Mujeres agotadas y cómo dejar de serlo

Pilar Benítez

Fragmento

cap-1

El síndrome de la mujer agotada

Es un hecho: alrededor de los cuarenta años, cuando te reúnes con otras mujeres de tu edad con hijos, un tema de conversación recurrente es que estamos agotadas. El otro día leí un artículo en el diario El Mundo que aseguraba que en Inglaterra este síndrome, al que yo llamo «El síndrome de la mujer agotada», empieza a considerarse ya una epidemia. Por eso me pregunto: «¿Qué nos está pasando a las mujeres?».

En teoría, la sociedad debería contribuir a eso que llaman la «conciliación familiar», es decir, a que los padres y las madres puedan pasar tiempo suficiente con sus hijos sin dejar de atender sus responsabilidades profesionales, pero al final resulta que las mujeres acabamos haciéndonos responsables de casi todo: alimentar a la familia, cuidar a los demás cuando están enfermos, mantener la casa en orden, tener la ropa a punto, ayudar a los niños con los deberes... Y, por si eso fuera poco, no queremos ceder ni un ápice de nuestros logros en el terreno laboral porque sabemos, por la experiencia de nuestras madres y abuelas, que es fundamental ser independientes económicamente para no caer en situaciones desagradables con la pareja.

La psicóloga clínica María Jesús Álava Reyes explicaba, en una entrevista publicada en la revista Diez Minutos: «Los hombres se perdonan muy bien a sí mismos y a los demás, mientras que las mujeres perdonamos muy bien a los otros, pero somos demasiado autoexigentes y nos responsabilizamos de todo». ¿Te suena?

Muchas mujeres se sienten identificadas con esto. Tal vez nunca han pensado que son demasiado autoexigentes, pero en realidad se esfuerzan al máximo para tenerlo todo controlado, entre otras cosas porque el caos y el desorden les producen más estrés que estar siempre haciendo algo. Y eso, un día tras otro, acaba por agotarlas.

Muchos hombres ayudan: se ocupan de fregar los platos, se planchan su propia ropa, pasan el aspirador... Es de agradecer su colaboración, pero no se puede decir que esto sea exactamente «compartir las tareas». Aunque supone una ayuda, sigues teniendo la sensación de que eres la responsable de que todo funcione y que no te puedes relajar.

La mayoría de las mujeres se encargan de despertar a los hijos por la mañana y darles el desayuno para que lleguen puntuales a clase. Luego se van a trabajar, se ocupan de la casa y de la compra, atienden a los niños si se ponen enfermos, los llevan al médico, les compran la ropa (a veces también al marido), etc. Algunas tienen la suerte de que su madre, su suegra o una canguro recoge a los niños a la salida del colegio, pero luego vuelven a ser ellas las que les ayudan con los deberes, los bañan si son pequeños, les preparan la cena, el bocadillo del día siguiente y un largo etcétera de tareas. El marido suele llegar de trabajar muy tarde. Y, pobre, agotado.

Cuando lees sobre el tema, todos los expertos coinciden: hay que encontrar tiempo para una misma. Muchas lo intentan. Por ejemplo, se apuntan al gimnasio para hacer algo de deporte un par de veces por semana. Pero luego siempre hay algo más urgente o más importante, o bien llega el momento y están tan cansadas que lo último que les apetece es empezar a dar saltos en una clase de aeróbic. Y encima tienen que ver en la televisión o en la prensa las fotos de mujeres famosas con varios hijos y unos cuerpos que hasta las quinceañeras envidiarían.

Muchas mujeres acaban cayendo en un cansancio y un mal humor crónicos. En un artículo publicado en el diario El País, Mariana Fiskler, psicóloga especializada en mujeres, experta en temas de familia y escritora, decía: «El cansancio y el exceso de responsabilidades hacen que la mujer se torne irritable y que lo único que le interese al terminar sus deberes sea acostarse y dormir, con lo que los vínculos afectivos en torno a ella se debilitan. Después de haber puesto todo su empeño en que la familia funcione, se ha quedado sin energía para sí misma. Y todo el mecanismo falla».

Esto es exactamente lo que les ocurre a muchas mujeres.

PARA CAMBIAR HAY QUE ATREVERSE

No pienses que te hablo desde una posición alejada. Yo también he vivido el «síndrome de la mujer agotada». Hace años tuve un problema de salud grave que, después de algunas vueltas e incertidumbres, me llevó a la medicina natural y a una forma diferente de afrontar la vida. Luego seguí buscando recursos para poder atender todas mis responsabilidades y mi día a día sin volverme loca. Y finalmente, con el tiempo y la práctica, he logrado sentirme en armonía con mi vida y compaginar la crianza de mis cuatro hijos con una intensa y rica vida profesional.

Desde hace años hablo cada día con un buen número de mujeres a las que trato de ayudar de una manera u otra en mi consulta, en mis cursos y a través de mi página web www.sienteteradiante.com. Al cabo del tiempo me he dado cuenta de que se podrían clasificar en cuatro grupos según su situación o su actitud:

1. Las que sufren esa hiperactividad y ese agotamiento pero lo ven como algo normal porque lo han integrado y están convencidas de que la vida (en familia) es eso. Se han resignado y no se plantean la posibilidad de cambiar.

2. Las que se quejan de su vida, de que están agotadas, de que no tienen tiempo para ellas mismas ni para cuidarse, pero no se atreven a cambiar pues al menos tienen la situación bajo control y sienten que pisan terreno conocido. Les reconforta pensar aquello de «más vale malo conocido que bueno por conocer».

3. Las que están mal y saben que tendrían que cambiar pero no saben cómo o no tienen la energía para averiguarlo. (Este grupo es cada vez más numeroso.)

4. Y las que intentan cambiar su forma de vida pero les resulta muy complicado por circunstancias diversas, principalmente porque no encuentran una manera eficaz de hacerlo, una buena metodología de transformación, con lo que acaban siempre volviendo a la situación de partida o logrando avances tan mínimos que se desesperan.

A las primeras les diría que la vida no es sufrimiento y que no tiene por qué ser tan dura; que pueden cuidarse y tener tiempo para ellas; que hay otras formas de vivir y que no tienen por qué resignarse o adaptarse a una situación que las hace infelices y que, con el paso de los años, incluso puede empeorar. Muchas de ellas acaban llegando a los cuarenta y tantos en muy malas condiciones físicas y de desgaste personal.

A las segundas les diría que para cambiar hay que atreverse, hay que lanzarse, hay que probar y arriesgarse. Les diría que dejen de lamentarse, que las cosas no ocurren por culpa de los demás sino por nuestras propias decisiones. Y que la energía que utilizan en quejarse la utilicen para hacer cambios.

A las terceras les recordaría que hay una forma eficaz de cambiar de vida, de recuperar la energía vital, de cuidarse, de sentirse mujer además de madre y de llevar una vida más satisfactoria, tanto en el presente como con vistas al futuro.

Y a las cuartas, que lo que les falta probablemente es un método para cambiar y consolidar los cambios y que en este libro lo van a encontrar.

MARTA PODRÍAS SER TÚ

Cada uno de los doce capítulos del libro empieza con un episodio de la vida de un personaje, Marta, que podrías ser tú o una amiga tuya o una hermana o una compañera de trabajo. Marta se da cuenta

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