Diosas de Hollywood

Cristina Morató

Fragmento

cap-2

La estrella indomable

La mujer que hay en mí, en Ava Gardner, siempre ha sido maltratada y ha sufrido decepciones. La vida no ha sido buena conmigo; es cierto que me ha dado éxito, riqueza y todo lo que podría soñar, pero por lo demás me lo ha negado todo.

AVA GARDNER

Cuentan que bastaba una mirada suya para que un hombre se enamorara perdidamente de ella. Resultaba tan hermosa y sensual que nadie escapaba a su hechizo. Ava Gardner, la morena más incendiaria de Hollywood, hizo de su tormentosa existencia la mejor de sus películas. Nada hacía imaginar que aquella niña que creció descalza y salvaje en el sur más profundo llegaría a ser la sex symbol que barrería a todas las demás. Nunca quiso ser actriz, hasta que un cazatalentos la descubrió y pensó que una belleza como ella debía aspirar a algo más que a una vida aburrida y provinciana. No sabía hablar, ni moverse con soltura en un plató, pero la cámara la quería como a ninguna. Con el tiempo trabajó con grandes directores de cine y encarnó a tentadoras vampiresas. A pesar de ser una buena actriz no se sentía orgullosa de su carrera y maldecía el alto precio que había que pagar por ser una estrella.

Alguien la bautizó como «el animal más bello del mundo», un apodo que detestaba. Su exuberante belleza fue su perdición y nunca se sintió a gusto en el papel de diosa del amor. Un amor que a Ava siempre le resultó esquivo. Pudo escoger entre una lista interminable de hombres atractivos, poderosos e influyentes: galanes de cine como Clark Gable y Robert Mitchum, toreros como Luis Miguel Dominguín y millonarios como Howard Hughes. Pero el hombre de su vida fue Frank Sinatra, otro espíritu indómito y atormentado como ella. Su sonado romance estuvo plagado de violentas peleas, broncas en público, infidelidades y borracheras que hicieron las delicias de la prensa sensacionalista.

Tras su aire felino y su leyenda de femme fatale se escondía una mujer vulnerable, insegura y necesitada de afecto. Al principio bebía para vencer su timidez ante las cámaras, y después para olvidar el dolor de sus heridas. En los años cincuenta, cuando era la estrella más fotografiada y deseada del mundo, llegó como un vendaval a España huyendo de sus escándalos. Quería alejarse de Sinatra, de la hipocresía de Hollywood y de los paparazzi que invadían su intimidad. Doce años de juergas, sexo y alcohol en aquel Madrid que nunca dormía le pasaron factura. Ni su triste y prematuro declive pudo con su leyenda. Fue hasta el final de sus días «la gitana de Hollywood». La estrella más bohemia, libre y auténtica de cuantas alcanzaron la gloria en la meca del cine.

LA CHICA DE LA FOTO

El primer recuerdo de su infancia fue el aroma del tabaco y el color verde brillante de los extensos campos que se perdían en el horizonte. Ana Lavinia Gardner nació el día de Nochebuena de 1922 en una granja situada en un polvoriento cruce de caminos llamado Grabtown, a las afueras del pueblo de Smithfield, en Carolina del Norte. Era la menor de los siete hijos de Mary Elizabeth Baker —a quien todos llamaban Molly—, una baptista escocesa de Virginia, y Jonas Bailey Gardner, un granjero irlandés dueño de una pequeña plantación. Molly tenía casi cuarenta años cuando dio a luz a su hija mediante cesárea. Se trataba de una mujer fuerte y robusta, a pesar de su metro y medio de estatura. De joven había sido muy hermosa, con unos grandes ojos marrón oscuro y un cutis de porcelana que causaba admiración. Su marido Jonas, con quien llevaba casada veinte años, era un hombre alto y delgado, de facciones duras y muy apuesto. Tenía los ojos verdes y un hoyuelo en la barbilla que Ava heredó. La actriz también sacó de él su carácter reservado y tímido. A pesar de que Jonas profesaba la fe católica, permitía que sus hijos asistieran a la iglesia baptista los domingos. El único libro que se podía leer en la casa de los Gardner era la Biblia.

La seductora estrella fue en sus primeros años una niña preciosa de tirabuzones rubios y rostro angelical muy mimada por todos. Su hermana mayor Beatrice —más conocida como Bappie— tenía diecinueve años y ya se había casado cuando ella nació. Luego la seguían Elsie Mae, Inez, Jack y la pequeña Myra. Su otro hermano Raymond murió cuando contaba apenas dos años de edad al explotar un cartucho de dinamita que cayó accidentalmente en la chimenea de la casa. Otras tragedias se cernerían sobre la familia. Un día su hermano Jack se escondió en el almacén de tabaco para darle una calada a un cigarrillo. Sin querer dejó caer la cerilla y en un instante se formó un gran incendio que destruyó el almacén y la maquinaria agrícola que allí se guardaba. Jonas no consiguió sacar adelante la granja y la familia se vio obligada a abandonar Grabtown. En poco tiempo vendieron la casa y las tierras, y se trasladaron al condado cercano de Johnston, en Brogden.

Ava tenía tres años cuando llegó a su nuevo hogar. Su madre encontró trabajo en la pensión donde se alojaban las maestras que daban clase en la escuela. Los Gardner pudieron instalarse en una zona de la casa y Molly fue contratada como cocinera y ama de llaves. Con su afable carácter y sus excelentes dotes culinarias pronto convirtió aquel lugar en un cálido refugio para las jóvenes profesoras que se hospedaban allí y tenían muy lejos a sus familias. De sus primeros años en la pensión de Brogden, Ava recordaba el trabajo extenuante de su madre cocinando suculentos platos, lavando la ropa y limpiando las habitaciones de la mañana a la noche. Las maestras estaban muy pendientes de la pequeña y por la tarde solían jugar con ella y la sentaban en su regazo para contarle cuentos. «Habiéndome criado en un hostal para maestras a veces me pregunto cómo no me convertí en una estudiosa de los clásicos, o algo así. Lo que adquirí, sin embargo, fue un sentido de la disciplina que me hizo comprender la importancia de desempeñar bien tu trabajo y de ser limpia y puntual. Tuve una buena educación rural, de la que no me avergüenzo. Me impuso los criterios que iban a acompañarme el resto de mi vida», recordaría la actriz. Ava comenzó a asistir a la escuela de Brogden y, aunque al principio mostraba una gran curiosidad por los libros de texto y sus profesoras la consideraban una niña muy lista, a medida que fue creciendo perdió todo el interés por el estudio. Con el tiempo lamentó no haberse esforzado en aprender más y, cuando ya era toda una celebridad y se codeaba con artistas e intelectuales, sintió un gran complejo por su falta de cultura.

«Lo único que odiaba del colegio era tener que meter los pies en aquellas cosas odiosas y restrictivas llamadas zapatos. Me encantaba sentir bajo los pies la tierra caliente, la hierba verde, el barro blando y el fluir del agua. Era un tipo de libertad muy especial, y aún hoy intento revivirla en cada oportunidad», dijo Ava. En verano ayudaba a su padre en la plantación de tabaco limpiando las larvas y gusanos de las plantas, y cortando con sus manos las hojas más maduras. Resultaba un trabajo agotador para una niña e incluso peligroso, pero a ella le gustaba la vida al aire libre y estar junto a su adorado padre. Aunque había segregación racial y la mayoría de los jornaleros empleados en las plantaciones eran negros, Ava siempre se sintió a gusto entre ellos. Uno de sus amigos de infancia se llamaba Shine, al que describía como «mi hermano negro y mi mejor amigo». Este muchacho llegaba cada año a Brogden para tr

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