Las historias que nunca contamos

Martha Figueroa

Fragmento

La_historia_que_nunca_contamos-5

Alejandro Sanz: cuando nadie me ve…

globo

Las fotos causaron mi asombro, pero más el video. Imágenes íntimas que muchas noches habrían causado el insomnio de Alejandro Sanz. Días de ansiedad y zozobra que lo llevaron al límite de su paciencia cuando se enteró, y denunció, que lo estaban extorsionando.

El chantaje y robo era lo de menos. Los secretos que había detrás de toda esta historia iniciada en Miami la víspera de la Navidad del 2006, fue lo que llevó al cantante a una angustia que sólo años después reconoció y contó en algunos programas de televisión.

En ese entonces la preocupación no era que el mundo supiera de la existencia de Alexander, el hijo que tuvo fuera de su matrimonio, con la modelo mexicana Jaydy Michel.

Había algo más en la desesperación y el enojo por el supuesto robo que habrían realizado sus empleados, Carlos González y su mujer, Sylvia Helena Alzate.

Esas noches sin dormir eran por la angustia de un secreto más poderoso: un video sexual.

El video que nunca creí que existiera, pero que un día llegó a ofrecerme un supuesto paparazzo hasta mi oficina en la torre SBS (Spanish Broadcasting System), un elegante edificio que, en aquel tiempo, pertenecía al magnate de medios Raúl Alarcón, ubicado en Coconut Grove, Florida.

Aquel misterioso personaje, quien nunca reveló su verdadero nombre, pero logró ingresar al edificio gracias a la ayuda del conocido del conocido…, (según me enteré después), me esperaba en una pequeña sala del mismo piso en el que se ubicaba mi oficina. Me encontré con él y le pedí que me acompañara hasta una de las salas de juntas. El “hombre misterio” hacía honor al apodo hasta por el tipo de ropa que vestía: todo de negro y unas gafas de sol. Me llamó la atención su atuendo. Cuando le pregunté en qué podía ayudarlo, no titubeo en su respuesta.

—Chico, yo soy el que te va ayudar—, me dijo.

Su actitud tenía un aire de soberbia, un tono acelerado, me hablaba de una súper exclusiva, de un escándalo del que todos hablarían, que mi portal de lamusica.com colapsaría, todo esto me lo contaba a una velocidad que correspondía a la misma habilidad que tenía de abrir un portafolio, encender una computadora portátil, colocar un USB y buscar un archivo entre muchas carpetas que abría y cerraba al mismo tiempo. Yo estaba sentado frente al paparazzi mientras él buscaba algo entre sus cosas, en esos momentos yo trataba de adivinar qué me mostraría.

Estaba acostumbrado a ver y recibir el material de los paparazzi, pero era poco habitual que llegaran hasta mi oficina, pues todo se manejaba a través de sus páginas o de correos electrónicos que enviaban con imágenes en baja resolución y que, hasta no cerrar alguna negociación, eran cambiadas por fotografías liberadas para trabajar y luego publicar.

La manera de actuar del “hombre misterio” me intrigaba, tanto, que pedí a mi editora de fotografía, Gabriela Ordoñez, que acudiera a nuestra reunión, al encuentro con lo que creí era un paparazzo, sin embargo, poco a poco fui descubriendo que este personaje siniestro no era lo que decía ser.

Mi editora llegó. Habían pasado 5 minutos y las fotografías comenzaron a aparecer una detrás de otra.

Shakira en bikini, Shakira con Fernando de la Rúa, Shakira en un yate.

Nada extraordinario, nada que me cautivara, ni siquiera para preguntar: “¿Cuánto por las fotos?”

Mi editora y yo nos veíamos. Conocíamos nuestras miradas sin decir una sola palabra. Pensábamos lo mismo.

Eran fotografías simples y muy rosas. No decían nada.

Imágenes bonitas para cualquier revista del corazón.

“Shakira y sus amigos famosos se divierten en un yate de lujo”, podría ser el encabezado del ¡Hola!

De pronto, un pantallazo.

—¿Miguel Bosé? —, pregunté.

—Sí.

—¿Desnudo? —, dijo Gaby, mi editora.

—Sí—, respondió de nuevo, no sin advertirnos (yo creo que para provocar nuestra curiosidad o morbo), que había más.

Shakira, Fernando de la Rúa, Miguel Bosé y Alejandro Sanz en un yate.

Las fotos atrevidas de Bosé y de una chica en muchas posiciones sexy, con poca ropa, que no pude identificar porque no era famosa, al menos no la conocía, pero supuestamente estaría relacionada con Alejandro Sanz.

—¿Cuánto quieres por las fotos? —, pregunté.

—50 mil dólares, 50 mil por todo.

—Eso no los vale, no, no me interesa—, le dije al tiempo que me levanté de mi asiento y me disponía a darle las gracias.

Estaba casi despidiéndolo cuando vi en su rostro una sonrisa y, con una actitud retadora, me preguntó.

—Y… esto, ¿tampoco te interesa?

Giró la computadora hacía mí y apareció un video. Mi mirada se centró en un sofá, una mesa de centro con algunos objetos y una vela encendida. A lo lejos se filtraba un rayito de luz de lo que parecía ser una ventana. Percibí un ambiente cozy, un ambiente agradable, también pude escuchar…

“Ella se desliza y me atropella y, aunque a veces no me importe, sé que el día que la pierda volveré a sufrir por ella, que aparece y que se esconde, que se marcha y que se queda, que es pregunta y es respuesta, que es mi oscuridad estrella…”

En escena una silueta, un hombre acomodaba frente a él algo, tal vez una video cámara y esa silueta tomó forma. No había duda. ¡Era Alejandro Sanz!

Volví a mi lugar, me senté, mientras seguía la misma canción casi en su clímax.

“…. sea, lo que quiera Dios que sea. Mi delito es la torpeza de ignorar que quien no tiene corazón. Y va quemando, va quemándome y me quema…”

Y, literalmente… ¡Alejandro Sanz se encendía, envuelto en su música y la pasión!

Sanz estaba cómodo, sentado en lo que podría ser su casa de Miami, España o cualquier otro lugar.

Ahí estaba Sanz, no había duda. Él solo, él, en un video. Él a placer y gozando su virilidad.

Y de pronto un click, apagó el video y de golpe también se interrumpió el momento más placentero de Alejandro Sanz.

—Hasta aquí—, dijo el paparazzi impostor.

Cerró la computadora portátil. Lo hizo a propósito claro está. Para negociar, para ponerle más interés a la venta y sacarnos, (bueno, a la compañía), los 50 mil dólares que estaba pidiendo, con la advertencia de que por ese video estaban pidiendo mucho más, pero por ser nosotros, SBS, lo dejaba a un precio especial.

Yo me preguntaba y me respondía. No le creí su oferta, mucho menos su bondad. Estaba claro que era un mercenario. Yo no había nacido ayer y también intuí, sin margen de error, que ese video era robado.

Inmediatamente pregunté cómo había obtenido el video y esas fotografías.

El paparazzo impostor dijo que no entraría en detalles.

En ese momento, y por si aún me quedaba una duda, entendí muchas cosas.

Le expliqué que, por tratarse d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos