de nuestro amor? Perjudica mis posibilidades con las damas.
—Llamarlas «las damas» tampoco ayuda mucho —me dice Jane.
Tiny se ríe.
—En serio —insisto—. Siempre acabo pringando.
Tiny me mira por una vez serio y asiente.
—Aunque que conste que podrías haberlo hecho peor
—dice Gary.
—Y lo ha hecho —comento.
Tiny se planta en medio del pasillo haciendo una pirueta de ballet y grita riéndose:
—Querido mundo, Will Grayson no me pone. Pero deberíais saber algo más sobre Will Grayson. —Y empieza a cantar como un enorme barítono de Broadway—: ¡No puedo vivir sin él!
La gente se ríe, grita y aplaude mientras Tiny sigue con su serenata y yo me marcho a clase de lengua. El camino es largo, y se hace todavía más largo cuando alguien te detiene para preguntarte qué tal sienta que te sodomice Tiny Cooper, y cómo logras encontrar «la minipolla gay» de Tiny Cooper debajo de su barrigón. Reacciono como siempre, bajando la mirada y acelerando el paso. Sé que lo dicen en broma. Sé que conocer a alguien consiste en parte en ser cruel con él, o algo así. Tiny siempre tiene una respuesta brillante, como: «Para ser alguien que teóricamente no me desea, parece que dedicas mucho tiempo a pensar y hablar de mi pene». Quizá a Tiny le funciona, pero a mí no. Lo que me funciona es callarme. Lo que me funciona es seguir las reglas. Así que me callo, no le doy importancia, continúo andando y enseguida acaba.
La última vez que dije algo digno de mención fue cuando escribí la puñetera carta al director sobre el puñetero Tiny Cooper y su puñetero derecho a ser una puñetera estrella de nuestro espantoso equipo de fútbol americano. No lamento lo más mínimo haber escrito aquella carta, pero sí haberla firmado. Firmarla fue una clara violación de la regla de callarse, y ya vemos a lo que me ha llevado: a estar solo un martes por la tarde, mirándome las Converse negras.
Por la noche, no mucho después de que haya pedido pizzas para mí y para mis padres, que a esas horas están todavía, como siempre, en el hospital, Tiny Cooper me llama y me suelta en voz baja y muy deprisa:
—Dicen que Neutral Milk Hotel toca esta noche en el Escondite, no lo han anunciado, nadie lo sabe, mierda, Grayson, ¡mierda!
—¡Mierda! —grito.
Una cosa es cierta: cada vez que sucede algo increíble, Tiny es el primero en enterarse.
Aunque no suelo ser muy dado al entusiasmo, Neutral Milk Hotel me cambió la vida. En 1998 sacaron un álbum absolutamente fantástico llamado In the Aeroplane Over the Sea, y desde entonces no se sabía nada de ellos, supuestamente porque el cantante vive en una cueva en Nueva Zelanda. Pero en cualquier caso es un genio.
—¿A qué hora?
—No lo sé. Solo lo he oído. Voy a llamar también a Jane.
Le gustan casi tanto como a ti. Vale, pues ya. Ya. Vamos al Escondite ahora mismo.
—Voy para allí —contesto abriendo la puerta del garaje.
Llamo a mi madre desde el coche y le cuento que Neutral Milk Hotel toca en el Escondite.
—¿Quién? ¿Qué? ¿Estás jugando al escondite? —me pregunta.
Tarareo un par de compases de una de sus canciones y mi madre dice:
—Ah, he oído esa canción. Está en la selección que me hiciste.
—Exacto —le contesto.
—Bueno, tienes que estar en casa a las once —me dice. —Mamá, es un acontecimiento histórico. La historia no tiene toque de queda —replico.
—A las once —insiste.
—Vale. Joder —le digo.
Y tiene que irse a extirpar un cáncer.
Tiny Cooper vive en una mansión con los padres más ricos del mundo. Creo que ninguno de los dos trabaja, pero son tan asquerosamente ricos que Tiny Cooper ni siquiera vive en la mansión. Vive solo en la cochera. El muy capullo tiene tres dormitorios y un frigorífico en el que siempre hay cerveza, y sus padres nunca le molestan, así que podemos pasarnos todo el día allí, jugar con videojuegos y beber cerveza, pero resulta que Tiny odia los videojuegos y yo odio la cerveza, de modo que lo que solemos hacer es jugar a los dardos (tiene una diana), escuchar música, charlar y estudiar. Empiezo a decir la T de Tiny cuando sale de su habitación corriendo, con un mocasín negro de piel puesto y el otro en la mano.
—Vamos, Grayson, vamos, vamos —me dice.
Y de camino todo va perfectamente. En la carretera Sheridan no hay mucho tráfico, tomo las curvas como si estuviera en las 500 Millas de Indianápolis, escuchamos mi canción favorita de NMH, «Holland, 1945», nos metemos en la Lake Shore Drive, las olas del lago Michigan rompen contra las rocas, llevamos las ventanillas del coche entreabiertas para que no se empañen los cristales, entra en tromba el sucio y tonificante aire frío, y me encanta el olor de Chicago. Chicago es el agua salobre del lago, el hollín, el sudor y la grasa, y me encanta, y me encanta esta canción, y Tiny dice «Me encanta esta canción», y se ha quitado la gorra para despeinarse a conciencia, lo que me lleva a pensar que, igual que yo voy a ver a Neutral Milk Hotel, ellos van a verme a mí, así que me miro en el retrovisor. Me parece que tengo la cara demasiado cuadrada, y los ojos demasiado grandes, como si estuviera permanentemente sorprendido, pero ninguno de mis defectos tiene arreglo.
El Escondite es un antro de tablas de madera encajonado entre una fábrica y un edificio del Ministerio de Transporte. No es como para alardear, pero en la puerta hay cola, aunque solo son las siete, de modo que me apiño en la fila con Tiny hasta que aparecen Gary y la quizá homosexual Jane.
Jane lleva una camiseta de cuello de pico, con «Neutral Milk Hotel» escrito a mano, y encima un abrigo abierto. Como Jane entró en la vida de Tiny en la época en la que yo salí, apenas nos conocemos. Aun así, diría que ahora mismo es la cuarta persona de mi lista de mejores amigos, y parece que tiene buen gusto en cuanto a música.
Estoy esperando a la puerta del Escondite, con un frío que me hace fruncir el entrecejo, cuando Jane me saluda sin mirarme y le devuelvo el saludo.
—Este grupo es buenísimo —me dice.
—Lo sé —le contesto.
Creo que es la conversación más larga que he mantenido con Jane. Doy varias patadas a la gravilla del suelo, observo una minúscula nube de polvo que me envuelve el pie y le digo a Jane que me gusta mucho «Holland, 1945».
—A mí me gustan sus temas más complejos, los polifónicos y ruidosos —me dice.
Me limito a asentir con la esperanza de que parezca que sé lo que significa «polifónico».
Uno de los problemas de Tiny Cooper es que no puedes susurrarle al oído, ni siquiera si eres razonablemente alto, como yo, porque el capullo mide dos metros, así que tienes que dar un golpecito en su hombro de gigante y mover la cabeza para que entienda que quieres susurrarle al oído. Entonces se agacha y le dices:
—Oye, ¿Jane es la parte gay o la parte hetero de la Alianza Gay-Hetero?
Tiny acerca la boca a mi oído.
—No lo sé. Creo que salió con un tío el primer año de instituto —me susurra.
Puntualizo que él salió con unas 11.542 chicas el primer año de instituto, y Tiny Cooper me pega un puñetazo en el brazo que para él es de broma, pero que en realidad me destroza el sistema nervioso.
Gary está frotando los brazos de Jane de arriba abajo para que entre en calor cuando por fin empieza a moverse la cola. Unos cinco segundos después vemos a un chico que parece desconsolado, un chico bajito, rubio y bronceado, exactamente como le gustan a Tiny.
—¿Qué te pasa? —le pregunta.
—Es solo para mayores de veintiún años —le contesta el
chico.
—Eres… eres una zorra chillona —le digo a Tiny tartamudeando.
Sigo sin saber lo que significa exactamente, pero me parece apropiado.
Tiny Cooper arruga los labios y frunce el entrecejo. Se vuelve hacia Jane.
—¿Tienes carnet falso?
Jane asiente.
—Yo también —contesta Gary.
Tenso los puños y aprieto la mandíbula. Quiero gritar, pero digo:
—Perfecto, pues me vuelvo a casa.
Yo no tengo un carnet falso.
Pero enseguida Tiny dice muy tranquilo:
—Gary, pégame en la cara con todas tus fuerzas mientras
esté enseñando el carnet, y tú, Grayson, entras por detrás de
mí, como si fueras del garito.
Nadie dice nada por un momento, hasta que Gary comenta en voz demasiado alta:
—Uf, la verdad es que no sé pegar.
Nos acercamos al segurata, que lleva un gran tatuaje en el cráneo rapado.
—Sí que sabes. Pégame fuerte —murmura Tiny.
Me quedo un poco atrás, observando. Jane le da el carnet al segurata, que le echa un vistazo, la mira y se lo devuelve. Le toca a Tiny. Respiro varias veces muy deprisa, porque una vez leí que las personas con mucho oxígeno en la sangre parecen más tranquilas, y después observo a Gary poniéndose de puntillas, echando el brazo hacia atrás y pegándole a Tiny un puñetazo en el ojo derecho. La cabeza de Tiny retrocede.
—¡Ay, joder, ay, ay, mierda, mi mano! —grita Gary.
El segurata salta para sujetar a Gary, Tiny Cooper se gira para impedir que el segurata me vea y, mientras se va girando, entro en el bar como si Tiny Cooper fuera mi puerta giratoria particular.
Una vez dentro, miro hacia atrás y veo al segurata sujetando por los hombros a Gary, que se mira la mano y hace muecas. Entonces Tiny apoya una mano en el segurata y le dice:
—Tío, solo estábamos haciendo el tonto. Pero buen golpe, Dwight.
Tardo un minuto en entender que Gary es Dwight. O Dwight es Gary.
—Te ha pegado un buen hostión en el ojo —dice el segurata.
—Me lo debía —le contesta Tiny.
Y Tiny le cuenta al segurata que Gary/Dwight y él juegan en el equipo de fútbol americano de la Universidad DePaul, y que hace un rato, en la sala de pesas, ha mirado mal a su compañero. El segurata dice que jugó en la línea ofensiva cuando iba al instituto, y de pronto charlan tranquilamente mientras el segurata echa un vistazo al extraordinariamente falso carnet de Gary, y enseguida los cuatro estamos dentro del Escondite, a solas con Natural Milk Hotel y un centenar de extraños.
La marea de gente que rodea la barra se abre, Tiny consigue un par de cervezas y me ofrece una. La rechazo.
—¿Por qué Dwight? —le pregunto.
—Según el carnet, se llama Dwight David Eisenhower IV
—me contesta Tiny.
—¿Y de dónde leches habéis sacado los carnets falsos? —le pregunto.
—Hay sitios —me contesta Tiny.
Decido conseguir uno.
—Pensándolo mejor, tomaré una cerveza —le digo, sobre todo por tener algo en la mano.
Tiny me pasa la que se había empezado a beber y me abro camino hacia el escenario sin Tiny, sin Gary y sin la quizá homosexual Jane. Solo yo ante el escenario, que apenas se eleva medio metro, así que si el cantante de Neutral Milk Hotel es especialmente bajo (pongamos un metro veinte), enseguida podré mirarlo directamente a los ojos. Otras personas se acercan al escenario, y la zona no tarda en abarrotarse. He venido otras veces a ver espectáculos para todos los públicos, pero no tenían nada que ver. La cerveza, que ni me he bebido ni pienso beberme, me suda en la mano, y estoy rodeado de extraños llenos de piercings y tatuajes. Ahora mismo, hasta el último mono del Escondite es más guay que cualquiera del Grupo de Amigos. Esta gente no piensa que me pasa algo, ni siquiera me miran. Dan por sentado que soy uno de ellos, lo que me parece la cima de mi carrera en el instituto. Aquí estoy, en una velada para mayores de veintiún años en el mejor bar de la segunda ciudad de Estados Unidos, preparándome para formar parte de las doscientas personas que verán el concierto que reunirá al mejor grupo poco conocido de la última dé cada.
Cuatro tipos salen al escenario, y aunque no se parecen demasiado a los miembros de Neutral Milk Hotel, me digo que no importa, que solo he visto fotos en internet. Pero empiezan a tocar. No sé cómo describir la música de este grupo, aparte de decir que suena como cien mil ratas hundiéndose en un mar hirviendo. Y el tipo empieza a cantar.
Ella me quería, yeah,
pero ahora me odia.
Ella se enrollaba conmigo, colega,
pero ahora sale
con otros tíos,
con otros tíos.
Salvo que hubiera sufrido una lobotomía prefrontal, es absolutamente imposible que al cantante de Neutral Milk Hotel se le pasara por la cabeza esta letra, por no hablar de que la escribiera y la cantara. Entonces me doy cuenta de que he conducido hasta aquí, he esperado fuera, en la gris frialdad, y quizá he provocado que Gary se rompiera los huesos de la mano para escuchar a un grupo que está claro que no es Neutral Milk Hotel. Y, aunque no veo a Tiny entre la multitud de silenciosos y estupefactos fans de NMH que me rodea, grito: «¡Me cago en ti, Tiny Cooper!».
Al final de la canción, mis sospechas se confirman cuando el cantante dice a un público en absoluto silencio: «¡Gracias! Muchas gracias. NMH no ha podido venir, pero somos Ashland Avenue y estamos aquí para hacer rock». «No —pienso—. Sois Ashland Avenue y estáis aquí para hacer mierda.» Alguien me da un golpecito en el hombro, me giro y veo a una chica que está increíblemente buena, de unos veintipico años, con un piercing debajo del labio inferior, pelo rojo y botas hasta las rodillas.
—Pensábamos que tocaría Neutral Milk Hotel… —me dice con tono interrogante.
—Yo… —tartamudeo un segundo, y luego continúo—: también. Yo también he venido por ellos.
La chica se inclina hacia mi oreja para gritar por encima de la atonal y arrítmica afrenta a la decencia que es Ashland Avenue.
—Ashland Avenue no es Neutral Milk Hotel.
Por alguna razón, el hecho de que la sala esté llena, o de que la desconocida sea una desconocida, me vuelve parlanchín, así que le contesto, también a gritos:
—Ashland Avenue es lo que ponen a los terroristas para que confiesen.
La chica sonríe, y de repente me doy cuenta de que es consciente de nuestra diferencia de edad. Me pregunta dónde estudio.
—Evanston —le contesto.
—¿Instituto? —me pregunta.
—Sí —le contesto—, pero no se lo digas al camarero.
—Me siento como una auténtica asaltacunas —me dice.
—¿Por qué? —le pregunto.
Se ríe. Sé que en realidad no le intereso, pero aun así me siento ligeramente guay.
En ese momento una enorme mano se apoya en mi hombro, giro la cabeza y veo el anillo de graduación de la enseñanza básica que Tiny lleva en el meñique desde octavo, así que inmediatamente sé que es él. Y pensar que hay idiotas que aseguran que los gays tienen buen gusto…
Me giro y ve