Es mi turno

Ilia Calderon

Fragmento

Prólogo
Ante los ojos del odio

Toda mi atención se concentraba en su rostro. Es lo que recuerdo con mayor claridad a más de dos años de nuestro encuentro. Ese rostro que se había enrojecido de furia solo con verme y continuaba alterado, indignado. Los orificios de su nariz se le dilataban con la respiración agitada que intentaba controlar sin mucho éxito. Me respondía rápido, sudoroso, prendido como una mecha, sin dejar hablar a nadie. Y de pronto, lo escuché de sus labios:

—Te vamos a quemar.

Estábamos en medio de la nada, en una zona rural, remota, y en propiedad ajena. Nuestros celulares no tenían cobertura, y el sol comenzaba a caer rápido entre los enormes árboles que nos rodeaban. Árboles que parecían recordarnos que no sería fácil salir de ese claro del bosque si nuestros anfitriones no nos lo permitían. El olor a repelente de mosquitos de mis brazos se mezclaba con el de whisky y cigarrillo procedente de la boca de mi interlocutor, mientras la conversación, por momentos, se acaloraba más y más.

—¿Me va a correr de aquí? —acerté a preguntar, recordando las antorchas y la cruz que yacían en la tierra, a varios metros de nosotros.

—No, te vamos a quemar —repitió sin dudar, sin pestañear.

—¿Me va a quemar? ¿Cómo lo va a hacer? —lo corté, entre indignada y asustada.

—No importa cómo, lo dijo Dios —disparó, observando desafiante y con desagrado cada uno de los rasgos de mi cara.

Mi nariz, mis labios, mis pómulos, mi cabello. Aunque por mis venas corren mil y una herencias, todo en mí grita “negra”, y mis raíces africanas son incuestionables.

No hay duda: yo, Ilia Calderón Chamat, soy negra. Colombiana, latina, hispana, afrocolombiana, mezclada y todo lo que quieran llamarme o yo prefiera denominarme, pero negra. Con un apellido castellano-judío y otro árabe-sirio, pero simplemente negra a ojos del mundo. Y él, mi furioso interlocutor en ese remoto y desolado paraje de Carolina del Norte, era Chris Barker, el dirigente máximo de la orden de los Leales Caballeros Blancos del Ku Klux Klan. El mago imperial de esta rama supremacista blanca que se ha propuesto “volver a convertir Estados Unidos en nación blanca y cristiana, fundada en la palabra de Dios”.

—No quiere decir que lo hará físicamente… —su esposa intentó suavizar la tensión.

—Sí, físicamente sí lo haremos —la corrigió veloz, y regresó su mirada y sus palabras afiladas hacia mí—. Estás en mi propiedad ahora.

En efecto, estaba en su propiedad, rodeada de su gente, y en una discusión que ya no tenía marcha atrás. El sol ya se había ocultado por completo. La noche se comía el espacio a nuestro alrededor. Las únicas luces eran las de nuestras cámaras, que apuntaban al hombre que me decía con total frialdad, y con todas las sílabas, que “me iba a quemar”.

Sentí miedo, no lo voy a negar. Miedo como nunca. Miedo a que mi suerte ya estuviera escrita. Miedo a no volver a ver a Anna, a Gene, a mi familia. Y miedo a que tantas preguntas que siempre tuve se quedaran esa noche sin contestar.

Mejor me callo; mejor no le pregunto nada más y que su ira no escale, pensé por una milésima de segundo. Sí, el silencio, el sigilo, el mutismo que nos hace invisibles… como hemos hecho por los siglos de los siglos para sobrevivir, y que siempre nos ha funcionado… sí, como aprendí desde pequeña, como nos aconsejaron en la iglesia y en la escuela… callar, caminar de puntitas… ¿O no? ¿O mejor no me callo? Mi cabeza daba vueltas a velocidad vertiginosa. ¿Mejor le contesto y le digo que es un monstruo, que es un loco, que está enfermo, que está equivocado, que nadie me amenaza de esa manera? ¿Que yo soy un ser humano como él y no tiene derecho a hablarme así?

Con tanta emoción y confusión mi mente colapsó, sentada frente al odio hecho persona, y a merced de ese odio al cual siempre quise mirar directamente a los ojos, con la esperanza de encontrar tantas otras respuestas que buscaba desde niña: ¿Por qué nos rechazan?

¿Por qué el color de la piel nos define? ¿De dónde nace ese odio?

¿Qué nos une a los seres humanos y qué es lo que tanto nos separa, hasta el punto de repudiarnos de tal modo? Y, la pregunta más apremiante: ¿Cómo había llegado yo hasta aquí, y cómo iba a salir de esta… callando, como siempre, o confrontando?

Porque el silencio tiene un precio. Y, aunque yo lo ignoré durante casi toda mi vida, el silencio, como el odio, el amor, el miedo y el valor, también tiene color.

1.
Queroseno en el alma

Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.

Hermann Hesse

—Mira, marchan con la cara destapada —me dijo María Martínez, señalando las imágenes en el monitor de una protesta callejera con tonos extremistas—. Las cosas han cambiado.

Así es como empezó todo esto: con una simple observación de la vicepresidenta de asignaciones de Univisión. Porque no era “algo”, sino “mucho” lo que había cambiado a nuestro alrededor. Desde las pasadas elecciones presidenciales de 2016, resultaba innegable el resurgimiento del movimiento supremacista blanco y el auge de los crímenes de odio en general. Los titulares de los últimos meses lo atestiguaban: “Hispano golpeado mientras le dicen: regrésate a tu país…”, “Hombre en Portland grita insultos racistas antes de matar a dos…”, “Estudiante con conexiones supremacistas mata a militar negro en Maryland…”.

Aunque siempre ha habido discriminación, aunque esos insultos racistas y xenófobos siempre han ocurrido, hoy alguien con un celular graba una imagen que en minutos tiene una gran difusión. Y gracias a las redes sociales, nos estábamos enterando con más frecuencia de estas noticias que encontraban voces de rechazo en algunos sectores de la sociedad. Las imágenes que María me mostraba no eran las del Ku Klux Klan que habíamos visto años atrás, o que aparecían en libros de historia y en imágenes antiguas. Ahora, estos manifestantes se paseaban orgullosos, relajados, queriendo ser vistos e identificados, sin temor alguno a la ley o a la opinión pública. Ignorar este cambio sería ignorar una nueva realidad, y por eso decidimos profundizar en el tema y compartirlo con nuestra audiencia.

—Los vamos a contactar, a estos que gritan con las band

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