Viral

Juan Fueyo

Fragmento

Prefacio

Prefacio

Ginebra,

septiembre, en el increíble año 2020

Un ritmo trepidante. Sí, ya sé que parece extraño empezar el prefacio de un libro científico con esta frase, como si de una novela de intriga se tratara.

Y, sin embargo, es cierto; Viral es trepidante. La investigación de Juan Fueyo sobre virus tiene un alto voltaje de erudición y fuertes dosis de filosofía, de historia y de literatura; la mezcla que resulta tiene un sabor a ciencia potente, fresco y estimulante.

Quien abra este libro, y espero que sean muchos los que lo hagan, encontrará historias extraordinarias para viajar por el cosmos a través de los virus, para saber más sobre la eterna lucha entre ellos y la humanidad. Se embarcará en la teoría de la evolución y el origen de la vida, el papel de los virus en el cáncer o en el bioterrorismo. Y, por supuesto, a través de riquísimas historias, casi detectivescas, hallará pistas para entender mejor las temidas pandemias.

Quién habría esperado que un libro de ciencia como este, que habla fundamentalmente de virus, incluyera capítulos con títulos tan evocadores e intrigantes como «Cosmos invisible», «Dragones del Edén», «Entre el dragón y su furia» o «¿Es eso una daga?», o que citara el Decamerón, nos desvelara los secretos de la máscara de la muerte roja, incluyera personajes históricos, espías, políticos, hablara de la OMS, de científicos de altos vuelos y, por supuesto, tuviera muchos muchos virus y bacterias.

Con él viajamos a laboratorios protegidos, buceamos en la historia e identificamos los caminos para llegar a dominar la furia de los dragones, doblegarla y transformarla en cura para el cáncer.

No hay duda. Los virus se han infiltrado en nuestra vida. No porque no lo estuvieran ya, sino porque no los veíamos, no eran virales en nuestras redes sociales, no salían en las portadas de nuestros periódicos y no frecuentaban tertulias de barras de bar.

Así que más que nunca necesitamos entenderlos.

La COVID-19, por muchas y complejas razones, pasará a la historia como la mayor crisis mundial de las últimas décadas. No solo se han perdido cientos de miles de vidas, sino que la peor recesión desde la década de 1930 se anuncia peligrosamente y la pérdida de empleos e ingresos que se deriva de ella afectará negativamente a los medios de vida, la salud y el desarrollo sostenible. La pandemia está aquí para recordarnos la íntima y delicada relación entre las personas y el planeta.

Un número cada vez mayor de enfermedades infecciosas emergentes, como el VIH/sida, el SARS y el ébola, han pasado de la fauna salvaje al ser humano y todos los datos disponibles apuntan a que la COVID-19 ha seguido el mismo patrón.

La pandemia nos sacudió y mostró que necesitamos un sistema de cobertura sanitaria universal, que aquellos países que no lo tenían fueron aún más duramente golpeados y que con los profesionales sanitarios no se improvisa; hay que protegerlos, hacerlos trabajar en las mejores condiciones y darles los recursos necesarios.

Y algo mágico sucedió. Científicos de todos los ámbitos, investigadores, luchadores invisibles en laboratorios fuera de los focos tomaron protagonismo; su voz se escuchó y aparecieron como los líderes de los que se esperaban las soluciones. El ciudadano supo que los laboratorios de investigación existen y que los investigadores merecen algo más que becas precarias.

El conocimiento también se volvió contagioso. Vimos que coordinando y aunando esfuerzos, el manejo clínico de los pacientes mejoraba. Los tiempos para hacer ciencia se aceleraron. Y, ¡oh, milagro!, los clínicos y los epidemiólogos hablaron entre ellos.

Entendimos que un sistema de vigilancia epidemiológica no solo recoge datos, sino que necesita una interpretación inteligente.

Hubo también una sacudida social. Supimos que la transformación digital era real. Que si dejas de contaminar, el aire es más limpio y eso es bueno para tu salud. Que nuestras ciudades no están pensadas para proteger nuestra salud, que la densidad de población en nuestros núcleos urbanos era muy alta. Que había cuestiones éticas muy importantes que nos saltaban a la cara y que vimos de frente las grandes desigualdades.

Que la sociedad, en nombre de la salud, podía hacer grandes sacrificios.

Las medidas de confinamiento que se tomaron para luchar contra la propagación de la COVID-19 desaceleraron la actividad económica, pero también, por un tiempo corto, nos mostraron una pincelada de lo que podía ser un futuro mejor. Los niveles de contaminación disminuyeron y las personas pudieron respirar aire no contaminado, ver con sorpresa el cielo azul, en algunos lugares del mundo por primera vez, o caminar o montar en bicicleta de forma segura. La tecnología digital aceleró la implantación de nuevas modalidades de trabajo y de comunicación, nos ha permitido reducir el tiempo de desplazamiento al lugar de trabajo, estudiar de forma flexible, realizar consultas médicas a distancia o pasar más tiempo con nuestra familia.

Y también se vio aún más claro, si alguien no lo sabía, que necesitábamos un liderazgo global que se interesara por el bien común y que, con solidaridad, intercambio de experiencias y coordinación llegábamos más lejos, más rápido y mejor.

Los Gobiernos nacionales se han comprometido a destinar miles de millones de dólares al mantenimiento y, en última instancia, la reactivación de la actividad económica. Estas inversiones son esenciales para salvaguardar los medios de vida de la población y, por consiguiente, su salud. Sin embargo, la asignación de estas inversiones y las decisiones que orientarán la recuperación tanto a corto como a largo plazo pueden configurar nuestra forma de vida, trabajo y consumo para los próximos años.

Las decisiones que se tomen en los próximos meses pueden fijar modalidades de desarrollo económico que causarán daños permanentes y cada vez mayores a los sistemas ecológicos que sostienen la salud humana y los medios de vida, o, si se toman con inteligencia, pueden promover un mundo más saludable, más equitativo y más respetuoso con el medio ambiente.

Las economías son el producto de sociedades humanas sanas, las cuales, a su vez, dependen del entorno natural: la fuente original de todo el aire puro, el agua y los alimentos. Las presiones que ejerce el ser humano sobre el entorno a través de la deforestación, las prácticas agrícolas intensivas y contaminantes, o la gestión y el consumo no seguros de especies silvestres socavan estos servicios. Asimismo, aumentan el riesgo de que aparezcan nuevas enfermedades infecciosas en el ser humano, el sesenta por ciento de las cuales proviene de los animales, sobre todo de la fauna silvestre. Los planes globales de recuperación tras la COVID-19, en particular los destinados a reducir el riesgo de futuras epidemias, deben ir más allá de la detección precoz y el control de los brotes de enfermedade

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