Mi ruido azul

Marina Jade

Fragmento

cap-2

1

Presentación

«Gravity» - LUDOVICO EINAUDI

Mi vida comenzó un 28 de julio de 1998 en Sevilla. Fui la primera, aunque en realidad fui la segunda, porque cuando nací ya tenía un hermano, solo que de cuatro patas. Si convives con animales y los amas como deben ser amados, sabrás a qué me refiero.

Mis primeros tres años los pasé en Carmona y siempre fui una niña feliz. Incluso cuando venían momentos difíciles yo me las apañaba para llevarlo de la mejor manera posible. Maduré pronto, dice mi madre. Pero yo pienso que realmente fue ella quien me enseñó a ser más fuerte de lo que se pueda imaginar.

Con una sonrisa en la cara, saludaba desde el balcón a todas las personas que pasaban por la calle; a veces incluso les tiraba mis juguetes para que me los devolvieran y así jugaran conmigo. A los dos años ya le pedí a mi madre que me llevara a la guardería, porque era un culo inquieto que necesitaba aprender todo lo que pudiera. Una anécdota graciosa es que mi madre lloró al dejarme en la puerta el primer día, porque ni siquiera me giré para despedirme de ella. Aunque, para su alegría, no aguanté mucho en el jardín de infancia. Cuando yo tenía casi cuatro años, nos mudamos a Montequinto, un pueblito de Sevilla, porque a mis padres les gustaba ese lugar. Antes de mudarnos, mi madre se quedó embarazada. Ella intentaba quitarle hierro al género del futuro bebé, porque yo quería que fuera niña y eso no estaba en su mano; así que siempre me decía que «Dios» decidiría, hasta que yo le dije que no era «Dios» quien tenía que escogerlo, sino yo. Spoiler: como de costumbre, yo llevaba razón. Mi hermana, mi mejor regalo. No dejo de repetirlo: aunque a veces me saque de quicio, siempre será lo mejor que me ha pasado. Si tienes hermanos, me entenderás. Así que nos mudamos a nuestra nueva casa, con un jardín enorme (o eso me pareció a mí entonces, porque en realidad no es tan grande) y mil aventuras por descubrir. Echaría de menos mi antigua casa, pero nunca me preocuparon los cambios, y menos a esa edad en la que no te enteras ni de quién eres.

En el cole nunca me fue demasiado bien. No me refiero a los estudios, porque eso siempre me ha gustado; me refiero más bien a las relaciones personales. Ahora mismo tampoco son mi punto fuerte, aunque debo admitir que me gusta conocer a personas nuevas con las que poder intercambiar vivencias y compartir aficiones. La cosa es que siempre fui la gordita de la clase, la de los dientes raros, la empollona, etc. Y llegó una edad en la que mis compañeros de clase ni siquiera querían compartir su tiempo de recreo conmigo. Aunque no era algo fácil, la música siempre me acompañaba. Estaba conmigo incluso desde antes de nacer, ya que mi madre, estando embarazada, me ponía música clásica, como si quisiera introducirme en este mundo para no dejarme más alternativa que amar la música por encima de todas las cosas. Y se salió con la suya. De hecho, jamás me planteé qué quería ser de mayor; tal vez estudiaría un poco de inglés por aquí y un poco de historia por allá, pero tenía claro que la música siempre sería lo primero. Me maravillaba que algo tan intangible pudiese hacer mejores a las personas, y yo quería formar parte de esa magia. Nunca fueron un impedimento para mí esas sandeces de «la música es solo un hobby», «las canciones no dan de comer», «solo puedes vivir de la música si tienes mucha suerte», etc. Nunca hice caso a lo que la gente decía, porque la música siempre fue mi salvación.

La cosa se iba complicando cada vez más a medida que los cursos iban avanzando, pero sin duda alguna lo peor llegó en el instituto. Además de ser la gordita, la empollona, la de los brackets..., empecé a ser la rarita de la música que al salir de clase se iba al conservatorio para seguir estudiando. Vaya, al final hice más amigos entre los profesores que entre los alumnos. A veces los niños pueden ser demasiado crueles. A día de hoy, incluso tengo un grupo de WhatsApp con esos profesores que fueron mi mayor apoyo; en el grupo comentamos Eurovisión y les enseño mis canciones antes de que salgan. Ellos me quieren, me cuidan y, en definitiva, se comportan como los amigos de verdad. Por lo que he contado hasta ahora, podría dar la impresión de que era una niña sin amigos, pero no fue así, puesto que en el conservatorio hice amistad con gente que entendía mi pasión y que se emocionaba con lo mismo que me emocionaba yo.

Años después, la vida empezó a complicarse en todos los aspectos. Para una cría de esa edad, resulta difícil sufrir acoso en el instituto y ver cómo sus padres se divorcian (y no en los mejores términos). Entonces mis problemas de ansiedad y de autoestima se agravaron, y aún sigo sin saber muy bien cómo manejar algunas situaciones. Por eso digo que es tan importante acudir a profesionales. Pero de esto hablaremos más adelante.

cap-3

2

Mi mejor regalo

«Claro de luna» - DEBUSSY

Creo que para comprenderme y entender mi personalidad tienes que conocer a mi hermana, mi mayor regalo. Es como cuando Bella va a casa de Edward a que le presente a los Cullen, por eso he elegido esta canción. Presentártela es algo complicado, puesto que no vas a poder conocerla en persona, pero la voy a introducir aquí porque este libro no tendría ningún sentido si no hablara de ella, y qué mejor que hacerlo en el comienzo, con un capítulo entero, porque no se merece menos.

Para imaginarte a mi hermana solo tienes que pensar en un bollito pequeñito que nunca crece, al menos para mí, y al que el nombre le va como anillo al dedo, puesto que se llama Dulce. Un bollito de leche, como los que comía la protagonista de la serie Celia... Vale, quizás no seas tan mayor como para saber de la existencia de esa serie. A veces me siento una anciana cuando hago este tipo de comentarios.

A lo que iba: mi hermana, el mayor regalo de mi vida, la luz de mis días y la persona que más me saca de quicio en menos de cinco minutos, pero, como dice mi canción para ella, «puede parecer que nos llevemos a matar, pero yo te diré que ni cinco minutos aguantaré sin besarte». Oye, esto de autocitar mis canciones me parece una auténtica fantasía del narcisismo, pero bueno, continuemos.

Yo diría que Dulce y yo nos parecemos bastante poco y a la vez, extrañamente, nos parecemos demasiado; no solo eso, creo que es una versión mejorada de mí, pero con mucho más carácter. Sí, tiene muchísimo carácter, aunque debo reconocer que es más buena que el pan y que posiblemente, si te hace daño, ni siquiera se esté dando cuenta.

Es la persona que más me enseña a ser fuerte y a quererme cuando creo que nadie más lo hace, me ayuda y me hace mejor persona, más incluso de lo que ella cree. A veces envidio (de manera positiva) lo bien que sabe defenderse, cómo se hace valer en situaciones difíciles. Ojalá pronto aprenda de ella. Probablemente, si fuera un poco más como ella me iría mucho mejor, pero no estoy aquí para lamentarme, todas tenemos nuestras cosas buenas y no hay que desear ser como otras personas.

La verdad es que admiro muchísimo a Dulce y, si

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