Cartas a un joven médico

Federico Ortiz Quezada

Fragmento

Introducción

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INTRODUCCIÓN

Por qué al médico le soy deudor de algo más, por qué no cumplo con ellos con el simple salario, porque el médico se convierte en nuestro amigo y no nos obliga por el oficio que vende, sino por su benigna y familiar buena voluntad.

SÉNECA

La medicina y la literatura poseen más de tres conexiones que obligan a sus practicantes a conocerlas con detalle. El primero de estos enlaces se refiere al médico como escritor, en su profesión y fuera de ella. El segundo de tales vínculos relata la enfermedad y sus concepciones en la literatura universal. La tercera relación narra la acción del médico. Así se advierte que las interrelaciones entre medicina y literatura son múltiples, por ello existen numerosos médicos escritores. Contrariando la opinión popular, se puede afirmar que ser médico es ser escritor, ya que lo hacemos a diario en las historias clínicas, los ensayos, las investigaciones, la correspondencia y otros actos muy similares.

Las motivaciones que conducen a una persona a escribir recuerdan lo señalado por Rudyard Kipling: “Soy llevado por la corriente, espero y obedezco”, lo anterior significa que él escucha la voz interior que lo guiaba. De manera similar, el médico debe esperar la aparición de este impulso para transmitir lo que sabe y le importa que se conozca.

Richard Seltzer, profesor de cirugía de la Universidad de Yale —y ahora escritor famoso— afirmó: “Ejercí como cirujano durante quince años y, a la edad de cuarenta, apareció de manera inexplicable la energía psíquica para escribir”. Para él fue ésta su incitación mental, para otros es el deseo de entender. En palabras de E. M. Forster: “¿Cómo puedo saber lo que pienso si no veo lo que digo?”. Lo cual significa que el acto de escribir es el que produce las ideas y no al contrario. Por esto es aconsejable que el médico —que apetece progresar en esta disciplina— escriba cotidianamente, pues esto le permite precisar sus pensamientos y desarrollar su entendimiento. Así lo señalé en Invención de la escritura.

En mi caso, la pasión por escribir data de mi infancia, la época adolorida de mi vida, y puedo referirla hasta los nueve años, cuando comencé a leer ambiciosamente. Quizá por esta razón —y por los consejos de mi madre— escogí como profesión la medicina, que también me aconsejaba el novelista Somerset Maugham: “¿Quieres ser escritor?, estudia medicina”.

La medicina, como pensamiento racional, desde su fundación ha estado vinculada a la escritura. El Corpus Hypocraticum consta de cincuenta y tres libros que sentaron las bases de la medicina científica y racional. Estos fueron documentos escritos por uno o varios autores durante el período inicial del pensamiento médico técnico. Junto con los manuscritos que nos obsequió el padre de la medicina, encontramos a numerosos médicos griegos que se dedicaron a este gratificante afán, el del alivio del ser humano: Alcmeón, Crisipo, Praxágoras, Eurifón, Diocles, Tehemison y muchos más. El mismo Aristóteles practicó investigaciones en el humano. Este notable filósofo señalaba que un doctor podía comenzar en la filosofía y después darse cuenta de que estaba estudiando medicina o viceversa. La filosofía y la medicina tienen, desde sus inicios, el propósito del entendimiento humano.

Lucas, el evangelista, era un médico que nació en Antioquía y fue el autor del Evangelio que lleva su nombre y, por si esto no bastara, también escribió los Hechos de los Apóstoles. Su discípulo, Pablo de Tarso, se refería a él como “el doctor más querido”. Los escritos de Lucas son piedras angulares en la Biblia, el libro más leído.

Entre la pléyade que habitó el mundo clásico, destaca Galeno, quien fue uno de los más destacados polígrafos de la Antigüedad. Ateneo cuenta que escribió tal cantidad de literatura médica y filosófica que sobrepasó a sus predecesores.

En los dos primeros siglos de nuestra era, el médico romano —educado en la tradición griega— era muy fértil en la producción literaria, tanto es así que se entregaban premios a los médicos escritores. Un buen ejemplo de esto fue Rufus de Efeso quien, al mismo tiempo que atendía a sus pacientes, escribió los bellos poemas que han llegado a nosotros.

Bajo los auspicios de la cultura arábigo-islámica, Rhazes elaboró un tratado acerca del sarampión y la viruela; Albucasis compuso el primer libro de cirugía con ilustraciones; Al-Farabi se dedicó a la filosofía y Avicena “príncipe de los sabios”, en el Libro de la salvación, proveyó los elementos básicos para mezclar el pensamiento aristotélico con el neoplatónico y el islam. Avicena consideraba que el cuerpo y el alma del ser humano eran un estadio intermedio del cosmos. Tanta fue su influencia, que su pensamiento filosófico —combinado con el de san Agustín— fue un ingrediente básico para las ideas escolásticas, en particular las de la escuela franciscana de la Edad Media. Averroes, doctor y escritor árabe, consideraba que la religión no era rama del conocimiento y que la inmortalidad personal no existía, pues era la confusión del alma con la naturaleza y el universo.

Moisés Maimónides destaca entre médicos y doctores cuando, en el siglo XII, intentó reconciliar la razón con la fe en el Libro de los preceptos y la Guía para los perplejos. Él, preñado de eticidad, quiso armonizar el pensamiento aristotélico con la religión judía. Es la figura intelectual más luminosa del judaísmo medieval. Sus contribuciones a la ética del Talmud son tan importantes que este texto israelita se conoció por su sobrenombre: Rambam, acrónimo de sus iniciales en hebreo.

Quien escribe se transforma a sí mismo al adquirir claridad en sus ideas. Además, no existe otro modo de comunicar el conocimiento. La nuestra es una cultura visual que sustituyó a la cultura oral mediante la escritura y la impresión gráfica. De esta manera, a cientos de años de distancia, podemos escuchar, leyendo, el fragor de los poemas homéricos y la finura de Petrarca; podemos dialogar en la intimidad con Montaigne, Goethe Tolstoi o Flaubert, aun cuando hayan desaparecido.

Con la aparición de la imprenta, en el siglo XV, las condiciones para la transmisión del conocimiento objetivo, pilar de la ciencia moderna, fueron fortalecidas. Una vez más, los médicos —doctores— jugaron un papel importante en esos eventos. El libro que marcó el nacimiento de la anatomía científica —y con ello el comienzo de la ciencia médica moderna— fue De Humani Corporis Fabrica publicado en Bruselas, en 1543, por Andreas Vesalio. Fueron artistas como Tiziano, Jan Stephan van Kalkar, Domenico Campanola y otros más los que colaboraron en las ilustraciones bajo la guía de Vesalio. Lo anterior revela un hecho histórico que es la unión de doctores —médicos— con el arte y los artistas.

Debemos recordar al médico y humanista francés: François Rabelais, nacido en 1533, autor de Gargantua y Pantagruel, quien trató de superar, por me

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