La guerra de Calibán (The Expanse 2)

James S. A. Corey

Fragmento

Creditos

Título original: Caliban's War 

Traducción: David Tejera Expósito 

1.ª edición: octubre 2017 

© 2017, Sipan Barcelona Network S.L. 

Travessera de Gràcia, 47-49, 08021 Barcelona 

Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. 

www.edicionesb.com 

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-853-2 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. 

Contents
Contenido
Dedicatoria
Prólogo. Mei
1. Holden
2. Holden
3. Prax
4. Bobbie
5. Avasarala
6. Holden
7. Prax
8. Bobbie
9. Avasarala
10. Prax
11. Holden
12. Avasarala
13. Holden
14. Prax
15. Bobbie
16. Holden
17. Prax
18. Avasarala
19. Holden
20. Bobbie
21. Prax
22. Holden
23. Avasarala
24. Prax
25. Bobbie
26. Holden
27. Prax
28. Avasarala
29. Holden
30. Bobbie
31. Prax
32. Holden
33. Prax
34. Holden
35. Avasarala
36. Prax
37. Avasarala
38. Bobbie
39. Holden
40. Prax
41. Avasarala
42. Holden
43. Bobbie
44. Holden
45. Avasarala
46. Bobbie
47. Holden
48. Avasarala
49. Holden
50. Bobbie
51. Prax
52. Avasarala
53. Holden
54. Prax
Epílogo. Holden
Agradecimientos
caliban

Para Bester y Clarke,

responsables de que estemos aquí

caliban-1

Prólogo

Mei

—¿Mei? —dijo la señorita Carrie—. Deja estar los deberes de dibujo. Ha llegado tu madre.

A Mei le llevó unos instantes darse cuenta de lo que decía la profesora, no porque no conociera las palabras (ya tenía cuatro años y no era un bebé), sino porque no encajaban en el mundo que conocía. Su madre no podía estar ahí. Mami se había marchado de Ganímedes para vivir en la estación Ceres porque, según había dicho papi, necesitaba pasar tiempo sola. Pero el corazón de Mei empezó a latir más rápido. «Ha vuelto», pensó.

—¿Mami?

Mei estaba sentada al lado de su pequeño caballete y, desde allí, la rodilla de la señora Carrie no le dejaba ver el guardarropa. Las manos de Mei estaban embadurnadas de pintura roja y azul, que se entremezclaban en sus palmas y daban lugar a un color verduzco. Se inclinó hacia delante y cogió la pierna de la señorita Carrie con la fuerza necesaria para levantarse y también para apartarla a un lado.

—¡Mei! —gritó la señorita Carrie.

Mei miró la mancha de pintura que había dejado en los pantalones de la señorita Carrie y luego hacia su cara amplia y sombría, que intentaba contener su ira.

—Lo siento, señorita Carrie.

—No pasa nada —dijo la profesora con una voz forzada que denotaba lo contrario, aunque no fuera a castigar a Mei—. Por favor, ve a lavarte las manos y vuelve para recoger los deberes. Prepararé el dibujo para que te lo lleves y se lo puedas enseñar a tu madre. ¿Es un perrito?

—Es un monstruo del espacio.

—Qué monstruo del espacio más bonito. Y ahora ve a lavarte las manos, cariño, por favor.

Mei asintió con la cabeza, se dio la vuelta y se marchó corriendo hacia el baño mientras el babi ondeaba a su alrededor como un pedazo de tela frente a un conducto de aire.

—¡Y no toques las paredes!

—Lo siento, señorita Carrie.

—No pasa nada. Límpialo cuando hayas terminado de lavarte las manos.

Mei abrió el grifo al máximo y las espirales de colores se aclararon de su piel. Hizo los movimientos de secarse las manos sin importarle si caía agua de ellas o no. Sentía que la gravedad había cambiado de dirección y la arrastraba hacia la puerta y hacia el vestíbulo, en lugar de hacia el suelo. El resto de niños la miraban, emocionados igual que ella, mientras Mei limpiaba como podía las marcas de dedos de la pared y metía los botes de pintura en una caja que luego dejó en una estantería. Se quitó el babi sin esperar a que la ayudara la señorita Carrie y lo lanzó a la papelera de reciclaje.

La señorita Carrie se encontraba en el vestíbulo junto a otros dos adultos, y ninguno de ellos era mami. Uno era una mujer a la que Mei no conocía; tenía una sonrisa educada en la cara y sostenía con cuidado el dibujo del monstruo del espacio. El otro era el doctor Strickland.

—No, se ha portado muy bien y ha ido al baño —dijo la señorita Carrie—. Aunque ha habido algún que otro accidente, claro.

—Claro —respondió la mujer.

—¡Mei! —dijo el

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