PREFACIO
Los animales son las principales víctimas de la historia, y el tratamiento que los animales domésticos reciben en las granjas industriales es quizá el peor crimen de la historia. Estas afirmaciones pudieron parecer ridículas en 1975, cuando Peter Singer publicó por primera vez Liberación animal. Hoy, gracias en buena parte al impacto de este influyente libro, aumentan las personas que aceptan estas ideas como razonables, o al menos dignas de ser discutidas.
En los cuarenta años transcurridos desde la publicación de Liberación animal, los científicos han dedicado cada vez más atención al estudio de la cognición animal, al comportamiento animal y a las relaciones humano-animales. Sus descubrimientos han confirmado en gran parte las principales intuiciones de Singer. La marcha del progreso humano está sembrada de animales muertos. Incluso hace decenas de miles de años, nuestros antepasados de la Edad de Piedra ya eran responsables de una serie de desastres ecológicos. Cuando los primeros humanos llegaron a Australia hace unos 45.000 años, condujeron rápidamente a la extinción al 90% de sus animales grandes. Este fue el primer impacto importante que Homo sapiens tuvo sobre el ecosistema planetario. No fue el último.
Hace unos 15.000 años los humanos colonizaron América, y en el proceso eliminaron alrededor del 75% de sus grandes mamíferos. Otras muchas especies desaparecieron de África, de Eurasia y del sinnúmero de islas situadas a lo largo de sus costas. El registro arqueológico de un país tras otro cuenta el mismo y triste relato. La tragedia se inicia con una escena que muestra una población rica y variada de animales grandes, sin ninguna traza de Homo sapiens. En la segunda escena aparecen los humanos, según demuestra un hueso fosilizado, una punta de lanza o quizá una fogata de campamento. Sigue rápidamente la tercera escena, en la que hombres y mujeres tienen el papel protagonista y la mayoría de animales grandes, al igual que muchos más pequeños, han desaparecido. En total, los sapiens condujeron a la extinción aproximadamente al 50% de todos los grandes animales terrestres del planeta antes de que plantaran el primer campo de trigo, moldearan la primera herramienta de metal, escribieran el primer texto o acuñaran la primera moneda.
El siguiente gran hito en las relaciones humano-animales fue la Revolución Agrícola: el proceso por el que pasamos de cazadores-recolectores nómadas a agricultores que vivían en asentamientos permanentes. Ello implicó la aparición de una forma de vida completamente nueva en la Tierra: los animales domésticos. Al inicio, podría parecer que este acontecimiento tuviera una importancia menor, puesto que los humanos consiguieron domesticar menos de veinte especies de mamíferos y aves, en comparación con los innumerables miles de especies que permanecieron «salvajes». Pero con el paso del tiempo esta forma de vida nueva se convirtió en la norma. Hoy en día, más del 90% de todos los animales grandes son domésticos. Consideremos los gallos y las gallinas, por ejemplo. Hace diez mil años, se trataba de una especie de ave rara confinada en nichos pequeños del sur de Asia. En la actualidad, miles de millones de pollos viven en casi todos los continentes e islas, excepto en la Antártida. Los gallos y las gallinas domésticos son probablemente la especie de ave más extendida en los anales del planeta Tierra. Si el éxito se mide en números, gallos y gallinas, vacas y cerdos son los animales que han cosechado más éxito.
¡Qué lástima!, las especies domésticas pagaron por su éxito colectivo sin igual con un sufrimiento individual sin precedentes. El reino animal ha conocido muchos tipos de dolor y calamidades durante millones de años. Pero la Revolución Agrícola creó tipos completamente nuevos de sufrimiento, que con el paso de las generaciones no hicieron más que empeorar.
A primera vista, puede parecer que los animales domésticos se encuentran mucho mejor que sus primos salvajes y que sus antepasados. Los búfalos salvajes pasan el día en busca de comida, agua y refugio, y se hallan amenazados constantemente por leones, parásitos, inundaciones y sequías. El ganado doméstico, en cambio, goza del cuidado y la protección humanos. Las personas proporcionan comida, agua y refugio a vacas y terneras; tratan sus enfermedades; y las protegen contra los depredadores y los desastres naturales. Cierto, la mayoría de las vacas y terneras terminarán tarde o temprano en el matadero. Pero, ¿hace esto que su destino sea peor que el de los búfalos salvajes? ¿Acaso es mejor ser devorado por un león que ser sacrificado por un hombre? ¿Son más benévolos los dientes de los cocodrilos que las cuchillas de acero?
Lo que hace que la existencia de los animales domésticos de granja sea particularmente cruel no radica únicamente en la manera en que mueren, sino en la manera en que viven. Dos factores en competencia han modelado las condiciones de vida de los animales de granja: por un lado, los humanos quieren carne, leche, huevos, cuero, potencia muscular animal y diversión; por otro, los humanos han de asegurar la supervivencia y la reproducción a largo plazo de los animales de granja. En teoría, esto tendría que haber protegido a estos de la crueldad extrema. Si un granjero ordeñara a su vaca sin proporcionarle comida ni agua, la producción de leche se reduciría, y la vaca no tardaría en morir.
Desgraciadamente, los humanos pueden causar un sufrimiento tremendo a los animales de granja de otras maneras, incluso mientras aseguran su supervivencia y reproducción. La raíz del problema es que los animales domésticos han heredado de sus antepasados salvajes muchas necesidades físicas, emocionales y sociales que son innecesarias en las granjas. Los ganaderos ignoran de manera rutinaria estas necesidades, sin pagar ningún precio económico. Encierran a los animales en jaulas minúsculas, mutilan sus cuernos y cola, separan a las madres de los hijos, y mediante selección crían monstruosidades. Los animales sufren mucho, pero siguen viviendo y multiplicándose.
¿No contradice esto los principios más básicos de la evolución darwiniana? La teoría de la evolución sostiene que todos los instintos, impulsos y emociones han evolucionado en interés de la supervivencia y la reproducción. Si es así, ¿no demuestra la reproducción continua de los animales de granja que se atiende a todas sus necesidades reales? ¿Cómo puede tener una «necesidad» una vaca que no sea realmente necesaria para la supervivencia y la reproducción?
Es verdad que todos los instintos, impulsos y emociones evolucionaron con el fin de hacer frente a las presiones evolutivas de la supervivencia y la reproducción. Sin embargo, cuando estas presiones desaparecen, los instintos, impulsos y emociones no se evaporan instantáneamente. Aunque ya no sean fundamentales para la supervivencia y la reproducción, continúan dando forma a las experiencias subjetivas del animal. Las necesidades físicas, emocionales y sociales de las vacas, los perros y los humanos no reflejan sus condiciones actuales, sino las presiones evolutivas que sus antepasados encontraron hace decenas de miles de