Los monstruos en Colombia sí existen

Esteban Cruz Niño

Fragmento

Los monstruos en Colombia sí existen
Prólogo

Lo vi cuando llegó. Iba escoltado por dos funcionarios del INPEC y los tres avanzaban con pasos largos y rápidos. Su intención era clara: pasar lo más desapercibidos posible y así evitar las preguntas y las fotografías de los periodistas que se ubicaban más allá de la reja. Durante varias horas escuchamos su historia familiar, las memorias de su infancia y juventud, y las anécdotas de sus trabajos y de sus relaciones personales. Compartimos la hora del almuerzo, y mientras veíamos las noticias del mediodía, nos dio a conocer su opinión sobre la política en Colombia, el orden público y el presidente de turno.

En ese individuo más bien bajo de estatura y con músculos marcados, vestido con una camiseta roja y un jean azul, habitaba un hombre en apariencia agradable, de conversación sencilla y amable. Mientras lo miraba me resultó sencillo imaginarlo en las conversaciones con decenas de hombres, de quienes se ganó su confianza y se aprovechó de sus necesidades para embaucarlos y, después, cerrar la trampa sobre ellos.

Al hablar sobre los homicidios, su complejidad, la supuesta habilidad del agresor, la vulnerabilidad de las víctimas y otros detalles, su contundencia verbal fue disminuyendo, y aunque negó su participación, al final de la jornada sus palabras, el cansancio que trae consigo sostener una mentira por tanto tiempo y sus gestos lo fueron traicionando, y poco a poco la admisión de responsabilidad se hizo presente; no obstante, largo sería el camino para llevarlo ante un juez para que pagara por sus acciones. Al terminar, pensé que esas mismas manos que cruzaba en forma de despedida habían dispuesto un cruel desenlace para decenas de hombres dedicados al mototaxismo, que solo buscaban mejorar o, al menos, mantener la calidad de vida propia y de sus familias.

Sí, Luis Gregorio Ramírez Maestre era un sujeto de agradable conversación, incluso su apariencia sugería algo de candidez, pero nada de ello le restaba que era un asesino en serie. De él y de hombres como él, que lo precedieron y sucedieron, trata este libro.

Los monstruos que habitan las páginas de este texto distan mucho de los vampiros, hombres lobo o seres provenientes de la psique de H. P. Lovecraft o de Stephen King. Son seres humanos que, como cualquiera de nosotros, piensan, comen, duermen, usan el transporte público e incluso trabajan, y cuya monstruosidad no radica en su apariencia sino en lo que hay en su cabeza; en sus retorcidos pensamientos y oscuros deseos, y quizás es ello lo que los hace aterradores en verdad: no hay nada en su aspecto que advierta sobre el peligro, no hay forma de saber si la persona que se encuentra al lado es un asesino en serie.

Con el tiempo, los asesinos en serie se han convertido en un fenómeno de la mass media, como protagonistas de impactantes series de televisión, películas o best sellers; sin embargo, más allá de la espectacularidad y crueldad de sus acciones existe una complejidad que aún abruma a criminólogos, psiquiatras, psicólogos forenses y otros profesionales, cuya curiosidad y necesidad de comprender y prevenir los han hecho asomarse al abismo.

Contrario a lo que la cultura popular ha señalado, el término asesino en serie fue acuñado por primera vez en 1936, año en el que Herbert Russell Wakefield, novelista y entusiasta de la criminología, describió a Henri Désiré Landru, homicida de varias mujeres en Francia, como un asesino en serie, debido a lo sistemático de las muertes de sus víctimas. Con el paso de las décadas, el concepto ha ido adquiriendo nuevos matices en función del tipo de actuar del delincuente, el número de víctimas, las características de la escena del crimen, el periodo entre los ataques, y otras variables; no obstante, desde el 2005, luego del Simposio “Asesinato serial. Perspectivas multidisciplinarias para investigadores”, auspiciado por el FBI, expertos de diferentes lugares del mundo acordaron que un asesinato en serie es el “homicidio de dos o más víctimas por el(los) mismo(s) delincuente(s) en distintos eventos”.

Hoy en día, gracias al interés que este tipo de delincuentes despierta, es posible encontrar gran cantidad de información en internet, siendo mucha de ella procedente de los casos ocurridos en Estados Unidos, principalmente en la década de los setenta y ochenta, cuando nombres como Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, John Wayne Gacy, Richard Trenton Chase y Ed Kemper adquirieron una escalofriante notoriedad y recordación. Esta circunstancia ha hecho que se considere el fenómeno de los asesinos en serie algo exclusivo de la sociedad norteamericana, pero nada estaría más lejos de la realidad, y para refutarlo está el trabajo de Esteban Cruz Niño.

Diez años han pasado desde que leí Los monstruos en Colombia sí existen, un documento que muestra de manera innegable lo que bien se sabe en el ámbito judicial, pero que no se había escrito con la contundencia y el rigor con que lo ha hecho Esteban: que los asesinos en serie son una realidad en Colombia, son una arista subrepticia de la violencia que vivimos en el país, y que los casos no se limitan a Pedro Alonso López o a Luis Alfredo Garavito. El gabinete de asesinos en serie colombianos que cubren las páginas a continuación exhibe a osados delincuentes que cruzaron las fronteras nacionales para extender su manto de muerte; algunos exhibieron una habilidad escalofriante para disminuir las defensas de cualquiera a su alrededor, otros plasmaron la extrema crueldad de sus fantasías y motivaciones en los cuerpos de sus víctimas, y unos cuantos hicieron de la frialdad su carta de presentación. Sin embargo, todos, sin excepción alguna, expresaron su absoluto menosprecio por la vida humana.

Por diferentes circunstancias he compartido espacios con Esteban y he tenido el gusto de ver y reconocer la forma en que ha crecido como escritor y como divulgador en determinadas materias. Esto, sumado a su formación y rigor académico, han sido la receta para componer la narración de la vida y obra de cada uno de estos delincuentes seriales, e incluso ir más allá.

Con destreza admirable, Esteban tejió las historias de estos hombres con la historia de un país, dilucidando con ello décadas y décadas de tramas sociales y culturales que favorecen y mantienen a un asesino en serie: violencia intrafamiliar, desequilibrio y vulnerabilidad social, desprotección de derechos fundamentales, aparatos estatales inefectivos, entre otros. Detrás de cada muerte, estos asesinos plasmaron su narrativa personal, y además las narrativas de la sociedad y del tiempo en que actuaron.

El público en general, así como los profesionales en áreas del conocimiento relacionadas con este tipo de temáticas, encontrarán en este libro una radiografía de más de cincuenta años de historia de lo que ha sido el homicidio serial en Colombia; un recorrido que, además de ilustrativo, confío sea toda una experiencia de aprendizaje, de reflexión, y que sirva como insumo para

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