Manuelita

Pamela Murray

Fragmento

PRÓLOGO

Como aquella mujer a quien cantaba Bing Crosby en 1931, Manuela Sáenz “surgió de la nada”. Crosby, enamorado trovador, teme que su dama regrese a esa nada y desaparezca. Así ha sucedido con Manuela. Una vasta mayoría de observadores masculinos deseaban, esperaban, que regresara a la nada después de una suerte de breve interludio al que Andy Warhol, en un contexto distinto, denominaría “quince minutos de fama”.

Aun cuando en realidad nunca fue posible que Manuela desapareciera por completo, quedó relegada a uno de los rincones oscuros de la historia y tal vez habría permanecido allí si una relación íntima no la hubiera unido a un hombre heroico, Simón Bolívar, el “Libertador”, lo que ocasionalmente le valdría a ella misma el mote de “Libertadora”.

En América Latina, ya a mediados del siglo XX, Eva Perón, entre otras figuras, contribuyó a que el papel desempeñado por las mujeres en la historia fuera aceptable e incluso, al menos en algunos casos, admirable. Manuela fue célebre en su época, pero desde la perspectiva de la mayoría de los observadores esa clase de celebridad sería efímera. Durante la lucha por la independencia se toleraron excepciones a las normas de conducta. Sin embargo, una vez restaurada la normalidad, la sociedad latinoamericana volvería a su antiguo orden, en el que las mujeres podían aspirar al poder social pero no al político, salvo que, con discreción, ocuparan un lugar entre bambalinas. Al parecer, Manuela lo ignoraba. Ciertamente, no se destacaba por su discreción, lo que hacía igualmente posible que la tildaran de villana o de heroína.

Hija ilegítima —hecho suficiente para que la sociedad respetable le negara no solo su admiración sino incluso su aceptación—, Manuela creció en su Ecuador natal. A su debido momento, su padre logró concertar un matrimonio con un caballero de sólida posición y buenos antecedentes, aunque la terquedad de Manuela a menudo superaba su capacidad para manejarla. Ella, por su parte, si bien agradecía la seguridad económica que le ofrecía aquel matrimonio, lamentaba que su marido fuera terriblemente aburrido.

En las primeras décadas del siglo XIX, cuando la lucha latinoamericana por la independencia alcanzó una dimensión importante, Manuela Sáenz dedicó su formidable energía a la causa patriota. En 1822 conoció al Libertador, con quien comenzó una relación que, intermitentemente, mantendría a lo largo de ocho años. En pocas palabras, se convirtió en su amante preferida. Más allá de su enamoramiento, sin embargo, Bolívar la encontraba un poco excéntrica y se refería a Manuela como “la amable loca”. Sin duda, no la consideró tan loca cuando, en 1828, su coraje y su ingenio lo salvaron del asesinato. La relación entre ambos continuó hasta 1830, cuando Bolívar murió de tuberculosis.

Cada vez más desanimada y afligida por el desarrollo de los acontecimientos en Suramérica, confinada a una silla de ruedas como resultado de una lesión y, a partir de 1847, en aprietos financieros debido a la muerte de su esposo, Manuela se vio obligada a depender de la impredecible generosidad de otros. Sin embargo, durante un tiempo siguió dando rienda suelta a su pasión por la manipulación política entre bastidores. Si hubiera sido capaz de ver el futuro, seguramente no le habría impresionado que, en la década de 1830 y principios de la siguiente, un político estadounidense dominara su poderoso país y buena parte del mundo desde una silla de ruedas. Tampoco le habría sorprendido que a principios del siglo XXI Chile y Alemania tuvieran por presidentes a sendas mujeres, como ya antes había sucedido, por ejemplo, en Filipinas. Por el contrario, le asombraría que en el 2007 una mujer se postulara seriamente a la presidencia de los Estados Unidos. Sin duda habría considerado que ya era hora de que la realidad se ajustara a su propia concepción del mundo.

La mayor parte de los lectores debe conocer a Manuela solo por su heroico papel como protectora de Simón Bolívar frente a una pandilla de asesinos frustrados. Ahora, ya no es peligroso que “regrese de la nada”. Ella regresa en la biografía de Pamela Murray, encantadoramente escrita y producto de un importante trabajo de investigación, que la rescata como una de las más grandes figuras femeninas del hemisferio, una mujer que allanó el camino para que tantas otras mujeres de los tiempos modernos puedan manifestar su propia grandeza. A su manera, Manuela Sáenz ayudó a cimentar una nueva revolución en América Latina, vinculada a la verdadera emancipación e igualdad de la mujer, tan importante como la que Simón Bolívar lideró contra los españoles. Manuela Sáenz murió en 1856 en Paita, solitaria ciudad costera de Perú, lejos de la turbulencia política que adoraba, pero, vaya vida la que dejó tras de sí.

Fredrick B. Pike

Profesor emérito de Historia

Universidad de Notre Dame

AGRADECIMIENTOS

La escritura de este libro ha demandado mucho tiempo. El deseo de escribirlo surgió hace diez años; hacerlo realidad implicó un largo proceso, que en ocasiones parecía interminable. Es fruto de investigación en libros y documentos, del contacto con personas y lugares, de la consulta en bibliotecas y archivos de diversos países a lo largo de los años. Es resultado de la perseverancia, condición indispensable en la tarea de recuperar a una de las figuras históricas más sobresalientes y endemoniadamente escurridizas de la Hispanoamérica moderna.

Muchas personas merecen reconocimiento por su apoyo y asistencia durante mi empeño por rastrear una vida íntimamente entrelazada a la historia temprana de las naciones “bolivarianas”: Ecuador, Perú y, en particular, Colombia. En este último país, cabe mencionar a Juan Escobar y su esposa, Berta Arango de Escobar, junto a sus dos talentosas y amables hijas, Karla y Yohanna. La familia Escobar Arango siempre me procuró un lugar donde alojarme en Bogotá. Recién llegada a esa ciudad, su cálida y generosa hospitalidad —que entre otras cosas, me permitió monopolizar su computadora personal durante dos semanas— fue especialmente importante. También agradezco a Hedwig Hartmann, inigualable director del Archivo Central del Cauca, que hizo de mi primer viaje de investigación a Popayán (en 1998) una experiencia tan agradable como fructífera.

En Quito, Ecuador —durante una breve visita en 1996 y nuevamente en 1999—, los historiadores Guillermo Bustos, Jorge Villalba, S.J. y Fernando Jurado

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