¡Quiero cambiar el mundo!

Carlota Calderón Arrechea

Fragmento

Quiero cambiar el mundo

Aunque durante dos meses Itzel ha escuchado hablar en las noticias sobre un nuevo virus desconocido, cuando su madre avisa, una noche durante la cena, que a partir del día siguiente las únicas salidas permitidas en la familia serán al supermercado o a la farmacia, siente que se trata de una medida exagerada.

Sus hermanas, Yareni y Xipil, están felices y bailan encima de la silla para celebrar que ya no tendrán que ir a la escuela, pero a Itzel la noticia le cae como un jarro de agua fría. Lleva meses trabajando en Oasis, su empresa social, y ya casi tiene listo un sistema que capta el agua de lluvia y que puede ser utilizado en casas sin abastecimiento.

La situación del confinamiento era muy inconveniente para Itzel: el jueves la esperaban varias familias de la comunidad de San Andrés, en Xochimilco, para recibir un taller en el que reflexionarían sobre la falta de agua en su colonia. Por si fuera poco, los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y ella necesitaba ir a la universidad para hablar con los profesores. Al menos esos fueron los argumentos que Itzel recitó sin éxito a sus padres, pues su mamá no estaba dispuesta a relajar las medidas y su papá no estaba dispuesto a intervenir para ayudarla.

—El coronavirus ya ha cobrado la vida de miles de personas en China, Italia o España. En México también comenzamos a ver los efectos —sentenció su papá—. Debemos ser previsores y responsables.

—¿Pero cómo voy a cambiar el mundo si el mundo se ha parado? —le dice una desanimada Itzel, con los ojos fijos en el plato que apenas ha tocado.

—La vida sigue, Itzel. Si quieres cambiar el mundo tendrás que hacerlo sin moverte de tu cuarto —le contestó su madre con una enorme sonrisa, con la confianza de que su hija encontraría el camino.

Apenas unos días después la universidad envía un mensaje a los estudiantes: las clases continuarán en línea a partir del lunes. Era evidente que todos tendrían que aprender a vivir diferente.

La primera de las clases la da la profesora de sociología, Gabriela del Monte, una de las profesoras más peculiares que ha tenido Itzel, y también su favorita. Por correo, invita a sus estudiantes a unirse a una lección que ha llamado “Bienvenidos al nuevo mundo: cómo cambiar la mente para trabajar de forma remota”. A la profesora del Monte le gusta la gente que piensa diferente, sin importar si sus ideas son un poco extrañas al principio.

La clase comienza con la profesora de pie, frente a la computadora. Los vistosos colores de su atuendo de estilo mexicano iluminan el rostro de Itzel en la oscuridad de la habitación, mientras la profesora del Monte mira a la cámara y dice muy seria:

—Estamos viviendo una grave crisis colectiva en la que vemos fallar no sólo nuestro sistema de salud, sino nuestro sistema político y económico. En nuestras manos está dejarnos arrastrar por la incertidumbre o verlo como una oportunidad para el cambio. Hoy vengo a hablarles del cambio.

La profesora del Monte les habla sobre cómo todos han crecido escuchando que tienen que competir los unos contra los otros porque los recursos son escasos pero, ¿y si esto no fuera del todo cierto? Como una filósofa en el ágora, abre sus brazos y exaltada les dice que vivimos en un mundo de abundancia, pero cuyos recursos han sido mal gestionados por los seres humanos para que todos los seres vivos disfruten su parte. La colaboración, no la competencia, es el rasgo característico de la especie humana, cuyos miembros saben organizarse con quienes comparten sus mismos valores, en lugar de aceptar ciertas estructuras que no funcionan para el bienestar colectivo.

—¡Estamos dormidos pero ya es hora de despertar! —tras un largo silencio, que mant

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