Soy una mujer holística

Maria José Flaqué

Fragmento

PRÓLOGO

Creo firmemente que todo pasa en esta vida por una razón, pero sobre todo, por una buena razón y, seguramente, fue eso lo que me llevó a escribir el prólogo de este libro. En este espacio quiero compartirte cómo me convertí en una mujer holística para introducirte en este manual de crecimiento.

Vivo en un constante aprendizaje de mí misma. Hasta hace poco tiempo vivía preguntándome: ¿por qué sucedió tal o cual cosa? Pero un día decidí transformar mi pregunta en un ¿para qué sucedió? Y eso me ha liberado de muchas historias mentales que se quedan en eso: historias. Nuestra mente vuela y empieza a inventar, culpar, etiquetar o juzgar porque es lo que mejor sabe hacer y, que quede claro, no pretendo cambiarla, pretendo solo observarla. A veces no me sale tan bien como quisiera, pero bueno, de eso se trata este juego de la vida: de aprender y seguir aprendiendo. Todos estamos en un proceso de aprendizaje diferente y por eso actuamos como actuamos. Justamente en eso se basa mi concepto personal de compasión y empatía.

A lo largo de mi vida me he sentido atraída por todas las cuestiones de crecimiento y desarrollo espiritual sin saber realmente por qué. Desde que tengo memoria tuve conciencia de la Gran Presencia que siempre camina conmigo (y con todos, claro) y me considero absoluta y devota creyente de Dios, Creador, Divinidad, Ser Supremo, Universo o como cada quien se sienta más cómodo llamándole. Desde que era niña siempre me cuestioné todo. Absolutamente todo. Mi duda principal era Dios y su presencia en mi vida. Estuve once años en un colegio religioso y orar era mi día a día. Sin embargo, allí se hablaba de Dios como un señor de barba blanca, inalcanzable, que continuamente repasaba la lista de lo que se debía hacer y lo que no y siempre te vigilaba para ver por cuál pecado castigarte más severamente. Ahora entiendo “para qué” estuve tanto tiempo ahí: para que estos conceptos y mi fe evolucionaran junto conmigo, ya que esta siempre ha estado presente y me ha acompañado a lo largo de toda mi vida. Si de algo me he agarrado ha sido de Dios y de su presencia en mí. Hace mucho dejé de creer en Él y comencé a vivirlo porque Dios siempre es bueno y Dios no está fuera de mí.

Vivo cada día con la compañía de un Dios amoroso, tierno, compasivo, guía y acompañante. Es el mismo que tiene todas las características de un padre en todo el sentido de la palabra, es decir, alguien que siempre busca lo mejor para sus hijos. ¿Cómo no sería así si todo nos lo dio Él? ¿Cómo nos podemos sentir culpables de usar lo que nos regaló para que lo usáramos? ¿Cómo puede castigarnos por ser como Él nos hizo? ¿Qué clase de dios o de padre sería? Y, como todo un padre, también es fácil tener acceso a Él, por lo que no hay que hacer cosas muy complicadas. Puedes pedirle ayuda como se la pides a cualquiera, puedes sentirlo de la misma manera que sientes el beso de tu hijo, esposo, madre, padre, hermano o amiga y puedes vivirlo de la misma manera que cuando haces eso que tanto te gusta.

Todo esto lo he ido descubriendo poco a poco y lentamente me ha ido transformando de adentro hacia afuera. A todos nos llega el momento y, si bien no necesariamente cambian las circunstancias de la vida como tal, podemos cambiar radicalmente nuestras percepciones, relaciones, actividades, pasatiempos, etc. Cuando eso ocurre, las emociones dejan de tener control sobre nosotros, pero aun así dejamos que se manifiesten, ya que tienen un gran sentido de ser y estar; si las reprimimos en el momento, después brotarán cuando menos lo queramos en forma de reacciones. Todo lo que sientes está bien, todo es correcto y apropiado, incluso las emociones que tachamos como “malas” o como “no deseadas”. Las emociones son buenas; ninguna te hace mejor o peor persona. En lo personal, no me gustaría vivir sin emociones. Qué aburrido sería todo. La clave, como en todo, está en la medida. El exceso —o el desborde emocional— es lo que convierte una relación funcional en una relación tóxica; una alimentación saludable, en una obsesión compulsiva; un rechazo ante una acción no deseada, en una ira agresiva inmanejable con consecuencias morales posteriores.

Soy fanática de lo absurdo y del autoconocimiento porque me ha llevado directamente a abrir mi mente, a descubrir lo más profundo de mí. Cada día me conozco más. Dejo de pretender ser algo e identificarme y esto me lleva a sentirme en paz, pero para eso es necesario llevar el proceso con desapego y aceptación, con ganas de estar bien sin prisa, sin estrés, ya que sería contraproducente.

¿Cómo lograr estar así? Estando contigo. Aprendiendo a estar sola, incluso si estás acompañada. Aprendiendo a escuchar el silencio. Aprendiendo a disfrutar de no hacer y de ser, de estar aquí sin perderte en eso. Yo también me preguntaba cómo tener paz, cómo tener ese contacto constante y siempre me decían que escuchara mi interior, y me desesperaba en la búsqueda, pero mi mente no me dejaba oír lo que internamente hablaba. Así que la única forma de encontrarlo fue meditando. Desde el día que comencé a implementar este hábito, mi vida se ha transformado completamente. Yo siempre digo que de todos los hábitos que recomiendo, el único que permanece pase lo pase es el de meditar a primera hora de la mañana, ya que ese hábito me ha reconstruido el alma y la vida, poco a poco y de manera muy sutil. Es un momento tan mío, tan respetado, tan básico para mi día, que ha sido mi puente directo a cualquier momento de paz que aspire.

Si no meditas, hazlo ya; si ya meditas, hazlo más. Así como cuando corres y logras unos kilómetros y siempre quieres más, lo mismo querrás cuando comiences a vivir todos los beneficios que la meditación te da. La meditación, entre muchas cosas más, me ayudó a observar los juicios constantes que generamos en torno a todo, pero los juicios que hacemos de las personas son los que más me llamaban la atención. Dejé de juzgar con emoción. Eso significa que puedo opinar —cuidado que el ego siempre quiere “opinar” y hacerte creer que es solo eso— sin un tipo de emoción de por medio, es decir, para dar un ejemplo, no considero igual decir que no te gusta o no consumes carne porque te parece tal o cual cosa (sería una opinión), a decir que no te gusta o no consumes carne con enojo, coraje y resentimiento a quien sí le gusta, pues sería un juicio más que una simple preferencia u opinión. Así que cuando noto que lo que voy a decir tiene emoción, no lo digo, porque, si bien sigue siendo un juicio que hice en mi cabeza, no lo alimenté con la opinión de otra persona, así que tiende a diluirse. Lo mejor de todo es que observo mi comportamiento y eso es lo que me ha ayudado enormemente a dejar de juzgarme a mí misma, porque seamos honestas: no hay peor juez que uno mismo y a ese no lo callas; ese está 24/7 diciendo lo que quiere y eso, eso es lo más desgastante que hay para tu mente y tu alma.

Claro que he tenido momentos muy oscuros en mi vida en los que llegué a dudar de mi fe y cuestionarla, pero no negarla y, justamente por esos momentos que ahora llamo aprendizajes, lejos de recordarlos con reproche, confusión, coraje o tristeza, los recuerdo como una película. Con detalles claros y otros no, pero sobre to

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos