Prólogo
Apareció una esfera oscura en el centro de la sala, justo delante de mí.
Tirda. ¿De verdad me proponía hacerlo? En mi mano, Babosa Letal trinó nerviosa.
Las paredes encaladas y estériles, el inmenso espejo unidireccional y las mesas metálicas indicaban que aquello era alguna especie de instalación científica. Estaba en Visión Estelar, la inmensa estación espacial que albergaba las oficinas regionales de la Supremacía. Hasta el último año, yo ni siquiera había oído hablar de la Supremacía, así que no digamos comprender los matices de cómo ese gobierno galáctico mantenía el control sobre los centenares de distintos planetas y especies sobre los que regía.
Siendo sincera, seguía sin comprender esos matices. No soy de las que piensan: «Esta situación tiene sus matices». Soy más bien de las que piensan: «Si aún se mueve, es que no has usado bastante artillería».
Por suerte, los matices no me hacían mucha falta en esos momentos. La Supremacía estaba sufriendo un violento golpe de Estado militar. Y yo no caía nada bien a la gente que había pasado a estar al mando. Las voces que se daban los soldados entre ellos mientras registraban el complejo buscándome sonaban cada vez más fuertes.
De ahí la esfera oscura. Mi única escapatoria era abrir un portal hacia otra dimensión. Yo la llamaba la ninguna-parte.
—Spensa —dijo M-Bot—, mis pensamientos… ¿están acelerándose?
Flotaba cerca de mí tras haber embutido su consciencia dentro de un pequeño dron. Tenía más o menos forma de caja, con alas y un par de brazos terminados en pinzas asomando a los lados. Dos diminutos anillos de pendiente, piedras azules que brillaban al activarse, le permitían flotar en el aire, uno debajo de cada ala.
—Hum —dijo—, eso no parece nada seguro.
—Usan estos portales a la ninguna-parte para extraer piedra de pendiente —le respondí—, así que tiene que haber una manera de volver después de pasar al otro lado. A lo mejor puedo hacer que regresemos con mis poderes.
Los gritos se acercaban cada vez más, dejándome sin más opciones. No podía usar mis poderes para hipersaltar fuera de aquel lugar, al menos mientras siguiera activado el escudo que protegía la estación.
—¡Spensa! —exclamó M-Bot—. ¡No estoy nada cómodo con esto!
—Lo sé —dije, echándome el arma al hombro por la correa para poder coger el dron por la parte de abajo del chasis.
Y entonces, con M-Bot en una mano y Babosa Letal en la otra, toqué la esfera oscura y me vi absorbida hacia el otro lado de la eternidad.
Al instante estaba en un lugar donde no existían el tiempo, la distancia ni la propia materia. Allí yo no tenía forma: era tan solo una mente, o una esencia, incorpórea. Parecía como si fuese una nave estelar flotando en una negrura interminable sin estrellas, sin nada en absoluto que me obstaculizara la visión. Cada vez que daba un hipersalto utilizando mis poderes, pasaba durante un instante por aquel lugar. Me había acostumbrado a la sensación, pero seguía sin resultarme familiar. Era solo… un pelín menos aterradora que antes.
Sin perder tiempo, extendí mi mente en busca de Detritus, mi hogar. Había empezado a comprender mis poderes, aunque solo de la forma más básica. No podía desplazarme a muchos sitios utilizándolos, pero sí sabía cómo regresar a casa. Normalmente.
En esa ocasión… me esforcé… ¿Podría hacerlo? ¿Podría hipersaltar a Detritus? La negrura a mi alrededor pareció estirarse y empecé a distinguir unos puntos blancos en la lejanía. ¿Uno de esos era… mi yaya?
Si lograba conectar con ella, creía que podría tirar de mí misma en su dirección. Redoblé mis esfuerzos, pero cada vez me preocupaba más llamar la atención. En ese lugar vivían los zapadores. Y en el preciso instante en que pensé en ellos, fui consciente de su presencia allí fuera, en la oscuridad. Por todo mi alrededor, aunque invisibles de momento.
No parecían haber reparado en mi presencia aún. De hecho… estaban concentrados en alguna otra cosa.
Dolor. Miedo.
Allí había algo sufriendo. Algo que yo conocía.
Era el zapador. El mismo al que había impedido destruir Visión Estelar. Estaba allí, en ese lugar, y estaba asustado. Al concentrarme en él, apareció como un punto blanco mucho más luminoso que el de la yaya. Me había percibido.
Por favor… ayuda…
La comunicación de los zapadores nunca se manifestaba mediante palabras reales. Lo que ocurría era que mi mente traducía las impresiones, las imágenes, en palabras. Aquel zapador necesitaba mi ayuda. Los demás intentaban destruirlo.
No pensé. Por puro instinto, grité en la ninguna-parte:
¡EH!
Centenares de brillantes puntos blancos se abrieron a mi alrededor. Los ojos. Sentí su atención puesta en mí, conociéndome. El zapador en el que habían estado fijándose flotaba por el exterior.
Como de costumbre, ver todos aquellos ojos me intimidó. Pero yo había pasado a ser una persona distinta. Había hablado con uno de ellos, había conectado con él. Lo había convencido para apartar su apetito de la gente de Visión Estelar mostrándole que esas personas estaban vivas.
Solo tenía que hacer lo mismo allí.
Por favor. Proyecté mis pensamientos hacia aquellos ojos, mostrándoles una calmada empatía en vez de miedo. Soy una amiga. Soy como vosotros. Pienso. Siento.
Hice justo lo mismo que había hecho la vez anterior. Los ojos se movieron y temblaron, inquietos. Unos pocos se acercaron más hacia mí y pude sentir su escrutinio. Seguido de… una emoción, muchísimo más poderosa. Penetrante, abrumadora, omnipresente.
Odio.
Los zapadores, una cantidad de ellos imposible de determinar, aceptaron que yo estaba viva. Por mis capacidades citónicas, comprendieron que era una persona. Su odio se convirtió en repugnancia. En ira. Para ellos era mucho peor saber que yo era un ser vivo. Significaba que lo que había estado colándose en sus dominios, molestándolos sin cesar, era consciente de sí mismo. No éramos solo insectos.
Éramos invasores.
Probé de nuevo, notándome más desesperada. Me rechazaron. Como si… hubieran visto lo que yo había hecho a uno de los suyos y se hubieran preparado para resistirse a esa clase de táctica.
Reculé ante la oleada de su terrible ira. Y entonces oí un chillido aterrorizado. ¿Babosa Letal? Su grito proyectó algo en mi cerebro, una posición.
La de casa.
Los zapadores se retiraron. Al parecer, los ponía nerviosos. No habían esperado encontrarme allí. Eso me daba una abertura.
Gracias a Babosa Letal, podía sentir el camino. Podía llegar hasta Detritus. Podía ver a la yaya y… a Jorgen. Tirda, cómo lo echaba de menos. Quería estar cerca de él otra vez, hablar con él de nuevo. Tenía que llegar a casa y ayudar a mis amigos. La guerra iba a ponerse muy fea, ahora que Winzik se había hecho con el poder en la Supremacía.
Estuve a punto de hipersaltar. Pero titubeé. Algo me retenía allí. Una impresión, un instinto.
¿Qué soy?, proyectó aquel zapador en concreto, con tono suplicante. ¿Qué somos?
Yo soy Spensa Nightshade, le envié. Una piloto.
¿Eso es todo?
Antes era lo único que me importaba. Pero luego… luego había descubierto otra parte de mí. Algo temible, algo que no terminaba de entender por completo.
Hay una manera de aprender, envió el zapador. En este lugar. Lo llamamos la ninguna-parte. Ya lo habías percibido, ¿verdad?
En efecto, así era. Pero no quería quedarme allí. Traté de apartar esa opción de mi mente. Tenía que volver a casa.
Pero… ¿los míos me necesitaban? ¿Les hacía falta otra piloto más? En ese momento visualicé algo. ¿Una proyección de mis propios miedos? Quizá fuese un efecto de la ninguna-parte. Me vi a mí misma volviendo y reincorporándome al Escuadrón Cielo, combatiendo… y fracasando. Fracasando cuando los zapadores inevitablemente terminaban apareciendo de nuevo, porque una piloto de caza, por muy diestra que fuese, no podía derrotarlos. Fracasando cuando la Supremacía desplegaba el poder de sus citónicos y hacía hipersaltar flotas enteras. Y lo peor de todo era que podían manipular a citónicos como yo, explotar las debilidades en nuestros poderes.
Era lo que le habían hecho a mi padre. Lo habían vuelto en contra de su propio escuadrón. Lo habían llevado a la muerte.
Yo era piloto, sí. Pero no bastaba con tener pilotos.
Qué poco sabíamos de todo aquello. No comprendíamos lo que eran los zapadores. ¿Cómo íbamos a pretender combatirlos? No comprendíamos la citónica; de hecho, hasta hacía muy poco habían considerado que quienes tenían esos poderes eran «defectuosos». ¿Cómo iba a enfrentarme a adversarios como Brade, hábiles con sus talentos, si huía de la persona que era?
Mi hogar me llamaba, y yo ansiaba volver. Pero mi hogar no tenía las respuestas.
¿Puedes mostrármelo?, pregunté al zapador. ¿Puedes enseñarme lo que soy?
Tal vez. No sé ni siquiera lo que soy yo. Hay un lugar en el que podemos aprender, dentro de la ninguna-parte. Un sitio en el que… todos… nacimos…
No hay lugares en la ninguna-parte, le envié.
En su núcleo no. Pero en la periferia hay asentamientos.
Comprendí a qué se refería. El zapador estaba hablándome de la región donde se extraía la piedra de pendiente. Otro misterio que nunca había resuelto del todo. ¿Cómo podía entrar la gente en la ninguna-parte y llevarse esa piedra, si la ninguna-parte era un vacío sin forma?
Sí, había lugares de verdad en los márgenes. Lugares importantes para los citónicos. Importantes para mí. El zapador me introdujo una de esas ubicaciones en la mente.
Me vi atrapada entre dos atracciones opuestas. La primera, mi deseo de ir a casa, de abrazar a Jorgen, de reír con mis amigos. La otra, algo aterrador. Desconocido. Como las cosas aterradoras y desconocidas de mi propia alma.
Si vienes aquí, envió el zapador, será difícil regresar. Muy difícil. Y es posible que te pierdas…
Sentí temblar la mente de Babosa Letal. Los demás zapadores empezaron a aparecer de nuevo, abriendo aquellos ojos que eran unos agujeros blancos perforados en la realidad, ardientes y llenos de odio. No querían en absoluto que fuese al lugar donde me dirigía aquel otro zapador.
Al final, fue eso lo que me llevó a decidirme. Lo siento, Jorgen, envié, esperando que al menos pudiera sentir las palabras. Tenía que escoger el camino que me llevara a las respuestas. Porque en ese momento supe a ciencia cierta que era la única manera de proteger a mis seres queridos.
Tú vete a casa, dije a Babosa Letal. Yo encontraré la forma de volver.
Aferré el destino que me había enviado el zapador.
Gracias, proyectó el ser. Pude sentir su sincero alivio. Intenta recorrer… la Senda de los Ancianos… y recuerda no perderte…
¡Espera!, le envié. ¿La Senda de los Ancianos?
Pero el zapador se retrajo y sentí que los demás se disponían a atacar. Así que di un último empujón a Babosa Letal hacia casa y a continuación activé mis poderes y me lancé a lo desconocido.
PRIMERA
PARTE
1
Caí de una pared.
Me refiero a que aparecí saliendo de la piedra. Me desplomé hacia delante hecha un embrollo de ropa y extremidades. M-Bot dio una especie de gruñido cuando su cuerpo dron cayó a mi lado, pero no había ni rastro de Babosa Letal.
Me levanté con torpeza mientras me orientaba, mirando alrededor y viendo… ¿una selva? Era una selva, sí. En la escuela había visto imágenes de la antigua Tierra, y aquel lugar me recordaba a ellas. Imponentes árboles cubiertos de musgo. Ramas que parecían brazos rotos, retorcidas y con gruesas enredaderas que colgaban como cables eléctricos. Olía como las cubas de algas, solo que más… ¿sucio? ¿Terroso?
Tirda. De verdad era una selva, como el lugar donde vivía Tarzán de los monos en los cuentos de la yaya. ¿Allí habría simios? Siempre había pensado que sería una buena reina de los simios.
M-Bot se elevó en el aire y rotó para observarlo todo. Detrás de nosotros estaba la pared de donde habíamos caído. Una piedra plana erigida en la selva, como un monolito. Estaba cubierta de maleza y enredaderas, pero aun así reconocí las tallas que tenía. Había visto otras parecidas en una pared de los túneles en Detritus.
Sabía por las impresiones que había dejado el zapador en mi mente que aquello era, sin duda, la ninguna-parte. Me encajaba en la mente que lo fuese, por motivos que no podía explicar. De algún modo, tendría que hallar respuestas en aquel lugar. Lo cual parecía una tarea mucho más abrumadora que unos momentos antes. En fin, tirda, si es que apenas había logrado escapar viva de la Supremacía. ¿Y pretendía encontrar respuestas sobre los zapadores, uno de los misterios cósmicos más importantes del universo?
«No solo sobre los zapadores —pensé—. También sobre mí misma». Porque en los instantes en los que había entrado en contacto con la ninguna-parte, y con los seres que la habitaban, había sentido algo que me aterrorizaba. Había sentido afinidad.
Respiré hondo. Lo primero de todo era hacer inventario. M-Bot parecía estar bien y yo aún tenía mi fusil de energía robado. Me sentía muchísimo más segura con él en la mano. Llevaba puesta la ropa con la que había escapado: un mono de piloto de la Supremacía, una chaqueta de vuelo y botas militares. M-Bot se acercó flotando a la altura de los ojos en su dron, abriendo y cerrando las pinzas de los brazos.
—¿Una selva? —me preguntó. Para él, el tiempo que había pasado comunicándome con el zapador debía de haber transcurrido en un instante—. Esto… Spensa, ¿por qué estamos en una selva?
—No estoy segura —dije.
Miré alrededor en busca de cualquier rastro de Babosa Letal. Era citónica como yo —las babosas eran lo que permitía hipersaltar a las naves—, y confié en que me hubiera hecho caso y estuviera a salvo después de saltar a Detritus.
Para asegurarme, usé mis poderes para ver si alcanzaba a sentirla. Y ya puestos, para comprobar si podía saltar a casa. Extendí la mente y sentí…
¿Nada? A ver, aún tenía mis poderes, pero no podía percibir Detritus, ni el laberinto de zapador, ni Visión Estelar. Ninguno de los lugares a los que normalmente sería capaz de hipersaltar. Era raro. Como… como despertar de noche y, al encender la luz, encontrar solo una negrura infinita a tu alrededor.
Sí, no cabía duda de que estaba en la ninguna-parte.
—Al entrar en la esfera negra he sentido a los zapadores —dije a M-Bot—. Y he… hablado con uno de ellos. El mismo de antes. Me ha dicho que recorra la Senda de los Ancianos. —Puse los dedos en la pared que teníamos detrás—. Creo que esto es un portal, M-Bot.
—¿La pared de piedra? —respondió él—. El portal al que hemos entrado era una esfera.
—Ya —dije, alzando la mirada al cielo entre los árboles. Por algún motivo, era rosado.
—¿Puede ser que hayamos cruzado la ninguna-parte y salido en otro planeta? —preguntó M-Bot.
—No. Esto es la ninguna-parte. No sé cómo, pero lo es.
Di un pisotón de prueba al suelo y sentí la tierra blanda bajo la bota. El aire era húmedo, como en un baño, pero la selva parecía demasiado tranquila. ¿Aquellos lugares no deberían rebosar de vida?
Se filtraban rayos de luz desde mi derecha, paralelos al suelo. Por tanto, ¿aquello era… el anochecer? Siempre había querido ver uno. En las historias siempre sonaban muy dramáticos. Por desgracia, había tantos árboles que no alcanzaba a distinguir la fuente de la luz, solo su dirección.
—Tenemos que estudiar este lugar —dije—. Establecer un campamento base, explorar el entorno, orientarnos un poco.
M-Bot flotó más cerca de mí, como si no me hubiera oído.
—¿M-Bot?
—Hum… ¡Spensa, estoy enfadado!
—Yo también —dije, dándome un puñetazo en la palma de la otra mano—. No puedo creer que Brade me traicionara. Pero...
—Estoy enfadado contigo —me interrumpió M-Bot, moviendo un brazo—. Por supuesto, lo que siento no es una ira real. Es solo una representación sintética de esa emoción creada por mis procesadores para ofrecer a los humanos una aproximación realista de… de… ¡Aaah!
Aparté mi propia preocupación y me centré en el tono de M-Bot. Cuando lo había encontrado por primera vez metido en el pequeño dron, sus palabras habían sonado lentas y farfulladas, como si le hubieran dado analgésicos de los fuertes. Pero en esos momentos ya hablaba con claridad, y deprisa, más como su antiguo yo.
Su dron levitó de un lado a otro delante de mí, como si estuviera caminando sin rumbo.
—Ya no me importa si las emociones son falsas. Me da igual que las simulen mis rutinas. ¡Estoy furioso, Spensa! ¡Me abandonaste en Visión Estelar!
—Tuve que hacerlo —respondí—. ¡Tenía que ayudar a Detritus!
—¡Desmantelaron mi nave! —exclamó, cambiando de dirección. Entonces se quedó estático, flotando—. Mi nave… mi cuerpo… ya no está.
Flaqueó en el aire, descendió casi hasta el suelo.
—Esto… ¿M-Bot? —dije, acercándome—. Lo siento mucho. De verdad. Pero escucha, ¿podemos tener esta conversación más tarde?
Estaba bastante segura de que las selvas como aquella estaban repletas de animales peligrosos. Por lo menos, en los cuentos de la yaya, a la gente siempre la atacaban. Tenía sentido, porque podía haber cualquier cosa acechando entre los troncos sombríos y los engañosos helechos. Recordé lo intimidada que me había sentido la primera vez que salí de las cavernas y vi el cielo. Cuántas direcciones distintas que vigilar, cuánto espacio abierto.
Aquello era todavía más inquietante. Podría venir algo hacia mí desde cualquier dirección. Me agaché para tocar el dron de M-Bot, que seguía cerca del suelo.
—Deberíamos cartografiar la zona —propuse—, y mirar a ver si encontramos una cueva o algún sitio donde refugiarnos. ¿Ese dron tuyo tiene algún tipo de sensor? ¿Captas algún signo de civilización, como emisiones de radio? Aquí hay minas en funcionamiento, creo.
Al ver que no respondía, me arrodillé a su lado.
—¿M-Bot?
—Estoy —dijo— enfadado.
—Escucha…
—Te da igual. ¡Yo siempre te he dado igual! ¡Me abandonaste!
—Y volví —dije—. ¡Te dejé porque no tuve más remedio! Somos soldados. ¡A veces tenemos que tomar decisiones difíciles!
—¡Tú eres soldado, Spensa! —gritó él, alzándose en el aire—. ¡Yo soy una inteligencia artificial de exploración, diseñada para buscar setas! ¿Por qué sigo dejando que me obligues a hacer cosas? ¡Yo no quería entrar en esa esfera, y tú me has metido! ¡Aaah!
Tirda. Ese dron tenía unos altavoces sorprendentemente fuertes. Como respondiendo a sus gritos, algo rugió en la lejanía. El sonido resonó ominoso por el bosque.
—Escucha —dije con voz suave a M-Bot—. Lo entiendo. Yo en tu lugar también me habría enfadado un poco. Vamos a…
Antes de que pudiera terminar la frase, M-Bot se internó en la selva, sollozando en voz baja para sí mismo.
Solté una maldición e intenté seguirlo, pero él podía volar y yo tenía que lidiar con la maleza del suelo. Salté un tronco caído, pero al otro lado tuve que abrirme paso entre frondas y enredaderas. Y después de eso, se me enganchó el pie con algo y terminé cayendo de bruces.
Cuando logré enderezarme, ya no tenía ni la menor idea de en qué dirección se había marchado. De hecho… ¿de qué dirección venía yo? ¿Ese tronco de ahí era el que había saltado? No, porque eso había sido antes de cruzar las enredaderas. Así que…
Di un gemido y me senté en el hueco que había entre unas raíces que sobresalían del suelo, dejé mi fusil en el regazo y suspiré. Aquella misión había empezado al estilo tradicional de Spensa: con todo el mundo enfadado conmigo. Me di cuenta de que necesitaba un momento para descomprimir. M-Bot no era el único que tenía un montón de emociones poderosas.
Había pasado de enfrentarme a un zapador a flotar en el espacio creyendo que estaba muerta, de ahí a despertar en un hospital y de ahí a escapar de una brigada de asalto enviada para eliminarme. Luego había tenido que tomar la decisión rápida de ir al sitio donde estaba, y temía haberme equivocado.
Quizá debería haber vuelto a casa y buscar la manera de enviar a otra persona a la ninguna-parte para que encontrara respuestas. Alguien listo, como Gali. O una persona cautelosa, como Kimmalyn. En esos momentos me sentía perdida. No sabía qué le había pasado a Cuna, y estaba preocupada por mis amigos.
Estaba sola, aislada, perdida. Y para colmo mi único compañero, que en teoría era quien tenía estabilidad emocional por su diseño de programación, acababa de tener una rabieta y marcharse.
¿La gente que salía en las historias de la yaya se sentía así alguna vez? Ojalá supiera qué habían hecho Khutulun de Mongolia o Calamity Jane cuando se notaban tan abrumadas.
No sé cuánto tiempo me quedé allí sentada. El suficiente para darme cuenta de que lo que fuese que proporcionaba la luz no parecía moverse. Me permití concentrarme en eso, en vez de acumular más y más preocupación por Jorgen y mis amigos.
Había tomado mi decisión. Ya que estaba allí, tenía que averiguar todo lo que pudiera y después buscar un camino a casa.
—¿M-Bot? —dije a los árboles, con una voz que salió como un graznido—. Si me oyes, ¿podrías volver, por favor? Prometo disculparme, y hasta dejaré que lances tú el primer insulto.
No hubo respuesta. Solo el tenue crepitar de las hojas. Así que me obligué a concentrarme en un inventario más detallado de mis recursos. Era una forma de reaccionar a mi situación de algún modo, por pequeño que fuese, y empezar a recuperar el control. Eso me lo había enseñado Cobb.
Tirda. Había dicho a Cobb que la facción de Cuna buscaba la paz. Winzik y Brade podrían aprovecharse de eso, atraer a Cobb a conversaciones de paz para luego darle una puñalada trapera.
«No —me dije—. Inventario».
Di un repaso rápido a mi fusil de energía. Casi no había usado nada de su carga durante mi huida, lo que significaba que disponía de una fuente de energía… y unos quinientos disparos, dependiendo de si utilizaba munición energética estándar o la amplificaba para ganar potencia.
Mi mono no incluía cinturón médico, por desgracia, ni tampoco bolsa de supervivencia para pilotos. Sí que tenía el alfiler traductor que había utilizado en Visión Estelar para entenderme con los alienígenas. Hurgué en los bolsillos de la chaqueta, esperando haber metido allí un cuchillo o alguna otra cosa que no recordara. Pero en vez de eso, saqué la mano con un puñado de arena brillante.
Arena. Brillante.
Plateada, como si fuese el casco de un caza estelar triturado, y resplandeciente. Era una visión tan incongruente que me quedé allí sentada contemplando cómo se escurría un poco entre mis dedos.
Por los santos, ¿qué sería? Cerré la mano y devolví la arena al bolsillo, y al hacerlo reparé en que había algo más. ¿Un bulto al fondo de la arena? Hundí la mano y saqué la insignia de vuelo de mi padre. La que había tenido escondida desde que él murió. Pero yo sabía a ciencia cierta que no la llevaba encima cuando había entrado en el portal. Ni siquiera la había tenido en Visión Estelar. La había dejado en Detritus, en mi dormitorio. ¿Cómo podía haber aparecido de pronto en mi bolsillo, rodeada de arena plateada?
Perturbada por la aparición de la insignia, la guardé otra vez. No encontré nada más oculto en los bolsillos, pero sí se me ocurrió que tenía otro recurso: mis poderes. Sabía que no podía hipersaltar a casa. De hecho, ni siquiera podía sentir mi hogar desde allí. Pero contaba con otras capacidades. La primera que había manifestado era el poder de «oír las estrellas». En la práctica, significaba que podía comunicarme a larga distancia. ¿Tal vez, aunque no pudiera hipersaltar fuera de allí, sería capaz de alcanzar a la yaya con mi mente?
Apoyé la espalda contra el árbol y decidí intentarlo. Cerré los ojos y… escuché, extendiendo la mente. Suena ridículo, pero había pasado horas y horas practicándolo con la yaya. Y en ese momento sentí algo.
Había una mente cerca de mí. Daba una sensación de familiaridad, como de ser una presencia a la que había conocido en otro tiempo. ¿Quién sería? No era la yaya… ni Jorgen… ni el zapador, tampoco. Traté de contactar con la mente y recibí… ¿una sensación de alegría? Qué raro.
Entonces sentí otra cosa. Una segunda mente cerca. Una entidad citónica, quienquiera que fuese, porque en el instante en que nuestras mentes se rozaron saltó una voz en mi cabeza.
¡Eh, hola!, dijo. ¿Otro citónico, aquí en el cinturón?
¡Sí!, envié. Estoy perdida. ¿Puedes ayudarme?
Ten cuidado, dijo la voz. ¡Aquí dentro pueden oírte cosas peligrosas si usas tus poderes! ¿Dónde estás? Describe tu fragmento y procuraré localizarte.
¿Fragmento?, envié. Estoy en una selva. Junto a… bueno… ¿un árbol?
Tenía que encontrar algún lugar más reconocible. Pero en el preciso instante en que empecé a planteármelo, vacilé. ¿Y si estaba hablando con un enemigo? ¿Cómo sabía que esa voz era de fiar?
Y en ese momento, me atacaron.
2
Eran tres. Desde mi derecha saltaron dos seres humanoides con aspecto de ave y brazos-alas, rodeando el árbol para derribarme, y une dione de piel azul llegó por la izquierda, supuse que intentando arrebatarme el fusil, que llevaba colgado de ese hombro.
El plan no estaba nada mal, pero, madre mía, qué torpes eran. El primer aviario resbaló al saltar, tropezó con el otro y me dio el suficiente aviso para que me volviera y empezara a levantar el arma. Estuve a puntito de dispararles, pero el impulso de energía falló porque le dione echó mano al fusil.
Gruñó, intentando hacerse con el fusil a base de fuerza bruta. Era mala jugada, y eso lo sabía hasta yo, por el limitado entrenamiento que había recibido en la FDD. Le dione debería haber agarrado el cañón, controlar el arma con una mano y golpearme en la cara con la otra.
Aparté de un empujón a le dione, pero los dos aviarios se me echaron encima. Con un gruñido, estampé la culata del arma en uno de ellos, sacándole un graznido de dolor. Me retorcí, forcejeé y empecé a liberarme.
Por desgracia, justo cuando estaba a punto de zafarme de aquel enredo de gente, algo me agarró desde detrás. ¿Un cuarto enemigo, también con plumas? Al parecer, el grupo había tenido el buen juicio de guardarse a alguien de reserva.
Intenté resistirme al cuarto atacante, desorientada, pero una quinta criatura embistió contra mí. No pude ver bien a aquel último adversario, pero era peludo y tenía el tamaño aproximado de una nevera. Mientras que yo… en fin, no. Ya había estirado la verdad para que en mis registros de piloto constaran 152 centímetros.
Ser pequeña era una ventaja en la cabina de una nave. En una pelea cuerpo a cuerpo, no tanto. Quiero pensar que me defendí bastante bien, pero lo cierto es que a los pocos segundos ya estaba tendida bocarriba en el suelo, desarmada, con el ser peludo sentado encima de mí y uno de los aviarios apuntándome con mi propio fusil a la cabeza.
—Veamos —dijo el aviario armado, con unas palabras que mi alfiler fue traduciendo—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Una soldado de la Supremacía? Vaya, pero qué sorpresa más agradable. ¡Y hasta es humana! No me dan miedo los tuyos, humana, pero como sigas forcejeando, te dispararé y fin de la historia.
Gemí y dejé de revolverme. Separé las manos a los lados y al instante las aferraron sin miramientos y las apretaron contra el suelo. Por lo menos, se me quitó de encima el trasero de aquel alienígena peludo y pude dar una buena bocanada de aire fresco.
Mis captores me incorporaron y me ataron las manos a la espalda. Observé al aviario del fusil. Había oído hablar de su especie. ¿Heklos, se llamaban? Tenían el pico largo, como de cigüeña, pero su plumaje era de colores radiantes. La ropa de combate que llevaban no tenía mangas, pero las plumas de los brazos no parecían lo bastante grandes para permitirles volar. Parecían… más bien vestigiales, como el vello de los humanos.
—¿Qué quieres hacer con esta cosa, Vlep? —preguntó el alienígena peludo.
Tenía cierto aspecto de gorila. Esa especie también la había visto. Los llamaban los burl, si no recordaba mal.
—Depende —dijo Vlep, el que tenía mi fusil y el evidente líder—. Humana, ¿por qué te han enviado aquí? Este portal es para exiliados, pero aquí estás tú, uniformada y armada.
Claro. Llevaba puesto un mono y una chaqueta de la Supremacía. La ropa, añadida al arma, los había llevado a suponer que trabajaba para el enemigo. El comentario también me reveló otra cosa: que la pared, en efecto, era un portal, y que estaba en el lugar donde aparecía la gente cuando la Supremacía los exiliaba. Yo lo había visto en persona. De hecho…
Miré al burl.
—¿Gul’zah? —pregunté. Había visto cómo exiliaban a un burl a la ninguna-parte unos días antes.
—¡Ja! —exclamó el burl—. A él ya lo atrapamos cuando llegó.
—Conque por eso estás aquí —dijo Vlep—. ¿Persigues a ese fugitivo en concreto? Qué curioso.
No era cierto, claro. Pero entonces me di cuenta de que el burl que me había capturado tenía los rasgos un poco distintos. No se me daba muy bien distinguir entre ellos a los alienígenas, pero aquel burl era más bajo, más robusto y tenía la cara más ancha.
Supuse que aquel grupo, fueran quienes fuesen, tenían allí un puesto de avanzada y capturaban a la gente que llegaba por el portal. Pero ¿por qué? Los exiliados no llevarían encima nada de valor. ¿Y quién era el ser citónico con el que había contactado? ¿Había atraído a aquel grupo al utilizar mis poderes? ¿O estaba sacando conclusiones precipitadas?
Extendí mis sentidos de nuevo, en busca de aquella mente. No era ninguno de mis captores, estaba un poco más lejos.
¿Qué quieres?, dijo la voz cuando la rocé con la mente. Te he dicho que guardes silencio.
Me han tomado prisionera, respondí. Un grupo de saqueadores, o algo así, que estaban vigilando el portal cuando he llegado.
Piratas, envió la mente. Este territorio pertenece a los Cañoneros. Son un grupo duro. Contén la lengua y que no sepan lo que eres. Y haz el favor de guardar silencio citónico, ¡o atraerás a los zapadores!
—No hablas, por lo que veo —dijo Vlep, haciéndose de nuevo con mi atención—. Sujetadla bien.
Le dione y otro heklo me agarraron con fuerza mientras Vlep empezaba a hurgar en mis bolsillos. Forcejeé de nuevo, sintiéndome invadida al tener sus manos por todas partes, aunque ya había esperado que me registraran.
Al poco tiempo, Vlep sacó un poco de polvo de plata de un bolsillo.
—¡Ja! Buen botín.
Metió la mano de nuevo y sacó la insignia. Se le ensancharon los ojos, lo cual parecía ser un gesto de sorpresa en su especie. El burl dio un gruñido grave, que… ¿quizá también expresara sorpresa?
—¿Un icono de realidad? —preguntó Vlep, y me miró—. Debes de ser alguien importante.
El corazón me dio un vuelco cuando vi que cerraba la mano emplumada en torno a la insignia, pero me pareció mala idea revelarles lo mucho que me importaba aquel objeto, así que me obligué a tranquilizarme.
—No tengo ni idea de lo que me estás diciendo.
—Bueno, gracias por el tesoro —respondió Vlep, y guardó la insignia en un saquito.
—¿Le disparamos ya? —preguntó el burl—. No me hace mucha gracia tomar a soldados como siervos. Son demasiado peligrosos.
—Podría sernos útil en combate —dijo le dione—, si se une a nosotros. Imagina lo que sería tener a un ser humano de nuestra parte.
—Los Costaderos tienen a uno —respondió Vlep—, y no les sirve de nada. No hacen justicia a su reputación, créeme. Pero no vamos a dispararle. La Supremacía la ha enviado armada, así que es valiosa para ellos. Cobraremos un rescate por ella en la base de minería.
Por tanto, sí que había explotaciones mineras en aquel lugar. Por lo menos eso me daba una buena pista de cómo podría salir de allí, cuando hubiera logrado lo que necesitaba hacer.
En esos momentos, mi mejor posibilidad de huida era hacer que los piratas me subestimaran. Así que me derrumbé al suelo.
—La de problemas que voy a ganarme por esto… —gemí.
—¡Ja! —exclamó Vlep—. ¡Eh, es buena noticia! Ahora que sabemos que Gul’zah es valioso, a lo mejor también podemos sacar un rescate por él. Doble botín. —Miró el saquito—. Triple. O más. Ponedla en pie y vámonos de aquí. A juzgar por el rugido de antes, debe de haber un grig en las inmediaciones. Preferiría no toparme con él.
Echó a andar por la selva y los otros me obligaron a seguirlo. Protesté y me revolví un poco al principio y luego encorvé la espalda mientras seguía caminando, fingiéndome derrotada.
Sin que se dieran cuenta, los estudié. Saltaba a la vista que aquellos piratas no eran soldados entrenados. Vlep no tenía ni el menor concepto de control de cañón: se volvía y apuntaba el arma sin pensarlo hacia los demás cuando le hablaban. No me sorprendió. La Supremacía censuraba lo que ellos llamaban «agresividad», y era muy poco probable que sus miembros tuvieran formación alguna en combate. Winzik y sus compinches lo preferían así. Hacía a la gente más fácil de controlar.
¿Era posible que aquel grupo estuviera compuesto de exiliados? Un par de ellos llevaban armas al cinto, un cuchillo en poder del burl y lo que parecía una pistola en un costado de Vlep. Pero no las habían usado contra mí. Me habían capturado con vida a propósito. Aunque también era posible que se hubieran sorprendido por lo bien que había luchado y lo bien armada que iba.
Lo más probable era que pudiera sacar partido a su ignorancia. O por lo menos, alguien más capaz podría haberlo hecho. Yo no estaba entrenada para esas cosas, no era…
Ya no podía seguir valiéndome de ese argumento, ¿verdad?
Tampoco tenía ninguna formación como espía, pero me había infiltrado en la Supremacía. Y podría decirse que lo había hecho bastante bien. Por lo menos, antes de que todo se torciera al final.
Había decidido ir allí. Ya era hora de que dejara de quejarme por lo que me pasaba.
—Oye, Vlep —dije, tratando de apretar el paso y ponerme a su altura al frente del grupo.
Tropecé casi de inmediato con unas enredaderas que no había visto, y estuve a punto de irme al suelo. Huir de ellos iba a ser casi imposible, al menos mientras tuviera las manos atadas. Me enderecé con un poco de ayuda de le dione y llamé al líder de nuevo.
—Vlep. Sois todos exiliados, ¿verdad? ¿Haciendo lo que podéis en una mala situación? Puedo ayudaros. No soy vuestra enemiga.
—Aquí dentro —dijo el heklo— todo el mundo es nuestro enemigo.
—Yo soy soldado —repuse—. Puedo entrenar a vuestra gente. Ayudaros. Solo necesito un poco de información. Sobre este lugar, y sobre…
Vlep se detuvo y me apuntó con el fusil.
—Nada de hablar a menos que se te haga una pregunta. Ahora estás en territorio de los Cañoneros. No armes escándalo y más te vale que no decida que das demasiados problemas para que merezca la pena mantenerte viva.
—¿Sabes, Vlep? —dijo otro heklo—. Me parece que me suena de algo. ¿No es la… humana que tiene Winzik por mascota?
—¿Winzik? —espetó Vlep—. ¿Quién es ese?
—Perdona —dijo el otro heklo—. Siempre se me olvida lo poco de fuera que llega aquí dentro. Hay un alto oficial de la Supremacía que tiene una guardaespaldas humana. Creo que es esta.
—Qué curioso —respondió Vlep, mirándome con los ojos entornados—. ¿Por qué iban a enviarte a cazar a un exiliado, humana? ¿O es que por fin has enfadado a la Supremacía y te has ganado la inevitable recompensa?
¿Me habían confundido con Brade? Supuse que no era la única a la que le costaba distinguir a un alienígena de otro.
En el momento en que pensé en Brade, hice una mueca. Menudo fracaso el mío al intentar reclutarla. Brade era citónica, y había sido ella quien invocó al zapador que luego había atacado Visión Estelar. Si de algún modo yo hubiera podido convencerla, todo aquello habría…
Un grito monstruoso y terrible cruzó la selva. Era tan profundo y sonoro que hizo vibrar los árboles. El grupo entero se detuvo de sopetón y miró alrededor entre los árboles y las enredaderas. ¿Qué había en todo el impío universo capaz de hacer un ruido como ese?
—Se acerca —susurró Vlep—. Deprisa, volvamos a las naves.
Un momento.
«¿Naves?».
¿Me atrevía a esperar que tuvieran cazas estelares allí? Desde luego, me sentiría mucho más confiada en la cabina de una nave. Cuando empezaron a andar de nuevo, correteé entre ellos. Y en una visión gloriosa, como los cascotes apartándose para revelar el mismísimo firmamento, los árboles dejaron paso a un pequeño claro… en el que había tres naves. Dos vehículos civiles de tamaño medio y un caza estelar elegante y de aspecto peligroso.
Era como si el destino, al ver mis apuros, hubiera decidido enviarme un regalito… en forma de una nave de tipo interceptor, con destructores gemelos. Me quedé tan cautivada por su belleza que pasé por alto algo importante. El grupo se había detenido a mi alrededor y no miraban las naves, sino a los dos piratas que cabía suponer que habían dejado protegiéndolas.
Vi a une dione, que parecía presa del pánico e intentaba ayudar con una especie de botiquín al otro ser, una burl sentada en el suelo junto a una de las naves. Supuse que era hembra por el tamaño.
Y se le estaba derritiendo la cara.
3
Aquel rostro tan extraño me dejó boquiabierta. Aunque el cuerpo de la burl tenía forma de gorila y llevaba ropa práctica como los demás, no tenía nariz, sino solo un pequeño bulto en su lugar, y una fina hendidura por boca. Los carrillos le colgaban a los lados, y tenía los ojos, de un blanco lechoso, abiertos y mirando hacia delante.
Había algo inequívocamente antinatural en aquella cara. ¿Qué le habría ocurrido a la burl?
—De momento, dejad atada a la prisionera —ordenó Vlep.
Le dione tiró de mí hasta un lado del claro. Allí me impidió moverme sujetando las cuerdas de mis muñecas, que seguía teniendo atadas por detrás, a una parte de un árbol. ¿Sería una raíz? Luego le dione corrió para reunirse con los demás alrededor de la burl.
Al instante empecé a intentar liberarme. Por desgracia, la destreza del grupo con los nudos superaba a su pericia en combate. Estaba atada con firmeza, así que recurrí a frotar las ataduras contra la corteza confiando en que se deshilacharan.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Vlep a le guardia dione—. ¿Qué le has hecho?
—¡Nada! Solo me he ido un momento entre los árboles para aliviarme y, al volver, he encontrado…
Le dione señaló a la burl con gesto confuso.
Tirda. Aquella alienígena con la cara fundida empezaba a ser muy perturbadora. Los demás discutieron un poco y a continuación alguien sugirió utilizar las «cenizas de realidad», que resultaron ser el polvo plateado que me habían sacado del bolsillo. Vlep se puso a espolvorearlo sobre la burl.
Mientras la miraba, sus ojos empezaron a resplandecer. Por debajo de la piel, como si tuviera algo en su interior. Una luz blanca pura. Me recordó…
A los ojos. A los zapadores.
«Oh, por los santos».
Traté de soltarme de la raíz dando tirones, y la verdad es que cedió un poco, pero no era lo bastante fuerte para arrancarla del suelo. Así que volví a raspar la cuerda contra la corteza.
—Un poco a la izquierda —dijo una voz animada desde atrás—. Hay una parte más rugosa que podría venirte bien.
Me detuve y me retorcí para mirar hacia atrás. Allí flotaba un pequeño dron, oculto entre los matorrales.
—¡M-Bot! —exclamé, y al momento me quedé callada mirando a los piratas. Estaban solo a unos siete metros de distancia, pero por suerte no parecían haberme oído—. ¡Me has encontrado!
—Tampoco es que seas muy silenciosa, Spensa —dijo M-Bot, acercándose un poco—. Veo que has hecho nuevos amigos. Eso es… bueno. Escucha, tenemos que hablar. Con el corazón en la mano. Bien, yo con la unidad-de-procesamiento-que-simula-una-función-biológica en la pinza.
—¡No es muy buen momento!
M-Bot movió un brazo con pinza hacia mí.
—Las emociones de los seres biológicos acostumbran a llegar en momentos inconvenientes, y yo he lidiado con las tuyas en muchas ocasiones. Y Spensa… creo que ahora tengo sentimientos.
—Tampoco… me extraña. Ya los tenías antes, dijeras lo que dijeses.
—Spensa —prosiguió M-Bot—. He estado pensando. Y… y sintiendo. De verdad estaba enfadado porque me dejaras atrás para que me hicieran pedazos, me destriparan y me mataran. Pero comprendo por qué lo hiciste. No tendría que haberme enfadado tanto contigo. Puede que… exagerase un poco.
—Estupendo —dije, forcejeando para soltarme—. Yo también lo siento, y te perdono.
—¿Ah, sí?
—Sí, claro —respondí, girando a un lado para enseñarle las muñecas atadas—. Escucha, ¿puedes…?
—¡Vaya, gracias, Spensa! —exclamó él—. Gracias, gracias. ¡Qué calorcillo más bueno siento! Puede que se me esté sobrecalentando la matriz de energía. Pero… ¡pero es maravilloso! Me entran ganas de llorar, aunque sea físicamente imposible para mí.
—¿Podrías…?
—Quizá sea posible instalar conductos mecánicos para lágrimas en este dron. Así sería como tú y tendría fugas, ¿verdad? Te vuelves menos eficiente con tus secreciones cuando te emocionas.
Respiré hondo. En las historias, las heroínas siempre tenían fieles corceles, que no podían hablar, o leales y callados secuaces. Comprendía por qué. Seguro que el Llanero Solitario no habría llevado a cabo grandes gestas si su caballo hubiese sido un parlanchín obsesionado con las setas.
Aun así, me alegraba de ver a M-Bot. Miré hacia mis captores. Estaban reteniendo a la burl enferma, que parecía sufrir espasmos. Me dio mucha lástima, pero sus apuros no podían haber llegado en mejor momento. De no ser por ella, seguro que los piratas habrían descubierto a M-Bot.
—¿Spensa? —dijo él—. ¡Anda! ¿Estás atada?
—¿Y ahora te das cuenta? —gruñí—. ¿Qué creías que estaba haciendo con estas cuerdas?
—¡Creía que te picaba algo e intentabas rascarte! Por eso te he señalado la parte rugosa de la raíz. Los seres biológicos siempre estáis rascándoos cosas. Tener piel debe de ser horrible. —M-Bot titubeó—. Si te soy sincero, debería haberme dado cuenta de que estás presa. Me habían distraído todas estas emociones que mis procesadores se dedican a simular, vete a saber por qué. Hum… Sí. Eso son cuerdas.
—¿Me ayudas a quitármelas?
—Eh… Claro. Voy a… buscar algoritmos de desatado de nudos en mi base de datos…
—¡O podrías desatarme y ya está! —siseé.
—No sé muy bien cómo.
—No es tan difícil.
—Puede que para ti. Pero yo no estoy muy acostumbrado a ser capaz de hacer cosas, Spensa. Soy una inteligencia artificial de información y apoyo. No sé… cómo se hace para actuar. De hecho, he tenido que poner mis protocolos de autoapagado en un bucle infinito. No les gusta que pueda volar de un lado a otro por iniciativa propia.
Los creadores de su antigua nave habían implantado unos controles muy profundos sobre la personalidad de M-Bot. Decía mucho de él que hubiera progresado lo suficiente para saltarse algunos de ellos.
Un estallido de acción en los piratas devolvió mi atención a la burl enferma. Estaba forcejeando y revolviéndose, y había derribado a un heklo con una fuerza increíble.
—Deprisa —susurré—. ¿Tienes algo, lo que sea, que pueda ayudarme a escapar?
—Una línea de luz —respondió M-Bot—. La tenía un dron obrero en el taller y la instalé en mí mismo. Tenía pensado utilizarla para escapar. Tal vez podría huir contigo a rastras.
Una línea de luz era una ventaja. Pero los anillos de pendiente de M-Bot eran pequeños, y el dron tenía más o menos el tamaño de una bandeja, aunque fuese bastante más grueso. No tendría demasiada potencia.
—Fija la línea de luz a las cuerdas de mis muñecas —le pedí—. A lo mejor, uniendo fuerzas podemos arrancar esa raíz del suelo y liberarme. Prepárate. Tenemos que hacerlo antes de que los piratas se den cuenta de lo que pretendemos.
—Ya —dijo M-Bot—. Respecto a eso…
Los piratas estaban corriendo hacia sus naves, al parecer después de decidir que abandonarían a la de la cara derretida. Al burl varón no le había hecho ninguna gracia.
—¡Dame el icono, Vlep! —gritó—. ¡Tenemos que intentarlo! ¡Podría funcionar!
Pero Vlep no le escuchaba. Mientras los demás huían hacia las naves, Vlep se volvió hacia mí. Había visto a M-Bot. Al instante alzó el fusil hacia nosotros, sin duda pensando que era demasiado peligrosa para dejarme viva.
Prepárate, dijo una voz en mi mente.
¿Prepararme?, pensé sin dejar de mirar el fusil. ¿Para qué?
El suelo empezó a temblar. Los árboles se sacudieron. Vlep apartó el cañón de mí y apuntó hacia los sonidos que se aproximaban.
Y entonces un tirdoso dinosaurio irrumpió embistiendo en el campamento… con un hombre humano bigotudo a lomos.