Tu alma: Una joya para pulir

Paula López Espinosa

Fragmento

DE MUY NIÑO ME LLAMARON LA atención las geodas. Esas piedras que se presentan con un aspecto exterior rugoso, gris, sin gracia, hasta con cierta vulgaridad, pero que en su interior, desarrollan una maravillosa luminosidad, brillo, coloración y belleza deslumbrante. Recuerdo que cuando vi por primera vez una geoda, pensé que dentro de cada piedra, dentro de cada roca, existía ese universo multicolor y fascinante. Pero me detuve a observar y estudié en el colegio que resultan de la sedimentación de ciertos elementos, o la presencia de burbujas de gas que se producen en la solidificación de algunas rocas, y que favorecen, bajo condiciones determinadas, el desarrollo de cristales en su interior. No sé si esta explicación es científicamente correcta, pero para mí es existencialmente válida. Es decir, no toda piedra desarrolla estos cristales maravillosos en su interior, sino solo aquellas que pueden aprovechar sus circunstancias y elaboran con algo que se sedimenta en ellas mismas esta maravilla multicolor.

En el correr de nuestra existencia, todos nos cruzamos con piedras. La vida misma parece arrojarlas ante nuestro andar con la expectativa de ver qué hacemos con ellas. David la usó para derrotar a Goliat y liberarse de la opresión del gigante. Recuerdo a mi abuelo, quien las utilizó para construir un muro decorativo en el jardín de su casa. No puedo olvidar esas enormes piedras a la orilla del mar en las que nos sentamos esa noche de verano con mi amada para prometernos estar juntos para siempre.

Tampoco olvido esa piedra que arrojó un violento y abrió por la mitad la cabeza de mi amigo, que tan solo festejaba el triunfo de su equipo de fútbol; o aquella otra que usó un miserable para romper la vidriera del humilde negocio del barrio para robarle todo cuanto pudo.

Pero, por sobre todo, recuerdo a Miguel Ángel, quien “sacando lo que sobra” (como él mismo lo explicaba) descubría aquella maravilla que siempre está en el interior de cada piedra.

Y comprendo entonces que lo importante no son las piedras, sino lo que hagamos con ellas. Y que la vida no solo me tira piedras, también me ha dado la posibilidad de decidir qué hacer con ellas, para qué usarlas, cómo aprovecharlas. Comprendí que, de alguna manera, las piedras también son necesarias.

Paula López Espinosa, con una delicada manera de expresarlo, nos da cuenta de lo que ha hecho con sus propias piedras. Una colección de ellas, de distinto tamaño y peso, que constituyen su historia personal. Derrotó gigantes como David, rodeó su vida con un muro decorativo como mi abuelo y sentada sobre ellas, se comprometió a amar por sobre todas las cosas.

Pudo arrojarlas con ira, frustración y rencor, pero no lo hizo. Prefirió, optó por, como Miguel Ángel, sacar lo que sobraba para revelar la belleza que pudiera encontrar en ellas. Desarrolló así el arte del joyero. Aquel que puliendo rocas realza la belleza que en ellas palpita. Así, puliendo piedras, descubrió diamantes y, puliendo almas, revela personas.

Las piedras que la vida pone en mi camino no son buenas o malas en sí mismas. Ni las agradezco ni las maldigo. Están allí y —como todo lo que la vida pone delante de mí— deben ser aceptadas como propias de la existencia. Está en nosotros decidir qué hacer con ellas. Paula nos alienta a desarrollar el arte del escultor, la delicadeza del joyero. Sacar lo que sobra, revelar lo que encubren, descubrir lo que valen. Como señala el poeta, “golpe a golpe, verso a verso”.

¿TE FRUSTRAS MUCHAS VECES PORQUE NO eres consciente de tus barreras, tus miedos y tus precondicionamientos, los cuales irrumpen en tu vida sin avisar? La aceptación es el campo fértil donde se gesta la felicidad. Cuando se entiende que el sufrimiento es un gran maestro, pues te lleva a comprender que siempre construye aprendizaje y crecimiento; tu alma recorre pasos sagrados para llegar a la madurez emocional.

Tu corazón se agrieta cuando lo rompe el dolor; es entonces cuando está listo como terreno arado para ser sembrado, pues el terreno debe estar roto y blando para que cuando caiga la semilla, esta dé fruto.

En un corazón duro como piedra no entraría la semilla, pues está cubierto por el caparazón del ego. El alma llora y esas lágrimas son el riego del quebranto que abonan el corazón, en donde está penetrando la semilla para que nazca el fruto; luego, en medio de este proceso de gestación, debes regar la semilla. El riego es la oración, la contemplación, la meditación o el silencio interior.

Todos estos caminos, elegidos por cada ser, se convierten en el riego sagrado que nutre la metamorfosis del alma. Así como tú limpias tu cuerpo físico, también tu espíritu y tu cuerpo emocional necesitan una higiene periódica que consiste en lavar, podar y purificar todo aquello que lo contamina.

Imagina pasar días, semanas, meses y hasta años sin bañarte, sin limpiar tu cuerpo, tus dientes, tu pelo, tu aspecto físico; el mal olor empieza a destilar toda aquella contaminación bacteriana que aumenta por falta de higiene. Lo mismo sucede con tu alma y tus toxinas emocionales acumuladas. Si no las limpias ni las purificas, irán contaminándote y volviéndote una persona que construirá relaciones tóxicas con quienes la rodean.

Olvidamos quiénes somos y vamos por la vida sin crear consciencia, ni un espacio para la reflexión, sin detenernos a pensar adónde vamos. La mayoría de las personas buscan rituales espirituales en diferentes épocas del año, según su cultura, sus creencias y su fe. Expresan una necesidad del alma, que no debería quedarse en celebraciones de cultos externos y mecánicos, sino que debería ser más bien una verdadera conexión profunda del alma.

Las épocas en las que te detienes para descansar y conectarte con tu alma deberían provocar en ti una mirada hacia tu interior, como inspiración para pensar la vida y salir del modo robótico en el que a veces se vive. ¿Buscas el hacer más que el ser? Entre más busques el poder, el dinero y el placer, menos alcanzarás la plenitud y, en cambio, alimentarás el vacío, pues esta es la búsqueda desenfrenada del ego, que evita a toda costa la incomodidad para encontrar su aparente saciedad en el poseer.

Piensa por un instante que aquello que no eres capaz de dejar se convierte en tu dueño y te posee. ¿Cuál se

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