Memorias dispersas

Humberto De La Calle Lombana

Fragmento

PRÓLOGO

La vida no es una secuencia lineal de hechos relevantes. Es más bien un collage. Pienso en este libro como una colección de instantáneas, momentos tan deshilvanados como la existencia misma, como ese caldo de anzuelos que es la memoria, que va y vuelve, que mezcla sentimientos y los transforma. Por eso quise narrar lo que ocurría tras los visillos. Meditaciones en solitario. Como en el juego de sombras chinescas que mi tío Manuel ejecutaba con maestría. Si el abrazo de dos manos puede ser un conejo, ¿por qué no valen tanto como el orden del día de la Constituyente, los pequeños incidentes, las curiosidades anodinas? ¿Lo anodino no es parte de la vida? El lector, si lo hay, puede ir en orden o en desorden. Dicho de otro modo, no hay un orden. Porque la simple secuencia de minutos y segundos en la vida no siempre ordena. A veces desordena. Ofrezco estos flashes como un acto de autovoyerismo. Un ejercicio de fisgoneo aprovechando la ventana abierta del confinamiento por la pandemia. Es también la forma de honrar a Rosalba, mi compañera, cuya compañía me sirvió de inspiración. Y es, también, una remembranza para mis hijos y nietos.

Pero si se me preguntara cuál es el propósito final de este libro, podría decir que es una suma de testimonios sobre la libertad como construcción que se logra día a día mediante la acumulación de pormenores, gestos, equivocaciones, contramarchas, y que, al enhebrarlos, terminan expresando un hilo, fuerte a veces, diluido en otras, sutil unas veces más. El hilo de la lucha contra el dogma. Ahora que se abre una incógnita en el mundo sobre lo que nos espera, cuando el autoritarismo ha abierto sus fauces valiéndose de un enemigo microscópico, el coronavirus, es pertinente llamar la atención sobre los riesgos de la intolerancia. Intento examinar la singladura de Colombia, a partir de varios momentos, pero sobre todo tomando como momento central el año de 1991 y la Constitución. Veo una sociedad que entró con entusiasmo a recorrer el camino del pluralismo, pero que a partir de cierto momento afronta un reflujo.

Uno de los catalizadores del retroceso proviene de decisiones políticas. Hay una deriva autoritaria en la coalición gobernante. No obstante, es difícilmente percibida por la opinión. En parte, porque la apelación al pueblo toma el ropaje de la democracia directa pero no para exaltar su enorme potencial democratizador, sino para afectar derechos de las minorías difícilmente labrados. Esta vestidura oscurece el panorama de la reflexión nacional. Y en parte, también, porque ante el aluvión de situaciones críticas, el espacio para las preocupaciones está copado. Algunos de los indicios de esta deriva aparecen para muchos como discusiones abstractas, de especialistas e intelectuales, bastante alejadas del coletazo social y económico de la pandemia, el acumulado de muertes y la persistencia de la violencia en ciertas zonas. “Con el fusil en la sien, no tengo forma de pensar en constitucionalismos”, me dijo un campesino. Otro elemento neutralizador es que tampoco puede decirse que el presidente Duque sea una especie de Pinochet. Las clásicas medidas de la represión pura y dura desembozada —torturas, juicios en cortes militares— no hacen parte del panorama. El aluvión de masacres y la oleada de asesinatos de líderes sociales y excombatientes se diluye en un continuum de violencias que hunden sus raíces en el pasado, argumento que el Gobierno ha utilizado con eficacia.

No obstante, el panorama acumula indicios preocupantes. Masacres a tutiplén. Asesinato de líderes y excombatientes son evidencia de un grado de descontrol territorial. Una muestra, también, de que la política de seguridad ha sido rebasada. Y de que la oportunidad que brindó el Acuerdo del Fin del Conflicto no ha sido aprovechada. Es probable, además, que, de cara al proceso electoral venidero, estos indicios se intensifiquen.

Una vieja tesis del partido gobernante, el llamado Centro Democrático, es la erección del Estado de opinión como columna medular del régimen político.

Aunque Álvaro Uribe sostiene que esta teoría la ha pregonado desde los años noventa, lo cierto es que su mayor efervescencia surgió a propósito de su frustrada segunda reelección. En varias ocasiones ha repetido que el Estado de opinión es una fase superior del Estado de derecho. Según versión de El Espectador del 15 de junio del 2019, el expresidente dijo que “el Estado de opinión está por encima del Estado de derecho y que, en sus propias palabras, será el pueblo colombiano el que irá creando las ‘condiciones de malestar’ para obligar a sacar adelante las reformas que propone”, afirmación que hizo a propósito de una iniciativa de referendo propuesta en esa ocasión para eliminar varias cortes, revocar los magistrados y derogar la jurisdicción especial de paz. Su oficina de prensa, sin embargo, expidió un comunicado para minimizar el alcance de las ideas expuestas.

En ese mismo contexto, ante una decisión de la Corte Suprema de Justicia que afectó al expresidente Uribe, su respuesta y la del propio presidente Duque fue la descalificación de la Corte y la reiteración de la apelación al pueblo para reformar la rama judicial.

En relación con los órganos de control, es cierto que el partido de gobierno ha logrado llevar a esos cargos funcionarios cercanos a la administración. Aunque ocasionalmente se ha planteado la iniciativa de asegurar que la Procuraduría esté en manos de la oposición, esta idea no ha sido llevada a la práctica. Es natural, pues, que la elección de los jefes de esas instituciones recaiga en personas que no se distingan por su animadversión al Gobierno. Pero, aun así, hay una larga tradición de nominación de personajes poseedores de una alta dosis de independencia. Lo mismo se predica de la Junta del Banco de la República, en cuyo caso la independencia es una orden constitucional. Hay amplios sectores de opinión que piensan que el Gobierno logró de diversas maneras, directas e indirectas, asegurar que tales órganos reposen en cabeza de personas cuya independencia ponen en duda.

La Colombia actual es la república del miedo. Todo el mundo tiene miedo de la pandemia, del desempleo, del hambre, de no tener las tres comidas al día, de la inseguridad callejera. Pareciera que el partido de gobierno también está inmerso en el miedo. O, al menos, ese es uno de sus mensajes políticos principales. Miedo a que Venezuela termine apropiándose de Colombia, miedo a que las elecciones las defina Cuba y miedo a perder las elecciones del 2022. Un esquema de este jaez es extraordinariamente paranoico. Quizás por eso el Gobierno se puede haber contagiado. Y que el abordaje de los órganos de control, del Banco de la República, de la Corte Constitucional, es como un propósito de apertrecharse a fin de resistir un largo sitio, asediado por antagonistas que concibe como malévolos corsarios.

Hay temas en los cuales el Gobierno ha adoptado un papel de guardián de la moral y las buenas costumbres. Tal es el caso de prohibiciones sobre consumo de alcohol en sitios abiertos y decomiso por parte de la policía de dos

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