Escuadrón Cielo: La colección

Brandon Sanderson
Janci Patterson

Fragmento

Capítulo 1

1

El día en que llegó el zapador, yo estaba mirando las estrellas.

Ni siquiera después de tantos meses me había acostumbrado a vivir en el cielo. Había pasado la infancia bajo tierra, en una caverna tan profunda que llegar a la superficie podía costar horas enteras. Allí me había sentido a salvo, enterrada bajo kilómetros de roca, con otras cavernas escudándonos por encima de la que era mi hogar, allá abajo, donde nada podía alcanzarnos.

La gente me llama FM, pero mis padres me pusieron el nombre de Freya en honor a la diosa guerrera de nuestro antiguo acervo. Yo nunca fui una gran guerrera. La gente se esperaba que hiciera el examen de piloto y confiaba en que me graduara, pero después de hacerlo sorprendí a todo el mundo con mi decisión de seguir volando. Siendo piloto de pleno derecho, podría haberme dedicado a cualquier trabajo que quisiera en la seguridad de las cavernas. Sin embargo, había escogido mudarme desde la superficie del planeta, abierta y extraña y expuesta, a una de las enormes plataformas que orbitaban en torno a él, escudando Detritus del exterior. A mi padre le había dado por decir que me había enamorado del cielo, pero era justo lo contrario: el cielo me aterrorizaba. Era tan amplio e inmenso que me daba miedo caer a él y que se me tragara.

Por encima de mí, las otras plataformas que dominaban el firmamento se entrecruzaron de nuevo, impidiéndome ver la eterna negrura salpicada de aquellas extrañas estrellas blancas, de las que antes de alistarme en la Fuerza de Defensa Desafiante solo había oído hablar. Sonó una alarma, un pitido en mi radio indicando que mi escuadrón tenía programado un despegue inmediato. Era normal que convocaran a los escuadrones al azar y, de hecho, llevaba respondiendo a sirenas sin previo aviso desde mi primer día como cadete.

Pero ese día faltaba la mitad de mi escuadrón. Los demás habíamos supuesto que su ausencia nos concedería un tiempo de permiso extraoficial, que mientras nuestro jefe de escuadrón, Jorgen, estuviera en el planeta, seríamos los últimos a quienes llamarían.

Al parecer nos equivocábamos. Cuando llegué al hangar, comprendí el motivo al instante. No solo habían convocado a nuestro escuadrón. Todos los cazas estaban preparados y el equipo de mantenimiento hacía a toda prisa las últimas comprobaciones mientras los pilotos corrían hacia sus naves y saltaban a sus cabinas.

Busqué a mis compañeros. Sin jefe de escuadrón, no podíamos despegar hasta saber quién estaba al mando. En esos momentos solo había otros cuatro miembros de mi escuadrón residiendo en la Plataforma Primaria: Kimmalyn, que formaba parte de mi equipo original, y nuestras tres incorporaciones más recientes, Sadie, Tenderete y Gatero. Nedd y Arturo habían bajado al planeta con Jorgen, así que lo más probable era que nos pusieran al mando a Kimmalyn o a mí, pero yo no quería ser jefa y sabía que Kimmalyn tampoco.

Aún no veía a nadie del Escuadrón Cielo, pero mi amiga Lagartija del Escuadrón Pesadilla estaba haciéndome señas desde su cabina abierta. Lagartija tenía unos brillantes ojos azules y pelo negro que le llegaba a la cintura. Yo no sabía cómo podía llevarlo tan largo, porque el mío ya empezaba a molestarme si me lo dejaba hasta los hombros. El verdadero nombre de Lagartija era Leiko, pero le pasaba como a mí y casi todos la llamaban por su identificador de vuelo.

—¡FM! —exclamó Lagartija—. Van a combinar vuestro escuadrón con el nuestro. Napia dice que os llamemos cuando vayáis llegando y que configuréis la radio en nuestro canal.

Gracias a las estrellas. Habría seguido a cualquier líder de escuadrón, por supuesto, pero ya había volado antes a las órdenes de Napia y me llevaba bien con muchos miembros del Escuadrón Pesadilla. Lagartija era más o menos de mi edad; había entrenado como cadete en la promoción anterior a la mía. Los pilotos de segundo año tendían a meterse con los más novatos, pero el Escuadrón Cielo se había hecho más o menos legendario gracias a nuestra compañera Peonza, lo cual nos había ganado un respeto con el que la mayoría de los pilotos recién graduados solo podían soñar.

—¿Sabes qué pasa? —pregunté a Lagartija.

—Ni idea —dijo ella—, pero Napia ya ha despegado. Más vale que vayamos saliendo.

—Gracias, Lagartija.

Corrí hacia mi caza y de camino vi que Kimmalyn ya estaba en su cabina. En el momento en que entré en la mía, encontré una luz intermitente y activé su canal privado en el comunicador.

—FM —dijo Kimmalyn mientras yo ponía a punto mi caza—. ¿Sabes qué está pasando?

—No —respondí—. ¿Será alguna clase de ataque?

Era frecuente que tuviéramos que ocuparnos de pequeños grupos de cazas krells, aunque solo un ataque verdaderamente masivo justificaría convocarnos a todos a la vez.

—Yo tampoco lo sé —dijo Kimmalyn—. Pero acabo de ver a Peonza. Ha vuelto.

Parpadeé sorprendida y las manos se me quedaron quietas sobre los controles. Spensa había logrado usar sus extraños poderes psíquicos para salir de nuestro pequeño planeta condenado y marcharse a una enloquecida misión de espionaje, intentando robar al enemigo la tecnología de los hipermotores. Hasta que tuviéramos esa tecnología, estábamos varados allí, como peces en una cuba de crecimiento esperando a que los arponearan. Peonza llevaba semanas fuera y yo sabía que Jorgen y el almirante Cobb estaban preocupados por si no regresaba nunca.

—¿Nos ha traído un hipermotor? —pregunté.

—No lo sé —respondió Kimmalyn—. Pero dudo mucho que esta llamada sea una coincidencia. Me imagino que lo que ha traído son problemas. Como dice siempre la Santa, los problemas se siguen entre ellos.

Supuse que Kimmalyn estaba en lo cierto. Por mucho que me alegrara de que Spensa hubiera vuelto, no creía que fuese buena señal para ninguno de nosotros. Cuando sucedía un desastre, lo normal era que Peonza estuviera allí, justo en el centro. No era que los provocara ella necesariamente, pero sí que parecían seguirla de un lado a otro.

Activé mi anillo de pendiente y me propulsé fuera del hangar para unirme a la multitud de naves que ya estaban en el aire. Nuestra base flotaba muy alta por encima del planeta, formando parte de las gigantescas capas de plataformas y escombros que impedían casi por completo ver el cielo desde la superficie.

Tirda, qué montón de naves había allí arriba. Fuera cual fuese el problema que había seguido a Peonza hasta casa, el almirante Cobb no estaba reparando en efectivos para detenerlo. Si ese era el día que la Supremacía había escogido para destruirnos, íbamos a tener que enseñarles lo peligrosos que éramos.

Cambié al canal de comunicación del Escuadrón Pesadilla y Kimmalyn y yo volamos hasta las coordenadas que nos proporcionó Napia, en un hueco entre algunas plataformas próximas. Casi todos los miembros restantes del Escuadrón Cielo ya estaban allí, entre ellos Tenderete y Gatero, unos tíos muy majos con los que era divertidísimo pasar el rato, pero que tenían ciertas carencias en lo relativo

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