Legado de amor

Elsa Lucía Arango

Fragmento

Prólogo

En la cultura occidental la muerte es un tema tabú sobre el cual muchas personas no quieren siquiera oír hablar. Se evade, cuando no se la considera como una enemiga usurpadora. Aunque de manera formal, al encontrarse forzadas a platicar sobre ella, recurren al lugar común de señalarla como la mayor realidad que enfrentamos los seres humanos a la cual todos arribaremos, pero en realidad se le aproximan con temor y gran frustración, no pocos con molestia.

En general, la muerte en nuestra cultura ha sido vista con recelo y miedo. Es la enemiga por vencer. En numerosas familias se evade el tema aun cuando en su seno se encuentren ante el hecho cierto de un moribundo a quien no saben cómo aproximarse, atender, comprender y ayudar. Al tiempo, el enfermo desconoce muchas veces la mejor manera de expresar sus inquietudes, sentimientos y deseos materiales, emocionales o espirituales, ante la realidad que vislumbra inminente. Entonces es mejor no mencionar la muerte y convivir como si su presencia no existiera.

Desde el principio de la historia, algunos han pretendido negarla al punto de soñar con la posibilidad de la inmortalidad del ser humano. Quizá, como una muestra del miedo que se le profesa a la muerte, el sueño por la perpetuidad se ha mencionado desde los sumerios y su epopeya de Gilgamesh, pasando por griegos y romanos que la invocaron en mitologías y fábulas. Pero en nuestra historia más reciente también se encuentran quienes mencionan la posibilidad de curar o matar la muerte para lograr dominarla; y entonces se habla de la singularidad, del Millenium Project y de la inteligencia artificial como posibilidades para realizarlo.

La mayoría de los profesionales de la salud no se escapa de tener una visión y resistencia semejantes a la que se encuentra de manera más generalizada en la población occidental. Con un factor adicional en ellos, que puede incrementar el sentimiento de frustración ante lo inevitable, porque han sido formados con la idea ilusoria que su misión se trata de salvar vidas. La muerte no es un tema que se analice y estudie en las aulas universitarias de la salud salvo para, supuestamente, preparar a sus alumnos en el esfuerzo por vencerla.

A pesar de que el ejercicio profesional estará enfrentado a la realidad de la muerte, a los futuros trabajadores del sector no se les instruye con elementos esenciales para convivir con ella, reconocerla como el hecho natural que representa, comprenderla como una compañera leal de viaje y aceptarla con humildad cuando la evidencia de su presencia es tal, que supera a la ciencia y a los adelantos tecnológicos desarrollados y aprendidos, aunque mucho se desee aferrarse a ellos.

En los últimos años se han fortalecido corrientes de pensamiento y de atención en servicios de salud con una visión distinta sobre la muerte. Se ha entendido cada vez mejor, que la forma errónea como nos acercamos a ella en Occidente causa más dolor y sufrimiento a las personas e, inclusive, incrementa los costos económicos para los sistemas de salud. Los cuidados paliativos se han convertido en una herramienta muy importante para llevar consuelo y alivio a los moribundos y a sus familias en el momento más trascendental de sus vidas.

Sin embargo, todavía se debe trabajar mucho más para que haya mayor comprensión y la visión sobre el cuidado paliativo supere la especie de sentencia que lo identifica como una atención para “cuando no se puede hacer nada más por el paciente”. Por el contrario; el instante en el que la medicina convencional y la tecnología evidencian su incapacidad para mejorar las dolencias del enfermo y el equipo médico tratante se halla ante la imposibilidad de curarlo, es quizá el momento para trabajar con mayor énfasis y dedicación en aliviar el dolor físico, emocional y social que enfrenta la persona ante un padecimiento por el cual se intuye o se tiene la certeza que se halla en el trance final de su vida.

En el imaginario colectivo se mantiene la creencia que el objetivo del cuidado paliativo se limita a controlar el dolor físico; pero este se encuentra exacerbado en muchas ocasiones por los problemas emocionales que confronta, o no sabe confrontar el paciente y su entorno más cercano; como también por la dificultad que los paraliza para expresar sus sentimientos, despedirse, ofrecer disculpas, perdonar, dejar instrucciones o recordar con alegría y agradecimiento la vida compartida. Es aquí donde el cuidado paliativo acrecienta su valor y puede ampliar el horizonte de su acción para llevar sosiego y paz ante el dolor del desenlace.

Paralelo a lo anterior, filósofos, sociólogos, teólogos, antropólogos e historiadores, han estudiado cada vez con mayor detalle la relación del hombre con la muerte y en sus diversos escritos evidencian la necesidad de comprenderla y aceptarla como el hecho natural más importante de nuestra existencia. Además, el interés por ella se ha ampliado al sector de la salud y es notoria la creciente cantidad de literatura que proviene de médicos radicados en diversas latitudes del planeta, quienes desde experiencias personales y las derivadas del ejercicio de la profesión, se han interesado por conocerla más y entenderla mejor, para contribuir así a mitigar el dolor y el sufrimiento de sus confiados pacientes.

Esos profesionales de la salud, con sus investigaciones y análisis basados en la evidencia de sus experiencias proponen entender que todos somos mortales y vivimos una rueda en esta existencia que eventualmente nos conduce al mismo escenario de donde provenimos. Plantean la muerte como un nuevo amanecer a mundos invisibles y nos describen pruebas de la existencia de un lugar que llamamos Cielo con experiencias en él en medio de descripciones de su geografía. Presentan con estudios prospectivos certidumbres de una consciencia más allá de esta vida.

Para los escépticos, todas estas aseveraciones despiertan dudas y los argumentos de esos profesionales de la salud les pueden ser extraños y hasta molestos. En este mundo actual, tan sumergido en lo físico, lo tangible, lo manipulable y lo concreto; tan proclive al consumismo y al hedonismo, se necesita ser valiente y tener mucho carácter para difundir un conocimiento renovador que todavía no posee las métricas que las ciencias duras reclaman.

La ausencia de una explicación absoluta, apegada al método científico, no puede imponernos la premisa de desechar esa experiencia y ese conocimiento planteado por profesionales médicos serios, rigurosos y estudiosos; menos aun cuando es bien conocido que muchos de los grandes descubrimientos de la humanidad han surgido desde la fe o creencia casi ciega en una idea, unida a la observación metódica hasta que se corre la cortina y se devela el hallazgo.

Debemos considerar, por el contrario, que las revelaciones y testimonios de esos colegas de la salud nos deben estimular a profundizar en el estudio de temas tan fascinantes y trascendentes para la existencia del ser humano como son la muerte y la consciencia.

Elsa Lucía Arango, la autora del libro que usted tiene entre sus manos, es una de esas profesionales que mencio

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