Juan Carlos I

Fernando Ónega

Fragmento

cap-1

Una explicación

Él no lo sabe, ni tiene por qué saberlo, pero la idea de este libro se la debo al señor presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy Brey. Una vez, en la primavera de 2013, un periodista solicitó su opinión sobre el reinado de Juan Carlos I, y el presidente respondió con las palabras habituales: Su Majestad el rey ha prestado grandes servicios a este país en la Transición y el golpe de Estado del 23-F.

Gran verdad, me dije. El hecho de haber instaurado la democracia y las libertades en España no es pequeño mérito. Merece también un lugar en la historia el haber conseguido que no haya exiliados ni presos políticos en un país donde la disidencia se castigó con el exilio. La reconciliación entre las dos Españas que se habían enfrentado en una guerra civil y cuyos contendientes estaban todavía vivos, constituye una hazaña que sólo pudo haber sido realizada por un gigante de la concordia.

Sin embargo, si la valoración de un presidente del Gobierno en activo se reducía a méritos del principio de su reinado, era lícito preguntarse, y yo me lo pregunté, qué hizo el rey después del golpe de Estado. ¿A qué dedicó los treinta y dos años que median entre la llegada al poder de los socialistas (suponiendo que ése sea el final de la Transición) y el 2 de junio de 2014, fecha de su abdicación?

Las preguntas pueden y deben trasladarse a otros terrenos: ¿sería justo que Juan Carlos I, el hacedor de la democracia, fuese recordado por la cacería y los elefantes de Botsuana? ¿Resultaría lógico que toda la institución se viese censurada en la historia de España debido al daño causado por Iñaki Urdangarin, yerno del rey, marido de su hija la infanta Cristina, cuya avidez económica provocó uno de los graves escándalos de corrupción de este país?

Entendí que indagar en el trabajo del rey, sus aciertos, sus errores, sus infortunios, pero también su contribución a una larga estabilidad, y enmarcarlos dentro del conjunto de todo su reinado parecía contener algún sentido, por no decir alguna utilidad histórica y de aportación a la opinión pública. Y confieso que mantengo el mismo criterio, porque la monarquía está asentada constitucionalmente, pero también es discutida por las nuevas generaciones que no han vivido los valores y sacrificios de la Transición, ni conocen la dimensión de aquel esfuerzo de acuerdo nacional. La monarquía también figura en la hoja de cambios que manejan algunos de los políticos y partidos emergentes.

Este libro pretende ser la crónica de todo eso; el relato de la apasionante vida y obra de un rey cuya biografía refleja las increíbles contradicciones de medio siglo de historia: el rey que, como otros que le precedieron, llegó desde el exilio y, por fortuna, en su reinado terminó con esa vergüenza ancestral; el Borbón que se vio obligado a ganarse a un país que había sido educado contra los Borbones; el jefe del Estado que fue llevado al trono por un dictador y constituyó el gran motor del desmontaje de la dictadura…

He tratado de hilvanar esta crónica con testimonios de decenas de personajes que van desde Tita Cervera a Pablo Iglesias; desde los jefes de su Casa que vivieron el día a día en La Zarzuela a numerosos periodistas que convivieron con él en sus viajes por España o por el mundo; desde los políticos que bajo su cetro protagonizaron la vida de este país hasta los que no tuvieron oportunidad de conocerlo. Y surgieron muchos Juan Carlos: el solitario y el seductor; el arriesgado y el prudente; el impulsor y el moderador; el cuartelero de la disciplina militar y el disfrutón.

¿Cometió errores? Están en la memoria de todos. ¿Tuvo aciertos históricos? Me parece innegable. Por encima de esos fallos y esos aciertos encontraremos el balance global. En lo humano se mostró sensible a las necesidades ajenas, supo preguntar y escuchar, practicó la cercanía, compensó sus carencias con una formidable intuición y supo pedir perdón cuando tuvo que hacerlo.

Como jefe del Estado, fue un rey popular, no sólo en España, sino en el mundo. Supo arbitrar y moderar, como le encomienda la Constitución. No encontré ni un solo reproche en el cumplimiento de sus deberes y limitaciones constitucionales. Fue capaz de ceder el poder absoluto que heredó y que resultó fundamental para el éxito de la Transición, para ejercer las funciones que corresponden a una monarquía parlamentaria.

Quizá exageremos quienes lo consideramos el mejor rey de la historia de España, pero entiendo que ha sido un gran rey. Como se apunta en algún lugar de este libro, sin él tal vez hubiéramos alcanzado también la democracia, pero nadie puede asegurar que se hubiera conseguido de forma tan pacífica. Ése fue su mérito inicial, pero no olvidemos el posterior: el mantenimiento de la concordia en el país de los pronunciamientos y los conflictos civiles.

No hace falta decirlo, pero sí advertirlo: las páginas que siguen no son una biografía ni pretenden serlo, sino más bien un retrato basado en hechos biográficos y en testimonios. Si me ha salido un libro «a favor», como decimos en la jerga periodística, se debe a que esos testimonios están «a favor». Si me ha salido un libro crítico, es por torpeza del escribidor.

Quiero dar las gracias a todas las personas que dedicaron parte de su tiempo a ayudarme a cubrir mis lagunas —mis océanos— de desinformación o de interpretación. Y quiero dárselas especialmente al rey don Juan Carlos que, una vez más, tuvo la generosidad de explicarme alguna intimidad de su pensamiento, algunas claves de su reinado y… algunos silencios que debo respetar.

FERNANDO ÓNEGA

cap-2

1

Desvanecido en la historia

Dos minutos para despedir treinta y nueve años. Dos besos robados. Un balcón para la historia. Una Familia Real feminizada. Juan Carlos I explica por primera vez qué sintió al retirarse. La opinión pública, la ola que movía el trono.

«Nos vamos, ¿no?» Se lo preguntó dos veces, como si necesitara reafirmar el permiso para marcharse. Su hijo hizo un gesto de asentimiento. Y él giró su cuerpo maltrecho, castigado por los años, dolido a causa de los accidentes, la cadera tantas veces rota y las «visitas al taller», y entró en la penumbra del palacio, que era la penumbra de la historia. Se apoyó en su bastón y se desvaneció tras aquella puerta que daba al balcón de la plaza de Oriente.

Él no lo pensó en aquel momento, pero detrás de ese gesto tan sencillo, tan humano, tan normal, se escondía un acontecimiento de singular trascendencia: era una de las pocas ocasiones en que un rey de España abandonaba el trono sin ser depuesto por un espadón, sin ser derrotado en una guerra de sucesión o sin ser proclamada una república; en definitiva, sin verse expulsado del país. De aquel palacio había salido su abuelo Alfonso XIII el 14 de abril de 1931 con dirección a Cartagena. En aquellos salones no quedaban más que sus servidores, aterrorizados por la soledad y el miedo a las represalias. Fuera, los guardias tenían el encargo de cubrir su retirada y garantizar que no fuese ajusticiado por la turba

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