Estelar

Brandon Sanderson

Fragmento

Capítulo 1

1

Sobrecargué el propulsor y mi nave espacial salió disparada atravesando un caótico revoltijo de disparos de destructor y explosiones. Por encima de mí se extendía la impresionante amplitud del espacio. Comparados con aquella negrura infinita, tanto los planetas como las naves estelares resultaban insignificantes. Nimios.

Exceptuando, por supuesto, que aquellas insignificantes naves estelares estaban esforzándose al máximo en matarme.

Esquivé mientras volteaba mi nave y desactivé los propulsores a medio giro. En el instante en que hube dado la vuelta completa, accioné de nuevo los propulsores y me impulsé en sentido contrario, tratando de librarme de las tres naves que me perseguían.

Combatir en el espacio es muy diferente a hacerlo en la atmósfera. Para empezar, las alas no sirven de nada. Al no haber aire, tampoco hay flujo ni rozamiento. En el espacio, en realidad no se vuela. Lo que se hace es no caer.

Ejecuté otro giro con impulso para regresar hacia el grueso del combate. Por desgracia, unas maniobras que habían resultado impresionantes abajo, en la atmósfera, eran normales y corrientes allí arriba. Luchar en el vacío durante los últimos seis meses me había proporcionado todo un nuevo juego completo de habilidades que dominar.

—Spensa —dijo una voz animada desde mi consola—, ¿recuerdas que me pediste que te avisara si estabas pasándote de irracional?

—No —respondí con un gruñido mientras esquivaba hacia la derecha. Los disparos de destructor procedentes de mi cola pasaron por encima de la cubierta de mi cabina—. No creo que haya hecho nada parecido.

—Dijiste: «¿Podemos hablar de esto más tarde?».

Esquivé otra vez. Tirda. ¿Aquellos drones peleaban mejor que antes o era que yo estaba perdiendo mi toque?

—Técnicamente, ya era «más tarde» en el instante en que dejaste de hablar —prosiguió la voz parlanchina, que era la inteligencia artificial de mi nave, M-Bot—. Pero los seres humanos no utilizáis esas palabras con el significado de: «En cualquier momento cronológicamente posterior a este». Las usáis para decir: «En algún momento futuro que sea más conveniente para mí».

Los drones krells se arremolinaron a nuestro alrededor, intentando cortarme la vía de escape hacia el campo de batalla principal.

—¿Y te parece que precisamente este es un momento más conveniente? —pregunté en tono imperioso.

—¿Por qué no iba a serlo?

—¡Porque estamos en pleno combate!

—Pues yo diría que una situación de vida o muerte es justo cuando te interesa saber si estás pasándote de irracional.

Aún recordaba, con cierto cariño, la época en la que mis naves estelares no me rechistaban. Eso fue antes de que ayudara a reparar a M-Bot, cuya personalidad era un remanente de una tecnología antigua que aún no comprendíamos. Me preguntaba muy a menudo si todas las inteligencias artificiales avanzadas habían sido tan insolentes o si la mía era un caso especial.

—Spensa —dijo M-Bot—, se supone que tenías que llevar esos drones hacia los demás, ¿recuerdas?

Habían transcurrido seis meses desde que habíamos frustrado a los krells en su intento de aniquilarnos mediante un bombardeo. Aparte de nuestra victoria, habíamos descubierto algunos hechos importantes. El enemigo al que llamábamos «los krells» era en realidad un grupo de alienígenas encargados de mantener a mi pueblo retenido en nuestro planeta, Detritus, que era una especie de mezcla entre una cárcel y una reserva natural para la civilización humana. Los krells rendían cuentas ante un gobierno galáctico llamado la Supremacía.

Para combatirnos empleaban drones controlados en remoto, pilotados por alienígenas que vivían muy lejos y manejaban sus drones mediante comunicaciones superlumínicas. Los drones nunca estaban dirigidos por inteligencias artificiales, ya que contravenía la ley galáctica permitir que una nave se pilotara a sí misma. Incluso M-Bot tenía serias limitaciones en lo que podía hacer por sí mismo. Pero más que eso, había otra cosa a la que la Supremacía tenía un miedo atroz: las personas con la capacidad de ver en el espacio dónde se producían las comunicaciones superlumínicas. Las personas llamadas citónicas.

Las personas como yo.

Ellos sabían lo que yo era y me odiaban. Los drones tendían a marcarme a mí en concreto como su objetivo... y eso podíamos aprovecharlo. Eso deberíamos aprovecharlo. En la reunión previa a la batalla de ese día, había convencido a los otros pilotos de aceptar a regañadientes un plan atrevido. Yo me saldría un poco de la formación, tentaría a los drones enemigos para que intentaran abrumarme y entonces los llevaría de vuelta hacia el resto del equipo. Entonces, mis amigos podrían eliminar a los drones mientras estos seguían concentrados en mí.

Era un plan razonable. Y yo pretendía cumplirlo... tarde o temprano.

Pero en ese momento quería comprobar una cosa.

Accioné la sobrecarga y aceleré para alejarme de las naves enemigas. M-Bot era más rápido y maniobrable que ellas, aunque buena parte de su ventaja se había basado en su capacidad de maniobrar a gran velocidad por el aire sin partirse en pedazos. Allí fuera, en el vacío, aquello no era un factor, y a los drones enemigos se les daba mejor seguirle el ritmo.

Se lanzaron como un enjambre a por mí mientras yo descendía en picado hacia Detritus. Mi mundo natal estaba protegido por capas y más capas de antiguas plataformas metálicas, como cascarones, erizadas de puestos de artillería. Después de nuestra victoria de seis meses antes, habíamos hecho retirarse a los krells más lejos del planeta, al otro lado de los caparazones. Nuestra actual estrategia a largo plazo consistía en enfrentarnos al enemigo fuera, en el espacio, e impedir que se acercara al planeta.

Mantenerlos allí fuera había permitido a nuestros ingenieros, incluido mi amigo Rodge, empezar a obtener el control de las plataformas y sus baterías de armamento. Con el tiempo, aquel caparazón de puestos de artillería debería proteger nuestro planeta de las incursiones. Pero de momento, la mayoría de esas plataformas defensivas seguían siendo autónomas, y podían suponer un peligro tan grande para nosotros como para el enemigo.

Las naves krells se aproximaron a mi cola, ansiosas por mantenerme lejos del campo de batalla, donde mis amigos se enfrentaban al resto de los drones en una trifulca masiva. Esa táctica de aislarme se basaba en una suposición fatal: que si estaba sola, sería menos peligrosa.

—No vamos a dar media vuelta y seguir el plan, ¿verdad? —preguntó M-Bot—. Vas a intentar luchar contra ellos tú sola.

No respondí.

—Jorgen se va a mosquear un montón —dijo M-Bot—. Por cierto, estos drones intentan darte caza a lo largo de un rumbo concreto, que estoy resaltando en tu monitor. Mi análisis proyecta que han planeado una emboscada.

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