Meaditos de miedo (Antiescuela de Fútbol 4)

Juan Carlos Crespo
Jordi Villaverde

Fragmento

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El bar de Ramontxo estaba más oscuro que de costumbre. Allí se suelen reunir los integrantes del Pardillo Club de Fútbol, y esa tarde habían quedado todos en verse en el local. Miguelón, el capitán del equipo, y Álex, el chico rumano que se había convertido en una de sus estrellas, llegaban un poco después de la hora pactada. Y aquello les pareció a todos especialmente raro.

Entraron corriendo, porque hacía una tarde de perros: frío, fuerte lluvia y mucho viento. Y, al abrir la puerta, algo les sobresaltó: junto a la barra había un único cliente.

Un rostro desconocido, algo aún más raro en una urbanización en la que se conocen todos.

—Hola, Ramontxo —saludaron ambos al dueño del bar y presidente de honor de su equipo.

Al escucharlos, el cliente se giró. Era muy alto, muy delgado y muy pálido. Iba vestido con un traje negro, sombrero y corbata también negros y una capa del mismo color que le cubría el traje. También le había empapado la lluvia, y su aspecto era inquietante. Casi tenebroso.

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—Hola, chicos —respondió Ramontxo con un gesto enigmático—. Pasad al salón, que ahora os enciendo la luz.

Efectivamente, lo que hacía que el bar estuviera tan oscuro era que el salón, donde los Pardillos celebraban sus reuniones y comentaban las novedades del equipo, estaba extrañamente apagado.

—¿Y ese tío quién es? —le preguntó Álex por lo bajo a Miguelón, dándole un codazo y señalando al personaje de la barra.

—Ni idea —respondió Miguelón—. Pero vaya pinta tiene. Da mal rollo.

El desconocido de la barra tosió con fuerza y el ruido pareció rebotar en las paredes del bar. Aquello era muy extraño. Álex se sintió inquieto. Miguelón parecía mucho más tranquilo.

Cuando los dos chicos entraron en el salón, el desconocido de la barra despareció de sus pensamientos.

Ramontxo encendió la luz, y entonces fue otro el ruido que inundó el local.

—¡¡¡Sorpresa!!! —resonó en el restaurante.

Un cartel enorme, rodeado de globos, ocupaba la pared del fondo. En él se leía: «¡Felicidades, Álex!». Y las mesas del restaurante estaban repletas de sándwiches, refrescos, chuches...

A Álex se le iluminó la cara con el alboroto. ¡Sus amigos le habían preparado una fiesta sorpresa por su cumpleaños!

Alrededor de la mesa estaban Gabi, Marta, César, Lian, Paula, Ángel y Guille, todos los componentes del Pardillo Club de Fútbol.

Y, justo detrás de Álex, que se había quedado en la puerta del salón con cara de no creérselo, apareció Ramontxo sosteniendo una tarta enorme y acompañado de Charly, el entrenador.

—¡¡Sois geniales!! ¡¡Muchas gracias a todos!! ¡¡Qué marravilla!! —proclamó Álex, equivocándose con la erre, la letra que más líos le provocaba cuando hablaba español.

—Maravilla se escribe con una sola erre —le corrigió Marta—, pero como hoy es tu cumple, puedes decirlo con todas las erres que quieras.

Los demás Pardillos rieron con la ocurrencia de Marta.

—Y acá tenés tu regalo —se adelantó Gabi al resto, luciendo el acento argentino que siempre reserva para las grandes ocasiones, fundamentalmente si hay fútbol o chicas de por medio.

El paquete era enorme. Álex lo desenvolvió. Dentro había una caja. La abrió, y dentro... había otra caja. Y luego otra, y otra más.

Álex se dio cuenta enseguida de la broma, y eso le hacía sentirse cada vez más nervioso. Seguía abriendo cajas y cubriendo el suelo del local con papeles de regalo arrugados entre las risas de los demás.

Al abrir la última caja, encontró... un paquete de regaliz.

Miró extrañado al resto.

¿Regaliz? ¿Tanta fiesta para un paquete de regaliz?

—No dirás que no nos hemos gastado la paga en ti —bromeó Lian.

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Las risas siguieron hasta que Marta sacó una bolsa de plástico, y de ella, otro paquete distinto.

—Toma, esta vez sí que va en serio —le dijo con su mejor sonrisa—. Esperamos que te guste.

Álex se emocionó al abrirlo. Era una camiseta, pero enseguida distinguió de cuál se trataba: era una preciosa camiseta amarilla, con adornos azules y rojos. La camiseta oficial de la selección de fútbol de Rumanía. Sus amigos habían mandado grabar el nombre de «Álex» en la espalda y su número favorito: el 10.

Álex se levantó y fue abrazando uno por uno a sus compañeros.

—¡Jo, me hace una ilusión tremenda! Es verdad que a veces echo un poco de menos mi país, sobre todo cuando miro cosas por Internet… —admitió, nostálgico.

—¿De qué parte de Rumanía eres, Álex? —le preguntó Charly, el entrenador—. ¿De Bucarest?

—No —respondió Álex—. Bucarest es la capital y la ciudad más grande del país. Yo soy de un pueblo mucho más pequeño, en la montaña. De la región de Transilvania.

Todos abrieron los ojos como platos.

—¿De Transilvania? ¡Venga ya! —dijo César, el más grandote de los Pardillos.

—¿Qué pasa en Transilvania? —preguntó Lian, la inseparable amiga de César, y siempre la más despistada.

—Pues que de allí era el conde Drácula. El más famoso de los vampiros —proclamó Miguelón, dándole mucho énfasis al término «vampiro».

—¿Vos sos paisano de Drácula? —insistió Gabi—. Pues habrá que tratarte con más respeto a partir de ahora.

—¡Pero si Drácula no existe! ¡Es un personaje inventado! —intervino César.

—Bueno, no tan inventado —le replicó Álex.

Bastó esa frase para que todos le miraran con los ojos como platos y le prestaran toda su atención. Sin saberlo, los Pardillos tenían un amigo que era paisano ni más ni menos que del conde Drácula.

—Sucedió hace mucho, mucho tiempo —inició Álex su relato, haciéndose el interesante—. En Rumanía hubo un príncipe muy cruel, que tenía un castillo enorme y que hacía cosas terribles a sus enemigos. Cuando los capturaba, los clavaba vivos en enormes estacas de madera, y luego se bebía su sangre y esas cosas.

—¡Venga ya! —intervino Paula, la portera de los Pardillos, a quien el relato empezaba a darle miedo, y más en una tarde de tormenta como aquella.

—Lo puedes buscar en la Wikipedia si quieres. En mi país lo estudiamos en el colegio —contestó Álex, casi indignado de que se dudara de su palabra.

—¿Y tenía colmillos y volaba como vuelan los vampiros de verdad? —a Ángel, que junto con Guille conformaba el grupo de los suplentes de los Pard

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