Quiero escribirte esta noche una carta de amor

Ángeles Caso

Fragmento

cap-1

Introducción

ALGUNAS DUDAS

¿Alguien sabe de verdad lo que es el amor?

¿Una descarga química, una tormenta hormonal que nos obliga a tendernos hacia el otro/la otra con el cuerpo anhelante y la mente al borde del abismo?

¿El encuentro de dos almas predestinadas?

¿El reencuentro de dos almas que se conocieron —y ya se amaron, inevitablemente— en el pasado o en aquello que existe antes del pasado?

¿Es el amor un sentimiento universal?

¿Todas las mujeres y los hombres del mundo, durante millones de años —dondequiera que pongamos el límite más o menos caprichoso en el que haya comenzado esta forma de animalidad que llamamos «humanidad»—, han amado a otra/otro, deseando a ese ser, justamente a ese, como si no existiese nadie más sobre la tierra?

Un indígena shuar —nuestros antepasados lo llamarían «jíbaro»— me dijo una vez que en su lengua no existe la palabra «amor».

Ese fue, creo, uno de los descubrimientos más deslumbrantes de mi vida.

Si los shuar no conocen la palabra «amor», ¿quiere eso decir que no aman?

¿Quiere decir que no necesitan del sentimiento amoroso para desearse, gozar, reproducirse y protegerse mutuamente?

¿Quiere decir tal vez que en la condición humana más cercana a la naturaleza el amor no existe?

¿Porque no es necesario?

¿Porque aún nadie lo ha «inventado»?

¿O quiere decir que existe en ellos, como en nosotros, pero no saben nombrarlo?

Pero ¿existe lo que no se nombra?

¿Es entonces el amor una construcción cultural que adorna con palabras, gestos y sensaciones lo que no es más que un proceso bioquímico, puramente natural?

¿Amamos porque nos han dicho que debemos amar?

En tal caso, ¿podríamos evitar, si quisiéramos, la disolución de nuestro yo en ese sentimiento avasallador?

¿Amamos como nos han dicho que debemos amar?

¿Somos acaso las hijas amorosas, los hijos enamorados de los cuentos que nos han contado, de los libros que hemos leído, de las películas que hemos visto?

¿Se puede amar fuera de la historia, de todo lo que nos acompaña y nos determina en nuestras vidas?

¿Amaron de la misma manera la «intelectual francesa» del siglo XII Eloísa, sensible a su carne, enfrentada al Infierno, y la intelectual francesa del siglo XX Simone de Beauvoir, empeñada en destruir todo rastro burgués en su vida, descreída y antimoral?

¿Sintieron lo mismo, a pesar de su propio pensamiento, la epicúrea del siglo XVII Ninon de Lenclos, que rechazaba los tópicos sobre la pasión amorosa, y la romántica del XIX George Sand, decidida a morder el amor hasta sangrar?

¿Temblaron de igual modo —el alma y el cuerpo fusionados el uno en el otro— la joven estudiante de filosofía María Zambrano, castellana, avergonzada por la «mancha» suprema del embarazo a destiempo, anhelante del matrimonio, y su contemporánea rusa Marina Tsvietáieva, ardiente de buscar en el amor, sin límites ni casillas ni sexos decididos de antemano, la fuente fundamental de su inspiración poética?

¿Se ama de la misma manera a alguien del otro sexo que a alguien del propio?

¿Es el mismo amor el que sintió Elizabeth Barrett por Robert Browning que el que sintió Virginia Woolf por Vita Sackville-West?

¿El mismo anhelo, la misma esperanza, el mismo desgarro si todo eso —hormonas, cultura, cuerpo y alma— huye a esconderse y te aparta a manotazos para que le dejes libre el camino?

¿Es exclusivo el amor? ¿Elige a uno, a una, y solo sabe vivir para él?

¿O se puede amar a diversas personas a la vez, con la misma fuerza, el mismo empeño?

¿Fue más sincera Mary Wollstonecraft, que permitió —¿permitió?— que el Único la arrollase, destruyéndola, o Julie de Lespinasse, que amó a dos al mismo tiempo, con la misma intensidad?

¿Solo ama quien es valiente y está dispuesto a jugarse el cuello en el intento?

¿Es entonces el amor algo que únicamente conocen las diosas y los héroes?

¿Tienen que conformarse los cobardes con las migajas del banquete olímpico?

¿O es el más vulgar de los sentimientos, el que ilumina y arrasa por igual los palacios y las chabolas?

¿Amó más Charlotte Brontë, que arriesgó su reputación, que Emilia Pardo Bazán, que usó exitosamente todas las estrategias para no ser descubierta?

¿Se puede amar más y amar menos, como si hubiera una balanza-de-pesar-todo-ese-tumulto?

¿Y se puede no amar nunca, vivir toda la vida al margen de la convulsión?

¿Lo hacen los shuar?

Si alguien tiene respuestas, quizá debería, como le aconsejaría Marina Tsvietáieva, escribir un poema de amor. (O un largo ensayo sobre el tema.)

Yo, simplemente, en esta hora en la que ya he vivido mucho, sin respuestas, doy mi versión de sus historias de amor, y transcribo lo que todas estas mujeres dotadas de un talento gigantesco escribieron a los seres a los que amaron.

(Aunque no creo, la verdad, que ninguna de ellas, mis hermanas mayores, tuviese a pesar de todo muchas más certezas que yo sobre todo esto.)

Este es, supongo, mi homenaje a lo que he sentido, siento y sentiré.

Mi personal constatación del milagro.

ALGUNAS ACLARACIONES

Esta es una selección, en un doble sentido: una selección de quince escritoras que escribieron cartas a hombres o a mujeres a quienes amaron. Y, al mismo tiempo, una selección de algunas de esas cartas.

Sobre lo primero: no todas las escritoras que escribieron cartas de amor están recogidas aquí. Solo algunas. Por razones personales: mi admiración hacia ellas, o impersonales: su importancia literaria. Imposible, claro, incluirlas a todas, a riesgo de hacer una enciclopedia.

Sobre lo segundo: la mayor parte de esas correspondencias son muy extensas. He elegido tan solo algunas cartas representativas de sus sentimientos y de sus estilos literarios. Únicamente en tres casos, los de Eloísa, Hildegarda de Bingen y Charlotte Brontë, reproduzco las correspondencias al completo por ser muy breves.

Todas estas correspondencias están publicadas. A veces por decisión de las propias escritoras o de sus herederos. Otras veces, porque en algún momento alguien encontró las cartas y las consideró dignas de ser conocidas. No son por lo tanto materiales inéditos.

Sin embargo, en el caso de la mayor parte de las autoras que no son españolas, es la primera vez que pueden leerse en castellano. Solo las cartas de George Sand, Marina Tsvietáieva y Simone de Beauvoir han sido publicadas en España. Las de Eloísa y Ninon de Lenclos lo fueron hace siglos —textualmente—, y son por lo tanto inencontrables.

En la bibliografía que figura al final del libro indico todas las ediciones de las correspondencias que he utilizado. He traducido personalmente la mayoría de los textos. Solo en dos casos no ha sido posible, por razones que tiene que ver con los derechos de autor vigentes. Para las cartas de Marina Tsvietáieva, he recurrido a las ediciones de Minúscula y Renacimiento. Para las de Simone de Beauvoir, reproduzco las cartas ya publicadas por Lumen con anterioridad.

En cuanto a las biografías que acompañan las cartas de cada escritora, solo son aproximaciones a sus figuras y, en particular, a sus relaciones amorosas

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