El poder de lo Invisible

Paula Moreno

Fragmento

PARTE I
El misterio de un ministerio

Era el primero de junio de 2007. Había llegado el momento de posesionarme como ministra. Una hora antes ya se encontraban conmigo mi familia, mis amigos de siempre, dos líderes del Pacífico de los movimientos de mujeres y los consejos comunitarios, así como varios embajadores y mis mentores. Éramos más de cincuenta personas congregadas en un salón de la Casa de Nariño, un espacio rectangular con pisos de madera caoba oscuro, con paredes de color crema con molduras blancas, con un espejo grande en el fondo que reflejaba todo el salón, y unos ventanales que generaban el efecto perfecto de la luz tenue por doquier. Los invitados estaban de pie a cada lado, haciendo una calle de honor, y en la mitad destacaba un gran tapete rojo que casi cubría el piso de toda la sala. En uno de sus costados ubicaron un trípode con dos micrófonos, uno para el presentador y el otro para el presidente.

Cuando llegaron el presidente y la primera dama comenzó la ceremonia. Yo no disimulaba mi nerviosismo. Lucía mayor porque en la peluquería me dejaron maquillada, peinada y vestida para verme como se supone debía lucir una ministra. Fue difícil ponerme en manos de desconocidos, tratando de adivinar cuál de ellos no era mi enemigo ya que en sus manos estaba la posibilidad de desdibujar o de caricaturizar, a través de mi imagen, quién era yo.

Una semana antes, en casa, mi mamá y yo nos habíamos dicho: “Este es el evento de nuestras vidas. Aquí no podemos improvisar”. Mi mamá llamó a conocidos, yo conversé con otros amigos y nos recomendaron una boutique muy elegante en la zona de moda más lujosa en Bogotá. Salimos con todas las tarjetas de crédito y débito y nos fuimos al lugar, donde nos esperaba un diseñador que cobró la mitad de mi salario como consultora, pero nos prometió un vestido que no iba a desentonar con la ocasión. En efecto, lucía un vestido verde manzana que me daba paz y luz. Sin embargo me sentía como una señora mayor. El diseñador consideró que la imagen de un ministro siempre debe ser de alguien mayor, y lo logró. Un amigo vio una foto de perfil que me hicieron en blanco y negro, y me dijo: “Paula, parecías una diva de los cincuenta”. Pensé: “Muy bien, esa no es la mujer que quiero proyectar: alguien del pasado cuando apenas tengo veintiocho años”. Ese día iba disfrazada para asumir mi nuevo rol.

El presidente llegó con la primera dama de la mano, caminando de forma rápida y enérgica, y doña Lina, como todos le decíamos, casi corría detrás de él. Ella era una mujer delgada de estatura media, de un cabello negro que mantenía corto, siempre muy discreta, sencilla y elegante. Ese día llevaba unos zapatos negros bajitos, un pantalón negro, una blusa blanca y un saco de cachemir negro. Apenas llegaron al salón los dos saludaron uno por uno a todos los invitados hasta llegar a la parte final, donde aguardaban mi mamá, Patricia, mi tía Cecilia y Carmen Cecilia, mi amiga, todas ellas al lado mío, casi como si se hubieran ubicado en el orden del peso que tenía cada persona en mi vida. El presidente y la primera dama se ubicaron en el segundo micrófono a la derecha y me invitaron a pasar a la mitad, entre el presentador y ellos. Se leyó la resolución, tomé juramento, me dieron la bienvenida y en diez minutos se acabó el protocolo.

Era la primera vez que asistía a una posesión y pensaba que tenía que pronunciar un discurso, como lo hacen los presidentes en las transmisiones por televisión. Así que escribí un discurso que no leí, pero que guardé y repasaba con frecuencia.

Discurso de posesión

En primer lugar, quiero agradecer a Dios por esta oportunidad y le pido profundamente que me llene de sabiduría, amor y fortaleza. Este nombramiento marca un referente histórico que trasciende, más allá de la persona que se posesiona hoy, a la juventud, las mujeres y los miembros de comunidades étnicas.

La cultura ha sido históricamente un determinante social de desarrollo, la mano invisible que motiva a las personas a mejorar sus condiciones de vida. Ha sido el principal motor del cambio y cohesión social en momentos de crisis; el fundamento de un nacionalismo que promueve la continua interconexión con lo global.

Mi compromiso es con todos los colombianos. Reconozco mi misión histórica y la asumo con la confianza de saber que desde la diferencia se aporta sustancialmente a la consolidación de una sociedad que nos refleje a todos y brinde oportunidades para todos.

La posesión fue tan corta que me sentí en el inicio de un reality y me preguntaba si alguien me estaría grabando; ¿sería posible volver a estar conmigo misma sin pensar en quién me observaba y como lo usaría?

Apenas terminó la ceremonia me despedí de todos, crucé la calle y, diagonal a la Casa de Nariño, a menos de cien metros, vi de frente la sede del Ministerio de Cultura: el Palacio Echeverri, un edificio neoclásico de tres pisos en la esquina de la calle. Cuando entré, me impactó que aún no me reconocieran los porteros —así hubiera estado varias veces antes en el proceso de empalme— pero además que la entrada al público se hiciera a través de una pequeña puerta que debía ser la del servicio de la casa, y que daba la sensación de una institución con acceso limitado. Una de las primeras cosas que hice fue pedir que cambiaran la entrada porque este periodo debía marcar un Ministerio de puertas abiertas. No tenía plantas; me di cuenta de ello mientras iba subiendo a la que sería mi oficina, lo que me hizo pensar en la sensación que quería generar a lo largo de mi mandato para darle calidez a ese espacio.

Entré a mi oficina, que era una de las salas del Palacio, rectangular, con un techo alto coronado con pintura verde y molduras color blanco, muebles muy clásicos y una sensación de amplitud y de frío. Pedí poner un mapa de Colombia grande al frente de mi escritorio, necesitaba tener el país en la cabeza. En ese primer momento miré el entorno y lo que más me gustó del espacio era que contaba con un equipo de sonido. Eso me ayudaría, pues necesitaba música. Así empezaba a darle vida a ese espacio, que poco después comenzaría a llenarse con cada uno de los detalles que la gente enviaba a mi oficina o que recibía en las visitas que hacía a los sitios más recónditos del país.

El experimento

Los primeros días pasaron y yo sentía, cada vez con más fuerza, que todo era un experimento. Para nadie resultaba ni obvio ni natural que yo fuera la ministra. Un experimento en el que mucha gente, incluso dentro del Gobierno y el Ministerio, esperaba que en un par de meses fracasara. Algunas personas en la Casa de Nariño no lo disimulaban. En ocasiones llegaban al punto de ni siquiera saludarme. Al principio sentía que nada se facilitaba, los trámites más sencillos se

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